30/03/2018

La renta agraria vuelve a pisar fuerte

Pasaron diez años del llamado conflicto con el campo que conmocionó a la sociedad. Lo que subyacía era la renta agraria que regresaba para quedarse, con los efectos sociales y políticos que ahora son ya inocultables. Por Eduardo Lucita.

Una década atrás, la Resolución 125/08 -que imponía retenciones móviles a las exportaciones de soja, según la evolución de su cotización internacional- desató una disputa que comenzó en términos económicos pero que rápidamente escaló al plano político, incluso llegó especularse con la renuncia de la presidenta de la Nación.

Durante cuatro meses se sucedieron grandes movilizaciones, cortes de rutas, enfrentamientos varios y un fuerte debate en el Congreso Nacional, que culminó con una fuerte derrota política -en las calles y en el parlamento- del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que se replicó en las elecciones de medio camino del 2009.

Sin embargo el gobierno no cedió, mantuvo las retenciones, con lo que incrementó sus ingresos fiscales y potenció su política de asistencialismo social y, en los dos últimos años de su primer mandato, desplegó un programa de ampliación de derechos -recuperación del sistema jubilatorio, ley de medios, matrimonio igualitario, ley de muerte digna, entre otros- que a juicio de este columnista constituye el período virtuoso de todo el ciclo kirchnerista. Lo que le permitió a CFK ser reelegida con el 54 por ciento de los votos.

Sin embargo todo esto no era más que la superficie de aquellos acontecimientos, por debajo de aquel conflicto estaba la evidencia de que esa potencia oculta que es la renta de la tierra había regresado para ocupar el lugar del cual había sido desplazada poco más de setenta años atrás. (ver al final)

Alianza estratégica

Diez años después aquel regreso se ha consolidado totalmente. La agroindustria y las finanzas lideran el proceso de acumulación de capitales. En la reciente visita a la Expoagro, el presidente Mauricio Macri lo reconoció explícitamente en su discurso de inauguración: “El campo es el gran motor que tiene la Argentina, los felicito”, les dijo reafirmado esa alianza estratégica y completó: “Ustedes respondieron. Hicieron lo que tenían que hacer, ganaron y volvieron a invertir para crecer más”.

Si apenas comenzada su gestión el gobierno eliminó retenciones a las producciones regionales y redujo las que gravaban a la soja y devaluó, ahora anunció medidas largamente esperadas por los ruralistas: obras públicas para mejorar la infraestructura (circulación y control de inundaciones), eliminación de registros y declaraciones juradas (desburocratización) a riesgo de facilitar la evasión fiscal; rutas para los bi-trenes (reducción de costos de transporte, incremento de volúmenes de carga). Esto contrasta con el desinterés por la industria, con la excepción de maquinaria agrícola y ciertas cadenas de valor ligadas al procesamiento de alimentos (el país góndola según la expresión presidencial).

Todo quedó en evidencia cuando en paralelo el ministro de la Producción, Francisco Cabrera, acusó de mendicantes a los industriales. “Hay que dejarse de llorar”, les dijo y pidió que inviertan para aumentar la producción en lugar de ajustar por precios. Respondió así a los empresarios que planteaban que la capacidad instalada del sector estaba solo en el 61 por ciento y que habían perdido 68.000 puestos de trabajo en dos años; que reclamaban por las importaciones, por el aumento del costo laboral, porque las provincias aumentan sus impuestos en lugar de bajarlos y otras demandas. De paso los acusó de cierta responsabilidad en la inflación, lo que no deja de ser cierto.

Industrialización agraria

En el campo se verifican hoy las tendencias que adelantara al inicio de los años setenta el economista belga Ernest Mandel quien, basado Marx, las caracterizó como “industrialización agraria”. Es que junto con las innovaciones tecnológicas en la siembra, riego, cosecha y almacenaje se han impuesto criterios de eficiencia, productividad, competitividad y rentabilidad propios de las grandes empresas. Argentina es hoy el principal exportador de oleaginosas del mundo y junto con Brasil el mayor núcleo productivo mundial en materia de granos.

El gran capital, sobre todo financiero, ha ingresado a la actividad agrícola-ganadera. Con los desmontes, el desplazamiento de poblaciones originarias de sus tierras ancestrales y el daño ambiental que esto supone se incorporaron millones de hectáreas de tierras fértiles y se expandió la frontera agropecuaria. La superficie cultivable creció más de un 35 por ciento y en los últimos 40 años la producción de granos pasó de 45 a 135 millones de toneladas.

Si hace diez años el conflicto con el campo hizo emerger el regreso de la renta agraria la actualidad muestra que ese regreso se ha consolidado y que hoy la renta pisa fuerte. Nuestra propia historia revela que el campo es liberal en lo económico, en él habita el egoísmo distributivo, pero profundamente conservador en lo político e ideológico. El actual gobierno es muestra de ello.

Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).


Declinación, cambios estructurales y regreso

La crisis de los años treinta y la recesión mundial, anticipada por una fuerte caída de los precios agrícolas (especialmente el trigo), trajeron una fuerte reducción del comercio internacional y su contrapartida el desarrollo de las producciones locales. Finalizaba así el modelo agroexportador y se iniciaba el de sustitución de importaciones. Desde ese momento el sector industrial lideró la acumulación de capitales a escala mundial, también en nuestro país. La industria fue el sector más dinámico y el motor del desarrollo capitalista, aunque siempre dependiente de las divisas provenientes del sector agrícola-ganadero. A partir de los años ochenta se inicia un proceso de apertura de la economía argentina que se acelera a mediados de los noventa que golpea a la industria.

Mientras, el sector agrícola daba pasos sólidos en busca de mayor productividad y competitividad. La “revolución verde” iniciada en los ochenta en EE.UU. y Europa demoró en llegar a nuestras costas, pero finalmente lo hizo, y aquí se perfeccionaron innovaciones del exterior -siembra directa- y se agregaron propias -silobolsas, nueva maquinaria agrícola- que se completa con cambios en las formas de organización del trabajo. La explotación tomaba así cada vez mayores formas de empresas capitalistas, ahora se agregan las nuevas tecnologías que se mostraron ampliamente en la Expoagro (inteligencia artificial aplicada, drones, maquinarias robotizadas).

El modelo exportador

A inicios de los 2000 se abre un ciclo en que el Estado, favorecido por los altos precios internacionales y la demanda de China, captura renta extraordinaria y busca ampliar espacios para la industria, pero carente de un programa claro y sin asignar financiamiento específico, no logra mayores resultados.

Con la globalización y bajo la hegemonía financiera, se ha agudizado la subsunción de la agricultura al capital a escala mundial. Estas tendencias jerarquizaron la renta del suelo y reforzaron la orientación hacia un modelo exportador, extractivo y altamente degradador del ambiente. En un lapso de 40 años el volumen de la cosecha se triplicó, pero en valor monetario el salto fue mayor porque la soja casi duplicó el precio de los cereales.



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