20/05/2018

Gráfica rebelde: los carteles políticos del Mayo del 68 francés

Medio siglo después de las revueltas que pusieron en jaque a la Francia de Charles de Gaulle, los pósters del Mayo del 68 siguen manteniendo su vigor. Serigrafías que se diseñaron en talleres ocupados, impresas a un ritmo vertiginoso y producidas desde la más absoluta autogestión. Por Ferran Esteve | El Salto.

Mitificada por unos, minimizada por otros, la revuelta de Mayo de 1968 sacó a miles de personas a las calles de París y otras ciudades francesas, en un verdadero estallido de rebeldía popular. No se trataba solo de universitarios, sino también de trabajadores y profesionales de clase media que se oponían a un Estado que consideraban autoritario y caduco. La utilidad de aquellas protestas sigue siendo objeto de debate, pero su paso al imaginario colectivo es indudable.

Gran parte de ello se debe a la televisión, un medio entonces novedoso que introdujo los disturbios en las salitas de estar de todo el país; pero especialmente a la capacidad icónica del movimiento, que supo expresar el malestar a través de eslóganes memorables —prohibido prohibir, la imaginación al poder…—, pintadas callejeras y carteles políticos. La producción de estos últimos tuvo su epicentro en el llamado Atelier Populaire, un taller ocupado por los estudiantes, que imprimieron en tiempo real el día a día de la revolución.

Inesperadas por las autoridades, las protestas iniciadas por los universitarios en 1968 prendieron la mecha de una revuelta sin precedentes en la Francia del siglo XX. La represión policial del movimiento estudiantil desembocó en una serie de batallas campales, encierros y ocupaciones que se extendieron a otros sectores de la sociedad, iniciándose huelgas en fábricas y jornadas masivas de protesta contra el Gobierno. En ese ambiente de estallido revolucionario, un grupo de estudiantes reunidos en asamblea en La Sorbona decidió ocupar la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París. Se trataba de un colectivo informal que defendía un arte político y que se propuso producir carteles en apoyo a las movilizaciones. Para ello se instalaron en el taller Brianchon, que contaba con herramientas para imprimir litografías, rebautizándolo como Atelier Populaire. En la puerta de entrada escribieron “Taller popular sí, taller burgués no”.

El 14 de mayo los estudiantes imprimieron el primer cartel, con el lema “Fábricas. Universidades. Unión”, seguido de otro que rezaba “El arte al servicio del pueblo”. Se hicieron decenas de copias, pero pronto se dieron cuenta de que la litografía era un proceso de impresión demasiado lento para la urgencia de sus necesidades. Dos de ellos propusieron cambiarla por la serigrafía, una técnica entonces poco extendida en Francia, pero de la que tenían conocimientos y materiales. Gracias a este sistema, el Atelier Populaire empezó a producir tirajes más rápido, llegando a las 2.000 copias de cada pieza.

La belleza está en la calle, según un cartel de mayo del 68.

El taller trabajaba día y noche, por turnos. Grupos de personas pasaban cada mañana a recoger carteles y los repartían por toda la ciudad. Los estudiantes no querían salir del Atelier y algunos se instalaron a vivir allí, otros pasaban las noches. A medida que la revuelta se generalizaba, los visitantes crecían. Muchas personas se acercaban a llevar comida, café o cualquier cosa que se necesitase. Las crónicas hablan de miles de personas circulando por la escuela y de unos 300 artistas en períodos distintos. Los delegados de huelgas en todo el país también se presentaban allí para pedir pósters de apoyo a sus protestas. Para suplir la necesidad de más producción, se empezó a enseñar la técnica a otras personas, de modo que pudieran realizar serigrafías en su fábrica o lugar de trabajo.

A diferencia de la propaganda tradicional, muchos de los carteles del Mayo del 68 no comunicaban mensajes estrictamente políticos, sino un punto de vista sobre hechos recientes, un sentimiento, un malestar generalizado. Todo el mundo podía aportar ideas e imprimir serigrafías, fuesen estudiantes o trabajadores de cualquier condición. Las propuestas se discutían cada noche en una asamblea en la que unas competían con otras. Este proceso “podía durar de una a diez horas”, recordaba en una entrevista uno de los talleristas, Gérard Fromanger, ya que ”éramos entre diez y trescientas personas, dependiendo del día. A veces era una locura”. Todo el mundo respetaba la decisión de no firmar los pósters, ni en la idea ni en el diseño. El objetivo era mantener la lucha como algo colectivo y evitar la autoría individual, algo que consideraban un valor burgués.

Si bien la temática de los carteles era abierta, un repaso a las recopilaciones existentes revela algunos temas recurrentes: la denuncia de la manipulación de los medios de comunicación, la crítica a la brutalidad policial o las llamadas a la solidaridad entre las clases populares son reiteradas. También se imprimieron pósters anunciando eventos y recordando consignas, e incluso láminas con noticias destinadas a colgarse a modo de tablón de anuncios. Pero si un motivo se repite especialmente es la crítica a De Gaulle, un militar que presidía esa Francia de jóvenes rebeldes siendo casi octogenario. Fuese cual fuese el tema, los mensajes siempre eran claros y sencillos, impresos a una tinta sobre materiales baratos, lo que dio lugar a un estilo todavía hoy inconfundible, de textos e imágenes sobre fondos blancos o amarillentos, los del propio color del papel.

Pese a que el taller de la Escuela de Bellas Artes se convirtió en el más popular durante la revuelta, experiencias similares se reprodujeron en ciudades como Estrasburgo, Marsella, y Montpellier. En el propio París, se instalaron espacios similares en la Escuela de Artes Aplicadas, la Escuela de Artes Decorativas y la Facultad de Medicina. Aunque muchos de ellos perduraron años después, el Atelier Populaire perdió relevancia con la disminución de las protestas en la calle, a las que al fin y al cabo servía.

Un cartel en mayo del 68 sobre la unidad de la clase trabajadora

En junio las fábricas, los centros culturales y las universidades fueron desalojadas. A finales de ese mes, la policía entró en el Atelier Populaire y echó a los estudiantes. No hubo resistencia, cogieron los materiales de trabajo y se fueron. “La policía esperaba apoderarse de una gran imprenta”, recuerda Philippe Vermès, cofundador del taller, “¡no se dieron cuenta de que nos habíamos llevado las herramientas para hacer carteles con nosotros!”. Poco después la actividad cesó y los universitarios fundaron una asociación sin ánimo de lucro con la que publicaron un par de recopilaciones de pósters, en las que también se explicaba cómo reproducir su experiencia a escala local.

Aunque se desconoce el número exacto, aquel Mayo del 68 los estudiantes diseñaron cientos de pósters en menos de dos meses. Vistos a fecha de hoy, muchos de ellos son mediocres y algo rudimentarios, aunque otros tantos se han convertido en iconos del cartelismo político. No obstante, la importancia del Atelier Populaire no reside tanto en la calidad artística de sus obras, sino en su capacidad para comunicar de un modo impactante y efectivo la urgencia que se vivía en las calles de Francia. Como parte de una revuelta espontánea, el taller tuvo mucho de experimento. Fue un ensayo de la sociedad que reivindicaba, en la que lo colectivo primaría sobre lo individual, eliminando la barrera entre creador y espectador.

 

 



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