11/11/2020

El reporte de actividad de Facebook señala a CLS Strategies

Por primera vez Facebook señala a empresas norteamericanas por sus actividades “inauténticas” en la plataforma. Luego de horrorizarse por la intervención foránea sobre su sistema político, queda claro que la trama entre las redes sociales, empresas y gobierno de ese país hace exactamente lo mismo en el resto del mundo. Por Esteban Magnani.


Cuando en 2017 se descubrió el rol que tuvo Cambridge Analytica en las elecciones presidenciales de los EE.UU. el establishment de los países centrales se rasgó las vestiduras por algo que, en realidad, no era nuevo. Existían numerosos antecedentes de campañas políticas sucias en redes sociales utilizadas para manipular elecciones y explotar conflictos históricos que terminaron, incluso, en masacres o guerras civiles en el tercer mundo. Pero estos casos en lugares lejanos, esos “otros” sobre los que, en definitiva, siempre se operó, solo generaron algo de escozor a los centros de poder global. En cambio, cuando el establishment perdió a manos de un outsider imprevisible como Donald Trump, tanto Republicanos como Demócratas se tomaron el tema en serio. Fue entonces que miraron hacia estas maquinarias tecnológicas que, por así decirlo, democratizaban la capacidad de manipular mensajes y lecturas sobre noticias antes canalizada, sobre todo, a través de los grandes medios de comunicación.

El poder de los datos permitió reducir el costo de las campañas masivas gracias a la eficiencia de mensajes segmentados en base a los datos disponibles de cada elector para así explotar prejuicios, frustraciones y noticias funcionales a los intereses propios. Los algoritmos permitían prever con cierta eficacia por quién votaría cada persona: solo era necesario incentivar a hacerlo en los Estados clave a quienes lo harían por el candidato propio y neutralizar quienes lo harían por el opositor. En alguna medida debe haber funcionado: cuatro millones de personas que votaron por Obama, no lo hicieron por Hillary Clinton. ¿Cuántos de esos votos se explican por los vaivenes habituales de la política y cuánto por los algoritmos? La pregunta no puede responderse con precisión ya que ambos operan en el mismo campo y con el mismo objetivo. Por eso, recortar el efecto preciso de cada uno de ellos no es tarea fácil y abre aun más preguntas. Lo que está claro es que el poder de los algoritmos para operar a nivel preconsciente es un tema “caliente” como demuestra el éxito del documental “The social dilemma”, en el que aparecen personas que desde el corazón del sistema se horrorizan por lo que han creado.

De lo que no queda mucha duda es que los algoritmos refinan lo que hacía el marketing político y su eficiencia reduce los costos. También hay indicios de que la derecha tiene el dinero, las herramientas y el descontento necesarios para crecer y que lo hace de manera coordinada. En este contexto de lucha política cada vez más encarnizada, ¿alguien podía creer que un exitoso modelo de manipulación algorítmica sería abandonado por cuestiones morales? ¿Acaso alcanzaría la condena social o una multa para que a nadie más se le ocurriera abrir “otro Cambridge Analytica”? Rápidamente quedó comprobado que no. La forma en que se manipularon las redes sociales para intervenir en Venezuela, exacerbar la visibilidad del apoyo al golpe de Estado en Bolivia o atacar a candidatos como AMLO en México (por mencionar solo algunos), dan cuenta de que pese al final de Cambridge Analytica, el sistema goza de buena salud. El método es utilizado permanentemente en toda América Latina.

En algunos casos las campañas orquestadas dejan rastros casi payasescos: las cuentas de Twitter de líderes del golpe de Estado en Bolivia se multiplicaron: la presidenta de facto Jeanine Añez pasó de ocho mil seguidores a ciento cincuenta mil en pocos días, algo similar y desde las mismas cuentas ocurrió con líderes golpistas como Luis Fernando Camacho; en su mayoría las cuentas habían sido creadas días atrás. Insistamos: ¿La política boliviana se puede explicar solo por las conspiraciones algorítmicas? La respuesta es obvia: no, existieron errores políticos concretos que son amplificados mientras los aciertos son tapados con todo el ruido que se pueda crear.

Otra pregunta de respuesta menos clara es, ¿hasta qué punto las campañas fueron coordinadas globalmente? ¿Quiénes están detrás? El Reporte de Comportamiento Inauténtico Coordinado de Facebook de agosto brindó una pieza más en el rompecabezas que articula al poder global de una derecha en expansión.

El dedo en la llaga

Facebook, al igual que las otras grandes corporaciones tecnológicas, es muy generosa para compartir los datos de sus usuarios con los clientes pero profundamente mezquina cuando se trata de explicar cómo funcionan sus algoritmos y quienes los usan. Twitter da un acceso comparativamente mejor y por eso permite una idea sobre el flujo de los tuits. Medir las campañas sucias en la red del pulgar azul es mucho más difícil y por eso impactan tanto las revelaciones de un creciente número de empleados que, asqueados, abandonan la empresa.

