02/05/2018

Que el furor por los ‘sex robots’ traiga… ¡la revolución de las robots!

¿Qué pone cachondas a las personas? ¿Pueden los robots enriquecer las emociones y experiencias sexuales ya conocidas? El futuro de las y los sex robots ya llegó. Así lo demuestra un informe realizado por la Fundación Responsable Robotics (FRR), cuya misión es “dar forma al futuro del diseño, desarrollo, uso, regulación e implementación robótica responsable”. Este estudio recoge varias encuestas que demuestran que existe un mercado palpable para los robots que ofrecen servicios sexuales. Por Florencia Goldsman (El Salto Diario).


Un técnico le aprieta un seno de plástico a una robot que gime un gélido “ahhh” y un inevitable escozor nos recorre al presenciar la escena. Observar en otro vídeo la risa forzada de la célebre robot Harmony podría hacernos reír pero, sin dudas, la impaciencia se desata al escuchar las bromas que el androide Henry aprendió de sus programadores.

Estas sensaciones desagradables nos anuncian que el futuro de las y los sex robots ya llegó. Así lo demuestra un informe realizado por la Fundación Responsable Robotics (FRR), cuya misión es “dar forma al futuro del diseño, desarrollo, uso, regulación e implementación robótica responsable”. Este estudio recoge varias encuestas que demuestran que existe un mercado palpable para los robots que ofrecen servicios sexuales.

“Scheutz y Arnold (2016) realizaron una encuesta con 100 participantes de Estados Unidos con edades entre 20 y 61 años compuesto por 43% de mujeres y un 57% de hombres. El sondeo revela que dos tercios de los hombres encuestados estaban a favor del uso de robots sexuales mientras que casi dos tercios de las mujeres se posicionaban en contra, no obstante el 86% de todos los encuestados pensaron que los robots sí cumplirían el deseo sexual de sus usuarios”.

Las olas de lo “nuevo” en tecnología suelen recuperar discusiones que ya fueron polémicas hace 50 años y reinventan los artefactos conocidos. De hecho, la omnipresente discusión sobre inteligencia artificial (IA), hoy identificada como un campo de enormes posibilidades en el área del machine learning (o aprendizaje automático) se retroalimenta con el desarrollo de algoritmos cada día mas veloces, y remite a viejas preguntas que emergieron a mediados de los años 90 cuando el súper ordenador de IBM llamado Deep Blue venció al campeón de ajedrez ruso Garry Kasparov.

Nuestra convivencia con los agentes no humanos existentes nos obliga a dar la discusión. La vieja disputa ‘ser humano vs máquina’ abría preguntas tales como ¿puede una máquina hacerse pasar por un humano? ¿Qué es la conciencia? ¿Qué es pensar? O, ¿qué definimos como ‘inteligencia’? Interrogantes insondables que nos trae el debate sobre la IA y que apelan a la definición de lo humano.

¿Son la creatividad, el sentido común, la angustia y la contingencia nuestros rasgos comunes? El desarrollo de robots sexuales, enfundados en tersos hules que simulan la piel humana, con mecanismos que asemejan el sudor y programados para la simulación de orgasmos, darían una respuesta afirmativa.

“Los primeros robots sexuales no podrán acariciar, agarrar o empujar a sus amantes humanos. Pero robots más inteligentes, más móviles y más realistas pronto estarán disponibles, lo que puede desafiar nuestra visión de las interacciones sexuales con las máquinas”, señalan las coberturas de los medios más entusiastas. No obstante, más allá de la optimista venta de productos, ¿qué pone cachondas a las personas? ¿Pueden los robots sexuales enriquecer las emociones y experiencias sexuales ya conocidas?

La empresa RealDoll, creadora de la curvilínea y pomposa Harmony cuenta con un verdadero catálogo de estereotipos de la mujer “perfecta”. Diseñadas a partir de estándares sexistas y heteronormados a los que nos tiene acostumbradas la industria televisiva y cinematográfica, un ejército de robots disponibles entre 5.000 y 15.000 dólares nos seducen desde la pantalla.

Con un solo click podemos inflar pechos neumáticos, cambiar el color de ojos y escoger el “estilo de vagina” de la androide. Los creadores prometen que “los modelos más avanzados de Harmony tendrán un sistema de visión que le permitirá reconocer caras y objetos, leer expresiones, y dar seguimiento con los ojos a movimientos externos. Esta versiones rondarán los 10.000 dólares (las versiones sin esta tecnología cuestan unos 5.000 dólares). Los compradores pueden seleccionar las tallas de Harmony y escoger entre diferentes caras”, auguran desde la agencia estadounidense NBC.

