27/05/2007

«Las mujeres de la Patagonia deberíamos rescatar la tradición de éstas mujeres»

Sepultura de Maud Foster en San Julìan

A partir de una nota publicada hace tiempo en ANRed sobre las pupilas de La Catalana, que se negaron a servir al ejército asesino de obreros en las huelgas de 1922 en la Patagonia, la autora de este artículo decidió realizar un homenaje para recordar a esas mujeres quienes fueron las únicas que se rebelaron contra los verdugos. Desde su visión como literaria y habitante de Puerto San Julián, Claudia Sastre nos envía este escrito que rescata del olvido a Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster.


Las Únicas Dignas. Osvaldo Bayer

Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster arriesgaron sus vidas y en la mas absoluta soledad escracharon a los soldados asesinos de obreros en la Patagonia.

1922. Presidencia de Hipólito Yrigoyen. Pelotones del ejército argentino al mando del teniente coronel Varela, recorrían la Patagonia cazando huelguistas por orden del gobierno nacional y para satisfacción de los terratenientes británicos y argentinos. Los soldados habían demostrado ser «fuertes, duros y machos» fusilando sin asco a indefensos obreros gallegos, chilenos, polacos, rusos, alemanes, argentinos por la osadía de pedir una cama limpia para pasar la noche, un paquete de velas, y jornada de descanso.

Cumplida la carnicería, el «paternal» Varela consideró pertinente, para solaz y esparcimiento de sus subordinados, enviarlos de visita a los prostíbulos de la zona. Paulina Rovira, encargada de la casa de tolerancia «La Catalana» en San Julián, recibe el aviso. Pero, las cinco pupilas del establecimiento se le rebelan. Llegada la tropa, las mujeres esgrimen palos y escobas y al grito de: «Â¡Asesinos. Cabrones. No nos acostamos con asesinos!» rechazan a los soldados. Van presas. Son las únicas voces de repudio en medio del silencio de la sociedad cómplice. Temiendo que el episodio se difundiera se las deja en libertad… total… era la opinión de cinco pobres mujeres.

Éstos párrafos en la nota en ANRed article1964 , sobre mujeres luchadoras, dió pie al trabajo que publicamos a continuación:

Un suceso y tres modos de contarlo

La presencia del Estado en la Patagonia se ha caracterizado por una virtual ausencia, por paradojal que esta afirmación suene. Su presencia es discontinua, tiene momentos «fuertes» y «débiles». Su presencia es fuerte en momentos tales como la represión de las llamadas huelgas del 20 o durante la dictadura militar.

Son relativamente fuertes esos momentos de «presencia» quizás ahora, con un presidente de origen patagónico al frente de la Casa Rosada. No fue así durante mucho tiempo, casi la mayoría, razón por la cual el habitante patagónico ha gestado su singularidad como un modo de supervivencia y probablemente también de resistencia. Esta característica, que Deleuze y Guattari llamarían «tercera línea» o «línea de ruptura», y que yo llamo «identidades plurales de frontera», puede ser analizada en los relatos y en sus modos de construcción y enunciación de la problemática del sujeto en relación con estos relatos legitimadores del Estado-Nación.

Una fecha: 17 de Octubre de 1922. Un lugar: Puerto San Julián, Santa Cruz. Prostíbulo «La Catalana». Cinco mujeres: Consuelo García, 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera; María Juliache, 28 años, española, soltera; Maud Foster, 31 años, inglesa, soltera; junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo encabezaron los que Osvaldo Bayer llamó «la única derrota de los vencedores».

Este episodio, que el tiempo ha convertido en leyenda, forma parte ya de la infame historia de las huelgas y fusilamientos en la Patagonia, y ha sido recreado de diversas maneras. Desde la serie histórica novelada, por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia Trágica ; desde el texto dramático para ser representado en El maruchito: sangre y encubrimiento allí en las tierras del viento de Juan Raúl Rithner; y desde la serie literaria tradicional (narrativa) en Pupilas del desierto de Lili Muñoz.

Quizás la única herramienta teórica apropiada para abordar estas obras sea la de la lucha de clases, no obstante resulta un tanto obvia, y este es un problema. El otro enfoque elegido es el del entrecruzamiento de las series anteriormente mencionado. Este es otro problema, ya que la «aparente» linealidad de estos relatos desde las tres series discursivas elegidas lo complica, dejando ver, desde su aparente claridad, zonas confusas, que hay que politizar, incluso a riesgo de leer en todos los casos lo mismo.

