22/08/2007

Entre el Gran Acuerdo de la burguesía y la masacre

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Quizás, cuarenta años en el gobierno se proponían los hombres de la Revolución Argentina, esos militares que el 28 de junio de 1966 se habían hecho con el poder, desplazando al radical Arturo Illia. No fueron cuarenta los años que los militares estuvieron en el gobierno sino siete. Sin embargo, a pesar de que la masacre de Trelew apuró la salida electoral favoreciendo al peronismo, hay quienes sostienen que las Fuerzas Armadas volvieron a los cuarteles para reorganizarse e implementar su plan criminal a partir del 24 de marzo de 1976.


Corría septiembre de 1970. Se realizaba la primera acción del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), siempre bajo el mismo grito: ¡A vencer o morir por la Argentina! La presentación en sociedad llegaba dos días después de la toma de la comisaría 24 de Rosario: «El Ejército Revolucionario del Pueblo pasa a combatir en forma organizada, uniendo su actividad combatiente a la de otras organizaciones hermanas, asumiendo junto a ellas la responsabilidad militar en el proceso de guerra revolucionaria que ha comenzado a vivir nuestro país». Unos meses antes, para el primer aniversario del Cordobazo, había hecho su aparición en escena la organización armada peronista Montoneros con un operativo de gran envergadura: el ajusticiamiento del general golpista Pedro Eugenio Aramburu. Ese mismo año, lo propio había hecho las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) en la localidad de Garín.

Menos de dos años separarían el surgimiento de las organizaciones armadas de la fuga del Penal de Rawson y la masacre de la Base Almirante Zar. Período en el que la actividad se intensificaría así también como sus consecuencias: las detenciones de sus militantes. «El Cordobazo fue en 1969. Las organizaciones revolucionarias se formaron, empezaron a combatir en 1970. La fuga es el 15 de agosto de 1972. No había pasado dos años, ¿cómo puede hacerse tremenda acción militar?», plantea Daniel De Santis, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

La respuesta a este interrogante no es otra que la acumulación de fuerzas que habían logrado las organizaciones que reivindicaban la lucha armada, tal como explica De Santis. «La única explicación era que había una situación revolucionaria, o prerrevolucionaria. Hubo organizaciones que se hicieron cargo de esa coyuntura, hubo compañeros que estuvieron al frente de eso. En dos años se hizo una enorme experiencia que permitió hacer esta acción que requería capacidad militar, política y una enorme audacia. Como dice Lenin, citando a Federico Engels y éste citando a Danton: ‘La revolución es audacia, audacia y más audacia’«.

El Gran Acuerdo de la burguesía

El golpe de Estado del 28 de junio de 1966 dio a luz a un nuevo escenario político. Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse verían cómo iba corroyéndose su poder frente a una movilización popular cada vez más activa. «En el año 1968, hechos como la constitución de la CGT de los Argentinos, la ola de grandes huelgas, la enorme agitación universitaria, el surgimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, el intento guerrillero de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) en Taco ralo, las acciones de propaganda armada de los Tupamaros, la guerrilla en Centroamérica, Colombia y Venezuela, la ofensiva Tet-Lunar del FNL y el Partido de los Trabajadores en Vietnam y, en menor medida, el mayo francés, fueron el preludio de las insurrecciones populares del 29 de mayo y el 19 de septiembre de 1969 en Córdoba y Rosario, las que iban a acelerar un cambio profundo en el nivel de las contiendas de clases, y se iba a abrir una nueva etapa en la lucha revolucionaria por el socialismo», tal como resumía Daniel De Santis en la introducción de A vencer o morir.

Así como sostiene De Santis, los tiempos se apremiaban. Levingston duraba poco en la presidencia, un nuevo levantamiento popular impulsaría su caída. «El 15 de marzo de 1971 se produce el segundo Cordobazo. Se aceleran los plazos, lo sacan a Levingston. Asume Lanusse como presidente y reafirma el Gran Acuerdo Nacional, la convocatoria a elecciones en las que tendría que entrar el peronismo», sintetizó De Santis.

El Gran Acuerdo Nacional (GAN), tal como lo planteaba Lanusse, significaría que el peronismo volvería a participar de la contienda electoral, aunque sin Juan Domingo Perón. Para las organizaciones marxistas, como el PRT, el GAN no era otra cosa que el «acuerdo de la burguesía», como explicó De Santis a ANRed.

De lo que no quedan dudas es que la negociación de la dictadura de Lanusse con el peronismo y otros partidos se vio directamente afectada por la fuga del penal de Rawson y, en mayor medida, por la masacre de los 16 militantes en la base Almirante Zar. «Lo de Trelew encarriló el proceso electoral con más amplias concesiones por parte de los militares. Se daban cuenta de que tenían que ir a las elecciones bajo cualquier circunstancia», recordó Daniel De Santis.

La matanza del 22 de agosto también repercutía no sólo en las esferas políticas sino que también generaba conmoción en el resto de la sociedad. «Los hechos de Trelew contribuyen a sacarle la careta. Supuestamente era una dictadura que iba a avanzar hacia un proceso democrático. En realidad, era proscriptita y represiva», ahondó Fernando Vaca Narvaja, hoy, el único sobreviviente de la fuga de Rawson.

La dictadura de Lanusse tuvo la certeza de que su poder se evaporaba. Seis guerrilleros habían logrado vulnerar un penal de máxima seguridad y fugarse en un avión a Chile. A una semana, la Armada argentina reaccionaba salvajemente: asesinaba a 16 de los combatientes (yo pondría masacraba a 19 combatientes) que habían participado de la fuga y se habían rendido en el aeropuerto. Dejaba a tres militantes, malheridos, testigos y difusores de la política criminal. No había salida. El escape era dejar el Gobierno y que se hicieran elecciones, reforzando la convocatoria al Gran Acuerdo Nacional.

«El dictador Lanusse– explica De Santis en A vencer o morirfue el dirigente de la burguesía que con mayor claridad interpretó la defensa de los intereses de su clase. Él comprendió que el auge revolucionario era incontenible por medio de la fuerza, era necesario descomprimir la situación de forma tal que le permitiera a los militares volver a los cuarteles para recomponer ante el pueblo su deteriorada imagen; y estar así en condiciones de asestar un nuevo golpe militar».

Sin embargo, la dictadura intentó recomponer una imagen ante el exterior, al menos. «A partir de la fuga nuestra, Lanusse le plantea a Salvador Allende la ruptura de las fronteras ideológicas. Es decir, que el comercio argentino-chileno no se iba a dificultar por el signo ideológico que tenía ese gobierno si nosotros volvíamos para la Argentina», reconstruyó Vaca Narvaja.

Las fronteras ideológicas se hicieron infranqueables después de la masacre. El gobierno del socialista Allende encontró el fundamento más preciso: Si volvían a la Argentina, iban a ser asesinados. Así, con la noticia del asesinato de sus compañeros, los diez guerrilleros llegaron a Cuba con una firme convicción: «Oficiales, oficiales de la base aeronaval, los hombres que han fusilado están por resucitar».

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Valeria y Luciana B (ANRed)



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