Solo la enorme presión social y política por el escándalo de una elección presidencial hackeada llevó a Facebook a ofrecer algunas explicaciones. Así se supo, por ejemplo, que la Internet Research Agency (IRA) de Rusia utilizó a las redes sociales como vectores para acceder sin intermediarios a las emociones de los ciudadanos estadounidenses. Eso les permitía soliviantar a los más radicalizados, activarlos para, por ejemplo, convocar en un mismo día y mismo lugar, dos marchas: una a favor de los musulmanes y otra en contra. Como dice Roger McNamee, un antiguo asesor de Zuckeberg (ahora arrepentido), en “Zucked. Waking up to the Facebook catastrophe”: “Los rusos podrían haber utilizado a Facebook y a otras plataformas de internet para socavar la democracia e influenciar una elección presidencial por cerca de cien millones de dólares, menos que el precio de un solo caza F-35”. La ecuación costo-beneficio parece inmejorable. Semejante potencia a precio accesible debe resultar irresistible para poderes de todo el mundo.

El reporte de agosto de Facebook sobre comportamiento “inauténtico” anunció el cierre de modestas 521 cuentas, además de un puñado de páginas, grupos y también perfiles de Instagram. La cifra es ridícula para una red con más de dos mil setecientos millones de usuarios en el mundo y extensas redes de odio, pero dentro de esos números insignificantes se escondía una perla inesperada: “Removimos 55 cuentas de Facebook, 42 Páginas y 36 cuentas de Instagram ligadas a CLS Strategies, una firma de comunicación estratégica basada en Estados Unidos. Esta red se enfocó principalmente en Venezuela, y también en México y Bolivia. Detectamos esta actividad como parte de nuestra investigación proactiva sobre sospechas de comportamiento inauténtico coordinado en la región”. El informe señala que cerca de 509.000 cuentas seguían a una o más de esas páginas, algunas de las cuáles tenían más de 163.000 seguidores. En las páginas dedicadas a Bolivia, por ejemplo, se avalaba a Jeanine Añez y su golpe al presidente electo Evo Morales imponiendo trending topics como: #EvoDictador, #BoliviaNoHayGolpe, #EvoAsesino y similares. Estas campañas orquestadas buscan incentivar que los ciudadanos se sumen espontáneamente y, de ser posible, ocultar su rastro entre la masividad.

CLS Strategies es la primera empresa estadounidense expuesta por Facebook. Según su sitio, “diseña soluciones para desanudar los problemas más enrevesados”. Por lo que revela el informe de Facebook estas soluciones implican el uso de “cuentas falsas, algunas de las cuales fueron detectadas y desactivadas por nuestros sistemas automáticos previamente, para amplificar su contenido, evadir la aplicación de nuestras políticas, dirigir a las personas a dominios fuera de la plataforma, engañar a las personas sobre los responsables detrás de esta actividad y administrar Páginas, haciéndose pasar por entidades de noticias independientes, organizaciones civiles y Páginas políticas”.

¿Por qué esta consultora en particular? ¿Por qué ahora? La mención puntual de CLS Strategies permite varias lecturas. Uno de los directivos de la empresa era Mark Feierstein, administrador de la USAID entre 2010 a 2015, una organización utilizada para cubrir actividades de la CIA, y ex-funcionario de la OEA. También fue asesor para cuestiones de política latinoamericana en la Casa Blanca durante el gobierno de Barack Obama, por mencionar solo algunos cargos en el ámbito privado y gubernamental. Su nombre fue rápidamente borrado de la página web. Otros miembros de la empresa, tienen un recorrido igual de sinuoso, algunos con más conexiones con los republicanos, otros con demócratas, una prueba más de que la política exterior hacia el Latinoamericana no se ve demasiado afectada por el signo político de la Casa Blanca.

En los EE.UU. se suele asociar a la red del pulgar azul con los republicanos y a Twitter con los demócratas. Esta revelación que involucra a alguien cercano a estos últimos, muestra que nadie tiene las manos limpias como para apuntar a las redes sociales desde un pedestal moral. En otras palabras, la manipulación algorítmica no es patrimonio de despiadados rusos o republicanos azuzados por Steve Bannon y otros miembros del Alt-right. CLS Strategies es también una muestra de lo que puede revelar Facebook si lo molestan demasiado.

