15/07/2007

«Últimos días de Fernando De la Rúa»

20-12-2.jpg
Una investigación de Mariana Marcaletti sobre los hechos que acontecieron en diciembre de 2001. Puede leerse, por ejemplo, que «la sede de Caritas fue el escenario en donde el 19 de diciembre se reunieron políticos -Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde, Eduardo Bauza- , empresarios -Ignacio De Mendiguren, Enrique Crotto-, representantes de las dos centrales obreras -Rodolfo Daer y Hugo Moyano- y obispos como moseñor Jorge Casaretto. Daer manifestó que ‘la concertación debe darse con o sin De la Rúa'».


Por Mariana Marcaletti, para el Taller de Comunicación Periodística, UBA.

Fernando De la Rúa escribió su renuncia el jueves 20 de diciembre de 2001. Gobernó 740 días. Se produjeron saqueos, represión y muertes. Su partido lo abandonó y la oposición peronista tomó el poder. Dos años y dos meses antes de entregar su renuncia había sido elegido por 48,5 por ciento de los votantes y gozaba de un 70 por ciento de imagen positiva. Un Gobierno de coalición, que había interpelado a la ciudadanía para recomponer la endeble credibilidad en la política, terminó en su disolución. Lo que comenzó como una alternativa y una propuesta de cambio concluyó con saqueos, cacerolazos, protestas masivas, represión y muertes.

Los medios de comunicación atribuyeron la caída a la «parsimonia», «hermetismo», «debilidad», «obstinación» del ex presidente, si bien los mismos reconocen que, en conjunto con la grave crisis económica y social, la oposición del peronismo desempeñó un papel significativo en impulsar aún más el derrumbe del gobierno. También influenció negativamente a la gestión de De la Rua el cerco económico internacional encabezado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las exigencias de la coyuntura económica que demandaba abandonar la convertibilidad implementada desde 1991 por el ministro de economía Cavallo y pasar a la dolarización o a la devaluación, con los costos políticos y las implicancias que dichas medidas provocarían.

Previo a su caída y a la contracción de una imagen negativa en la sociedad, De la Rua ejecutó una serie de medidas que contribuyeron en el descreimiento público en su mandato. Aplicó un impuestazo y un recorte de los salarios públicos que destrozó los ingresos de las clases medias, su base social electoral. Asimismo, toleró una campaña contra su vicepresidente Chacho Álvarez -quién renunció apenas diez meses después de haber asumido- que había denunciado coimas en el Senado. Defendió hasta último momento a Domingo Cavallo, ministro de economía, incluso cuando se proyecto económico resultaba adverso al resto de la población y reformuló su gabinete para terminar con lo poco que quedaba en pie de la Alianza que lo llevó a la presidencia.

En octubre de 2001, la Alianza fue derrotada en las urnas. En ese momento, el justicialismo percibió el vacío de poder. Y empezó a realizar una serie de acciones: la presión desde el Congreso en dónde eran mayoría, el peso de las provincias gobernadas por el justicialismo, la negativa a firmar un acuerdo con el Gobierno momentos antes de un viaje de De la Rua a Washington, la puja por instalar a un representante del partido como Jefe de Senado y posible vicepresidente, hasta que lograron instalar a Puerta y el papel importante que jugó el peronismo en alentar los saqueos en el Gran Buenos Aires.

El 10 de diciembre el FMI consideró incumplido el acuerdo del blindaje económico y no giró la tercera entrega del mega préstamo de 1.264 millones de dólares. El ahogo económico impulsó la arremetida de políticos, empresarios y sindicalistas que exigieron la renuncia de Cavallo.

Por su parte, el ex presidente De la Rúa se mostró obstinado en modificar el curso de la economía. Aceptó el plan de Cavallo: el corralito que apresó los ahorros e inmovilizó los salarios depositados en los bancos y se negó a terminar con la convertibilidad. Estas medidas perjudicaron a los sectores tradicionalmente desmovilizados que salieron a la calle a manifestar su desacuerdo con las medidas que les habían quitado el dinero de sus bolsillos: emergieron los cacerolazos, nuevo modo de protesta popular de un sector social de clase media. Por otra parte, los sectores sociales populares, aún más relegados, alentados desde la oposición política saquearon supermercados, en una ola que nació en el interior y luego se extendió al conurbano bonaerense.

La organización política de los saqueos

«Los saqueos tienen una base real material que son las masas que tienen hambre, pero, por otra parte, un sustento, que también es real, de los luchadores que equivocadamente no aprovechan las estrategias de acción óptimas», sostuvo A.R.,militante piquetero.

Los saqueos a supermercados habían comenzado el sábado 15 de diciembre en Entre Ríos. Pero, el martes 18, ya se habían desarrollado en varias provincias y la televisión proporcionaba imágenes que recordaban que en 1989 habían acelerado la caída de Raúl Alfonsín, otro presidente radical. En el conurbano bonaerense, se multiplicaron por diversas zonas y los testigos aseguraron que la Policía Bonaerense dejaba actuar libremente los despojos a los pequeños supermercados.