En el caso de la obra de Bayer podemos ver en el tratamiento no-literario, la búsqueda de un efecto de realidad. La obra es una investigación histórica, influye en ella el estilo periodístico que le imprime el autor, quien, sin embargo, no puede dejar de involucrarse en la historia desde lo ideológico, dejando marcas de subjetividad. La vastedad de la obra reduce este episodio a dos escasas hojas en el tomo II de los cuatro que la componen. Para ser más exacta, tres carillas. No estoy con esto despreciando el hecho que el historiador narra, ni el modo en que lo hace, pero es un dato. En El maruchito… de Rithner, la extensión que se le concede al episodio es igualmente escasa. Cuenta a su favor la especificidad del lenguaje teatral y las características intrínsecas de la obra de Rithner, muy compleja, muy heterogénea, con multitud de voces y de climas. Si bien el episodio de las pupilas de «La Catalana» es breve, hay que reconocer que la escena es central, gran parte de la obra se articula escénicamente en torno a ella. Donde adquiere una relevancia fundamental, desde su extensión y también desde la profundidad, el episodio es en la obra de Lili Muñoz. «Las pupilas de San Julián» es uno de los cuatro relatos que componen el libro Pupilas del desierto, libro dedicado por entero a relatos de mujeres, en general, marginales.

Ahora veamos el enfoque. En el caso de Bayer, el tono es neutro, domina un narrador (el mismo autor) que efectúa una crónica de los sucesos, basándose (entre otras fuentes) en expedientes policiales, aunque el relato circule de manera oral. Si debemos otorgarle a uno veracidad, debemos hacerlo con los tres, porque desde el punto de vista de las versiones no difieren en lo más mínimo.
En la obra de Rithner el enfoque está centrado en la «madama», ella es quien cuenta a su hija el suceso; en el libro de Lilí Muñoz el enfoque está centrado en Maud Foster, la inglesa, en un principio; luego vira hacia un narrador omnisciente, muy contaminado por la voz de la narradora empírica, es decir, la autora.
Si analizamos la tradición patagónica los relatos con pretensión de verdad los encontramos en las crónicas y las memorias. Por lo general narradas en primera persona. Persona que a su vez participó en los hechos, «estuvo allí» y por eso «testimonia». Personas cuya fama (entiéndase aquí, lugar en la sociedad, capacidad para transmitir, legitimidad para hacerlo, etc.) ya es una «garantía» de veracidad.

Así es que estas personas se colocan a sí mismas en el papel de los transmisores de la «historia oficial». Este caso, desde sus características singulares, es muy diferente. Las protagonistas de este suceso, las prostitutas de «la Catalana» no tienen legitimidad social para dar su testimonio y de hecho, no lo hicieron. Esto nos coloca ante un problema ético, que podríamos resumir de este modo: ¿quién o quienes testimonian? ¿cómo lo hacen?. estas mujeres no eran, para la «historia oficial» personas con voz, eran, lo que se dice, mujeres públicas, lisa y llanamente, putas, último lugar social, seres desclasados; pero fueron, sin embargo, las únicas que se atrevieron a enfrentar a los asesinos y resistir desde el mínimo lugar de dignidad que les habían dejado: «En memoria de tantos compañeros fusilados ¡no nos abrimos de piernas! Por tanta sangre y tanto crimen y tanta injusticia ¡no nos abrimos de piernas para ellos!» (1)

Obreros detenidos por los fusiladores

La escritora neuquina Lilí Muñoz destaca algo muy significativo:

Al fin y al cabo las matanzas de peones y obreros rurales sólo habían merecido un repudio inmediato en todo el territorio: el de las putas del prostíbulo La Catalana de San Julián. Apenas la voz y el gesto de unas pocas mujeres. Ni siquiera votaban. En realidad, menos todavía que mujeres, mujerzuelas. No había por qué hacerlas quedar como heroínas. No valía la pena alborotar. Si no se le daba trascendencia, si se lo ninguneaba – y para eso estaba el coronel y las «distintas capas de la civilidad» – el hecho que protagonizaron las pupilas pronto no existiría, nadie querría recordarlo. Se habría esfumado de golpe, para alivio de muchos, como la cerrazón de los bajíos cerca del mar» (2)

