13/03/2017

Ritual de música y mercado

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Cada camión cargado de ricoteros es la imagen de «la bestia” (*). Unos sobre otros, amarrados a manijas oxidadas y trepados como sea a la caja del camión de la basura como los migrantes atiborrados al tren de la muerte y de los sueños. Había que sacar el excedente. El sobrante. El retrato que denuesta. Vamos, vamos, arriba. Que el camión se va. Vamos, apuren. Es la fotografía del final político cuando la masacre expone la suciedad eterna. La que es moneda corriente pero que sólo asoma ante la tragedia, la muerte o la hilacha suelta que algún desprevenido tironeó. Por Claudia Rafael, para Agencia Pelota de Trapo (APe).


Todo quedó al desnudo como un rey sin ropajes ante las dos muertes. La transa económica para alquileres que nadie «“NADIE- investigó y que ahora es tapa de diarios y devendrá causa judicial, pedidos de informes y hasta riesgo más que cierto de destitución del joven que tenía a su propio dios a diestra y siniestra hasta horas antes. Y que al momento de la conferencia de prensa parecía un niño lloroso flanqueado por su factotum político que le dijo al oído «terminala ya”. Entonces se levantó y se fue.

Pero los únicos que pierden son siempre los mismos. En La Colmena, en Kheyvis, en Cromañón, en Beara, en el Autódromo de La Plata, en Time Warp, en Punta Stage. Los dos muertos de Olavarría; los 17, del boliche de Olivos; los 194 más los 1500 heridos más los luego suicidados del boliche de Once; las dos chicas aplastadas en el boliche de Palermo; el pibe destrozado por la bengala en el recital de La Renga; los cinco chicos entre 20 y 25 años devorados por la muerte en Costa Salguero y los otros dos pibes en el boliche de Arroyo Seco.

Son los devorados por un sistema que masacra por igual y que simplemente opta por distintos mecanismos: aplastamientos, monóxido y fuego; bengala al aire; éxtasis más falta de agua; entrepisos que se caen, etcétera, etcétera, etcétera.

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Hay un dios marionetero que mueve hilos para sí y que hace movimientos que le acercan rindes a su propio molino. Los 17 chicos que murieron en la fiesta de graduación del Colegio La Salle de Florida en el boliche de Olivos fueron asesinados por las coimas de inspectores, las connivencias de habilitadores, la codicia de propietarios, los billetes que suman y suman y suman cuando hay cada noche 600 jóvenes y no los 150 permitidos.

Los 17 crímenes de Kheyvis se multiplicaron por doce en su secuela, a metros de Plaza Miserere, otro diciembre de 11 años más tarde. Coimas de inspectores, connivencias de habilitadores, codicia de propietarios, billetes que suman y suman y suman. La avidez de los organizadores. Los bolsillos de los que creen que cantar es sólo cantar.

Empresarios, funcionarios públicos, policías. Habilitan, clink caja; miran para otro lado, clink caja; inspeccionan, clink caja; se derrumba el entrepiso del boliche Beara y aplasta a las dos pibas de 20 y 21 hace siete años; clink caja; no hay controles y vuela una bengala, clink caja; entran 350.000 sin controles, clink caja.

El mismo Estado (cambian los colores políticos pero los clink caja tienen el mismo sonido) y la misma productora que repite con La Renga y repitió ahora, en La Colmena. Y qué importa si se transa con la seguridad y qué, si hay bengalas, si total el aire es libre y quién se va a morir bajo el cielo que no tiene fronteras y Cromañón no existe, mi amor. Adelante, con todo que no hay riesgos. Porque la música salva. Como salvan el fútbol y la adrenalina que crece. Si total, después de todo, cada indiecito deberá saber cómo cuidar su propio culito, como decía el Indio mientras la policía torturaba y mataba a Walter Bulacio y vamos que la música sigue adelante. Y siempre habrá un nuevo clink caja que abra las puertas a la masacre grande o a la masacre pequeña. Qué importa si la muerte es muerte sean dos o 194.

Siempre habrá daños colaterales para el comercio estatal, paraestatal o privado. Que sólo se conocen cuando irrumpe la tragedia, como este fin de semana en Olavarría. De no haber reinado la muerte, el poder político del joven Galli se hubiera fortalecido. Esta vez salió mal y no tardarán en moverse las piezas políticas necesarias como para evitar que el daño sea definitivamente irreparable. Muerto el rey, que viva el rey. Lo que importa no es el joven Ezequiel sino el modelo.

Y una vez más, otros dos indiecitos que no se supieron cuidar su culito.

(*) Se denonima «la bestia” a los trenes que transportaban migrantes mexicanos hacia Estados Unidos.



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