De manera simultánea en que se avecinaban los hechos, De la Rúa se enteró, por la publicación del diario Los Andes de Mendoza, que a raíz de los saqueos producidos allí habían sido detenidos dos concejales peronistas que respondían al gobernador bonaerense Carlos Ruckauf. En este mismo sentido, el de relacionar los saqueos con la incitación de dirigentes del justicialismo, se orientaban los informes de la SIDE. El secretario general de la presidencia, Nicolás Gallo, y el ministro de educación, Andrés Delich, aconsejaron al presidente divulgar públicamente esta vinculación de Ruckauf con los saqueos ocurridos en el interior del país. Se creía que explotarían en el conurbano bonaerense y era necesario advertir a la ciudadanía que el peronismo era el que alentaba los saqueos y que estos de ninguna manera eran espontáneos. Antes de realizar el anuncio, uno de los ministros de De la Rua anticipadamente le avisó al gobernador bonaerense, quien negó la acusación y culpó de incitar los saqueos a intendentes del conurbano, como Alberto Balestrini, intendente de La Matanza y Mariano West, intendente de Moreno.

Ante esta respuesta de Ruckauf, el secretario privado de De la Rua, Leonardo Aiello, se comunicó telefónicamente con Balestrini quién enfatizó en que en La Matanza no sucedía nada. Al otro día, La Matanza fue uno de los partidos más afectados por los saqueos. Ruckauf llamó al presidente y le pidió una reunión urgente. Desde el Gobierno, las esperanzas eran que el gobernador aceptara unirse al Gabinete junto con otros peronistas, pero las intenciones de Ruckauf no eran esas sino ganar tiempo pidiéndole al presidente que demore su anuncio. El miércoles 19, la provincia de Buenos Aires despertó con saqueos que se extenderían durante toda la jornada.

Algunas familias de los barrios argumentaron que su presencia en los hechos se debió a que «había corrido la voz» de que en tal o cual supermercado se regalarían bolsas de comida y se invitaba a participar mediante volantes y el boca en boca. Al llegar al lugar, no sucedía nada. En ese momento, aparecían hombres con handys y otros, conocidos por la gente por participar en intercambios de recursos con la política justicialista, que incitaban al robo bajo la consigna «si no nos dan la comida que nos prometieron, la vamos a buscar», conduciendo a los saqueos.

En cambio, otros presentes esgrimieron que la situación no se dio en la forma antedicha. «A nosotros no nos llegó ninguna versión de que desde los supermercados se iba a repartir alimentos», continuó A.R. También agregó que, desde su movimiento, se percibía y se conocía de antemano que algo estaba pronto a suceder- debido a su concepción de la gravedad de la crisis- pero igualmente expresó su sorpresa.

Asimismo, si bien estuvo de acuerdo en que el proceso de agitación fue ejecutado por punteros políticos peronistas y avalado por el propio Carlos Ruckauf al exigir a la Policía su no intervención afirmó que «En los lugares en donde los desocupados, los pobres, los hambrientos estaban más organizados en un movimiento piquetero, menos saqueos hubo». Los argumentos que brinda para explicar esto es que la planificación y la estructura previa contuvo, y lograron obtener mercadería de los supermercados o del Gobierno de una manera más planificada con antelación. Sin embargo, se produjeron una significativa cantidad de saqueos zona oeste y sur, dónde hay más movimientos piqueteros. A.R. respondió que «a pesar de que en esos sitios hubo revuelta y de que algunos de nuestros compañeros igualmente participaron, los epicentros de conflicto más densos eran las zonas en que menos organizaciones había».
Desde esta postura, A.R. insistió en que «no fueron los movimientos piqueteros los que alentaron los saqueos». ¿Alguien los incitó? ¿O fue acaso un movimiento de masas espontáneo?

«El hecho político -según A.R.- es que había una interna, en la que el peronismo le disputaba el poder al radicalismo en decadencia». El sociólogo y piquetero expuso como pruebas la situación de que en provincia la Policía Bonaerense dejaba «zonas liberadas» en las que no actuaba e incluso enfatizó que, en el conurbano y en el interior, los saqueos los organizaron punteros políticos peronistas: «De hecho, los saqueos comienzan en Rosario y en Mendoza. En este último lugar, el hombre que es apresado era un puntero de Ruckauf».

Por otra parte, hubo municipios que los evitaron, como San Miguel, Avellaneda y Morón, mediante estrategias diversas como el reforzamiento policial o los planes de ayuda social. De esta manera, el descontrol provocado no era inevitable sino que se podrían haber canalizado las demandas.

«Todo el mundo sabe que cuando el peronismo está en la oposición impulsa más la protesta sindical y el revuelo», afirmó Agustín Santella, sociólogo e investigador en el Instituto Gino Germani. Pero, al mismo tiempo, Santella reconoce «en todo caso lo que hace es agravar un conflicto económico y social que hubiera estado presente aún con el peronismo en el gobierno».

«Muchas teorías sostienen que el conflicto laboral se explica por la política que en la Argentina tuvo al peronismo como actor central, entonces, habrá o no conflicto dependiendo de si el peronismo necesita impulsarlo para mantenerse o volver al poder», agregó. Asimismo, el sociólogo expuso que no está completamente de acuerdo con esta postura ya que, tomando como parámetro datos estadísticos, empíricos e históricos, también hubo grandes huelgas bajo el peronismo.