Cuando Lilí Muñoz se refiere al «ninguneo» uno puede sospechar que en realidad, las mujeres no tenían el mismo estatuto de «testigos» que los hombres.
Esta problemática fue trabajada por mí con respecto a las crónicas y las memorias en trabajos críticos anteriores, pero no deja de ser una cuestión de género que se nos cuela por un costado.
La lógica militar para con las mujeres siempre fue ambigua, por lo menos. Navegó a dos aguas entre una caballerosidad medieval para las «damas» y desprecio y violencia para las «putas» (o lo que ellos consideraban así, o sea no-damas); lo cual implicaba que ellos decidían, dentro de su lógica, el trato que se le debía dar a cada una, sin ver que son lo que son, o sea, mujeres. Las madres de Plaza de Mayo le arrojan a la cara al régimen militar y a la justicia civil sus contradicciones medievales cuando, amparadas en un código de procedimientos anacrónico descubren que, «las mujeres de bien» (léase no-prostitutas) tenían derecho a dar testimonio en su domicilio y no en sede judicial. Se sirven de este artículo para testimoniar en la sede de Madres de Plaza de Mayo, previo fijar domicilio allí y de este modo hacen «venir al enemigo a su terreno».

¿Quién testimonia?

El problema del testigo para la historiografía es uno de los más complejos. Un relato es una re-construcción de un hecho, pero esto no siempre puede ser tomado como relato objetivo, como «los hechos tal cual como sucedieron»; y sobre todo, muchas veces, el dar apariencia de verdad a algo que «a uno le contaron» lleva implícita cierta intencionalidad política, no siempre del todo transparente. Pero, precisamente, no contar, desde la óptica oficial (y cuando hablo de oficial estoy hablando del Estado como monopolio de la fuerza legítima de los relatos también) lleva implícita la misma lógica.

Esta lógica es la de la mediación. En el suceso de La Catalana podemos advertir que ellas sí vivieron para contarlo, existían como testigos, pero no estaban habilitadas para relatarlo, se necesitaba un mediador. Aunque estaban vivas y eran testigos privilegiados de un acontecimiento desestabilizante para la idea de obediencia del Estado, se «desaparecieron» así mismas, en una especie de autoexilio no decretado.

Esa noche del 17 de octubre de 1922, se instala en los relatos de frontera como acontecimiento (3), y como tal tiene la fuerza de generar otro relatos, versiones, reescrituras. Esto sucede porque salvo expedientes policiales o judiciales, los relatos que circulaban por la Patagonia pertenecían a la oralidad y cuando los cronistas de dedicaron a construir una historia de la Patagonia a través de sus escritos no tomaron en cuanta esas voces marginadas y marginales, precisamente porque estaban construyendo una ficción para un estado, que hasta entonces era inexistente en la región; y que además existió, en un futuro cercano, en forma intermitente y episódica.

Volviendo a las pupilas de La Catalana, Lilí Muñoz señala:

«Nuestro relato no tiene, como se dijo, noticias de los caminos que siguieron andando las pupilas de san Julián luego de su ardiente rebelión. No nos han llegado otros rastros. Al fin, lo repetimos, sólo se trataba de mujeres, y además mujeres al margen de la sociedad. Quiero imaginar que siguieron ejerciendo su profesión por unos cuantos años, hasta que pudieron con sus cuerpos.

Deleuze y Guattari dirían que devinieron imperceptibles. Después de su increíble acto de rebelión, se hicieron invisibles para la versión estatal, por voluntad propia, sabiéndose la parte más delgada del hilo, o por voluntad del relato oficial, a quien convenía su invisibilidad. Bayer nos cuenta que estas mujeres, a causa de su rebelión fueron detenidas en la comisaría de San Julián, y que con ellas marcharon los tres músicos del prostíbulo: Hipólito Arregui, Leopoldo Napolitano y Juan Acatto, que son dejados de inmediato en libertad al llegar a la comisaría porque declaran solícitos que reprueban la actitud de las pupilas. Además, son músicos que siempre prestan sus servicios gratuitos en las fechas patrias.

