08/01/2017

Las antesalas de la muerte

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Los hospitales bonaerenses, por mencionar sólo una muestra, ya no funcionan para anidar belleza de niños nuevos que sin pedirlo buscan nacer en un mundo que no los espera. En nuestra Avellaneda, cuna obrera, la maternidad del Hospital Fiorito, cerrada desde hace poco más un año, a su vez por cierre de la sala de Neonatología, continúa expulsando madres. Que libradas a su suerte buscarán la parición en alguna esperanza albergada en regazos de matronas. Desde CICOP, el sindicato de profesionales de Salud de la Provincia de Buenos Aires, dejan claro, que el Servicio se cerró por falta de Neonatólogos y no porque se esté realizando ninguna refacción, según marca un cartel de apuro.Por (*) Ignacio Pizzo para APe


El Hospital que hacía que el obrero estuviera sano para volver al trabajo, ya no existe. Porque el trabajador de ayer es el sobrante demográfico de hoy. Por lo tanto si vive o si muere, no interesa más que si consume o si llena el certificado de defunción.

Los centros de atención médica son tan clasistas como nunca. Los sanatorios que devienen en colosos de infraestructura hotelera lujosa albergan a los de «buen pasar”, clínicas medio pelo para el asalariado y criptas estatales que reciben el nombre de centros de salud, cuando en realidad proponen la enfermedad y la muerte como camino.

Al viejo estilo, en el momento de su surgimiento, los hospitales son hospedajes de peregrinos e inválidos moribundos, para morir en un recinto y no a la intemperie. Así surgieron, bendecidos por la caridad eclesiástica. Así agonizan ahora junto con sus hospedados.

Pero la evolución no es natural, o por azar. Responde a un mundo piramidal, tan comprensible en una sociabilidad que multiplica sus modos de aniquilamiento, como perverso, despiadado.

Quitar una prestación esencial a todo ser que porte credencial de pobre y ofrecer pocilgas, tiene responsables. Verdaderos criminales de oficina que no sienten más que la camisa y el saco de alta costura que les roza su piel curtida. Porque los sentidos del tacto y el dolor, se pierden en los pasillos del poder, mientras en los pasillos hospitalarios se agudiza el olfato y se huelen los humos herrumbrosos del mismo infierno.

El gobernador de ayer realizaba su consulta en Italia por su prótesis que no esperó muriente en una cama oxidada durante más de un año. La gobernadora de hoy que presume de su sonrisa, y dice que toca timbres, no golpeó las manos del arrabal, para abrazar a los pequeños y cargarlos a cocollo en alguna plaza de deseos. Porque aún resuenan sus palabras, que justificaron como vocera de su alter ego -el actual presidente- la represión de pacientes y trabajadores del Borda, ya olvidada, pero donde quedó demostrado claramente de qué lado está la locura. No tendrá nunca pericia y menos ternura para mirar a los ojos a los vencidos de un Buenos Aires que deviene en pesadilla. Pensar ridículamente que su gestión será ejemplar es una sombría alucinación.

Los eternos paros de los 79 Hospitales Bonaerenses, no paran la enfermedad ni la desidia. No paran las hordas de impunes virus, y bacterias que se trepan en cuerpos azotados por los ataques sistemáticos del sistema, cuya muerte también es sistemática y voraz.

El paco sin tratamiento, el gatillo fácil que dispara y no cesa, el hambre sin saciedad, las barriadas impiadosas donde se hacina más de lo que se habita, coexistiendo con countrys – pequeñas islas de abundancia en un mar de miseria- la amputación de palabras y la limosna llamada precarización laboral son los holocaustos de nuestros días.

Los Hospitales que paran, ya están parados, porque no echan a andar más que pequeños rastros de humanidad de sanadores transformadores que cavan trincheras en medio de un campo de batalla, donde algún afortunado paciente encontrará quizá el brazo de otro afortunado trabajador de salud que aún no ha caído y sobrevive a los mercaderes del negocio sanitario.

Los hacedores de miseria no cargan ni en un rincón de su culpa, con sus crímenes y castigos, su psicopatía no se los permite. No cuentan entre sus resabios siquiera con el remordimiento hipócrita cristiano ni la mera caridad perpetuadora de la desigualdad.

Un asesino a sueldo sólo mata por orden de un ideólogo. Por eso mismo los gobiernos en versiones populistas tribuneras y berretas o en versiones CEOS administran para distribuir pobreza, ennoblecen a su patrón cuidando su plata, reduciendo a menor grado que esclavitud y servidumbre a un pueblo apagado.
Por eso se requiere en carácter de emergencia, que afloren niños que por sí mismos ya son la mitad del cielo.

(*) Médico generalista. Casa de los Niños, Fundación Pelota de Trapo

Pintura: «La noche de los pobres», Diego Rivera



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