Retoma a un estudioso argentino llamado Roberto Korzeniewicz, quién estudió la problemática sindical argentina detallando que hubo olas de protesta desde 1911 hasta 1990 se produjeron en 1912, 1918, 1951, 1957, 1958, 1969, 1975.

Korzeniewicz recogió estos datos, porque no hay registros buenos de conflictividad obrera en el país ya que fueron eliminados por los gobiernos militares- utilizando información de los periódicos estadounidenses como el Times. En parte, este autor confirma la hipótesis de que el peronismo canaliza un conflicto, lo alienta o reprime, pero no lo crea de la nada sino que se aprovecha la coyuntura. «En el caso de De la Rúa, con el peronismo en contra, como en toda protesta ésta tiene mas fuerza y necesita de la organización, la cual era peronista. Las olas de revuelta como los saqueos fueron agitados por el peronismo pero las bases materiales, concretas, puntuales, económicas y sociales fueron el sustento sobre el que pudo organizar el peronismo las necesidades», concluyó Santella.

El Licenciado en Letras y estudioso de la sociología del deporte Pablo Alabarces coincide con lo antedicho y agregó que «escuchábamos noticias sobre saqueos a comercios por parte de las clases populares empobrecidas hasta la asfixia y nos enteramos que los ejecutaron con la ayuda de líderes políticos barriales del peronismo, que agitaban la rebeldía para desestabilizar al gobierno nacional».

El movimiento obrero en las calles

En los saqueos del 19 de diciembre hubo una presencia masiva de sectores populares. Sin embargo, los trabajadores ocupados – que tradicional e históricamente estuvieron aliados al peronismo- tuvieron una escasa participación en los eventos de tomas de alimentos, aún cuando sus condiciones laborales eran precarias y padecían las consecuencias nefastas de la flexibilización laboral.

«En esta época hubo un proceso de desmovilización obrera», mantuvo Santella. La estrategia de la mayoría de los gremios de la época, en particular el automotriz que es el que el sociólogo estudió en profundidad, estaba centrada en reformas dentro del sistema capitalista. «En el movimiento obrero no constaron los llamados a superar la desocupación y las injusticias sociales mediante la abolición del sistema capitalista, como planteó la campaña Partido Socialista-CGT de los años 1930 y 1932». Sin embargo, Santella postuló que se plantearon una serie de medidas para frenar el desempleo que mantuvieron un vínculo con la historia sindical como el pago de suspensiones, la reducción de la jornada, etc. Pero «ninguna de éstas medidas alcanzó a mantener el nivel de ocupación en las fábricas que se aplicaron», concluyó.

La radicalización de la clase media

Teóricos de las ciencias sociales discuten sobre qué grupos sociales fueron verdaderamente los protagonistas de los eventos y, si bien sus posturas difieren en tanto a conceptualizaciones y clasificaciones, todos acuerdan en que la presencia masiva de la clase media en las calles fue un hecho inédito y significativo.

Alabarces analizó que «las encendidas protestas por parte de las clases medias fueron fruto de que sus ahorros, ficticiamente dolarizados, guardados a cal y canto en bancos insolventes, que no pudieron ser retirados», lo que se conoció con el nombre de corralito.

«Yo vivía en el barrio porteño de Congreso, a pocas calles del edificio del Parlamento Argentino y, aunque es un piso alto, comenzaron a llegar ruidos de cacerolas golpeadas», siguió Alabarces y añadió que imaginó que se trataba de una nueva propuesta de ahorristas indignados por su dinero capturado en los bancos, y decidió bajar a ver en la calle. «En la avenida Rivadavia se iban concentrando miles de personas golpeando cacerolas, gesto de protesta inaugurado pocos años antes por los dirigentes de la Alianza, en aquel entonces opositora al presidente Menem y en ese momento en el poder».

Se incorporó a los manifestantes: en la plaza de Congreso, frente al Parlamento, había ya varias decenas de miles golpeando sus cacerolas y entonando cánticos hostiles al gobierno, pidiendo la renuncia del presidente y su ministro de economía Cavallo y, sorprendentemente, clamando contra el estado de sitio (limitación de los derechos constitucionales de reunión y protesta pública), bajo el cual esa misma manifestación era ilegal («Que boludos/el Estado de Sitio/se lo meten en el culo»). El cacerolazo, tal como se conocía a la protesta, estaba en su plenitud.

«Habíamos escuchado que De la Rúa había decretado el estado de sitio, pero nos reunimos igual», contó A.R. Narró que, a eso de las diez de la noche, cuando estaba comiendo con unos amigos en un local de Santa Fe y Azcuénaga sintieron unos ruidos y fueron para la vereda. «Nos pareció extraño porque veíamos gente bien vestida, elegante que componía una movilización masiva. Y nos sumamos». En ese momento, la marcha reunía cerca de 500.000 personas en el centro capitalino.

«Nosotros desde el MTD partíamos de una concepción según la cual es necesario movilizar pero de una manera organizada. Por ejemplo, armar un cordón de gente, cortar la calle antes de ocuparla, etc.», sumó A.R. «En ese momento pensábamos que la represión era una posibilidad y marcamos esta postura a la columna pituca que provenía de zona norte», agregó.

Al mismo tiempo que su grupo se unió a la columna de clase media señaló que los miembros- que iban con sus familias, hijos, perros- de alguna manera, los repudiaba: «la gente nos respondía que su protesta era pacífica, se procuraban alejar de nosotros, no querían que los confundan con piqueteros».