Inteligencia artificial: el trabajo humano en peligro

Alexandra Argüelles, asistente de investigación del Instituto de Tecnologías Aplicadas de la Universidad Iberoamericana en México, relata que su párpado late cuando observa “el impacto que tienen en el mercado estas muñecas robots sexuales, así como los desarrollos de la realidad aumentada que permiten ver películas porno como si las vivieras en primera persona. Tal como se ven, siguen replicando las violencias desde una única forma de ver la sexualidad. La mujer es este objeto al que se le someten todas las cargas hipersexualizadas y termina siendo un receptáculo de toda la violencia que le confiere el sexo básicamente heterosexual”.

Para el antropólogo y activista anarquista estadounidense David Graeber la pregunta que debemos hacernos sobre la robotización parte de una decepción originaria. Si vivimos tan bien informadas de las maravillas de la informática “¿dónde están los autos voladores?, ¿dónde están los campos de fuerza, los rayos atractores, los podios de teletransportación, los trineos antigravitacionales, tricorders, las drogas de la inmortalidad, las colonias en Marte?”.

Graeber mete el dedo en la herida cuando señala que la informática actual no ha conseguido superar el estado de progreso que las personas de los 50 esperaban que tuviera para el día de hoy. “No tenemos computadoras con las que mantener conversaciones interesantes o robots que paseen a nuestros perros ni lleven la ropa a la lavandería”, señala.

El desvío de la financiación de la robótica hacia las directrices ordenadas por el Pentágono recae en el desarrollo de drones y diversos aparatos destinados a la vigilancia y el control social. Graeber destaca que el 95% de la investigación robótica en los Estados Unidos ha sido financiada por militares o emprendedores que han contado con una inversión sin precedentes en investigación médica y biológica pero seguimos esperando la cura definitiva para el cáncer y el resfrío común.

Lucía Egaña Rojas, artista independiente e investigadora en prácticas postpornográficas, consultada por El Salto no logra comprender el enorme interés que provocan estos autómatas. “Los robots que he visto en algunos vídeos o en películas son muy normativos. No transforman nuestro imaginario. Otra cosa es la ciencia ficción que sí puede transformar los imaginarios de manera radical. Si bien es cierto que las prótesis se venden en sex shop son producidas en serie y pueden transformar las prácticas, estos robots no me parecen interesantes por que tampoco transforman la concepción de un cuerpo. Las prótesis lo que tienen de interesante es que se pueden usar de distintas maneras, no hay formas únicas de usarlas. Pero estos robots no parecen muy transformadores”, resume sin entusiasmo acerca de estos seres de circuitos y piezas desmontables.

Robots sexuales que chupan… datos

Muchas de las apps que usamos hoy se alimentan con nuestros datos y, como en el caso de las menstruapps, funcionan como laboratorios para la observación de patrones fisiológicos y de comportamiento. “Muchísimas de nuestras relaciones humanas hoy en día están mediadas por algoritmos, nos relacionamos por redes sociales que están basadas en estos algoritmos. Las plataformas de citas como Tinder, Grindr y mucha gente está usando esas aplicaciones en las relaciones están basadas en esas fórmulas”, agrega Egaña Rojas.

Por su parte, la activista transfeminista valentina Hvale Pellizzer relata que no deja de sorprenderle “la capacidad de las tecnologías de internet para animar cosas, transformarlas en núcleos de conexión, desviar muros y disminuir las distancias”. Describe también que la sensación ubicua de los dispositivos conlleva riesgos y una permanente sensación de exposición relacionada especialmente con la interconexión y manipulación de dispositivos para el placer sexual: “¿Y qué hay del vibrador con cámara integrada y luz que se puede conectar a la red wi-fi y puede acortar, casi erradicar, la distancia con mi amante? Eso también puede ser hackeado y utilizado para un ataque de red de bots contra otras cuyos derechos, más allá de la privacidad, que más me importan y defiendo”.

Las internautas juiciosas sabemos que nuestros usos de tecnologías dejan tras de sí rastros digitales. Estas huellas incluyen piezas de datos que se crean acerca de nuestras interacciones y que en su mayoría resultan invisibles, comúnmente llamados ‘metadatos’. Estos rastros son casi siempre creados de forma pasiva, sin que nos demos cuenta necesariamente, o sin que lo aceptemos de forma explícita.

