04/12/2006

La mujer que no se mata

tapa-7.jpgANRed aceptó la propuesta y se dejó llevar por un título que invita a ser contemplado: «Espía a una mujer que se mata», adaptación de «Tío Vania», clásico fundamental y magistral de Antón Chéjov, que nos habla del tedio, la desolación y la rutina que deben padecer sus personajes, quienes viven a través de sus sueños frustrantes hasta que una tenue posibilidad de cambio parece llegar. Pero una vez más sus ilusiones son aplastadas por una realidad que los somete a la gris inercia de la cotidianidad.


Un arma en sus manos tiene la mujer. Sentada la acaricia mientras calla y sufre en silencio. Un hombre se le acerca y trata de persuadirla para que no la use. Discutirán sobre la búsqueda de la verdad a través del arte. Un arte que ya comenzamos a distinguir en esa representación que se inicia. O que nunca llega a terminar, como un proceso circular de sentido que siempre resulta infinito. Porque ese principio que vemos en «Espía a una mujer que se mata» representa el final de «Mujeres soñaron caballos», anterior obra de Daniel Veronese, quien vuelve a retomar parte de lo ya planteado pero ahora con una adaptación libre del clásico de Antón Chéjov: «Tío Vania».

El decorado también es el mismo de aquella pieza: una mesa y un par de sillas. Por detrás, una pared con una pequeña apertura que servirá para que los distintos personajes vayan espiando el accionar de los demás, pero a la vez para protegerlos de una existencia que los lleva por delante y los arrastra hacia la sustancia más mediocre de la vida cotidiana. Y el arte nada puede hacer para salvarlos, sólo retratarlos o mejor dicho retratarnos.

Espejos de miradas, actores que padecen una historia mientras la realizan y confrontan el para qué o el por qué de esa representación. Espectadores que miran ese doble juego y que tratan desde la pasividad no quedarse afuera de la escena. Algo imposible de suceder, dado que su inactividad es la que nutre y alimenta la inercia de esas almas devenidas en actores que nos devuelven una fracción de nuestra propia realidad.

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La descripción de un par de sujetos habitando en una estancia en un pequeño campo en Rusia le bastó a Chéjov para mostrar el tedio de la vida provinciana que somete a sus seres abandonados a anhelos frustrantes, espíritus solitarios que no se atreven a vivir, sino que sobreviven anclados en un espacio limitado sin poder hacer nada para modificar su destino, sostenidos y, a la vez, pereciendo en la cotidianidad de sus actos.

Porque tanto la acción como la intriga son aprisionadas por una quietud latente y asfixiante, siempre a punto de estallar, pero que inexorablemente desemboca una y otra vez en una tensa calma que imposibilita el cambio. Especialmente para los protagonistas de la historia, dado que tanto para el tío Vania que da nombre al cuento original como para Sonia, su sobrina, pasando por Astrov, el médico (interpretados respectivamente por los impecables y atormentados Osmar Nuñes, María Figueras y Claudio Quinteros) parecen condenados a la infelicidad.

Veronese, en su segunda incursión al universo de Chéjov, amplia, enriquece, complejiza una obra, a la cual alimenta de otros textos, ajenos, como es el caso de «Las Criadas», de Jean Genet, o de su propio repertorio teatral como la ya mencionada «Mujeres soñaron Cabellos». Construye una puesta en donde varias voces dialogan a la vez y fundamentalmente se confabulan para mostrarnos los deseos, los sueños y la inercia de sus criaturas que nada pueden hacer para vencer la soledad.

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No hubo escapatoria en esa estancia de campo ideada por su creador original en Rusia para esas páginas literarias ni tampoco la hay ahora en este escenario que recrea esa acción. Ambos confrontan y someten a sus personajes no con el mundo exterior sino con su propia internalidad que sólo les brinda las fuerzas para trabajar, no para alcanzar la felicidad. Y, cuando pretenden hacerlo, la desesperación se apodera de ellos.

En una contundente frase final Serebriakow (muy buena labor de Fernando Llosa) les dice a sus familiares cuando estos fracasan en intentar cambiar su existencia: «Respeto su modo de pensar, sus entusiasmos, sus impulsos, pero permitan a un viejo introducir en su saludo de despedida una sola observación: ¡Señores, hay que trabajar! ¡Hay que trabajar! ¡Mis mejores deseos!

La quietud, la rutina y el tedio logran triunfar. Y fundamentalmente encapsular toda posibilidad de modificación. La lección no deja lugar a dudas y la jornada laboral debe reiniciarse. Finalmente, ya nadie espía a esa mujer que no se mata ni tampoco vive, simplemente queda suspendida en un universo de ilusiones.

Mariano Minasso


ESPIA A UNA MUJER QUE SE MATA

De Daniel Veronese.

Adaptación de Tío Vania de Antón Chéjov

Elenco

 Vania: Osmar Nuñes

 Sonia: María Figueras

 Astrov: Claudio Quinteros

 Serebriakov: Fernando Llosa

 Teleguin: Silvina Sabater

 María: Marta Lubos

 Elena: Julieta Vallina

Dirección: Daniel Veronese

El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Reservas: 4862-0655

Viernes y sábados a las 21hs / domingos a las 20hs

Localidades $20. Desc. a jubilados y estudiantes: $12



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