La clase trabajadora

Hacia la medianoche, otros sujetos llegaban en masa a Plaza de Mayo. Eran los habitantes provenientes de los barrios del conurbano bonaerense, de sectores populares, desocupados y otros con alguna ocupación obrera.

«Los rumores acompañaban las noticias: se hablaba de estado de sitio, de represión, de muertos por balas policiales», dijo Alabarces. El presidente habló cerca de las 11 de la noche. Las noticias eran ciertas: había habido saqueos a comercios, represión y muertos. De la Rúa aseguró que la situación estaba controlada, y que para evitar nuevos sucesos debido a la acción de grupos organizados que Alabarces adjudicó como una «clásica asignación macartista de responsabilidades» y consideró que era preciso decretar el estado de sitio.

«Llegamos hacia la medianoche a Plaza de Mayo y ahí empezó la represión», dijo A.R. También hacia la madrugada se incorporaron columnas de gente que venía de los barrios del sur de Capital como San Telmo y Barracas pero también del Conurbano.

Primera etapa de la represión

Alabarces relató que hacia «aproximadamente la una de la madrugada la policía inició la represión con gases lacrimógenos primero, con cargas de infantería después». Se replegaron hacia el Congreso; en el camino, los manifestantes comenzaron a atacar con piedras los bancos de la Avenida de Mayo y los locales de las empresas multinacionales. «A las cuatro de la mañana- continuó el licenciado- la policía volvió a cargar dispersando violentamente a los manifestantes: uno de ellos quedó herido gravemente en las escalinatas de Congreso. Murió unos días después».

A.R. calificó como un «error político del Gobierno, de esos tantos que cometió De la Rúa por necio, el hecho que la Policía Federal haya comenzado a reprimir«. Primero, los testigos contaron que la policía recurrió a lanzar gases lacrimógenos, después arremetieron con carros hidrantes y balas de goma. Lo que sucedió inmediatamente fue un repliegue: «de esos 300.000 que seguíamos en Plaza de Mayo habremos quedado 30.000.

«Estuvimos corriendo ida y vuelta desde Plaza de Mayo hasta el Obelisco toda la noche hasta que recuperamos Plaza de Mayo a las seis de la mañana», completó. También había corridas sobre Avenida de Mayo y Diagonal Sur. «Yo me volví a mi casa pensando que era necesario volver al otro día organizados porque la cosa se ponía espesa», narró el piquetero. Pero varios miles de personas no decidieron lo mismo sino que se quedaron agitando hasta que finalmente fueron echados.

El escenario político

Mientras que en el conurbano bonaerense se diseminaban los saqueos incitados por punteros del PJ y la Capital Federal se llenaba de gritos de protesta por la represión sangrienta, los políticos de diversa índole se reunieron para discutir sobre el conflicto económico y político.

La sede de Caritas fue el escenario en dónde el 19-12 se reunieron políticos, en particular gobernadores peronistas y autoridades partidarias, como el ex mandatario Raúl Alfonsín, los senadores Eduardo Duhalde y Eduardo Bauza, el gobernador José Manuel de la Sota por el justicialismo empresarios representantes de la industria, del campo, del comercio, la banca y la construcción, Ignacio De Mendiguren por la Unión Industrial Argentina (UIA) y Enrique Crotto y Manuél Cabanellas por Confederaciones Rurales Argentinas, sindicalistas como Rodolfo Daer y Hugo Moyano en nombre de las dos centrales obreras, y obispos como moseñor Jorge Casaretto. Los ausentes fueron Carlos Ruckauf y Carlos Reutemann, líderes de la oposición y Domingo Cavallo.

El jefe de gabinete, Chrystian Colombo, acudió al encuentro e informó al presidente que la reunión no estaba preparada para presentar un frente de oposición al gobierno. Luego de que Colombo informara lo antedicho, De la Rua acudió a la reunión. En el momento en que ingresaba al recinto, Daer manifestó que «la concertación debe darse con o sin De la Rúa». Los presentes no saben si De la Rúa oyó o no la frase. También tuvo que escuchar las críticas a su actual gestión económica, pero ni él ni sus acompañantes- Nicolás Gallo y el ministro del interior Ramón Mestre además de Colombo- se esforzaron por polemizar. El presidente sostuvo que el rumbo económico era el correcto, que era necesario que el Congreso apruebe el presupuesto nacional, el déficit cero y la renegociación de la deuda. Luego, De la Rúa se retiró pero la reunión no concluyó allí sino que los presentes continuaron con una serie de debates y de planes de acción sobre demandas inmediatas. Colombo propuso el tratamiento de una agenda de temas y se discutieron maneras de resolver la crisis, con una propuesta de reasignación del gasto social. También se trataron cuestiones políticas de fondo, como el crecimiento y la eficiencia del aparato estatal. El ex presidente Alfonsín enfatizó que era necesario devaluar y dejar de pagar la deuda externa. Por su parte, Crotto y De Mendiguren discutieron sobre si pujaban sobre el cambio de modelo económico o sobre la devaluación, y si esta última no provocaba un salto al vacío. Algunos de los participantes de la reunión esbozaron luego que, después de las afirmaciones de De la Rúa, prosiguieron con la postulación de medidas aunque el presidente estuviese ausente ya que ellos vislumbraban que con él no cabía ninguna posibilidad de cambio, ya que el mandatario ratificaba el plan económico.

