15/11/2016

Tragedia obrera en Campana: si no trabajo me muero y si trabajo me muero igual

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Como lo venía haciendo en los últimos años «Corazón” había venido a trabajar unos meses en la construcción desde el país vecino de Paraguay. La difícil situación económica en su tierra lo obligaba a venir a ganar unos pesos para poder ayudar a su familia. El pasado martes dejo la vida en su trabajo, la tragedia en Campana también se llevó a dos de sus compañeros paraguayos. Por Darío Torres, para ANRed.


Francisco «Corazón” Leiva tenía 62 años, era oriundo de Yaratii (Yuty, Caazapá). Su idea era venir a juntar dinero para poder ayudar a su familia y costear el estudio de uno de sus cuatro hijos. A pesar de ya tener estar edad para estar disfrutando una merecida jubilación, Corazón decidió seguir trabajando en la construcción, como en su juventud, cuando vivía en la ciudad de Wilde, Avellaneda. Con la ayuda de familiares en el rubro volvió hace un mes nuevamente a poner el cuerpo (y la vida) en la construcción.

Como él, miles de trabajadores de países vecinos vienen a dejar el cuerpo en uno de los trabajos mas duros y peor remunerado del país. Los trabajadores inmigrantes, ante la necesidad, son víctimas de un entramado de complicidades tanto patronales como sindicales. El inmigrante se queja menos, desconoce las leyes laborales. Es más proclive a los abusos y negligencias patronales. Su sindicato la UOCRA, el que debería luchar por sus derechos, lo mira de costado, lo acusa de quitar el trabajo a los argentinos, lo estigmatiza, aunque las leyes le den los mismos derechos.

El inmigrante es invisibilizado, blanco de discriminaciones, despojado de sus derechos, pero es necesario. Sirve para que empresarios inescrupulosos amasen fortunas con la especulación inmobiliaria. Los pocos pesos que recibe el obrero son la migaja de miles de dólares en ganancias.

El trabajo en negro abunda en el rubro. El trabajador inmigrante sale más barato, no reclama aportes jubilatorios, obra social ni ART. Él no se queja, sigue trabajando, tal vez porque para la mayoría es su primer trabajo.

La proletarización del inmigrante se da en las peores condiciones, la lógica de sobreexplotación se aprende con sudor y sangre. Las condiciones de trabajo extenuantes son correlato de mismas condiciones en el ámbito rural. El trabajo de campo hace años ya no alcanza ni para comer en Paraguay. El monocultivo de soja, el aumento del desempleo y la progresiva acumulación de tierras en pocas manos deja al campesino al borde del precipicio. En este contexto Corazón, al igual que muchos inmigrantes, había decidido volver al país a trabajar.

Pocos minutos después de las tres de la tarde un fuerte estruendo estremeció el centro de la ciudad de Campana. La obra en la Av. Roca al 200, una losa de 20 por 20 metros cuadrados, futuro local comercial, se desmoronó cuando se estaba realizando el llenado de hormigón. De los diez trabajadores en el lugar tres quedaron bajo una avalancha de hormigón, madera y hierros. Miguel Colarte (30), Alberto Chamorro (50) y Francisco «Corazón” Leiva (62) dejaron la vida en la construcción como otros tantos.

No se puede hablar de accidente cuando la lógica productiva de minimización de costos y tiempos es la regla. La palabra más acertada sería negligencia, la cual implica responsables. Estos por lo general no dan la cara ante estas circunstancias. El burócrata sindical que cobró su porción para mirar para otro lado, el arquitecto preocupado por acelerar los tiempos, el estado que regula desde la inacción estas prácticas.

La lista podría seguir, pero ninguno de estos dejo la vida allí ese día.



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