22/06/2008

El Síndrome de Estocolmo en la Sociedad Argentina: reflexiones a partir de la «crisis del campo»

Varias de las actitudes de los principales actores públicos en la «crisis del campo» durante los últimos meses (la «gente del campo», los «pequeños productores», los medios de comunicación, la gente de clase media, algunos sectores de la izquierda, el gobierno) produce un fuerte desconcierto por las actitudes, reacciones y contradicciones que día a día sembraron una de las peores crisis de los últimos años en la sociedad argentina. Por Carlos Vicente, GRAIN.


Esta situación invita a pensar en las razones de tremendo desbarajuste y a prestar permanentemente atención a los innumerables análisis publicados. Más allá de la certeza y agudeza de algunos textos, durante las últimas semanas muchos pensamos que faltaba una pieza en este rompecabezas y reiteradamente nos vino a la cabeza la idea de una sociedad viviendo el «Síndrome de Estocolmo». La intención de esta nota es aportar algunos elementos para continuar esta reflexión.

¿Qué es el Síndrome de Estocolmo?

El Grupo ETC lo definió perfectamente en un documento del año 2002, en donde decía que «Poco después de la histórica conferencia de Estocolmo, un robo de banco con una situación de rehenes en esta ciudad acaparó los encabezados de la prensa. El furor de los medios no se debió a que hubiera rehenes sino a que, cuando fueron liberados, no querían abandonar a sus secuestradores. Dos de las cuatro víctimas fueron eventualmente arrebatadas a sus héroes bandidos. Desde entonces, los psiquiatras han denominado a este fenómeno como el «Síndrome de Estocolmo». La teoría afirma que después de un determinado tiempo de depender del secuestrador, el cautivo instintivamente se vinculará con éste. En junio del 2002, Camila Montecinos describió el Síndrome de Estocolmo como un fenómeno político en las relaciones entre el opresor y el oprimido.»(1)

Esta figura, desde el punto de vista político, sienta a la perfección a la situación que estamos viviendo en Argentina. Porque claramente hay un «secuestrador»: son las grandes corporaciones del agronegocio que tienen maniatada a toda la sociedad argentina sin que esta se anime a dar una respuesta contundente.

Un secuestrador que tiene sus cómplices en los grandes terratenientes y los pooles de siembra que han obtenido ganancias espectaculares a costa de todos los trabajadores argentinos destruyendo nuestros suelos, contaminando el país, desplazando a poblaciones rurales y dejando de producir alimentos. Y que también tiene sus socios en los grandes medios de comunicación que han deformado la realidad hasta el hartazgo para defender estos poderosos intereses.

De cualquier manera, estos socios no dejan de ser esclavos de los señores todopoderosos del agronegocio que manejan hoy el mundo a su antojo y que mañana pueden estar partiendo con sus semillas transgénicas hacia otros puertos dejando un país devastado y sin rendir cuenta alguna de los daños producidos.

Mucho más evidente de la presencia del Síndrome es la participación de la Federación Agraria Argentina en las protestas del «campo». Los pequeños y medianos agricultores (no tan pequeños muchos de ellos) han salido abiertamente a aliarse a quienes siempre han sido sus opresores y que han llevado en las últimas décadas al cierre de miles de establecimientos agropecuarios y a un nivel inédito de concentración de la tierra (trágico si se consideran las superficies manejadas por los pooles de siembra). Quienes hasta hace unos meses cuestionaban esta problemática, hoy se han convertido en la «mano de obra» para los piquetes rurales. Y del discurso crítico a la concentración de la tierra, la lucha por una agricultura con agricultores y la búsquedas de alianzas con sectores campesinos, pasaron sin escalas a defender los intereses de aquellos a quienes sin duda quieren emular.

Por otro lado, buena parte de la sociedad argentina supo ponerse la «escarapela» del campo e identificando confusamente la «argentinidad» con la soja (la argentinidad al palo, diría la Bersuit) no ha dudado en salir a defender estos intereses corporativos con carteles que inundan tristemente la ciudad de Marcos Paz, o colmando el Monumento a la Bandera en Rosario. Prisioneros del agronegocio, no dudan en defenderlo aunque durante las últimas décadas hayan tenido que ver día a día cómo los alimentos se encarecen y se hacen más inaccesibles para la mayoría de la población.

Finalmente el Gobierno Argentino, que fue políticamente activo durante las últimas décadas en la apertura a este modelo de producción de monocultivos transgénicos para la exportación y que hasta hace unos meses tenía como uno de sus principales aliados a Gustavo Grobocopatel, «El Rey de la Soja» -al punto de delegarlo para llevar la soja a la bolivariana República de Venezuela-, es también un prisionero enamorado de su opresor. Basta como muestra compartir que acaba de aprobar un nuevo maíz transgénico que incorpora ya tres eventos (resistencia a glifosato, resistencia a glufosinato y toxina Bt). O sea, más monocultivo, más agroquímicos, mayor dependencia de las corporaciones. Todo lo que públicamente critica y expresa se debe cambiar.

El Síndrome de Estocolmo tiene una salida. Comprender quiénes son los opresores y enfrentarlos. Este es el gran desafío pendiente para todos.

Carlos A. Vicente – GRAIN


Notas

 1 Grupo ETC

 2 Clarin


Artículo publicado en Biodiversidadla



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