Otra lectura posible, no necesariamente contradictoria, es que Facebook tiene mucha presión por transparentar la actividad que se desarrolla en su interior y al abrir las puertas a una “organización de chequeos” (fact-checkers en inglés), se le hizo más difícil mirar hacia otro lado. En este informe tuvo la colaboración del Observatorio de la Universidad de Stanford que aportó datos concretos sobre la forma en que se usaron esas cuentas. De esa manera pueden limpiar un poco su imagen sin resignar lo que realmente importa: un modelo de negocios automatizado basado en desnudar a sus usuarios frente a quienes quieren venderles algo o manipularlos políticamente.

La confirmación de Facebook permitirá un nuevo ciclo de investigaciones y cruzarla con otros insumos. Uno de ellos proviene del acta de “Registro de agentes extranjeros” que obliga a todas las empresas estadounidenses a publicar los contratos con poderes extranjeros con “capacidad política o cuasi política”. Gracias a eso se puede ver, por ejemplo, que CLS Strategies firmo un contrato con el gobierno de Añez en Bolivia entre muchos otros. Quienes venían investigando el tema, tendrán con qué entretenerse por un tiempo.

El iceberg

Este affaire es una pequeña muestra de la promiscuidad entre empresas de comunicaciones, gobiernos de los EE.UU. y latinoamericanos, oposición, organizaciones no gubernamentales, Think Tanks, etc. La contradicción ética entre el horror por la intervención extranjera en las elecciones presidencial de 2016 en EE.UU. y la pasividad frente a las campañas de empresas de comunicación de ese país en el resto del mundo solo expone una vez más la hipocresía del imperio.

Para el analista de redes Julián Macías Tovar, coordinador de redes de Podemos y creador del sitio Pandemia digital, si uno sigue los rastros en las redes, la coordinación de campañas, los nombres de personas e instituciones que se repiten, queda claro que el plan está orquestado internacionalmente. Las acciones de esta red de organizaciones y Estados es similar al recetario que brindaba Gene Sharp, paradójicamente, para promover rebeliones pacíficas contra regímenes autoritarios en cinco pasos: ablandamiento por medio de la creación de conflictos y la promoción del descontento; deslegitimación por la difusión de acusaciones sobre la falta de libertad; aumento de la temperatura en las calles promoviendo marchas; desestabilización con operaciones psicológicas y el quiebre del régimen por medio del aislamiento internacional y la preparación de las condiciones para una intervención militar. Sobre todo para las primeras etapas, las redes sociales son un recurso perfecto que permite tirar miles de piedras y esconder la mano.

El método de Sharp ahora es usado para activar a algunas minorías intensas en contra de cualquier gobierno que no se alinee totalmente. Para eso utilizan reclamos razonables, otros con algún sustento, pero también argumentos delirantes y teorías conspirativas contradictorias que dificultan un diálogo racional. El objetivo no es presionar a la autoridad para que promueva sus intereses particulares sino que pierda toda iniciativa, arriarlo a los gritos hasta que colapse por sí mismo, desgastado por una agenda que nunca podrá satisfacer. Estrategas de la derecha como Steve Bannon -CEO de la campaña de Trump en 2016 – lo dicen abiertamente: lo que hay que hacer es dinamitar incluso a los propios que intenten establecer puentes con aquellos a los que se busca desestabilizar.

Los riesgos de sacudir los cimientos mismos del sistema político y social no los amedrenta. La duda es hasta qué punto este poder destructor podrá administrar a largo plazo una sociedad ya sin medios para gestionar sus conflictos, con instituciones devastadas y que ponen a algunos países, incluso centrales, en un camino que, de continuar su rumbo, puede terminar en una guerra civil. El entramado de poderes fácticos locales e internacionales, empresas tecnológicas, Think Tanks, fundaciones, servicios de inteligencia y gobiernos extranjeros, es denso y CLS Strategies es solo la punta de un iceberg cada vez más incontrolable y urgente. Si bien las operaciones sobre los gobiernos populares o con un proyecto nacional han sido permanentes -aunque con flujos y reflujos- algunas de las operaciones actuales semejan a una tropilla de caballos desbocados lanzados para “romper todo” incluso en los países centrales que tampoco encuentran cómo controlarlos. Los errores ajenos se amplifican y plantean en términos extremos mientras los éxitos se silencian o resignifican por cuestiones “republicanas” o de “timing” incorrecto. Los efectos negativos de las políticas se lanzan para que, gota a gota o tuit a tuit, horaden la piedra de la opinión pública.

En este contexto, los gobiernos que intentan negociar con las voces extremas y consensuar se desgastan. Con esos sectores no queda margen para acuerdos que permitan ganar tiempo y los apoyos propios se cansan de correr la agenda desde atrás. ¿Alcanzará con la sensatez remanente para contener tanta energía ideológica, tecnológica y financiera? La actual situación requiere una capacidad de acción política tan innovadora como los algoritmos.

Fuente: https://www.estebanmagnani.com.ar/2020/11/11/las-hijas-de-cambridge-analytica/



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