«El peronismo se encarnizaba en la lucha por el poder», opinó Santella. «Mientras tanto, los radicales giraron en el vacío ya que los grandes capitales fueron minando el plan económico con la fuga de capital y, además, el sector industrial que también planteaba el cambio, la devaluación que De la Rúa se negaba a realizar».

Tarde caliente de 19 de diciembre

En el despacho presidencial, mientras el país se incendiaba, un grupo de senadores radicales decidió convencer a De la Rua que se desprenda de Cavallo y que forme un nuevo equipo económico y modifique el curso de la economía, con programas sociales para los sectores más postergados. El presidente insistía en mantener a Cavallo, adjudicando la crisis a una falta de recursos aunque el resto del entorno presidencial y político ya daba por descontada la renuncia del ministro de economía. A la tarde del 19, De la Rúa escribió un discurso para llamar a una coalición de partidos para superar la crisis. Antes de la transmisión del discurso, Antonio De la Rúa, el hijo del presidente, tomó los bosquejos realizados por su padre y esbozó unos cambios en el texto y se lo devolvió al presidente diciéndole que pronuncie este nuevo discurso. Un funcionario que estaba presente ese día informó al matutino Clarín que Antonio le proporcionó una serie de directivas a su padre, como que levante la cabeza y no de la impresión de ser un tipo al que lo molieron a palos y le dijo «estás dando la imagen de la derrota».

Asimismo, pronunció en voz baja pero suficiente para ser audible «es un pelotudo». El Gobierno proponía una negociación con el peronismo que incorporara al gabinete a figuras partidarias, un gobierno de la Unidad Nacional para superar la situación actual. Ese acuerdo parecía imposible, el peronismo seguía firme en su postura de negarle su apoyo al radicalismo.

La provincia de Buenos Aires estaba sumergida en una situación de caos y, mientras Ruckauf solicitaba la intervención del ejército, desde el interior pedían el envío de gendarmes. Ante este panorama, De la Rúa evaluaba la posibilidad de implantar el estado de sitio. Entretanto, la presidencia recibió un llamado de los organizadores de la cumbre de MERCOSUR prevista para el jueves 20 con antelación. El funcionario del Ceremonial llamó desde Uruguay para confirmar la presencia del presidente, quién, a través de Nicolás Gallo, el secretario general de presidencia, reafirmó que acudiría.

Considerando el estallido del conurbano bonaerense, comenzaron a temerse las movilizaciones en la ciudad de Buenos Aires. El secretario de seguridad, Enrique Mathov, confirmó que en capital no sucederá nada. Pero pasó lo contrario. Mientras De la Rúa anunció el estado de sitio, en Plaza de Mayo y en la Capital se produjo una manifestación que los medios denominaron «espontánea».

La plaza fue vaciada por una represión violenta que dejó un saldo de cinco muertos. En la provincia «se les repetía a los compañeros que vendrían banditas de otros barrios a hacer la guerra y robarles todo», aclaró A.R. «Entonces, todo el mundo se fue a su casa a proteger lo poco que poseían». De esta manera, los saqueos cesaron gracias a una ola de terror psicológico que instauró la Policía bonaerense.

Noche de discusión política entre radicales y peronistas

En la noche del 19 radicales y peronistas se encontraron en el hotel Elevage. El propósito de los radicales era insistir una vez más con la idea de ofrecerle al PJ integrarse al gabinete. También era el último intento por salvar a De la Rua, pero el PJ de nuevo se opuso. De la Rúa se había negado a un acercamiento en las elecciones de octubre, y ahora son los peronistas los que no se quieren acercar al gobierno, al que concebían como ya derrotado. Cavallo renunció y el resto de los ministros hacían lo mismo. A la noche, los radicales y justicialistas llegaron a un acuerdo: el Presidente podría mantener a Cavallo si así lo deseara, pero Economía debía desdoblarse y todo el manejo presupuestario debía pasar por la jefatura de Gabinete. De esta manera, debía crearse el ministerio de la Producción.

De la Rua habló por cadena nacional para anunciar el estado de sitio. Ruckauf continuaba firme en su postura de negar su influencia en los saqueos de la Provincia de Buenos Aires, e informó que la provincia estaba más tranquila y bajo control policial. El juez Oyarbide investiga el presunto complot contra De la Rua, al cual califica como una «disputa política».

Sueño pesado en Olivos

Hacia la madrugada del 20 de diciembre el vocero presidencial Juan Pablo Baylac fue el último en abandonar la casa de Gobierno. El presidente se había ido a Olivos después de declarar el estado de sitio y la Plaza de Mayo comenzó a poblarse de nuevos manifestantes que llegaban desde los barrios para protestar contra un gobierno que sentían que ya no los representaba. Se suscitó un movimiento de protesta sin precedentes en la Argentina, que entre los académicos debaten si fue en torno a un estallido espontáneo o planificado y de una composición social diferente a los reclamos que tradicionalmente recorrían las calles del centro porteño: la clase media había salido a las calles.

