01/10/2017

Belicismo, globalismo y autoritarismo (II)

trump_2.jpgEstados Unidos utiliza a Latinoamérica para su recomposición económica. Pretende desplazar a China, someter a México y apropiarse de los negocios de Brasil. La nueva agresión imperial tiene efectos devastadores. Transita más por presiones indirectas que por las intervenciones explícitas. Cuenta con el sostén de tres modalidades de restauración conservadora, que complementan la subordinación a Trump con acuerdos de libre-comercio favorables a Europa. Las plutocracias no se asientan en el sufragio y priorizan el acoso de Venezuela. Renace la batalla que sepultó al ALCA. Por Claudio Katz.


América Latina es vista por Trump como un patio trasero, que Estados Unidos debe utilizar para restaurar su primacía económica global. Su maltrato de la región es congruente con el insignificante papel que le asigna en la recomposición del imperio.

Su prioridad inmediata es el aumento de las exportaciones. Por esa razón el vicepresidente Pence visitó recientemente Colombia, Argentina, Chile y Panamá como un gerente de ventas. Negoció mayores colocaciones de productos yanquis con países que ya mantienen una balanza deficitaria con el gigante del Norte.

A cambio de unos pocos limones reclamó la apertura de Argentina a la compra de cerdos. En Colombia requirió mayores adquisiciones de arroz y demandó a todos pagos por el uso de marcas y patentes. Explicitó su intención de empujar a Sudamérica a una situación de dependencia semejante a la padecida por Centroamérica.

La recaptura de América Latina

Un objetivo central de Trump es reducir la presencia de China en la región. Cada viaje el primer mandatario asiático incorpora nuevos convenios de libre-comercio a los ya firmados por Ecuador, Perú y Chile. Beijing ofrece más inversiones en infraestructura y la eventual sustitución de Estados Unidos en la recreación del Tratado del Pacífico. Varios exponentes del establishment objetan en Washington el abandono de ese proyecto.

Pero el principal test de la política del magnate es la renegociación del TLCAN, Trump atropella a México como una advertencia a los grandes rivales de Asia y Europa. Quiere convertir ese tratado en un caso testigo de toda su estrategia. Sus funcionarios discuten los cambios en sigilo y con chantajes de todo tipo.

El TLCAN fue suscripto a los años 90 durante el debut de la OMC y en medio de un gran florecimiento de acuerdos internacionales. Favoreció a varios sectores de la industria estadounidense (automotriz, electrodomésticos, máquinas-herramienta) y a los principales grupos agroalimenticios de ambas naciones. También empobreció en forma simultánea a los obreros de Detroit y a los campesinos mexicanos.

Pero en la actualidad Estados Unidos afronta con México el mismo desequilibrio que mantiene con otras economías. En el 2016 tuvo un déficit comercial con su vecino de 64.000 millones de dólares en el segmento de bienes y un superávit de 7.000 millones en los servicios.

Trump exige revertir ese desbalance con las nuevas cobranzas del comercio digital. Exige el abastecimiento de autopartes en Estados Unidos (en lugar de Asia) y la reducción del IVA a las importaciones del Norte. Tiene además en carpeta la privatización del petróleo y una drástica reforma del código laboral mexicano. Pretende combinar la explotación de los inmigrantes indocumentados con la selección de «trabajadores visados”, para aumentar las extorsiones oficiales a la fuerza de trabajo.

La revisión del TLCAN busca afianzar el dominio yanqui de los servicios. Estados Unidos maneja el 80% del tráfico internacional de datos y el 99% de las comunicaciones de Internet de América Latina.

Esa supervisión le permite reforzar el espionaje de todas las actividades económicas y políticas de la zona. Para preservar esa supremacía saboteó los proyectos de UNASUR de forjar un anillo informático autónomo. Washington tolera a lo sumo que cada país negocie con España o China los cableados secundarios.

Trump ensaya también la captura de los negocios del puñado de empresas transnacionales de propiedad local (multilatinas). Intenta arrebatar a esos competidores los apetecidos negocios de la obra pública. El escándalo provocado por el sistema internacional de coimas montado por Oderbrecht contribuye a ese objetivo.

La compañía insignia del capitalismo brasileño está salpicada por una estafa que compromete a 200 funcionarios de alto nivel en 15 países. El Departamento de Justicia de Estados Unidos trabaja en estrecha sintonía con sus socios para aprovechar esa crisis. Contraponen la imagen de los políticos corruptos con la ilusión de un desenvolvimiento sano y transparente de los mercados. Pero eximen especialmente a las firmas yanquis de esa antinomia.