No es casual que el único gesto de repudio a la matanza fuera realizado por mujeres. Para la re-fundación de la Patagonia fueron fundamentales las mujeres: las prostitutas que venían a trabajar se convirtieron en la causa por la cual los hombres se quedaban a vivir, las que provocaban el arraigo. Incluso en la actualidad estas son características de zona de fronteras: se puede ver en la nacionalidad de las pupilas, había varias españolas y una inglesa. Puerto Deseado fue fundado por el pirata Drake, Carmen de Patagones por inmigrantes maragatos (leoneses), el valle inferior del Chubut por galeses, Comodoro Rivadavia por boers, San Carlos de Bariloche por suizos y alemanes. Como tierra sin Estado, fue patria de bandoleros (y bandoleras), de anarquistas, desertores y presos.

Fue y es aún territorio marginal, al cual los argentinos no identifican como propio sino como una tierra exótica y deshabitada. Y los extranjeros lo imaginan poblado de indios, quienes fueron casi exterminados. Estos relatos marginales son también los grandes desaparecidos de los relatos de la Nación. Como por ejemplo, la matanza de Roca que trajo a nuestra tierra a numerosas «fortineras» que vinieron por amor a sus hombres, a seguirlos en la guerra contra el indio.

Parte de las fuerzas de Varela

Un texto revelador desde lo ideológico, en el libro La Patagonia inconclusa del terrateniente Emilio Ferro, se refiere a estas características de la zona de frontera como «mal de la Patagonia y el desierto»:

Con el aumento de poblaciones en la zona cordillerana se empieza a notar la escasez de mujeres como en toda la Patagonia: Los hombres se establecieron y, venidos de otras partes, después de largos períodos de abstinencia, sufren la necesidad de satisfacer sus necesidades sexuales, no pueden dismularlas más y tienen que buscar su posible satisfacción.
A pesar de sus oficios, estos hombres deberán solucionar este problema que se empezó a llamar el mal de la Patagonia o del desierto, por cuanto sufren la falta de mujeres. Algunos se tornan viciosos, otros melancólicos e impotentes. Antes de quitarle la mujer a algún vecino, tratarán de conseguir una india buena moza y linda, dentro de lo posible. Para solucionar estos problemas, muchos mercaderes procuran traer de Chile, a veces, mujeres dispuestas a quedarse. Hacen trueque por una yegua, por un poncho de Castilla o por dos quillangos. La cotización es mayor cuando la mujer es joven y de familia. Estos intermediarios casamenteros no son escrupulosos ni honestos.
La moral está algo resentida en San Carlos de Bariloche y en toda la cordillera. Las mujeres no tienen menos agallas que los hombres. Cuando se cansan del marido, lo cambian por otro. A veces cambian de domicilio o van donde vive el nuevo candidato. Otras, es el marido el que tiene que irse (…) Día a día esta costumbre continuará evolucionando rápidamente. Y las mujeres no las cambiarán, mantendrán relaciones aparentes con sus maridos, que serán condecorados con la orden del cuerno.

Creo que la cita me releva de todo comentario.

El asesino Varela
Es evidente que las pupilas de San Julián plantean su lucha desde el territorio más profundo de su propio ser, es decir, desde el cuerpo. Cuando se niegan al sexo para el Ejército (representando al Estado) invierten la paradoja del «cuerpo público», lo vuelven privado y nuevamente lo reclaman para sí. Esta lucha que se plantea en el cuerpo, como frontera del ser tiene otra implicancia: si las discípulas no se hubieran negado, el hecho, hoy no existiría, no habría dejado marca alguna en los relatos. El no construye el acontecimiento. Y lo construye como posibilidad única de develar, en su momento, que la matanza de los peones era ni más ni menos que la lucha de clases instalada en los cuerpos, desenvolviéndose en ellos, cuerpos sujetos al Estado y no, lo que en última instancia lleva a la desaparición.

La orden del militar a cargo de la tropa, ante el «no» de las pupilas, de ingresar al prostíbulo aunque sea por la fuerza, lleva a que las pupilas se defiendan con sus armas (escobas, palos, etc.) e impidan de ese modo que la violación (invisible para la sociedad) se concrete. De acuerdo a la lógica militar antes mencionada, la violación de esas mujeres no era, propiamente una violación, sino el derecho del vencedor de usar a los vencidos, y por eso ellas deben defenderse con sus propias manos. Enfrentando de manera visible lo que los militares habían realizado de manera invisible. El prostíbulo estaba en el pueblo, todo el mundo vería que disparaban a mujeres desarmadas, en cambio nadie vio cuando disparaban sobre peones desarmados. Ese es uno de los desafíos que las pupilas le arrojan a la cara a las tropas de Varela. Pero Varela sabe que dar la orden de disparar sería una victoria pírrica.