La Casa de Gobierno estaba casi sin custodia policial mientras De la Rúa conciliaba el sueño gracias a eficaces pastillas somníferas. Baylac, por teléfono, sugirió al militar que estaba protegiendo la mansión reforzar el personal de seguridad en la residencia, ante la información que le brindaron de que se acercaba una multitud enardecida a Olivos. Esa madrugada, Cavallo se comunicó con Carlos Becerra, el jefe de la SIDE, para pedirle que le dieran un avión para salir de urgencia del país. No lo consiguió y, al día siguiente, escapó a una estancia en Chubut. Sólo De la Rua lo consideraba formalmente en el Gobierno.

Frente a la puerta de la residencia de Olivos sobre la calle Maipú se habían aglomerado alrededor de 3000 manifestantes. El ministro de Turismo, Hernán Lombardi, era el único funcionario que se encontraba en Olivos, lo que lo convirtió en el único al que podía dirigirse el subjefe de la Casa Militar, a cargo de la seguridad del presidente y de su familia. Le comunicó que había decidido evacuar al Presidente ya que su misión era proteger la vida de él y que lo mejor era llevarlo a otro lado, y así lo hizo. La tensión crecía cuando unos 20 o 30 muchachos, algunos en cuero, otros con las caras tapadas con pañuelos, treparon y se sentaron sobre los muros de la quinta. Ante los reiterados pedidos de losedecanes,los chicos bajaron de los paredones, aunque nunca se enteraron de que hubiera pasado si decidían saltar e ingresar a la residencia. La orden era disparar. La policía bonaerense, al igual que en los saqueos, se había desligado del asunto y se había ido o fumaba en los alrededores sin intervenir.

A las cinco de la madrugada del 20 de diciembre, De la Rúa le pideaLombardi que le comunique a Cavallo que él había aceptado formalmente su renuncia, noticia que ya había sido difundida portodos los medios de comunicación el día anterior.

Ante la propagación de los disturbios y hechos sucedidos en esos días por los medios, se produjo una disputa entre Gallo y el titular del COMFER, Gustavo López, por los presuntos intentos gubernamentales de cerrar los canales. Esta idea surgía fruto de la teoría de los funcionarios cercanos al presidente que creía que la gente salía a las calles porque así lo veía en televisión, por lo cual llegó al COMFER un proyecto de decreto del Poder Ejecutivo que buscaba limitar el accionar de la prensa televisada. Otra idea del Gobierno similar era enviar a Plaza de Mayo una unidad destinada a interferir la señal de las unidades móviles de las emisoras. Testigos señalan que López juró renunciar antes que cumplir con el pedido oficial. Hacia la tarde del 20, el ministro del Interior Ramón Mestre solicitaba que se tomen las medidas necesarias para «evitar la conmoción pública».

A las 9.30 del 20 de diciembre la Policía Federal lanzó un nuevo ataque con gases y balas de goma contra los manifestantes de la Plaza. El jefe de Gabinete había ido a Olivos a comunicarle al presidente sobre la reunión del día anterior en el hotel Élevage. Se dividiría el Ministerio de Economía, con Cavallo fuera del Gobierno, los ingresos y gastos dependerían de la jefatura de Gabinete y se crearía el Ministerio de Producción, a cargo de Gallo. De la Rúa lo aprobó y la Secretaría Legal y Técnica empezó a redactar los decretos. Se había convocado a un encuentro con los gobernadores, pero ni siquiera los radicales pensaban acudir. Mestre le informaba al presidente que se suspendía la reunión con los gobernadores por la ausencia de ellos.

El entorno del presidente le aconsejaba hablar públicamente y desenmascarar al peronismo, acusarlos de haberlo abandonado y que no estaban dispuestos a brindarle un apoyo mínimo que le permita gobernar. Convocaron a una conferencia de prensa y en su discurso De la Rua llamó a la unidad nacional, a la reforma constitucional, a discutir la política económica y, en cierto modo, a que el peronismo se sumara al gobierno. Mientras tanto, el peronismo no atendía los llamados del entorno presidencial, en el que sólo quedaban los íntimos, también lo habían dejado muchos radicales, miembros de su propio partido y su base social electoral.

Hacia las 17 hs. del 20 de diciembre la represión en la Plaza de Mayo era feroz. Los manifestantes habían retrocedido hasta la avenida 9 de Julio, empujados por las cargas policiales, los gases y los perdigones de goma y de plomo. Al presidente, según un escrito de la jueza María Servini de Cubría, le informaron que los manifestantes «se estaban retirando». A esa hora yacían muertas, baleadas por la policía y por la custodia del banco HSBC cuatro personas: Diego Lamagna, Gastón Riva, Carlos Almirón y Gustavo Benedetto.

La segunda represión

La plaza de Mayo se llenaba de gente que desafiaba al estado de sitio. Una vez difundida públicamente y diseminada la renuncia del ministro Cavallo, los manifestantes volvieron por más. Ya no se trató de cacerolas: junto con la gente suelta, que intentaba protestar en Plaza de Mayo -cercada y violentamente desalojada por la policía, una y otra vez, por el terror paralizante de los gobernantes que ni querían renunciar ante «una plaza tomada por la protesta popular» tal como la describió Pablo Alabarces- aparecieron columnas organizadas de manifestantes, nucleados junto a partidos de izquierda y algunos gremios.

