15/03/2017

Unos pocos peligros sensatos

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«La cita en Olavarría fue, ante todo, caótica. Sorprende la falta de previsión del Municipio y la productora. En Vivo S.A. dispuso poco personal para seguridad, médicos y contención. Dentro del predio la protección era ínfima. Dos vías de salida para 300 mil personas huele a poco. La solidaridad fue lo único que primó. Fuera del predio la policía no lograba orientar a los transeúntes ni dar información sobre incidentes, heridos o muertes. Sorprende, también, la posición de Solari. Si un músico se compromete a exceder la concepción elitista del músico que toca y se va, si sostiene una postura ideológica, resulta raro que no intervenga en la planificación de un recital que lo condecora como principal figura. Probablemente, las responsabilidades del Municipio sean, inclusive, peores.» Por Pablo Matías González*, para ANRed.


* El autor del relato concurrió al recital del Indio Solari en Olavarría el pasado sábado 11 de marzo.

La cita en Olavarría fue la decimoséptima presentación del Indio Solari con su banda. Hace trece años que miles de jóvenes se dan cita. En ese lapso el público ha ido en aumento, y en conjunto, las presiones estatales y policiales antes, durante y después del recital. Podemos mencionar su segunda presentación en San Martín, provincia de Mendoza, donde se produjeron enfrentamientos con la policía provincial y represión con balas de goma. Estos fenómenos fueron empujando al músico hacia el interior de la Provincia de Buenos Aires, cuyos predios poseían el espacio «“ en apariencia – suficiente para contener al público. La cita en Olavarría fue, ante todo, caótica.

El periplo comenzó a las 6.26 am entre las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Luego de atravesar el acceso Oeste, comenzaron los números: ruta 200 hasta Marcos Paz, ruta 41 hasta Lobos, ruta 205 hasta Saladillo, ruta 51 hasta Azul y ruta 226 hasta Olavarría.

Desde la ruta 41 se liberaron los peajes. Una señora y un oficial de policía sacudían la mano en señal de «circule, circule”. Una vez que divisamos Azul, el trayecto de la ruta provincial 226 era insoportable. El horizonte contenía patentes, lunetas y caños de escape. Una vía para retorno y otro para acceso no eran suficientes. La palabra carril rápido se convirtió en mero formalismo. Hacia los costados, jóvenes sacudían sus manos y gritaban con euforia. Otros prendían sus estéreos a toda máquina, y sus rodados se movían al ritmo de Patricio Rey. Abundaba el alcohol en cada auto, el panorama era similar al de un recital numeroso o un boliche. Cabe otro agregado: las calcomanías de Patricio Rey y los improvisados mensajes en cinta papel: «El Indio”, «Vamos a misa”, entre otros.

Los accesos a la ciudad son conflictivos: sólo tres calles pavimentadas desde ruta 76. Y dos carriles pavimentados, desde ruta 226. El centro está demasiado lejos del predio rural La Colmena, lo cual es conflictivo dada la cantidad de calles que deben ser cortadas. Cuando el auto por fin pudo ingresar, llamó la atención la ausencia de personal de tránsito adicional para señalizar vías de acceso alternativas o asistir al visitante. Apenas visualizamos a un oficial de policía local, quien nos indicó que la avenida Avellaneda, una de las que atraviesa el predio, estaba cortada.

El periplo incluyó calles repletas de barro, descampados enormes y, por fin, la ciudad. En cuanto a las calles, miles de pibes ya se congregaban al escenario. No era raro, salimos a las 6.26 pero arribamos a Olavarría a las 18. Doce horas de viaje para un trayecto de 300 kilómetros.

La ciudad parecía dominada por los fanáticos ricoteros, mientras el Municipio se sacudía como fantasma por todo el perímetro. En la ciudad se divisaban puestos de comida a precio popular, carpas instaladas en veredas, plazas y hasta descampados. Las casas ofrecían baño, agua caliente, hielo, leña y hasta carne. El lucro es vulgaridad.

Hacia las 19.30 comenzamos la peregrinación al recital. Es ley que todo trayecto es más placentero si se realiza con anticipación. En el caso del Indio, la norma se cumple a rajatabla. El camino resultó insoportable, entre callejas de barro y multitudes agolpadas y apretadas. No figuraban carteles con indicaciones, y las pocas calles señalizadas no servían de mucha indicación. La noche llegó y con ella la falta de luz para reconocer el terreno o guiarse.

Salvo las miles de cabezas allí adelante, no había más posibilidad de distinguir el viaje. Emergió una enorme loma por la cual circulaba el ferrocarril, la cual era muy peligrosa dada la lluvia y la oscuridad. Todos cruzábamos a pie, y varios «“me incluyo- cayeron al intentar subir. No era un cruce autorizado, y la zona debía estar vallada o con personal municipal que indicará una vía más favorable.

Finalmente, apareció la brea y el pavimento, las calles estaban un poco más iluminadas, pero surgió otro obstáculo: los innumerables puestos de comida y bebida. Era pintoresco observar como variaban los precios de la cerveza, de acuerdo a la cercanía con el lugar del recital y el horario. En nuestro caso, las promociones eran de remate: 5 latas de cerveza por cien pesos.

A escasas cuadras del recital, se percibía la falta de un operativo cerco a cargo de En Vivo SA, la productora del Indio Solari. Esta estrategia fue montada en Tandil, permitió un acceso fluido y claro, así como impidió que se saturen los accesos ante el gran caudal de personas sin entrada o los puestos de venta. Lo único que existió fue una valla enorme, desde la cual asomaban personas, la única indicación era un dedo índice hacia un lugar. Se abrieron dos puertas, no cuatro ni cinco como se prometió. El acceso estaba a oscuras, y varios volvieron a tropezar en el barro de La Colmena.

El recital comenzó a las 22.30. Solari se abalanzó con una potente versión de la legendaria canción Barbazul vs. El Amor Letal, continúo con una enorme versión de Ropa Sucia, tan rockera como la original. Luego devino la primera interrupción – serían muchas en la noche – y el pedido del Indio para que cesaran los empujones y se atendiera a la gente caída en el piso. Una frase poco feliz empañó el pedido: «hay unos borrachitos”, manifestó Solari. Claro que había excesos, era una fiesta.

Sorprende la falta de previsión del Municipio y la productora. Por un lado, En Vivo S.A. dispuso poco personal para seguridad, médicos y contención. Es decir, dentro del predio la protección era ínfima. Dos vías de salida para 300 mil personas huele a poco. La solidaridad fue lo único que primó. Fuera del predio la policía no lograba orientar a los transeúntes ni dar información sobre incidentes, heridos o muertes.

Sorprende, también, la posición de Solari. Si un músico se compromete a exceder la concepción elitista del músico que toca y se va, si sostiene una postura ideológica, resulta raro que no intervenga en la planificación de un recital que lo condecora como principal figura. Probablemente, las responsabilidades del Municipio sean, inclusive, peores.

El intendente Ezequiel Galli arriesgó en una radio de Necochea un total de 200 mil personas, muy superior al total que afirmó en conferencia de 150 mil. La productora sobrevendió tickets y no dispuso el personal suficiente.

Ante estos hechos, establecer las culpas como individuales y tildar de descerebrados, adictos e idiotas a los fans denota un prejuicio más que una posición comprensiva y explicativa. Así las cosas, el rock deberá revisar cuántos pocos peligros sensatos ofrece a sus seguidores.



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