30/04/2007

«Empezamos a caminar siguiendo los pasos de nuestros hijos»

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El 30 de abril se cumplen 30 años desde que las Madres hicieron su primera ronda en la Plaza de Mayo. Y hace 31 años que Tota está en la calle buscando a su hijo y a su marido desaparecidos. Pero, también, acompañando todas las luchas.


Treinta años pasaron desde que empezaron a caminar en la Plaza de Mayo. Al grito de «Circulen» comenzaron a dar su ronda en torno a la Pirámide de Mayo. Desafiaron a los militares, volvieron todos los jueves a la Plaza, a pesar de los secuestros y la represión. «Ahora, ahora, resulta indispensable aparición con vida y castigo a los culpables», se desgarraban. Hoy también, a más de 30 años del inicio de la última dictadura militar, retoman el pedido. Hay Madres que piden por Julio López, desaparecido en la dictadura y vuelto a desaparecer en la democracia. El reclamo es el mismo.

Carmen «Tota» Ramiro de Guede es uno de esos pañuelos que exigen verdad y justicia. «Tenemos que seguir pidiendo justicia. La memoria está», explica. «Nosotras empezamos a seguir los pasos de nuestros hijos, a estar al lado de la gente que lo necesita. Empezamos a caminar sobre los pasos de nuestros hijos. Si desaparecieron, justamente fue por eso: Porque querían la igualdad en todo», recuerda cómo se inició en la lucha.

«A mí me llevaron a mi marido y a mi hijo mayor. Desde el año 76 que estoy en la calle», cuenta. «En el año 1977 se formó Madres pero, para esa época, yo ya estaba en la calle buscando a otros familiares de desaparecidos de noche, porque como tenía que mantener a mis hijos, de día tenía que ir a trabajar». Cuando secuestraron al marido de Tota, Dante, y a su hijo de 19 años, Héctor, ella se quedó sola con sus dos hijos menores: Ulises, de cinco años, y Mónica, de catorce.

«Tuve que salir a trabajar para mantener a mis hijos y porque mi casa fue allanada y me robaron todo lo que tenía», relata. La familia y los vecinos se hicieron a un lado. «Trabajaba de cinco de la mañana a las dos de la tarde en un taller de costura. De ahí, me venía para Quilmes a limpiar oficinas. Y con el temor de que yo me iba a trabajar y los chicos quedaban solos. Porque la familia, que vivía al lado, ni se ocupaba de nosotros. Para el hermano de mi marido era como si fuéramos veneno, ni se acercaba a mi casa», revive.

Por ese miedo, los chicos empezaron a acompañarla en su lucha por saber qué había pasado con su hijo y su esposo secuestrados en octubre de 1976. «Cuando había alguna marcha, íbamos los tres. Cuando fuimos a la cárcel de La Plata -porque decían que ahí había desaparecidos- fuimos los tres. Nos encerraron a cada uno en distintos calabozos para hacernos preguntas. También, fuimos a La Tablada; a todos los lugares donde nos decían».

En medio de esa búsqueda, llegó la primera marcha de la resistencia y, tiempo después, el fin de la dictadura. Pasaron los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem. La justicia no apareció. Sí lo hicieron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. También, los indultos a los militares. Todavía Tota sigue reclamando su anulación, como lo demostró siendo el único pañuelo blanco cuando el 21 de marzo de este año volvía a fracasar la sesión en la Cámara de Diputados.

La impunidad se mantiene, aún estando en el poder un gobierno que se autoproclama como el de los Derechos Humanos. Tota piensa que las banderas que levantaban los 30 000 desaparecidos deben seguir bien altas: «Las Madres -dentro de todo lo que hicimos, porque a nuestros hijos no los volvimos a recuperar- sostenemos lo que ellos pedían: Los Derechos Humanos para todos; el trabajo digno; que los chicos vayan a la escuela a estudiar- no a comer nada más; que los adolescentes no tengan que ir a juntar cartones».