«Las columnas se estrellaban una y otra vez, en las calles aledañas, contra los cordones policiales que impedían el paso rumbo a Casa Rosada», detalló Alabarces. Prosiguió relatando la manera en que los gases lacrimógenos dejaron lugar a las balas: a lo largo del día cinco manifestantes fueron asesinados por la policía.

No sólo eran manifestantes pertenecientes a las columnas sindicales o partidarias sino que había también «grupos de jóvenes, entrenados en los combates con la policía en los estadios de fútbol o en los piquetes de desocupados, forma crucial de la protesta desde 1994, intentaban tozudamente perforar el cerco junto a la plaza, único objeto de deseo, armados de pañuelos y limones para resistir a los gases, partiendo baldosas de las aceras para acumular proyectiles, exhibiendo su puntería deslumbrante», relató.

«Ese día me despiertan diciéndome que en la Plaza habían reprimido a las madres de Plaza de Mayo», contó A.R. Formó un grupo con seis compañeros organizados y «más o menos coordinando puntos de repliegue y dónde encontrarnos si nos perdemos, con teléfonos, habiendo llamado a un abogado», apuntó. Cuando llegaron a Diagonal Sur, cerca del monumento a Roca, relataron que estaba todo lleno de gas.

Los grupos que manifestaban no estaban aislados, iban sumando cuerpos a sus filas mientras se cruzaban en los recorridos compartidos. «Nos encontramos con otros compañeros de otros movimientos con quienes nos unimos y llegamos a ser como 40».

«A una cuadra de donde estábamos matan a Petete Almirón con una bala de plomo», se lamentó el piquetero. No disparaban al aire, ni para amedentrar con el mero susto. Tiraban directamente a nosotros», afirmó. «Quedaron compañeros nuestros marcados frente a la concesionaria y frente al banco», sumó. Su grupo siguió huyendo por Moreno y no les alcanzaron a disparar, pero perdieron a gente conocida por ellos.

Como si el miedo a la muerte no los paralizara y como si las balas que perforaban los cuerpos de sus amigos no hicieran daño los piqueteros no se rindieron, siguieron firmes en su propósito. «Nuestro objetivo- detalló A.R. era apuntar a las multinacionales que habían arruinado nuestro sistema productivo».

En un breve receso, fueron a comer algo en Avenida de Mayo, donde había un lugar con televisión que seguía abierto igual y descaban un ratito ahí y llamaban a sus familiares y compañeros por teléfono.
A eso de las 5 o 6 de la tarde se enteraron que había renunciado Cavallo. Empezaron a buscar a los compañeros que se habían perdido, sobre todo cuando de habían dispersado en el momento en que la policía empezó a gatillar. «Nos reagrupamos los seis, charlamos con los otros 30 y nos volvimos a casa luego de una extensa jornada agotadora», concluyó A.R.

A las cinco de la tarde, abandonado tanto por partidarios como por opositores, el presidente De La Rua renunció y abandonó la Casa Rosada.

Vísperas de renuncia

Mientras la televisión mostraba las imágenes de la represión, muchos diputados, bajo la iniciativa de Roggero y Rioja- titulares del bloque legislativo del PJ- proponían que el Presidente con un gesto de grandeza renuncie para superar la crisis y, asimismo, manifestaron verbalmente sus deseos de iniciar un juicio político al Presidente. Los empresarios, los políticos radicales y peronistas, los manifestantes todos esperaban la renuncia de De la Rúa. Al caer la tarde del 20, De la Rúa comenzó a redactar de puño y letra su renuncia, y antes de anunciarla públicamente Mestre la comunicó a los medios.

Por su parte, los gobernadores se reunían en Merlo, San Luis. Hacia allí volaba el sucesor presidencial Ramón Puerta, quién según dicen mantenía una buena relación con De la Rúa, pero las amabilidades habían cesado en este momento en que todos los mandatarios procuraban arrebatarse para sí mismos el poder dejado en el vacío. El propósito de la reunión en Merlo no era dar una respuesta al Gobierno sino discutir quién de ellos reemplazaba a De la Rúa y por cuánto tiempo.

En su renuncia, De la Rúa aclaró que su intención de armar un gobierno de unidad había sido frustrado por «líderes parlamentarios» y que confiaba que con su gesto ayudara a la paz social y a la continuidad institucional. Continuaba con «Pido a Dios por la ventura de mi Patria» y estampó su firma en un ambiente en el que, según allegados, sus secretarias sollozaban así como también algunos de sus ministros. Después, posó para el fotógrafo Bugge con cada uno de quienes lo rodeaban: su hermano Jorge, Loiácono, el ministro de Turismo Hernán Lobardi y el Ministro de Salud Héctor Lombardo.

El jefe de la Casa Militar era el vicealmirante Carlos Carbone. Había llegado a su puesto apenas diez días antes en medio de la violencia que se desataba en las calles. Carbone fue convencido de que el Presidente corría peligro si lo trasladaban hasta Olivos por el camino habitual: salida por Paseo Colón y un breve trayecto a pie hasta el helipuerto de la Rosada. Entonces, Carbone decidió que lo iba a sacar en helicóptero y por los techos de Casa de Gobierno. La última vez que se había utilizado ese helipuerto fue durante la rebelión carapintada de abril de 1987, cuando Alfonsín fue a y volvió desde Campo de Mayo e hizo su discurso de Felices Pascuas. A muchos se les cruzó por la cabeza la imagen del 24 de marzo de 1976, pero tales significados implícitos simbólicos no se cruzaron por el vicealmirante que dio la orden, quién sostuvo que llevaría a De la Rúa por el trayecto más seguro.

