13/05/2018

Abu Ghraib: «Venían y se orinaban en mi cara»

«Uno no vuelve nunca de Abu Ghraib. No puedo tener bañera en casa porque recuerdo como me ahogaban», cuenta Ali al-Qaisi, preso torturado por el ejército de #EEUU. Ayer, se realizaron elecciones en Irak, entre el abstencionismo y la apatía de un país devastado por la guerra. Entrevista realizada por Carles Planas Bou para el El Periódico. Por ANRed

Sentado en el sillón de una austera casa unipersonal en la periferia berlinesa, este hombre de gesto afable y pelo blanco recibe a este periodista con una sonrisa que tarda poco en romperse. A pesar de tener 56 años Ali presenta un aspecto físico deteriorado. Necesita las muletas para levantarse y al estrecharle la mano uno nota los dos dedos parcialmente amputados de su mano izquierda. Nacido en Bagdad el 6 de agosto de 1962, la vida de este profesor de instituto islámico se truncó con la invasión de EEUU a su país.  Quince años después de entrar en Abu Ghraib, explica su historia a EL PERIÓDICO.

– ¿Cómo vivió la invasión estadounidense de Irak?

La gente ahora llora por la época de Sadam Husein. Aunque fueron tiempos muy malos, la invasión de  Estados Unidos dejó un lugar peor.

– ¿Por qué el Ejército se fijó en usted?

Junto a unos amigos fuimos al hotel donde se hospedaban muchos periodistas y les llevamos a ver la parte de Bagdad que el Ejército estadounidense no quería mostrar. Cuando se publicaron las noticias, fueron al hotel a buscarme y apuntaron mi nombre en su lista. El recepcionista me llamó advirtiéndome de que no volviese al hotel.

– ¿Qué les enseñó?

La parte cerca del aeropuerto. Un doctor me contó que mucha gente en esa área iba a visitarle con extrañas enfermedades en la piel, producto del contacto con químicos ilegales. Para eso acudí a los periodistas. Después de denunciarlo, el Ejército visitó la zona para retirar las pruebas y preguntar por mi.

 Y entonces le detuvieron…

Cuatro días después, el 13 de octubre del 2003, volví al colegio a trabajar porque estaba convencido de que contactar con la prensa no era cometer ningún crimen. ¿No querían traernos la democracia? Tanques y soldados me esperaban en la calle, bloqueando las salidas. Me dijeron que estaba arrestado y me obligaron a quitarme la camiseta para comprobar que no llevaba explosivos. Me encapucharon, me subieron a un coche y me apalizaron mientras me pisaban las manos.

– ¿Cómo fue su entrada en la prisión?

Inhumana. Me llevaron a una academia militar y, sin ninguna explicación, el día siguiente estaba en Abu Ghraib. Todos los prisioneros estábamos tumbados en el suelo con la cara cubierta. Me desnudaron y me hicieron sentar en un baño antiguo y sucio para poder registrarme, tocándome y metiendo sus manos por todas las partes. Ahí había cuatro soldados interrogándome.

– ¿Qué querían saber?

Primero, si era sunní o chií. Después me preguntaron donde estaba Osama Bin Laden. Creo que era la introducción que tenían con todos los presos. Querían saber si alguien me había ordenado hablar con los periodistas. Tras negarlo todo me dijeron que si colaboraba con ellos me darían 500 dólares al mes; si no me llevarían a Guantánamo. No lo hice. Me subieron a un coche y volvieron a darme una paliza.

– Y le dejaron ahí…

Sí. Me pusieron en un bloque de alta seguridad con otros 300 presos. Estábamos aislados del resto. Mi nombre de preso era 151716 pero como mofa me escribieron Colin Powell en la frente.

– ¿Qué métodos usaron para interrogarle?

Me ataban las manos en el suelo en posiciones incómodas durante unas 10 o 15 horas. Repetían constantemente las mismas preguntas. Un oficial lo apuntaba todo y el otro me amenazaba. Siempre había mujeres soldado que nos enseñaban los pechos o se tocaban delante nuestro durante el interrogatorio. Era enfermizo. Una vez incluso trajeron un perro negro que me mordió y me arrancó un trozo del cuello. Otras veces nos colgaban frente a nuestra celda durante días, sin comida, ni agua, delante de todos los presos. Veías a otros morir.

