07/10/2016

La mujer detrás de la lucha justa

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El anuncio oficial de la recuperación del nieto 121 que se llevó adelante ayer por Abuelas de Plaza de Mayo, trae una nueva historia para contar sobre una familia que lo buscó incesantemente durante cuarenta años. En esta entrevista realizada un año atrás, Alba Lanzillotto, la tía del nieto (en realidad sobrino) recuperado, cuenta su versión de esta historia. Por Federico Caggiano para ANRed


A aquel soñador con el alma vencida, le haría falta conocer a Alba Lanzillotto. Con sus 87 años y una parva de experiencias extremas encima, la mujer se mantiene con la lucidez, el espíritu y el idealismo de una joven muchacha. Su vida es una expresión de lo que ella denomina la «lucha justa”. Esa que vendría a representar la defensa de los más vulnerables, de los que no tienen voz o de los que su voz no se oye.

El destino de esta docente riojana estuvo marcada por la desaparición de dos de sus hermanas: las mellizas María Cristina y Ana María. Ambas militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fueron detenidas a comienzos de la última dictadura militar en la Argentina. Ana María estaba embarazada de ocho meses en aquel entonces. Fue por eso que Alba se unió a Abuelas de Plaza de Mayo en 1985. Si bien no busca a su nieto sino a su sobrino, por la cercanía de edad con las Abuelas ha sido admitida en la agrupación. «Yo siempre creo que el hijo o hija de Ana está en algún lado, y que algún día se va a dar cuenta de que tiene necesidad de saber quién es”, expresa Alba con la esperanza intacta.

Lanzillotto también fue presa, el 24 de marzo de 1976, pero tuvo la suerte de que la liberaran luego de unos días. «En La Rioja se llevó preso a todo el que pensaba: Escritores, docentes, poetas, periodistas”, recuerda de aquella época. Luego de ese episodio tuvo que exiliarse en España con su marido, el poeta Ariel Ferraro, hasta el fin de la dictadura que gobernaba en la Argentina. Al poco tiempo de su regreso comenzó a participar activamente en Abuelas, hasta que la nombraron Secretaria del organismo. Allí creó la biblioteca y el archivo, fuera de sus funciones habituales que implicaban principalmente presentarse en reuniones y escribir las actas.

En 2006 hallaron los restos de María Cristina, una de sus hermanas mellizas desaparecidas, en una fosa común del cementerio de Avellaneda. «Fue una cosa muy dolorosa, como si me clavaran cuchillos por todos lados. Pero al mismo tiempo fue un tristísimo triunfo sobre la impunidad y el ocultamiento de los militares. Ellos creían que los familiares no se iban a dedicar a buscar a los desaparecidos, pero no contaban con la perseverancia y con el amor”
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Pero en el 2014 Alba abandonó la agrupación por diferencias políticas. Al respecto expresa: «Había cosas que no me gustaban, y a ellas no les gustaba cómo era yo”. Desde entonces realiza algunos textos para la Parroquia de Santa Cruz sobre mártires asesinados de América Latina.

Si hay algo que define a Alba Lanzillotto es su pensamiento crítico. Se ha mantenido toda su vida al margen de etiquetas políticas: «Me mantengo «afuera” viendo con mirada crítica lo bueno y lo malo de cada gobierno, que creo que es lo que tendríamos que hacer todos, aunque estuviéramos afiliados a un partido. No hay que ser ciego ni a lo bueno ni a lo malo”, asegura. A lo largo de la entrevista se hace presente inevitablemente la influencia del dinero en lo humano: «Yo creo que cuando los ricos hablan bien de los pobres no creen nada de lo que dicen. Están tan rodeados de bienes que no pueden tener la verdadera sensibilidad por los demás”. Alba es sentenciante con aquellos que van detrás del hueso de la riqueza. «Una persona que solo vive para juntar dinero no merece vivir”.

En una entrevista a Nora Cortiñas, el periodista Jorge Boccanera reflexiona: «Los desaparecidos no son solo una cifra sino una voluntad de pensar una sociedad diferente». Luego de la desaparición de sus hermanas ¿Consideró una responsabilidad seguir luchando por esa voluntad?

Yo no he conocido a todos los desaparecidos, pero con solo conocerla a mis hermanas me alcanza. Desde chicas han demostrado una permanente preocupación por los demás, siempre tratando de accionar pensando en el otro. Creo que la mayoría de los desaparecidos tenía esa vocación de servicio. Mis hermanas siempre se involucraban en todas las luchas justas. Eso fue lo que hice yo cuando formé parte de Abuelas de Plaza de Mayo. En un principio solo se luchaba por los derechos civiles y políticos que habían sido conculcados en tiempos de la dictadura. Si bien Abuelas tiene una misión específica, que es noble y no se puede dejar (la de recuperar a los nietos que faltan), poco a poco se fue ampliando el panorama y comenzó una defensa de derechos económicos, sociales y culturales. Son aquellos por los cuales los nuestros han dado su vida. Si nosotros no apoyamos y defendemos esos derechos nos estamos traicionando a nosotros mismos.

¿Es posible que su salida de Abuelas de Plaza de Mayo esté vinculada a las diferencias en cuanto a los derechos que se pretendían defender?

En la medida en que los organismos de derechos humanos se van acercando demasiado a un gobierno y van dependiendo mucho de él, tienen que callar muchas cosas. Entonces ya no están presentes en la lucha justa. Hay problemáticas que Abuelas deja de lado, como la minería a cielo abierto, la gran actividad de Monsanto en el país y el desconocimiento de las demandas de las comunidades Qom. Los organismos de derechos humanos no tienen que estar ni en favor ni en contra de un gobierno, tienen que ser entidades separadas y denunciar aquellas cosas que atenten contra la vida.

En una entrevista que le hacen para el boletín informativo de la Facultad de Derecho, usted hace hincapié en la necesidad de incorporar la formación humana en la educación ¿De qué manera lo llevaba a la práctica usted?

Durante mi formación docente, un profesor de pedagogía definía a la educación como la «influencia de un ser adulto y culto sobre un ser inculto y ductil”. Yo pensaba, por la eduación universitaria que había recibido, que enseñar era volcar en los demás todos mis conocimientos, como si los alumnos fueran tachos vacíos en donde el docente iba echando su sabiduría. Luego aprendí, de la mano de Monseñor Angelleli, que la obligación del docente es descubrir y exteriorizar aquellos talentos que cada alumno tiene dormidos o matizados.



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