06/01/2008

Lucha de calles en el puerto de Mar del Plata

Foto: IndymediaDurante el segundo semestre de 2007 las consecuencias sociales del «modelo pesquero» inaugurado en la década menemista emergieron a la superficie nuevamente. Habían pasado ya diez años de aquel primer piquete que daba inicio a un ciclo de protesta en el puerto de Mar del Plata y siete de las jornadas del 28 y 29 de junio de 2000, cuando un grupo de fileteros atacó a pedradas seis fábricas de pescado, las prendió fuego, quemó autos, camiones, se enfrentó a la policía y tomó la sede del Sindicato Obrero de la Industria del Pescado (SOIP). Por Agustín Nieto (CONICET-UNMDP-GESMAR).


Hoy la historia se repite, no como farsa sino como una nueva tragedia. El sujeto social que lleva adelante las protestas sigue siendo el mismo, su historia comienza en los años de las hiper de Raúl Alfonsín y de Carlos Menem y las quiebras de más de una docena de fábricas de pescado, que dejan como saldo unos 6000 obreros en la calle. La patronal, ni lerda ni perezosa, delineó una estrategia para «incorporarlos» al mercado de trabajo. La oferta estaba constituida por la figura «legal» de las cooperativas de trabajo, donde los obreros iban a abandonar esa condición para pasar a ser «dueños» de «su empresa». Pero la realidad fue (y es) bien distinta, efectivamente estos cooperativistas son dueños, todos, de su fuerza de trabajo y la venden en las peores condiciones: a destajo. Y como siempre la conciencia sigue a la experiencia, pero no muy de lejos, ya que al poco tiempo los trabajadores del pescado cayeron en la cuenta que su condición es peor que la de los fileteros que desarrollan sus actividades bajo el convenio del ’75.

Los obreros de las cooperativas truchas, no son cooperativistas, no cuentan con garantía horaria (sueldo garantizado en las épocas de escasez de pescado), no se les respetan las ocho horas de trabajo, no tienen cobertura médica, obra social, aportes jubilatorios, vacaciones, y otros beneficios propios del convenio del ’75. Están en negro y cuando escasea el pecado no trabajan ni cobran. Esta situación no solo implica la superexplotación de la fuerza de trabajo y superganancias a los capitalistas del sector, sino que también, y esto cierra el círculo (vicioso desde la perspectiva obrera pero virtuoso desde la perspectiva patronal), provoca una hasta ahora infranqueable división al interior de la clase obrera del pescado. Un sector «en blanco», con salarios garantizados y representación gremial y otro sector «en negro» sumergido en la miseria.

Pero nos equivocaríamos si viéramos en la miseria nada más que la miseria»¦

La situación de trabajo y vida de los obreros de las coopetruchas y sus familias es miserable, al igual que los resultados de su última lucha en relación al objetivo del blanqueo con el convenio del ’75. Sin embargo, desde otra perspectiva, el proceso de rebelión dejó un saldo positivo. En julio, la lucha era de los obreros de las ocho «cooperativas» que trabajan para el pulpo pesquero Valastro-Giorno y sólo contra este grupo económico, días después el conflicto se generalizó el conjunto de los obreros «cooperativizados» en lucha contra la burguesía monopólica de la pesca. En un primer momento el objetivo fue la paga de un sueldo garantizado para los trabajadores que laboran en negro, luego se reclamó por la registración laboral y el blanqueo de todos los «cooperativizados» con el convenio del ’75. Lograron organizarse, primero en asambleas y después en coordinadoras, armar un cuerpo de delegados de las cooperativas truchas, establecer un plan de lucha con medidas de acción directa, llevaron adelante cortes de calles, acampes, tomaron el SOIP, la Municipalidad y la delegación local del Ministerio de Trabajo de la Nación. Consiguieron que múltiples sectores de la sociedad se alinearan con su lucha, lo que provocó legitimidad en sus reclamos a nivel local y nacional. Como último aspecto a destacar, los trabajadores de las coopetruchas intentaron romper la división con el sector de los fileteros que trabaja en blanco bajo el convenio del ’75. Lo hicieron, en primer lugar, convocándolos a participar de las asambleas y, en segundo lugar, decretando la huelga del gremio y estableciendo piquetes en las fábricas para garantizarla. Si bien, a corto plazo, los resultados no fueron los óptimos, es evidente que este es el camino a seguir para lograr la unidad de los trabajadores del SOIP.

Perspectivas para un futuro no muy lejano

En los últimos días del 2007 los obreros auto-convocados, que fueron desalojados de las instalaciones del SOIP y del Ministerio de Trabajo, realizaron dos movilizaciones, el 20 y el 27 de diciembre. Esta última, que partió desde el puerto hacia el centro de la ciudad, manifestó en las puertas de la delegación del Ministerio de Trabajo de la Nación. Los manifestantes seguían firmes en su reclamo de registración laboral con el convenio del ’75, más aún después de corroborar que, en esos días, más de 100 trabajadores del gremio habían sido blanqueados con el convenio Pyme impulsado por la conducción del SOIP. En concreto, los manifestantes recibieron de manos del delegado del Ministerio la lista que ellos le habían entregado días antes con los nombres de los obreros afectados por el conflicto, pero con una «depuración» de mil obreros. Los que tuvieron la «suerte» de quedar incluidos en la lista recibirán $500 en enero y otra suma igual en febrero, y otros serán agraciados con una bolsa navideña. A este irrisorio paliativo se le suma la noticia sobre el estado del recurso merluza que augura un futuro de escasez de la misma, lo que lleva aparejado falta de trabajo y desempleo. La respuesta obrera ante esta situación ya la conocemos, pues se viene reiterando desde la década del noventa: Lucha de calles, con piquetes, tomas, ataque a las fábricas y huelga. Difícilmente el 2008 sea la excepción.

En suma, las rápidas transformaciones de la estructura pesquera nacional, su desplazamiento hacia otras zonas del amplio litoral marítimo argentino y la crisis del principal recurso pesquero provocan como efecto colateral una crisis social mucho más gravitante que la crisis de la merluza. Al respecto, más de 4.000 fileteros han sido desplazados de sus puestos de trabajo. En algunos casos, fueron expulsados a pseudo cooperativas o simplemente atados al trabajo en negro. Otros no corrieron la misma «extraña suerte» y pasaron a engrosar las cifras de la desocupación masiva, con lo cual Mar del Plata transita los últimos años como «la capital nacional del desempleo».

Si las cosas siguen como hasta ahora, nos queda por delante un panorama no muy prometedor. Necesitamos una política nacional pesquera que regule la actividad en función de la sustentabilidad de los recursos, regularice las condiciones de trabajo de la mayoría de los obreros del pescado y logre orientar la actividad pesquera a las necesidades alimenticias de la población argentina.

Agustín Nieto, CONICET-UNMDP-GESMAR

alenieto@mdp.edu.ar



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