Como explica Argüelles, “estas plataformas suelen tener unos contratos tan opacos que no sabemos qué hay por detrás del interés por desarrollar este tipo de robots sexuales. En el caso de la robot Harmony, supuestamente la más desarrollada, resulta imposible encontrar información acerca de qué tipo de IA están usando para su desarrollo y cuál es su alcance. Si está diseñada para alimentarse con tu información debe tener mecanismos para recabar datos de los que no somos tan conscientes. ¿Qué tal si no se limita solo a recabar datos para la interacción contigo? ¿Qué sucedería si también reúne información de tu interacción con otras personas para ver cuáles son las palabras que mas usas, tus chistes habituales? Las posibilidades son infinitas. Intentar pensar en el afecto mediado por algoritmos nos pone en una posición muy vulnerable como humanidad”.

Para retomar la seguidilla de sensaciones molestas sobre las robots resulta preocupante que los desarrolladores de True Companion, creadores de la autómata Roxxxy TrueCompanion, hayan pergeñado el modo programable de una de las personalidades de la robot como Frigid Farrah, descrita como “reservada y tímida” pero que si la tocas “en un área privada, es más que probable que ella no detenga tu avance”.

En la descripción del sitio web no trasluce que el modelo intente reproducir la relación sexual consensuada que debería ocurrir en el mundo real. La compañía, señalada por brindar una programación que haría posible recrear una violación, afirma que sus robots “permiten a todos realizar sus sueños sexuales más privados”.

El sistema heteropatriarcal que programa robots sexuales no respeta una respuesta negativa ante un acercamiento sexual. En el momento en que nos cansemos de estos supuestos “iguales” podrán ser desconectados. “¿Qué pasará cuando quieras hacer el salto a una relación con una persona de ‘carne y hueso’ y esta persona no responda como tu esperas?”, apunta la investigadora mexicana.

Reapropiaciones de robots sin corazón 

Existe un punto de vista más enriquecedor acerca de estas robots. Son los desarrollos de tecnologías asistenciales con fines sexuales para personas con algún tipo de diversidad funcional. “Claramente son tecnologías de asistencia y pueden ayudar a cubrir ciertas necesidades. Pero están en un camino muy poco claro. No sabemos si verlas como tecnologías de asistencia, prótesis o tecnologías que responden a la demanda del mercado, o simples dispositivos que ayudan a mejorar la calidad de vida. En este caso no queda claro qué sentido le estamos dando a la necesidad de sexo de las personas”, agrega Argüelles.

Proyectos disruptivos como Post-Op demarcan, por el contrario, que “toda tecnología represiva es susceptible de ser re-citada y re-apropiada en diferentes usos y contextos, dando lugar a otras técnicas de construcción de identidades placenteras”. El colectivo Post-Op, cuenta Lucía Egaña, “empezó a desarrollar algunas máquinas para erotizar prótesis que usaban las personas con algún tipo de diversidad funcional. Se proponían erotizar la silla de ruedas o que se pudiera usar un tubo para hacer pipí y que esa prótesis pudiera ser más erótica. Plantearon una serie máquinas imaginarias que no se llegaron a producir pero contemplaban un pensamiento de tecnologías más orientadas a ampliar las capacidades del cuerpo. No estos usos que vemos y que tienden a la hiperpotencia o a la hipercapacidad característica del capitalismo”.

A contracorriente de todo el efecto chirriante de las robots sexuales creadas para el mercado de hombres, blancos y con expectativas heteronormativas, hay experiencias pequeñas pero nada desdeñables como Corazón de robota. Constanza, una artista multimedia, reflexiona sobre la rol de las máquinas en nuestra cultura y los conjuntos humano-tecnológicos. Le interesa cuestionar la idea de educación, capitalismo y patriarcado tecno-centrista. Así, la apuesta de las ciberfeministas nos enfoca cercanas al conocimiento abierto, la autonomía y la valorización del trabajo técnico manual enfrentada a la reproducción de los imaginarios robot-sexistas.

“Las narrativas de ciencia ficción construyen verosímiles acerca de lo que podría ser el futuro, los multiversos —explica la investigadora de soberanías digitales y activista Alex Haché— y, por lo general, hilan acerca de lo que aún no es”. Haché invita a construir narrativas que nos permitan asaltar a “las máquinas”, que nos habiliten a emprender éxodos dentro de ellas.

En este presente distópico, marcado por un estrechamiento de nuestras imaginaciones sociales, nos toca especular sobre nuevos mundos de manera utópica. Debemos repensar la electrónica, internet, la telefonía móvil, los satélites y los robots exprimiendo nuestra imaginación radical, sin olvidar que la sexualidad es un espacio de libertad en donde entra una infinita diversidad de cuerpos posibles.



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