Buscan desplazar a las empresas favorecidas por Lula con créditos del BNDS por poderosos jugadores del capital transnacional. Intentan conseguir, además, el traspaso del Presal de Petrobras a las compañías estadounidenses.

El trato preferencial acordado a otra firma ultra-corrupta -pero con su patrimonio ya internacionalizado (JBS)- ilustra cómo el imperio actúa, en el desmadre que sufre el principal país de Sudamérica. La subordinación de Brasil es una meta prioritaria de Trump.

Efectos devastadores

La ofensiva que encara el magnate sobre América Latina agrava la regresión económica que soporta la zona, al cabo de varios años de estancamiento o crecimiento anémico.

Los precios de las materias primas exportadas continúan oscilando entre nuevas caídas y leves recuperaciones. En ningún caso retoman los elevados techos de la década anterior. Las remesas de los migrantes que comenzaban a revitalizarse han quedado obstruidas por la xenofobia de Trump. El previsible repunte de las tasas de interés estadounidense disuade además la llegada de capitales.

La prosperidad del decenio precedente ha quedado definitivamente atrás y todos los problemas estructurales de Latinoamérica salen nuevamente a la superficie. La deuda aumenta y el déficit fiscal se eleva junto a mayores fugas de capital, caídas de la inversión y deterioros de los términos de intercambio.

El escenario actual ofrece un retrato típicamente dependentista de la economía regional. Hay mayor transnacionalización, primarización, endeudamiento y retroceso fabril. Brasil es el caso más patético por la magnitud del desempleo y la desindustrialización.

Este declive productivo latinoamericano agrava los dramáticos efectos de la flexibilización laboral, el recorte de los derechos sociales y la contra-reforma en los sistemas de jubilación.

En el continente más desigual del planeta las brechas de ingresos se disparan. Las cifras de México son representativas de toda la región. Allí el 1% de los acaudalados concentra el 39% de la riqueza total.

Estos datos explican la aterradora escala de violencia social que impera en las ciudades latinoamericanas. De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43 se localizan en la región. El nuevo proyecto de agresión imperial se desenvuelve en un contexto explosivo.

Modalidades de intervención

Con mayor énfasis que en otras regiones, Trump utiliza en América Latina el poder geopolítico-militar estadounidense para recuperar terreno económico. Sus emisarios multiplican las ventas de armas y exigen alineamiento total con el Departamento de Estado.

El millonario tiene especial interés en reducir el margen de autonomía de los tres países medianos de la región. Por eso le exige a Brasil la liquidación del programa nuclear y la anulación de los convenios de construcción de submarinos con Francia. Los marines ya participan en ejercicios militares conjuntos en el Amazonas.

En México se refuerza la penetración de la DEA y la CIA en las fuerzas armadas. Esa influencia acentúa la extinción de las tradiciones soberanas y facilita el florecimiento del narcotráfico. Con Argentina la Casa Blanca ultima los detalles de un eje anti-iraní, para utilizar el atentado a la AMIA y la muerte del fiscal Nisman, como soportes de una eventual agresión de Israel a Teherán.

Pero la prioridad de Trump es imponer la guía estadounidense al acoso de Venezuela. El objetivo yanqui es recuperar el manejo imperial del petróleo, dejando atrás la actual relación de clientes de PDVESA.

El Pentágono pretende además la expulsión de Rusia, que tiene importantes inversiones en Venezuela. También quiere neutralizar a China que es un gran adquiriente de combustible. Estados Unidos no tolera esas presencias en Sudamérica.

Pero Trump está obligado a transitar ese camino con mucho cuidado. El estado venezolano es propietario de una de las ocho principales empresas del mercado petrolero estadounidense. Por eso la administración republicana adopta sanciones contra funcionarios chavistas, sin decretar un embargo que afectaría los precios del combustible en Norteamérica.

En una de sus tantas incontinencias verbales Trump sugirió la posibilidad de una acción militar contra Venezuela. Desplegó su típico estilo provocador, banal e irresponsable. Pero es una gran incógnita si efectivamente planea una agresión de ese tipo.

La repetición de las invasiones directas de Reagan (Granada en 1983) o Bush (Panamá en 1989) estaría a tono con el desprecio que exhibe por la región. Desde su asunción no se ha molestado en designar embajadores. Seguramente el sector cavernícola de Rubio -que sostienen los escuálidos y gusanos de Miami- aplaudiría cualquier ocupación de los marines.

