20/11/2016

Donald Trump y el reinado de la incertidumbre

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Donald Trump en la silla de la Casa Blanca es la imagen que ha puesto al mundo en vilo. Este análisis de Decio Machado indaga en las repercusiones que la elección del magnate estadounidense provoca en las relaciones internacionales y en el orden mundial construido por el imperio norteamericano y sus aliados durante las últimas décadas, después de la Segunda Guerra Mundial. Por Periódico Diagonal


El pasado 8 de noviembre, Donald Trump fue designado el 45º presidente de Estados Unidos. Inmersos aún en la resaca electoral y utilizando términos médicos, chorros de tinta corren por doquier en un mundo que quedó impactado por una especie de síndrome de estrés postraumático a escala global.

Si algo define el momento político actual es laincertidumbre respecto de las consecuencias que tendrá la elección de Trump como jefe de Estado y de Gobierno de los Estados Unidos.

Error estratégico de los análisis políticos

Durante toda la campaña electoral se posicionó hasta la saciedad la idea de que en esta contienda electoral tendría un especial protagonismo el voto de las minorías étnicas.

Sin embargo, las minorías «“como su propio nombre indica»“ son minorías y el 72% de la población estadounidense es, utilizando terminología sajona, White Anglo-Saxon Protestant (un apelativo no muy apropiado, teniendo en cuenta que los católicos ocupan un tercio del porcentaje de población blanca). Este indicador coincide con el electorado votante en estas últimas elecciones (70% de los votantes fueron electorado blanco) y es en este target en el cual el discurso de Trump tuvo mayor aceptación.

Con independencia de lo anterior y pese a las constantes alusiones xenófobas del discurso trumpiano, comparativamente la candidatura de Trump recibió en esta ocasión más apoyos latinos de los que había recibido el candidato republicano Mitt Romney en las elecciones que perdió frente a Barack Obama, en 2012.

Según la encuestadora Latino Decisions, la minoría más numerosa del país aumentó su participación en al menos dos millones en relación con 2012, lo que significó que aunque Romney obtuviese en las elecciones anteriores un 23% de apoyo electoral latino y Trump en la actual tan sólo el 18%, el computo general favoreciera al reciente electo presidente.

Pero además de lo anterior, hemos de sumar el voto sorpresa que devino de la población femenina. Aunque las mujeres afroamericanas y latinas votaran masivamente a Hillary Clinton (94% y 68% respectivamente), fueron las mujeres blancas «“con mayor incidencia electoral»“ las que impulsaron la victoria de Trump, votando el 53% de éstas por un candidato marcadamente misógino.

El discurso de Trump estuvo dirigido al 49% de la población que compone la clase media trabajadora del país, que son quienes más han sufrido la crisis económica y que comienzan a tener claro que el sistema en el que viven ha sido diseñado pensando sólo en favorecer a sus élites.

A pesar de que Obama abandone el Despacho Oval de la Casa Blanca con unos índices de valoración personal muy elevados, lo cierto es que tras los ocho años de su gobierno, los ingresos de los hogares medios estadounidenses han menguado, fenómeno que ya venía heredado de los años de mandato de George W. Bush. La esperanza media de vida (mayor indicador existente de desigualdad) de la clase trabajadora blanca en Estados Unidos viene descendiendo desde principios de siglo, duplicándose durante la última generación dicho indicador entre las élites del 1% y los ciudadanos con menor capacidad adquisitiva del país.

Es por ello que el discurso de Trump consiguió calar en la ciudadanía blanca estadounidense, de forma mayoritaria (53%) en los mayores de 45 años. Este dato no es baladí, teniendo en cuenta el proceso de envejecimiento que sufre este target poblacional en la actualidad, y que hizo que la Oficina del Censo de Estados Unidos pronosticara unos años atrás que los blancos dejarán de ser la mayoría de la población a partir del año 2043.

Es este sector el que entendió que la candidatura de Donald Trump representaba, más allá de sus estrambóticas apariciones públicas, la mejor defensa del sistema tradicional y patriarcal en el que se educaron y la mejor opción posible para asegurar el American way of life en el que se criaron, pretendiendo así recuperar el bienestar perdido durante las últimas décadas.

Por otro lado, la candidatura de Hillary Clinton estuvo lejos de conectar con las y los jóvenes que en su momento habían apoyado el «Yes we can» de Barack Obama, en 2008. Ni gozaba de su gran carisma ni de su oratoria, tampoco de un discurso social sólido dada su identificación con los poderes fácticos de Wall Street, y mucho menos de la credibilidad y sonrisa perfecta del hoy presidente saliente.

En todo caso, la elección de Obama en 2008 ya había significado un aviso de demanda de cambio por parte de la sociedad estadounidense y que en esta ocasión el Partido Demócrata no supo interpretar, articulando un claro complot bajo presión de las élites económicas contra lo más aproximado que tenía a eso: su precandidato presidencial Bernie Sanders.