Esta es una de las causas por la cual no adhiero a la calificación de Bayer del suceso como la «única derrota de los vencedores» y prefiero denominarla como la «ultima batalla de los derrotados», para pensarlo en su dimensión histórica, como reivindicación de gesto de las pupilas de La Catalana.

La categoria deleuziana de «devenir imperceptible» resignaría cierta potencialidad teórica de resistencia, y parece confirmarla en sentido contrario: la desaparición de las pupilas del plano político que asumen en esa última batalla, termina desvaneciéndose. La sociedad no responde en consecuencia. El pueblo se coloca del lado de las tropas de Varela y nadie (ni sus propios compañeros músicos) se pone al lado de ellas. Ellas ponen su cuerpo en escena, como campo de batalla. Otra cosa hubiera sido si el pueblo entero respondiera cuando ellas demostraron que era posible hacerlo. Este combate en el cuerpo es una característica femenina.

Sociedad Obrera Río Gallegos

No quiero dejar pasar la oportunidad de señalar que hace un par de meses que estoy viviendo en Puerto San Julián, por azar del destino, si es que la casualidad existe. Impresiona este lugar por el énfasis que ponen desde su administración política en el rescate de su pasado histórico, así es que se hizo una réplica de la Nao Victoria, una de las naves con que Magallanes, en su histórico viaje de vuelta al mundo, recaló en las refugiadas costas sanjulianenses, a pasar un invierno; así también se hacen excavaciones en la cercanía, para ubicar las históricas ruinas de Floridablanca, primera población blanca en el territorio. Hay muchos monumentos recordando hechos del pasado, la primera misa, un avión que participó en la Guerra de Malvinas, pero si bien el edificio donde funcionó La Catalana sigue en pie, no hay ninguna placa ni referencia histórica de ningún tipo que señale el suceso. La gente antigua de aquí ni siquiera da precisiones concretas acerca del lugar, como si realmente a la historia se la hubiera llevado el viento.

A modo de conclusión, quiero señalar que durante el XXIV Encuentro Patagónico de Escritores, una docente de Historia de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB) señaló que si las mujeres de Patagonia debemos rescatar una genealogía, una tradición que rescatar, esta tradición debe ser la de las Putas de San Julián (4).

Adhiero totalmente a lo dicho por Susana López, ya que no es casual que aún se siga hablando de ellas, y que su episodio siga generando literatura. En memoria de ellas y su rebelión, considero que hay temas que están muy lejos de ser resueltos, la literatura y la crítica literaria no pueden desentenderse.

Claudia Elisabet Sastre

Crítica literaria


Notas:

(1) El maruchito: sangre y encubrimiento allí en las tierras del viento, Juan Raúl Rithner, Ediciones ültimo Reino, 1998, Buenos Aires, página 38.

(2) Pupilas del desierto, Lilí Muñoz, El Ave Fénix Editor, 2003, Buenos Aires, páginas 103 y 104.

(3) Sigo teóricamente a Deleuze que en Lógica del sentido separa en dos los modos de ver el tiempo que tenían los filósofos estoicos, al que veían como Cronos o como Aion. Siendo Cronos el tiempo lineal y sucesivo, en tanto que Aion es un tiempo donde el pasado retorna insistentemente a través del «acontecimiento», un suceso X que trae de nuevo el pasado al presente

(4) «(…) el signo es también arena de otra lucha sorda, la de géneros. El poder del patriarcado construyó signos donde milenios de sentido común sexista crearon la fantasía de un significado inamovible. Nadie, en la Argentina de los años veinte, podía pensar que el castellano requiriera un femenino para sustantivos como «diputado»; nadie en los años cincuenta, podía pensar alguna vez que la palabra «dama» o el adjetivo «pura» fueran motivo de bochorno para una mujer, que la palabra «puta» pudiera ser pronunciada con orgullo. Hoy, en tantos estratos de las sociedades occidentales, un sustantivo como «dama» solo piede utilizarse en forma irónica o como residuo (donde la valoración está neutralizada) en el anticuado saludo de un locutor o en el cartelito de un baño público. Las organizaciones gremiales que defienden los intereses de las trabajadoras de la prostitución, por su parte, usan la palabra «puta» con provocativo orgullo» Mijail Bajtín: la guerra de las culturas, Elsa Drucaroff, Editorial Almagesto, Buenos Aires, 1997.


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