Pero esas aventuras no parecen por ahora viables y por eso Trump refuerza las agresiones indirectas. Afina los operativos que ya están en marcha (Sharps, Venezuela Freedom 2), apuntala el ejército de Colombia, sostiene a los paramilitares y fomenta el sabotaje económico.

El ocupante de la Casa Blanca pretende manejar los hilos de esas provocaciones sin involucrar tropas yanquis. Pero América Latina no es Medio Oriente y el imperio carece en esta región de un gendarme como Israel o Arabia Saudita, para reemplazar a los marines. Este bache lo obliga a redoblar las incursiones geopolíticas.

Los socios derechistas

Trump actúa junto a los mandatarios latinoamericanos que implementan la restauración política conservadora en la región. Esta regresión presenta tres modalidades. Hay gobiernos derechistas continuados en México, Perú o Colombia, que llevan muchos años aplicando políticas neoliberales. Otros gobernantes del mismo signo accedieron al ejecutivo por caminos electorales (Argentina). Y una tercera vertiente alcanzó la presidencia a través de golpes institucionales.

Estas asonadas comenzaron en Honduras (2009), siguieron en Paraguay (2014) y asumieron formas patéticas en Brasil. Una banda corrupta de legisladores, jueces y propietarios de medios de comunicación desplazó a una presidenta electa por 50 millones de ciudadanos.

Esa captura de los gobiernos por la fuerza busca convalidación posterior en los comicios. Los personajes turbios implementan el trabajo sucio demandado por las clases dominantes y son reemplazados luego por exponentes más confiables del establishment.

En las tres variantes de administración derechista se afianza el peso de las formas coercitivas, en desmedro de las modalidades persuasivas de hegemonía burguesa. En México ya se verifica una catástrofe de derechos humanos, con miles de desaparecidos y asesinatos cotidianos de periodistas. Peña Ñieto tolera ese terror para atropellar las conquistas populares. En Brasil las protestas son reprimidas con virulencia y la desaparición forzada de Santiago Maldonado ilustra el plan sistemático de represión que promueve Macri.

Con este creciente uso de los gendarmes se intenta relanzar la agresión neoliberal. En México las alianzas de los funcionarios con los narcos se remodelan para habilitar escenarios de intimidación y destrucción de los derechos populares.

En Brasil los golpistas ya decretaron un techo de gastos públicos para introducir drásticos recortes en la salud, la educación y la investigación científica. Aprobaron una reforma laboral de contratos intermitentes, desregulación de horarios y desprotección de los trabajadores frente a los accidentes. En Argentina prevalece una estrategia de atropellos más pausados para preparar la imitación del ajuste brasileño.

Todos los gobiernos conservadores garantizan el poder de los capitalistas manejando la justicia y los medios de comunicación. Vulneran cotidianamente las formalidades institucionales para apuntalar los nuevos prototipos de plutocracia.

Comparten además un alto grado de corrupción. En la república de delincuentes que impera en Brasil, los escándalos resonantes hacen rodar la cabeza de un ministro tras otro. Temer es un experimentado chantajista que evita su caída comprando diputados. También Macri encabeza un equipo de funcionarios manchados por incontables irregularidades y bienes ocultos en el exterior.

Este perfil de la restauración conservadora potencia su ilegitimidad. Los gobernantes apuestan a perdurar en medio de la indiferencia, el descreimiento o la despolitización de la población. Propician la abstención electoral, el fraude explícito o sofisticadas tecnologías de manipulación de la opinión pública.

Desorientación conservadora

Todos los gobiernos derechistas repiten la tradicional subordinación al imperialismo. Pero afrontan una relación problemática con Trump. Ninguno tiene sintonía natural con el personaje que desplazó sorpresivamente a la niña mimada del establishment regional. Todos apostaban al triunfo de Hillary para avanzar en la concreción de la Alianza del Pacífico y no se han repuesto de lo ocurrido en el Norte.

Hacen buena letra con el millonario soportando cataratas de humillaciones. Peña Nieto le pide de rodillas a su brutal interlocutor que no sea tan duro en la negociación del TLCAN. Afirma que ese convenio fue beneficioso para su país, ocultando que precarizó el trabajo, destruyó economías campesinas y redujo la tasa de crecimiento.

