30/06/2017

Invitame a tu casa

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No está preso sólo el preso, sino también su familia. La suspensión de la libertad rebota en el detenido y va salpicando tristemente a sus cercanos. La organización de la vida cotidiana se modifica e ingresa como practica la peregrinación y la búsqueda de nuevos sentidos. Hay familias que siguen a su hijo, a su padre o a su hermana detenida por todas las Unidades Penitenciarias de la provincia. Llegan a dedo o en el «tumbero”, un colectivo económico que pasa por varios sitios del conurbano para llevar familias a las cárceles del campo, nombre con el que se denomina a las cárceles del interior de la provincia de Buenos Aires. Por Bernardo Penoucos para Ape


Luego de un viaje eterno e inseguro, las familias con sus pocas cosas esperan entre 4 o 10 hs afuera del penal, con un sol imposible, con un viento helado o con una lluvia constante. Las horas de espera y la larga fila de mujeres y niños en su gran mayoría duplican o triplican a las horas que compartirán con su familiar detenido. A veces la espera es de 10 horas y el encuentro no supera las dos.

Las requisas vejatorias forman parte del ritual de bienvenida; en esa requisa algunos productos que la familia lleva al detenido llegarán al detenido; otros no: se quedarán en la aduana del servicio penitenciario.

En la Unidad 2 se Sierra Chica el espacio de la visita es imposible, lúgubre como pocos, gris como el muro y caracterizado por el grito ensordecedor de muchos otros detenidos que se encuentran castigado en los buzones.

Frente a estos buzones, frente a estas mazorcas del siglo 21, los niños juegan en una suerte de patio enrejado, allí van construyendo estos niños su niñez, su naciente subjetividad.

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Como el espacio es pequeñísimo y los detenidos son miles, las familias optan por salir afuera y caminan abrazadas junto a los suyos en otra especie de lugar común que bordea el muro. Allí, en la arenosa tierra de picapedreros, una mamá tiende una manta y comparte con su hijo lo mucho o poquísimo que le pudo llevar; los niños y las mujeres obligadamente se deciden por no ir al baño durante ese lapso de tiempo, porque el baño es uno y para todos, y porque siempre está inundado y rebasando de mierda y miseria.

Javier, detenido hace más de 15 años y estudiante de Trabajo Social, propone que desde la carrera de Trabajo Social arreglemos el espacio de visita, que lo dignifiquemos un poco, que lo hagamos menos traumático para las visitas que se cruzan toda la provincia para ver a los suyos.

Cuenta Javier que esta propuesta la llevaron adelante en otra Unidad y que consiguieron juegos para los pibes que llegaban a la cárcel a ver a su papá; que consiguieron libros, que se disfrazaban de payasos y repartían sonrisas a los más pequeños para que, una vez terminada la visita y emprendida la retirada, los niños y las niñas no carguen sólo tristezas sino también carcajadas.

La idea de Javier se socializa y consigue adeptos, los pibes detenidos organizan una rifa y sortean sus barcos y sus billeteras hechas a mano; quieren conseguir pinturas de muchos colores, poner mesas, construir baños, diseñar una ludoteca. Quieren, con este pequeño gesto, volver a sentirse dignos, construir canales que vuelvan a humanizar los vínculos, canales que permitan reivindicar ese encuentro tan ansiado por el detenido, ese encuentro sincero que el privado de su libertad aprovecha para que las largas noches de sombras cedan y la luz se filtre entrelíneas.

Dice Javier, orgulloso y de rostro duro y ajado, que su sobrina, de ahora 9 años, habla por teléfono con él y le pregunta cuándo puede ir a visitarlo de nuevo a esa casa tan grande y con tantos juguetes y de tantos colores. Esa casa era una Unidad Penitenciaria del sistema federal, era aquel espacio de visita que Javier y sus compañeros habían reacondicionado para las familias.

Javier quiere hacer lo mismo ahora, en la Unidad de Sierra Chica, unidad con características más rígidas que el resto; quizá Javier lo logre y alguna otra sobrina o sobrino pueda amasar su memoria con más recuerdos de colores, juguetes y carcajadas y con menos recuerdos de gritos, requisas y vejaciones.



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