«Siempre había mujeres soldados que nos enseñaban los pechos o se tocaban delante nuestro durante el interrogatorio»

 

– Su imagen dio la vuelta al mundo. ¿Qué sucedió?

Me llevaron con los ojos cerrados a la sala de arriba. Me subieron a una caja de cartón y me dejaron colgado de manera que mis pies apenas tocaban el suelo. Venían y se orinaban en mi cara. Me introdujeron escobas y la punta de sus armas por el ano mientras repetían  la palabra ‘ejecución’. Me quemaron la piel con químicos y me sacaban la capucha solo para divertirse enseñándome botellas de agua que no podía beber. Rodearon mi cabeza con dos amplificadores que repetían la misma canción a todo volumen. Aún la puedo oír. Luego vino la electrocución. Era como sentir que los ojos iban a explotarme. En los genitales el dolor es absolutamente imposible de describir. Mientras, oía las risas de los soldados y veía el flash de las fotos que me hacían. Me torturaron durante más de un día.

 ¿Qué les pasó a otros presos?

A veces les torturaban frente a los demás presos para aterrorizarnos. Les colocaban embudos por la nariz y les vertían agua dentro para ahogarlos. También había una mujer soldado con un consolador atado a la cintura que sodomizaba a presos colgados para que lo pudiésemos ver. Una vez violaron a un niño de unos 9 años delante de su padre. Durante el ramadán nos ofrecían comida cuando sabían que no podíamos comer y luego volvían a retirarla.

– Y en diciembre del 2004, más de un año después de su detención, le dejaron libre…

Sí.  Un día nos dijeron que vendría la Cruz Roja a inspeccionar las instalaciones y que no les dijésemos nada, pero lo denunciamos todo. Los médicos resultaron ser soldados disfrazados, así que volvieron a apalizarnos.  Al día siguiente vino la Cruz Roja de verdad. Querían intimidarnos pero volvimos a denunciar nuestro maltrato.  Acordaron dejar salir a 86 presos lisiados como yo. Nos subieron a un camión y nos sacaron de ahí.

– ¿Qué hizo tras su liberación?

Quería documentar lo que sucedía dentro de esas prisiones, reunir casos como el mío para denunciar la tortura.

 Una misión complicada en un país en guerra…

La oenegé Centro para los Derechos Constitucionales envió a una persona para reunirse conmigo en Bagdad pero recibí amenazas de los estadounidenses y del Gobierno iraquí, así que tuve que huir a Jordania. Ahí pude contactar con abogados de grupos como ECCHR e invitar a otras víctimas para empezar a construir nuestra denuncia.

– ¿Cómo terminó en Alemania?

En Jordania mi caso se hizo famoso. Eso me llevó a ser amenazado por grupos como al-Qaeda. Tuve que pedir protección a las Naciones Unidas. Aunque primero rechazaron mi petición de asilo, el 2010 me trasladaron a Hannover unos días y después me instalé en Berlín, donde vivo gracias a la ayuda de Amnistía Internacional.

 Hace 15 años que fue detenido. ¿Cómo se vuelve a la normalidad tras eso?

Uno no vuelve nunca  de ahí. No puedo tener bañera en casa porque recuerdo como me ahogaban. Me cuesta dormir cuando es oscuro. Aún me despierto asustado a medianoche pensando que estoy en Abu Ghraib.

«Uno nunca vuelve de Abú Ghraib. No puedo tener bañera en casa porque recuerdo como me ahogaban. Me cuesta dormir cuando es oscuro»

 

– ¿Qué representa para usted que la candidata a dirigir la CIA, Gina Haspel, estuviese al cargo de un centro de tortura?

Es una desgracia que Trump apoye así la tortura y la humillación, para la humanidad y también para los estadounidenses. Para mi, ella es como Ilse Koch (la esposa del comandante del campo de concentración nazi de Buchenwald acusada de fabricar objetos con la piel de sus víctimas). Debe ser juzgada.

 ¿Tiene esperanza de que eso pueda suceder?

Sí, y eso me hace más fuerte.



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