Las genuflexiones del mandatario mexicano inducen a Trump a incrementar sus demandas. El potentado se ha burlado más descaradamente de Macri. Ridiculizó su pedido de abrir el mercado yanqui a los limones, recordando que «yo le hablé de Corea del Norte”.

Los gobiernos de derecha intentan satisfacer las exigencias de Trump, promoviendo al mismo tiempo convenios de libre-comercio con otras potencias. Esa doble sumisión conduce al peor de los mundos.

Brasil y Argentina avanzan en una negociación secreta de acuerdo con la Unión Europea muy adverso para el Mercosur. Con tal de obtener alguna migaja adicional de exportaciones básicas al Viejo Continente, aceptarían fuertes reducciones de los aranceles que protegen a la industria. Accederían, además, a otorgar a las empresas europeas derechos equivalentes a las firmas locales en las licitaciones del estado.

Europa ya firmó este tipo de TLCs con México, Chile, Ecuador, Colombia y Perú. Los problemas más graves se encuentran en la letra chica. Los experimentados negociadores de la UE intentan restringir incluso las ventas de los productos más rentables del Mercosur (carnes bovinas, biodiesel, etanol).

El demoledor combo de capitulación ante la UE y sometimiento a Estados Unidos es complementado con tratativas de mayor apertura a las exportaciones de China. Esa invasión de manufacturas abaratadas acompaña el saqueo de los recursos naturales que soporta la región.

El corolario final de esta secuencia sería la conversión de la unión aduanera del Mercosur en una zona de libre comercio. Esta mutación aceleraría el desvanecimiento de la industria local y la regresión de la primarización a especialidades más elementales.

El correlato de esa subordinación económica es la pérdida de autonomía geopolítica. América Latina pierde capacidad de negociación internacional a pasos acelerados. Ese debilitamiento se verifica en la parálisis de la CELAC, UNASUR y todos los organismos de integración forjados en la última década. Brasil es el caso más extremo de esta tendencia. Al alejarse de los BRICS para volver a Washington transmite una imagen de república bananera.

¿Reinicio del ciclo progresista?

¿Las contradicciones que socavan la restauración conservadora reabrirán el curso previo de gobiernos reformistas? Quiénes estiman probable esa evolución resaltan los resultados de los últimos comicios en Ecuador y Nicaragua. Afirman que Lula puede ser la carta ganadora del 2018 y Cristina la sorpresa del 2019.

Pero conviene recordar que el ciclo progresista fue un resultado de rebeliones populares, que tumbaron gobiernos neoliberales modificando las relaciones de fuerza. Una eventual repetición de ese desemboque debería ser precedida por levantamientos sociales del mismo alcance y resultado.

La mirada puramente electoral del contexto actual impide registrar ese trasfondo de confrontación social. Las clases dominantes apuestan fuerte por sus gobiernos derechistas y no reducen sus estrategias al mero recuento de votos.

Sostienen a sus políticos con la manipulación mediática, el control de la justicia y el manejo de la economía. No rehúyen tampoco el fraude y la proscripción. Si no son derrotados en la calle, mantendrán por una u otra vía a sus representantes directos en la gestión del estado. Desconocer este hecho con ingenuidades electorales impedirá revertir la restauración derechista.

Hay que tomar en cuenta que los conservadores cuentan, además, con una base social de clase media, aleccionada por los medios de comunicación y movilizada a través de las redes sociales. Han logrado cierta presencia callejera y difundido un imaginario que actualiza los mitos del liberalismo.

Para confrontar con ese adversario es necesario forjar una fuerza popular beligerante de mayor densidad. No alcanza con buenos candidatos para erigir movimientos de ese tipo.

Por otra parte, la población ha experimentado la dinámica de los gobiernos progresistas. Una repetición de lo ya hecho no es muy promisoria. Los presidentes de centroizquierda mantuvieron -especialmente en Brasil y Argentina- los privilegios de los grupos dominantes e incurrieron en las inconsistencias económicas del neo-desarrollismo.

Preservaron además los viejos sistemas de alianzas y convalidaron la corrupción. Cuando aparecieron las protestas sociales se asustaron y quedaron paralizados frente a la demagogia de la derecha. Sufrieron el típico desgaste que sobreviene a la ausencia de radicalización.

Los balances idílicos de Kirchner o Lula omiten esas falencias. Desconocen que el declive de esas administraciones coronó su adaptación a la agenda de las clases dominantes. La continuada fantasía de forjar un capitalismo humanitario y redistributivo obstruye en la actualidad la resistencia a la restauración conservadora.

