07/07/2018

¿Qué futuro nos deparará la crisis?

El gobierno parece haber perdido el control de la economía. El acuerdo con el FMI y el “ascenso” a país emergente no lograron calmar a los mercados. Por Eduardo Lucita.


Desde que este columnista asistía a la escuela primaria, hace ya más de siete décadas, ha escuchado que Argentina era “un país con futuro pero sin presente”. Se quería convencer que se atravesaba una coyuntura difícil pero que al final se abriría la esperanza y el país expandiría toda su potencialidad contenida. Así fue una y otra vez, pero ahora esto ya no se escucha. Es como si la crisis de credibilidad que se expande como una mancha de aceite hubiera desdibujado el futuro por completo y la sociedad se hubiera instalado en un presente permanente.

Esto es lo que parecen detectar las encuestas cuando muestran la caída en picada de las expectativas, con el agravante que tampoco muestran esperanzas en la llamada oposición institucional. Si hasta ahora la gran fortaleza del macrismo era la debilidad de la oposición peronista sumida en un laberinto del que no encuentra salida, ahora es el propio macrismo el que se muestra encerrado en su propio laberinto. ¿Qué futuro se prepara?

Sin hoja de ruta

Ya nadie le reclama a lo que queda del mejor equipo de los últimos 50 años que tenga un plan, tampoco un programa que guíe sus pasos, se conforman con un simple manual de instrucciones que le dé sentido a las acciones cotidianas. Es que el gobierno ha desplegado un conjunto de medidas aisladas para contener a los mercados sin resultado alguno.

Es más, se suponía que el FMI ordenaría la economía, hasta ahora no lo logró. El dólar ya roza los 30 pesos por unidad, no hay vendedores y en las condiciones impuestas por el Fondo su cotización no tiene techo. La inflación sí tendría un piso, 30% anual, pero el acuerdo específica que si toca 32%, algo muy posible, se debe renegociar todo. La tasa de interés del BCRA sigue en el 47% y el consumo se desploma. De los 50 mil millones de dólares del crédito solo ingresaron 15 mil (la mitad para engrosar reservas que no se deben tocar y el resto para fortalecer el tesoro nacional). Más adelante habrá otros desembolsos de 2.900 millones cada uno, el resto en 2019/2020. No son pocos los analistas que afirman que el monto es insuficiente para frenar la crisis.

La reforma tributaria sería postergada, la baja de subsidios a las tarifas se ralentizaría, se negocia con las petroleras para morigerar el alza de los combustibles, se estudia aplicar algunos impuestos, luego se desdicen, se reabrirían las paritarias, todo incide sobre el déficit fiscal y la inflación.

Mientras, crece y crece el pago de intereses de la deuda. Así las cosas circula la versión de que el presidente Mauricio Macri intercedió ante la directora Christine Lagarde para que viajara a Washington el ministro Luis Caputo, que no es firmante del acuerdo, para gestionar ante el directorio del Fondo un “waiver”, un perdón que permita reconsiderar algunas metas que no se podrían cumplir. Es solo un transcendido pero conviene recordar que esto sucede cuando la tinta del acuerdo todavía está fresca. Parece muy temprano para pedir un perdón, pero es que en estos días el dinamismo de la crisis pinta vertiginoso.

Turbulencias

Tres editoriales del pasado fin de semana dan cuenta, con distintos enfoques, de esta situación: “Macri busca hoja de ruta” (E. van der Kooy en Clarín); “La impotencia del sueño liberal ante la crisis” (E. Fidanza en La Nación) y “El neopesimismo macrista” (G. Gonzales en Perfil).

El gobierno sigue explicando la crisis con el eufemismo de la “turbulencia” por la combinación de factores externos (alza de tasas en EE.UU., disputa comercial EE.UU.-China que baja el precio de la soja, alza del petróleo) e internos (sequía que perjudicó la cosecha). En su concepción nuestra economía está atravesando una tormenta importada que en algún momento va a parar y se establecerá una nueva relación de precios. Ni se les ocurre hacerse responsables por la liberalización de los flujos financieros y de los movimientos de capital, por la apertura externa y el endeudamiento alocado, por sus altísimas tasas de interés, por no tener ningún interés en la industrialización ni en el mercado interno, por los más que extraños y sospechados manejos del BCRA. Si reconocieran esto tendrían que revisar su idolatría por el mercado.

En los dos primeros años siempre se ha apostado al segundo semestre. Ahora también se lo menciona pero esta vez con signo negativo. Son los propios funcionarios los que reconocen que se viene una baja profunda de la actividad.

Sin plan B

Dante Sica, el recién nombrado ministro de Producción fue el más sincero: “El segundo semestre va a ser mucho más difícil” y se mostró preocupado por el traslado a precios de la devaluación, porque todavía no hay precios estables, porque se está deteriorando la cadena de pagos, por las Pymes. Nada dijo de los salarios y los ingresos populares, de que el déficit externo se amplió aún en la crisis, tampoco de un plan productivo, justo él que es ministro de esa área. Claro que cabe preguntarse si en este modelo sería posible tal plan. Lo que sí dijo es que a pesar de estas turbulencias el rumbo y la orientación general no se tocan, no hay plan B ni alternativa. Así nadie percibe un futuro que no sea el agravamiento de las condiciones del presente.

Tal vez convenga recordar las palabras que Andrés Rivera, en esa formidable novela historiográfica que es “La Revolución es un sueño eterno”, pone en boca del moribundo Castelli, el vocero de la Revolución de Mayo, “Si ven el futuro díganle que no venga.”

Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda)



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