Impacto de la elección de Trump en la política exterior

Aunque el eje programático de Donald Trump durante su campaña presidencial estuvo centrado en la política interna, «Estados Unidos primero», sus referencias al mundo exterior se basaron en proponer un giro proteccionista en materia comercial, todo ello sin abordar de forma coherente la agenda diplomática estadounidense.

Interpretando entre claroscuros, la propuesta de Trump se sitúa a medio camino entre el nacionalismo y el aislacionismo. Propone una transformación total y absoluta de la política exterior de Estados Unidos, aunque su discurso se caracteriza por la ausencia de detalles. Mantiene la tesis de cambiar las formas de relación que han caracterizado la política exterior estadounidense durante las últimas décadas respecto de Asia, Europa, Oriente Medio y Rusia, comenzando por plantear un acercamiento respecto de este último país.

El primer impacto que esto podría tener se daría en la política establecida desde Washington en relación con el conflicto sirio. Trump elogió a Bashar el Assad durante la campaña electoral, y es muy posible que busque una alianza con el gobierno sirio y Vladimir Putin bajo el objetivo de destruir militarmente al Estado Islámico.

Trump ya propuso en 2015 prohibir la entrada de los musulmanes en Estados Unidos, para posteriormente indicar la necesidad de un «escrutinio externo» mediante «tests ideológicos» que permitan seleccionar qué migrantes tienen acceso al país. De igual manera y en esa misma línea, el multimillonario también manifestó su rechazo a la admisión de refugiados sirios bajo el argumento de que podrían ser terroristas islámicos.

En el marco de contradicciones que caracterizan sus propuestas electorales en materia de relaciones internacionales, Trump se desmarcó claramente de la política internacional auspiciada por parte del último presidente republicano, el inefable George W. Bush, indicando que «al contrario que otros candidatos a la presidencia, la guerra y la agresión no son mi primer instinto. Una superpotencia sabe que la cautela y la contención son señales de fortaleza».

Sin embargo, esta declaración se contradice con las que emitió en 2002, cuando, consultado sobre si estaba de acuerdo con la entonces inminente invasión de Iraq, contestó: «Sí, creo que sí. Ojalá se hubiera hecho de forma correcta la primera vez», en referencia a la primera guerra del Golfo, en 1991.

En este mismo sentido, durante el período de campaña, Trump manifestó que contaba con un plan secreto para acabar con el Estado Islámico en 100 días, dejando entrever su voluntad de incluso desplazar a los mandos militares destinados en Oriente Medio que no sean lo suficiente enérgicos en sus estrategias contra los yihadistas.

Fue el presidente egipcio Abdulfatah Al-Sisi el único mandatario con el que Trump se reunió en Nueva York durante la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado septiembre, y el primer mandatario de otro país con el que habló telefónicamente tras su victoria electoral.

Donald Trump considera a Egipto como un socio clave en su estrategia frente al Estado Islámico y ha llegado a alabar públicamente al actual mandatario egipcio por haber «tomado el control» de su país tras el golpe de Estado que protagonizó contra el presidente islamista Mohamed Mursi, en 2013, y haber apaciguado las revueltas de la «primavera árabe» egipcia.

En relación con Oriente Medio, es también importante destacar el hecho de que una de las primeras autoridades extranjeras en recibir una llamada de Donald Trump haya sido el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien a su vez no dudó en manifestar su entusiasmo por la elección del magnate republicano. Con Trump en la Casa Blanca se pueden complicar mucho las demandas palestinas. De hecho, el nuevo líder estadounidense ya anunció su voluntad de trasladar la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Al-Quds (Jerusalén), lo que implicaría un reconocimiento de este lugar como la capital del Estado de Israel y una violación de las resoluciones internacionales del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Para terminar con lo concerniente a Oriente Medio, el país que se manifiesta más preocupado por el cambio político estadounidense es Irán, pues Trump ha manifestado su voluntad de cancelar el acuerdo nuclear alcanzado entre este país y la comunidad internacional el pasado año.

Mediante dicho acuerdo se establecieron las pautas para garantizar la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní a cambio del levantamiento progresivo de sanciones económicas. Toda la comunidad internacional, incluidos en ésta los más acérrimos enemigos de esta república islámica «“Israel y Arabia Saudita»“ reconocen que Irán ha respetado hasta ahora los términos del llamado Acuerdo de Viena. Trump define a este trato como «el peor acuerdo jamás negociado», demostrando sus complicidades con el grupo de presión judío estadounidense AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) «“lobby sionista que tiene como principal eje de intervención el Congreso de los Estados Unidos y la Casa Blanca-.

La prioridad principal de AIPAC en este momento es, textualmente, «desmantelar el desastroso acuerdo con Irán, una catástrofe para Israel y Oriente Medio». Es un hecho que figuras como Newt Gringrich (ex líder republicano en el Congreso), John Bolton (ex embajador en Naciones Unidas) o Bob Corker (presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado), que son las personalidades que más suenan en este momento como futuros secretarios de Estado en el futuro gobierno de Trump, están claramente vinculados con este lobby sionista.



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