29/06/2003

«Darío amaba el Movimiento»

Alberto Santillán: «Darío amaba el movimiento donde militaba, y lo demostraba con su compromiso y solidaridad»


A un año de la muerte de Darío Santillán, su padre, Alberto, lo recuerda como «un chico íntegro, rabieta, difícil de cuestionar y al que lo enojaban las injusticias. Amaba el movimiento (Aníbal Verón) y lo demostraba con su solidaridad».A un año de su muerte, Alberto Santillán trata de explicar quién era ese chico de 21 años asesinado en la estación de trenes de Avellaneda, por la policía y por la espalda, cuando socorría a un compañero herido y muerto luego, Maximiliano Kosteki, en medio de los violentos incidentes ocurridos desatados por el Gobierno Nacional y Provincial.En las relaciones «fue consecuente y decía que no podía formar una familia por su compromiso con el movimiento. Lo amaba y lo demostraba con su compromiso y solidaridad», añade.

«Cuando falleció. No falleció -se corrige-, cuando lo mataron, durante el velorio se me acercó una señora grande, una mujer, y me dijo: ‘yo sé que Darío perdió a la mamá, pero quiera que sepa que todas las que estamos acá somos la mamá de Darío'». En su departamento de Don Orione, al sur del conurbano, junto a su hija Noelia, de 21, y Javier, de 23, lo primero que lo hace esbozar una sonrisa cuando cae en la cuenta de que «Darío se plantaba, era así desde muy chiquito. No sabés los problemas que tuvimos con la directora desde que empezó la secundaria».

Alberto, enfermero de oficio en el Argerich que ahora estudia la carrera en la Universidad de Lomas, recuerda que «Darío logró instalar una imagen de las víctimas de la Noche de los Lápices en la escuela aunque los directivos no querían». «Luchó para eso y pudo hacer una pintura» en el colegio Piedrabuena de San Francisco Solano, rememora Javier, donde fue uno de los impulsores del centro de estudiantes durante su últimoaño de cursada. Desde el comedor del departamento se ven los monobloks y en el interior fotos, cuadros, dibujos de Darío por todas partes. Darío, con 18 años, también fue el impulsor del primer Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de su barrio, en el ’99, junto a otros compañeros del Pidrabuena, recuerdan en otro intento por reconstruirlo y mantenerlo vivo. «Tenía un temple muy fuerte, cuando murió la mamá, Mercedes, (hace tres años) siguió entero. En ese momento militaba con los desocupados de Don Orione y en el velorio me asombraba como gente grande, curtida, venía y lo abrazaba, como diciendo estamos con vos», asegura su padre. De ahí sus recuerdos pasan a la feria, «a Darío no le gustaba comprar cosas pero siempre te iba a acompañar a comer algo a un puesto de la feria. Le encantaba». Darío iba seguido, especialmente al puesto de libros de Rodolfo, «un viejo radical», aclara Alberto, «donde discutían durante horas sobre sus ideas y toda clase de cosas».

Es inevitable para Alberto volver a los lugares que compartió con su hijo, «es como conectarte un poco con él. Hace un mes y pico volví a la feria y lo crucé a Rodolfo, yo sé que lo quería y fue muy fuerte para mí, como volver atrás». Bajo la mirada atenta de sus hijos, que le hacen de ayuda memoria, Alberto asegura que «si a Darío no lo volteó la muerte de su madre no lo iba a voltear nada más. Vos lo veías, parado, firme, como si tuviera esas raíces, como si fuese frondoso. No, nada podía voltearlo». «Era difícil de cuestionar, era un rabieta, lo enojaban las injusticas, era íntegro, totalmente jugado con lo que pregonaba», dice su padre.

Alberto destaca que cuando su hijo «se fue al barrio La Fe (en Lanús) a ocupar un terreno que la municipalidad no usaba, la gente de ahí no entendía cómo un pibe dejaba todo lo que tenía para ser más pobre todavía, pero se quedó para dar el ejemplo de que si los demás querían ese lugar tenían que luchar para quedarse». La gente de La Fe, donde vivió año y medio junto a su novia Claudia y su hermano Leo, de 19, quien continúa allí, «no lo podía creer: tenía casa, un año de Historia en la universidad y estaba ahí», sigue recordando. Sorprendido todavía recuerda que cuando lo fue a visitar pensó que Darío «estaba en un lugar más o menos, pero era caótico, barro por todos lados, hacía frío y él estuvo en un pedazo de terreno, tapado con unas lonas improvisadas casi tres meses aguantando junto a las familias». «Todas las familias se sintieron acompañadas por él, siempre estaba atento, y lucharon y soportaron ahí hasta que que consiguieron su lugar, su vivienda, y lo lograron», concluye.



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