Entiende que hay mucho por lo que luchar, que los pañuelos no pueden alinearse detrás de ningún gobierno. «Muchas Madres piensan que Néstor Kirchner es un militante. Si fuera un militante, tendría que estar al lado de los piqueteros; no, pegarles. Porque también hubo represión en este Gobierno. Así como bajó a saludar a los camioneros que estaban contentos por los aumentos, ¿Por qué no baja y abraza a los maestros que están en huelga? ¿Por qué no fue a Santa Cruz, que es su provincia, a hablar con los docentes personalmente? Si fuera un militante, lo tendría que hacer y no, pensar que el pueblo que levanta la voz para reclamar lo suyo es su enemigo.»

Por eso, Tota como hace 30 años sigue marchando, sigue resistiendo: «Las cosas se hicieron sin entrar en la casa de Gobierno. Se hicieron en las calles, en las plazas. Ahí está nuestra lucha, ahí es donde tenemos que seguir estando».

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Pájaros y flores

«Me gusta hacer títeres, disfraces, cosas para los chicos. Yo escribo cuentos», confiesa como al pasar. Muchas de las fábulas que hace están pensadas para sus seis nietos y sus otros nietos del corazón.

Empezó a escribir en un taller que se hacía en la Asociación Madres de Plaza de Mayo. En aquel momento nació la fábula, que entre pájaros y flores, Tota cuenta una historia de lucha:

«Les voy a contar una triste historia…

Soy una cabecita negra. Vivía en un lejano lugar de este hermoso país Argentina; allí conocí a un apuesto Hornero; nos casamos y vinimos a su lugar de origen, donde había construido un confortable nido.

Tuvimos tres hermosos pichones, éramos muy felices…

Pero un día llegó una gran tormenta, con vientos huracanados, que aún se siente.
Aves de rapiña comenzaron a destruir nidos, llevándose a nuestros seres queridos: a los buenos Pájaros Carpinteros que hacían cunas, mesas de trabajo, bancos para las escuelas; Horneritos que construían hospitales, escuelitas y casas para el que no la tenía.

Les digo que había algunos de estos pájaros que colaboraron con la destrucción, haciendo las jaulas-trampa donde encerraban a nuestros pichones.

Así empezó nuestra odisea, yendo a las cuevas de las Alimañas a preguntar dónde estaban nuestros pichones.

En esos lugares conocí a otros pájaros «Madres» que tenían el mismo dolor que yo. Palomas, Gorriones, Torcacitas, Canarios, Zorzales, Alondras, Ruiseñores, Colibríes, Golondrinas y, también, había algunas flores a las que le faltaban sus pimpollos.

Por ejemplo, la Azucena tenía una fuerza tremenda; ella nos dijo que teníamos que ir a ver al Chacal. Era el que mandaba. Le llevamos una carta. Para esperar una contestación fuimos a la Plaza de Mayo. Todavía vamos a esa plaza porque no hemos tenido respuesta. Las Alimañas se pasean por todos los lugares, como si ellos no fueran los culpables de lo que pasó.

Ahora sabemos que son mas de treinta mil hermosos pájaros, alegres y revoltosos, los que nos faltan.

Hablamos con el Tordo que es muy inteligente, le pedimos que nos haga, mejor dicho que nos escriba algo para pedir por ellos; lo hizo pero nunca nos contestaron.

Fuimos volando a ver al Cardenal para preguntarle si sabía algo, él está muy cerca del Azor, que sabe mucho de cetrería. Ellos, juntos con el Cuervo, son amigos de las asesinas Alimañas.

Un feroz Aspid se infiltró, mejor dicho se puso a la sombra de la Azucena, diciéndole que le faltaba alguien de su nido, se ganó confianza, y la destruyó, junto a otras.

Nos quedamos muy angustiadas. Fuimos a la Plaza, a pesar de la noticia. Ahora nos dirigen las Alondras que trinan dulcemente, pero… que gritan también las verdades a los malvados.

Y así nos juntamos todos los pájaros y flores de este castigado país. Con la ayuda de todos los pájaros y flores del mundo entero protegeremos nidos y jardines, donde nacerán y crecerán pichones y pimpollos sanos, valientes, revoltosos y alegres como los treinta mil que nos quisieron quitar, pero que están en esta Plaza, alegrándonos con sus trinos y envolviéndonos con sus perfumes«.



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