Desenlaces en Venezuela

El resultado de la confrontación que se libra en Venezuela será determinante del escenario regional. Un triunfo de la derecha generaría sensaciones de derrota e impotencia frente al imperio. Ese desánimo achicaría todos los espacios para las conquistas populares.

La gran maquinaria de terror mediático continúa actuando al unísono contra el proceso bolivariano. Propaga mentiras con su doble vara para evaluar violaciones a los derechos humanos. Los centenares de militantes sociales asesinados en Colombia, los homicidios en México y los atropellos de los suprematistas blancos en Estados Unidos son ignorados o informados al pasar.

Trump y sus socios promueven una opción dura de desestabilización en Venezuela, coronada con comicios tipo Colombia u Honduras. En esos países centenares de luchadores populares son ultimados entre voto y voto. Los derechistas también consideran otra apuesta más blanda de elecciones en medio del acoso. Con esa agresión condicionarían los sufragios de una población agobiada.

Hasta ahora han fracasado y la concreción de la Constituyente propinó una severa derrota a la oposición. Trataron de impedir esa elección con bravuconadas televisivas y terror callejero, pero quedaron aislados y desconectados de sus propias bases. El masivo sufragio por la paz expresó el fastidio con las provocaciones de la derecha. Una alta participación de votantes legitimó la Constituyente.

El gobierno ha logrado cierto respiro. Sumó una nueva referencia institucional al sostén popular. La derecha perdió capacidad de presión callejera y ya se anotó para participar en los próximos comicios regionales.

Los golpistas cargan además con el fracaso de su plan desestabilizador y soportan un contundente rechazo a la brutalidad fascista de sus acciones. Pero Trump y sus títeres regionales ya preparan otra ofensiva, para multiplicar las condenas diplomáticas de Venezuela que arrancaron al Mercosur y al Vaticano.

Maduro resiste no sólo con ejercicios militares y una comisión de verdad para juzgar a los implicados en las guarimbas. Mantiene una firmeza que lo distingue de los presidentes progresistas sometidos al establishment.

Pero la continuidad del apoyo popular al proceso bolivariano exige la adopción de medidas económicas radicales. Esas iniciativas están frenadas por los compromisos oficiales con la boliburguesía. El golpe de timón que propuso Chávez es tan impostergable como la nacionalización de los bancos y el comercio exterior.

Retomar el entierro del ALCA

Las actividades militantes de diciembre en Argentina se desenvolverán en un contexto de ofensiva imperial, restauración conservadora y resistencias sociales. Esas iniciativas desafiarán a un gobierno, que busca ocultar la gran oposición a su programa neoliberal.

Macri tiene interés personal en la implementación de tratados de libre-comercio, que facilitan la evasión y reducen la capacidad de los estados para litigar con los paraísos fiscales. Esos convenios le cubren las espaldas a todas las irregularidades de sus Panamá Pappers. Justamente Panamá es uno de los países que más protegen los negocios turbios, alegando fidelidad a las normas de liberalización financiera de la OMC.

El presidente argentino impulsó la separación de Venezuela del Mercosur para eliminar obstáculos a su recepción de la OMC y el G 20. Pretende utilizar además los compromisos con esos organismos como argumento de ajuste interno. Alegará que la reforma laboral a la brasileña es una necesidad derivada de las nuevas obligaciones asumidas con la OMC.

La batalla contra el libre-comercio es decisiva para preservar las conquistas populares. Converge con la resistencia antiimperialista a Trump y con la oposición a los gobiernos derechistas. En diciembre se oirán muchas voces de rechazo al belicismo imperial, al globalismo librecambista y a la restauración conservadora.

Una nueva generación de luchadores ha tomado en sus manos este combate en América Latina. Son los jóvenes que irrumpieron a la arena política durante el ciclo progresista y ahora lideran el gasolinazo en México, las batallas de los maestros en Perú, la huelga general de Brasil, las marchas de estudiantes de Chile y las multitudinarias acciones sociales y democráticas de Argentina.

Sus movilizaciones empalman con la reactivación de las protestas contra la globalización capitalista. En Hamburgo las manifestaciones de 100.000 personas coronaron el trabajo de numerosos talleres con propuestas radicales. La batalla que permitió sepultar el ALCA en el 2005 reaparece con nuevos horizontes.

Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

Leer la Primera Parte


REFERENCIAS

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