De la Rúa subió al helicóptero acompañado por el edecán y por un custodio de la Policía Federal. Desde el aire, De la Rúa pudo ver a los francotiradores del ejército situados en terrazas cercanas a la casa de Gobierno para protegerlo de posibles atentados. Una vez en su residencia de Olivos, De la Rúa cenó con familiares y amigos pero otra vez no estaba ninguno de sus ministros.

El bumerang sin retorno

El viernes 21 de Diciembre De la Rúa fue a la Casa Rosada, ya que su renuncia sólo cobraría vigencia en el momento en que fuera aceptada por el Congreso. Un periodista le preguntó sobre las razones por las cuales no había frenado la represión, y el mandatario respondió que estaba en vigencia el estado de sitio y que él no podía hacer nada. Firmó fotos en su despacho y tomó su última medida de Gobierno: derogó el estado de sitio. Tuvo una reunión con Felipe González, el ex jefe de gobierno español quién había llegado la noche anterior para defender los intereses de las empresas de su país. González utilizó palabras de consuelo y se despidió. Luego, De la Rúa tomó un café con Gallo y Colombo y luego pronunció un breve discurso de despedida, que suscitó emociones esbozadas en llantos y aplausos. «Concluyo una etapa de mi vida donde he entregado lo mejor de mí para el país», afirmó. Salió de la Rosada por la puerta principal.

¿Y luego que?

El Gobierno quedó en manos del presidente de Senado, Ramón Puerta (peronista), para dar lugar unos días después al gobernador de la Provincia de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá (también peronista), elegido por el Parlamento, quién declaró el default de la gigantesca e impagable deuda externa. A la semana, ante la continuidad de los cacerolazos de protesta y la falta de apoyo político, Rodríguez Saá renunció a su vez (en la protesta del 29 de diciembre hubo otros tres muertos, tres jóvenes asesinados por un policía en un barrio porteño, a 10 km de Plaza de Mayo); Puerta se negó a asumir nuevamente la presidencia, dejando su lugar al senador Camaño (también peronista).

El 1º de enero asumió como presidente, el senador Eduardo Duhalde, que había sido vencido por De la Rúa en las elecciones de 1999, prometiendo la convocatoria a elecciones para el año 2003. En los primeros días de enero, Duhalde decretó el fin de la convertibilidad (fantástico plan económico según el cual el peso argentino ligó su paridad al dólar norteamericano, en vigencia desde 1991) y una devaluación del 40 (%) que en pocos meses llegaría al 400%.

Según Alabarces, «El fin del experimento neoconservador argentino trajo consigo, además de la serie de cinco presidentes en quince días, dos de ellos derribados por las manifestaciones populares, un aumento explosivo de los índices de desocupación y pobreza, la Argentina duplicó su cantidad de pobres (del 27% en enero al 54% en septiembre) y llegó a arañar un 25% de desocupación nominal, con un estimado más de 40% de desocupación real. Junto a ello, una industria devastada por la falta de competitividad, una clase obrera industrial condenada a la desocupación estructural, una economía extranjerizada (98% de la minería, 93% del petróleo, 92% de las comunicaciones, 89% de las maquinarias y equipos, 76% en alimentos y tabaco), sus servicios públicos privatizados y en manos de empresas multinacionales; pero a la vez clases medias y altas que ahorraban en dólares, que viajaban por el mundo seducidas por una modernidad falaz, entregadas al consumismo más desbordante de las más famosas marcas internacionales gracias a la sobrevaluación monetaria. Y los sucesos de diciembre habían dejado, además e imborrablemente, las decenas de muertos en las calles argentinas«. Y aún hoy no son juzgados los responsables políticos de los asesinatos.


Con el artículo de Ariel Kocik sobre los inicios de los Redonditos de Ricota (8/ 07), ANRed comenzó a materializar una vieja idea: la publicación de textos de investigación realizados por estudiantes de diferentes carreras.

Trabajos prácticos destinados a diversas materias que no tienen mayor destino que el de dormir en el cajón de algún docente. Aprovecharemos los fines de semana para mirar más allá de la dinámica constante de la agenda noticiosa. A quienes les interese este espacio para difundir sus investigaciones pueden comunicarse con ANRed por correo electrónico: redaccion@anred.org



0 comentarios

1000/1000
Los comentarios publicados y las posibles consecuencias derivadas son de exclusiva responsabilidad de sus autores. Está prohibido la publicación de comentarios discriminatorios, difamatorios, calumniosos, injuriosos o amenazantes. Está prohibida la publicación de datos personales o de contacto propios o de terceros, con o sin autorización. Está prohibida la utilización de los comentarios con fines de promoción comercial o la realización de cualquier acto lucrativo a través de los mismos. Sin perjuicio de lo indicado ANRed se reserva el derecho a publicar o remover los comentarios más allá de lo establecido por estas condiciones sin que se pueda considerar un aval de lo publicado o un acto de censura. Enviar un comentario implica la aceptación de estas condiciones.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Ir arriba