05/11/2016

A 169 años de su muerte, recordamos la lucha de María Remedios del Valle

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Fue admirada por Manuel Belgrano y luchó contra los ejércitos europeos, pero, por ser mujer y negra, intentaron borrarla de la historia oficial. Homenajearla es también retomar un conflicto no resuelto en la Argentina: la real visibilización de los afrodescendientes. Por Movimiento Etiopía


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Una negra de chaqueta militar raída vendía pastelitos por las calles. Un día de 1827, un diputado se detuvo a charlar con ella, la escuchó atentamente y le prometió conseguirle una pensión en reconocimiento a su desempeño militar. No le resultó sencillo, pero cumplió y, a partir de ese año, comenzó a percibir un dinero que sólo le alcanzaría para un kilo de yerba mensual, por lo cual no pudo abandonar la calle. A medida que sus fuerzas se desvanecían, no le quedó otra que mendigar para vivir. A nadie le importó demasiado su pasado heroico y el aporte de la vida de su marido e hijos a la patria. El último recibo que firmó es de octubre de 1847; el 8 de noviembre siguiente apareció en las listas del cementerio.

A los 70, o tal vez 80 años (no hay precisión sobre su nacimiento), había fallecido María Remedios Del Valle o María del Valle Rosas; el segundo apellido se lo había agregado en agradecimiento al gobernador.

Nombrada en documentos como «Capitana” y «Madre de la Patria” por el General Manuel Belgrano, merced a su entrega y valentía, fue una de las «Niñas de Ayohuma” que nos vendió por años la historia oficial. No eran niñas, ni solo enfermeras, y tampoco blancas: eran madres, hermanas y esposas de los soldados de infantería, en su absoluta mayoría negros esclavos con vagas promesas de libertad. Muchas de ellas también fueron de armas tomar, como María.
Su nombre se diluyó como parte del cumplimiento de la consigna oficial: negar la existencia de negros en nuestro país.

Años después de su muerte, la intelectualidad argentina (Sarmiento, Mitre, Alberdi, Rawson y otros) decidió convertir estas tierras en una nación europea y blanca. Pero había un problema: los negros estaban ahí, a la vista de todos, eran casi el 40 por ciento de la población, pese a los muertos como carne de cañón en las guerras y a las pestes que azotaron Buenos Aires.

Además de maestros en los más variados oficios, los había poetas y músicos. Escribieron partituras, desde el primer himno adulador a Sarmiento y obras reconocidas en Europa hasta las letras y acordes de los tangos orilleros con marcada influencia afro en el ritmo, y con la alegría que siempre trasuntaron pese a sus vidas signadas por las desgracias (como los hermanos Posadas). Los hubo periodistas y gráficos: muy pocos saben que el primer periódico socialista lo editó un periodista negro, Lucas Fernández.

Con la llegada de la gran inmigración de los años 1880 pasaron a ser minoría. Aunque los que bajaron de los barcos no eran los que soñaban los inspiradores del cambio étnico, al menos eran blancos.

Los gringos se fueron quedando con los oficios, relegando a los negros a empleados, o directamente al desempleo y la migración interna. Se fueron apoderando de la prensa y lograron que el tango fuera triste, nostálgico, al tiempo que los negros ya no querían ser negros porque estaban en desventaja. Así, al mestizaje que ya se venía generando por violaciones y abusos de poder de criollos patricios (o naturalmente, con el paisanaje gaucho y con los indígenas), se agregó que muchos buscaron intencionalmente los apareamientos mixtos para blanquear a sus hijos.
Sin embargo otros negros no bajaron la guardia y llegaron a ser escribanos (Tomás Platero), a editar el primer libro de recetas gastronómicas (Horacio Gonzaga), a acompañar con guitarras las primeras giras de Carlos Gardel (Soria y Barbieri), a ser militantes del naciente radicalismo (Platero y Ezeiza), a consagrase como los mejores payadores del Río de La Plata (Gabino Ezeiza) o a ser el primer director de cine de la Argentina (José Agustín Ferreyra).

La lista de afrodescendientes de raíz colonial continúa hasta nuestros días con deportistas, médicos, músicos, actores, dramaturgos, locutores, políticos. Sería muy extenso enumerarlos.

En 2014, se aprobó un proyecto de las diputadas Merchan y Donda proponiendo homenajear la fecha del fallecimiento de «La Capitana”; y se promulgó una ley que intenta reivindicar el componente afro de la cultura nacional: hacerlos visibles, para que todos nos demos cuenta de que siguen aquí, entre nosotros, aunque ya no tengan la piel oscura como los nuevos inmigrantes africanos.

Gracias a esa ley y a su resistencia durante siglos, ellos también se hacen ver, porque van dejando atrás su automarginación. Seguramente podremos verlos más si también logramos eliminar el velo mental racista que nos instaló la educación.
Si querés más información, podés acceder a los estudios africanistas publicados en la web por los siguientes investigadores: Marta B. Goldberg / Hilda Josefina Capitano / Luz María Mateo / Alejandro Frigerio / Lara Pellegrini / Ricardo Odtuin / Norberto Pablo Cirio / Gustavo J. Giménez / Carmen Bernard / Omer Freixas / Tomás Antonio Platero.

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