24/03/2018

Kafka ante las distopías

Acostumbramos a pensar a Kafka como un autor familiar y encerrado en su individualidad, pero quizás sea el más político entre los autores del siglo XX. Tratamos de pensar con su obra y advertimos que en ella se anticipan lo que se ha dado a conocer como «sociedades de control». Raimon Ribera | El Salto.

Cualquiera que haya tenido algún encuentro con la obra de Kafka habrá escuchado lo que se dice sobre él y de la relación con su padre, toda la historia de Edipo y las abundantes interpretaciones freudianas que se han hecho que lo presentan como un autor hermético, cerrado en un mundo impermeable que lo asfixia en la familiaridad y del que no consigue escapar. Igualmente estamos muy acostumbrados a escuchar sobre las novelas distópicas que aparecen, fundamentalmente en el contexto anglosajón entre los años 30 y 50 -Bradbury, Huxley, Orwell, etc.- que habitualmente se presentan como obras eminentemente políticas, con una carga social que, de algún modo, habrían adelantado las sociedades del futuro.

Creo, no obstante, que lo que ocurre en verdad es justo lo contrario. Kafka es el autor más político entre los escritores del siglo xx, mientras que los otros mencionados cabría situarlos, sin embargo, como autores «edípicos» o familiares. ¿Por qué? Porque tanto Huxley como Orwell, como la mayor parte de estas novelas, nos plantean en sus obras historias que son fundamentalmente propias de novelas modernas. Es cierto que todo lo que ocurre está inmerso en un medio político muy definido, expuesto con detalle en muchas ocasiones, y que explica la aspereza de la atmósfera en la que se vive. En ella los personajes se revelan, se vuelven contra el medio mismo en el que se encuentran, pero lo central no deja de ser la historia de amor que se da entre los personajes; una historia personal e individual, de personajes muy específicos que tienen una particularidad frente a los demás: se rebelan, luchan, tienen la capacidad de dilucidar lo distinto entre lo difuso, y en esta medida se vuelven héroes que se resisten a ser engullidos por el medio gracias a su libertad y su especificidad. En esta medida, lo político solo funciona como lo que venimos diciendo, un medio en el que sucede una historia de amor que podría ser la misma bajo otro régimen político, económico o social. Podríamos contar la misma historia de amor que se da en 1984 sin trasfondo político y, aunque quizás fuese menos interesante, podríamos entender qué es lo que está ocurriendo, pues una cosa y la otra son autónomas.

Algo marcadamente distinto ocurre con Kafka. Este no habla de política en El proceso a excepción de alguna referencia puntual cuando se le toma declaración o alguna mención a la administración de la justicia; ni tampoco en El castillo, a excepción de las pocas menciones a su situación laboral en tanto que funcionario. Así mismo, tampoco en La metamorfosis se hace especial hincapié en estos asuntos, y aun así tenemos que decir que Kafka es un autor político aun a su pesar. ¿Por qué? Pues porque Kafka no cuenta la historia de sus personajes, pese a que cuenta algo desde el punto de vista de sus personajes, fundamentalmente de ese extraño personaje llamado K, que es y no es él mismo y que nunca es el mismo K, ni siquiera dentro de cada una de las novelas o relatos. Tanto en El castillo como en El proceso, la historia de K no sería posible sin todo el entramado organizativo, burocrático, político que se da en ellas, sin todos los elementos que pese a parecer que son el medio o el contexto, son el objeto mismo de la narración.

En los relatos de Kafka los personajes no son sus protagonistas, son sólo elementos de la máquina social que los captura y de los que se sirve para funcionar, mientras que en 1984 desconocemos las relaciones que se dan entre los personajes y la máquina, si es que es una máquina, ya que, más que dentro, los personajes parece que flotan en ese medio: pueden tomar decisiones como si vieran lo social desde fuera, se baten contra el medio mismo como si fuesen enemigos y no parte él, ubicándose en la exterioridad de algo que repudian. Tal cosa jamás pasó ni podría pasar en un relato de Kafka.

Mientras que los amores de las distopías son amores que nacen de una libertad o de una decisión, en Kafka, si es que hay amores, estos son amores «segmentarios», es decir, que si K conoce a Leni, si se encuentra con tal o cual muchacha, se debe a la misma organización de la sociedad, que lo obliga a ir a casa del abogado, a las buhardillas de la administración, siempre a esa habitación contigua donde el encuentro se da y se presenta como necesario, sin que haya por parte de K ningún tipo de decisión.

Es por todos estos motivos que Kafka es un autor eminentemente político. Mucho más que las distopías -que nos presentaban un futuro que miraba al pasado, que preconizaban un futuro que ya se había vivido- Kafka anticipaba un nuevo modelo de sociedad que estaba por-venir. Supo mostrar, cuando todavía se encontraban en un plano de virtualidad, las potencias diabólicas de las sociedades de control, como las llamaron Deleuze-Guattari. Se trata de un tipo de organización social donde ya no hay afuera ni adentro, donde las instituciones ya no tienen límites, donde todo se vuelve político porque cada aspecto de la vida está urdido con el conjunto del entramado social. En estas sociedades los instrumentos disciplinarios -como las cárceles, los manicomios, las escuelas- han perdido su función de regular porque la organización de las instituciones y la vida ya nos condiciona a cada momento determinando nuestro deseo a través de técnicas de gobierno mucho más sutiles que más que corregir orientan, establecen nuevos marcos de pensamiento y nuevos límites a lo posible. Ejemplos de ello son las deudas que requieren toda una vida laboral para ser pagadas, la precariedad y la pobreza como modos de mantener el cuerpo ligado al trabajo y a formas que luchan por la autoconservación, y que por extensión, renuncian a la vida plena.

Es por ello que si no queremos que nuestra vida se convierta en la verdadera distopía, es decir, en una novela de Kafka, tenemos que esforzarnos por interrumpir la lógica del mundo que nos aprisiona y nos dice a cada instante cómo debemos vivir, qué debemos consumir y cómo relacionarnos con los demás. Se trata de producirle líneas de fuga al mundo que nos hace.



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