29/04/2018

Walter Bulacio, campeón de América

Walter era de Aldo Bonzi, partido de La Matanza, y se movía por las aulas y por las calles orgulloso de su origen. Había nacido el 14 de noviembre de 1973, había sufrido el descenso de su equipo en 1981 y había jurado que esa tristeza lo iba a atar para siempre a Boedo. Por Coordinadora DDHH del Fútbol Argentino.

Desde algún lugar, Walter Bulacio pudo gritar campeón de América. En el Nuevo Gasómetro, el 13 de agosto de 2014, Néstor Ortigoza hizo el gol con el que San Lorenzo alcanzó la ilusión más querida. Su camiseta preferida, esa que había recorrido tribunas y tribunas mientras el Ciclón andaba errante por canchas prestadas, estuvo presente enalteciendo la memoria de su dueño, fallecido el 26 de abril de 1991 a causa del accionar represivo e ilegal de la Policía Federal Argentina. Martín Mastrachio, compañero de Walter en cientos de aventuras azulgranas, la llevó puesta convencido de estar cumpliendo una promesa secreta: Graciela Scavone, la mamá de su amigo, se la había regalado una vez que la noticia de la muerte de Walter sacudió los cimientos de una Argentina que buscaba dejar atrás los años en los que las fuerzas de seguridad mataban, protegidas por la impunidad.

“Era muy fana de San Lorenzo. Nos conocimos en cuarto año y nos hicimos amigos enseguida, porque los dos éramos nuevos en el Nacional Rivadavia. De entrada, parecía tímido pero, con la excusa de Los Redondos, no tardó en ganarse un lugar”, cuenta Miguel Vilche, uno de sus socios en esas temporadas adolescentes en las que la identidad se tallaba al compás del fútbol y del rocanrol. “No tardabas nada en darte cuenta de qué cuadro era. Lo recuerdo con esa creatividad que caracteriza a los cuervos. Era ocurrente y los lunes nos matábamos a cargadas. Yo, como hincha de River, tenía alguna ventaja porque nos iba mucho mejor que a ellos”, agrega como si todavía estuviera discutiendo con Walter en el pupitre desvencijado que compartían.

Walter era de Aldo Bonzi, partido de La Matanza, y se movía por las aulas y por las calles orgulloso de su origen. Había nacido el 14 de noviembre de 1973, había sufrido el descenso de su equipo en 1981 y había jurado que esa tristeza lo iba a atar para siempre a Boedo. Cuando no soñaba en clave de goles, el Indio Solari emergía como una referencia en la que apoyarse para transitar una época a la que algunos sectores del poder definían como el fin de la historia. Los Redondos, en el arranque de 1991, tocaban en Obras un fin de semana por mes. A Walter, que iba con la banda del barrio o con sus compañeros del secundario, le gustaban más los recitales de los viernes que los de los sábados.

En su casa no sobraba la guita. Por eso había empezado a trabajar como caddie en un club de golf. Quería irse a Bariloche de viaje de egresados y pagarse sus salidas sin deberle nada a nadie. Un cachito de esa guita la usó para comprarse un gorro tipo piluso, con las trenzas pintadas de azul y rojo. Se lo puso aquel domingo en el que arrancaron con Martín para la tribuna visitante de Ferro. Gritó el gol con el alma, formando parte de una avalancha que hacía temblar los tablones de madera. Y se lo robaron en esa celebración multitudinaria. Se enojó mucho. Muchísimo. Aunque tenía sólo 17 años, sabía bien cuánto costaba ganarse cada peso.

La boca de Miguel libera las palabras de a poco: “Ese viernes, lo esperamos en la esquina de Castro y Las Casas, donde nos juntábamos habitualmente. Como no vino, pensamos que había decidido ir con la banda de Aldo Bonzi. Vimos el recital y nos volvimos. No había celulares. Recién nos enteramos de lo que había pasado el lunes siguiente en la escuela”. Efectivamente, Walter había ido a Obras con sus amigos del barrio. Antes de entrar, junto a más de 70 jóvenes, fue detenido por policías de la Seccional 35 en el marco de una razzia ordenada por el comisario Miguel Ángel Espósito. Lo golpearon. Lo torturaron. Lo trataron como el Estado de Derecho no permite que se trate a nadie. En el Hospital Pirovano, a donde fue trasladado el sábado a la mañana, le diagnosticaron un severo traumatismo craneano. Murió ante el silencio cínico de sus asesinos.

Los familiares y los amigos marcharon una y otra vez para exigirle justicia a un Poder Judicial que miró para otro lado. “La condena a Espósito fue menor de lo que debía ser y llegó mucho más tarde de lo que debía llegar. El único consuelo fue la prohibición de las razzias, una metodología que arrastrábamos desde la dictadura. Es fundamental que tomemos conciencia de qué cosas no podemos permitir nunca más”, reflexiona Miguel. Tuvieron que pasar muchos años para que los compañeros de colegio de Walter pudieran mirarse a los ojos y hablar de él: primero, una anécdota suelta; luego, una melodía ricotera; después, su chispa para defender a San Lorenzo contra viento y marea.

Por la tenacidad de quienes resisten las invitaciones al olvido, Walter asoma, con su sonrisa luminosa, en cada esquina de cada barrio en la que pibes y pibas siembran vida. Y asoma, porque no podría ser de otra manera, cada vez que San Lorenzo se abraza con la gloria. Su camiseta, la que hoy se calza su amigo Martín, la que flameó en la inolvidable final de la Libertadores, indica, en este día y cada día, que siempre está.

Fuente: Coordinadora DDHH del Fútbol Argentino



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