08/09/2016

Que no les pase lo que a nosotros en México

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En la última década México ha vivido envuelto en una violencia de estado llamada «la guerra contra las drogas”. La declaró en diciembre del 2006 el entonces presidente Felipe Calderón, recién estrenado en su cargo. La ha mantenido Enrique Peña Nieto, quien lleva cuatro años en la Presidencia. Por Daniela Rea para Cosecha Roja


Uno de los pilares de la estrategia de la guerra es la militarización del territorio: en promedio 44 mil soldados salieron de sus cuarteles a las calles a patrullar y realizar tareas de seguridad a lo largo del país. Miles de mexicanos adiestrados en la lógica castrense enfrentan escenarios para los que no estaban preparados: fraccionamientos, barrios populares, avenidas urbanas transitadas: la vida cotidiana de pueblos y ciudades.

Se nos dijo que la guerra era necesaria, que teníamos un enemigo interno capaz de envenenar a nuestros niños, carcomer nuestra sociedad y destruir nuestro país. Se nos dijo que era necesaria la mano dura, que quizá habría «daños colaterales”, pero que era necesario para acabar con él. Se nos dijeron tantas cosas y nosotros, como sociedad mexicana, aceptamos y cedimos cada vez más derechos en espera de esa promesa de seguridad. Cedimos la presunción de inocencia, los paisajes donde acudíamos a pasear, los caminos, las carreteras, las escuelas, cedimos las noches, las madrugadas, las plazas. Cedimos incluso la intimidad de nuestras casas, nuestros sueños, y ahora casi toda nuestra vida está cruzada por el horror que ha dejado esa guerra.

La militarización del país ha tenido muchísimas consecuencias. De alguna forma, ustedes en Argentina son testigos del horror que deja la presencia militar en las calles, lo vivieron durante la dictadura. En México a una década, el saldo se cuenta en 150 mil personas asesinadas, más de 30 mil personas desaparecidas contra su voluntad, 250 mil personas desplazadas de su territorio. México se ha convertido en un país que ya no sabemos si calificar como «herido” o «sangrante” o incluso decir que es una gran fosa. País de muertos. País de desaparecidos. País de fosas.

Ahora que veo que el presidente Macri quiere llevar a Argentina a una guerra contra el narco pienso en todo lo que los argentinos nos han enseñado a los mexicanos en la lucha por la verdad y la justicia, siendo el ejemplo más reciente la sentencia de La Perla, donde se condenó a prisión a 28 represores militares. Pienso en ese ejemplo de tenacidad, de dignidad que se mantiene vivo después de 40 años. Ojalá lo que hemos vivido en México esta década de guerra contra las drogas sea una lección para ustedes. Si hay algo que podemos enseñarles, que podemos decirles es no permitan lo que nosotros. No cedan su país por una promesa de seguridad.

Cadena de mando

En la Red de Periodistas de a Pie intentamos lo que muchísimos compañeros periodistas han tratado estos años: mostrar las consecuencias de esa guerra, encontrarle una lógica a esa violencia, una explicación, tratar de mostrar cómo funciona esa máquina de muerte. Y lo hicimos con este trabajo que se llama Cadena de Mando y se puede ver en www.cadenademando.org .

Para los autores de este trabajo, es indispensable hacernos estas preguntas y acercarnos a quien puede responderlas, los soldados mismos. Por ello, entrevistamos a seis militares, cinco de ellos en proceso penal por homicidio. A través de sus testimonios intentamos encontrar respuestas que nos permitan entender la complejidad de esta guerra.

En la documentación de los crímenes hay una historia que los mexicanos ignoramos: la de los soldados, el eslabón más frágil de las fuerzas armadas, los hombres «“y a veces mujeres»” que reciben y cumplen órdenes. ¿Quiénes son ellos? ¿Cuáles son sus historias? ¿Por qué se enrolaron como soldados? ¿Cómo y para qué han sido capacitados? Los que han matado, ¿tenían otra opción? ¿Cuál ha sido su margen de decisión y, por lo tanto, de responsabilidad? ¿Hay órdenes precisas para salir a la calle y matar? ¿Son los soldados parte de una maquinaria de muerte? ¿Hasta qué punto un soldado que mata es responsable del crimen? ¿Hasta qué punto esa responsabilidad asciende a sus superiores? Y si no hubieran recibido la orden, ¿habrían matado? ¿Es la obediencia razón suficiente para justificar la comisión de un crimen?

Este trabajo trata de buscarle el rostro a estos números, la piel, los músculos. Partir de ese rostro de los soldados, como la extremidad última del poder, es necesario para indagar y reconstruir las dimensiones de un sistema creado para ejercer violencia contra las personas. Partir de ellos, para entender esa maquinaria donde la muerte no es azarosa.

Se trata de una investigación en proceso que esperamos crezca conforme obtengamos más testimonios, logremos la desclasificación de información o se ventilen los procesos judiciales. Estamos convencidos que debemos empujar lo necesario para entender qué hay detrás de esta guerra, detrás de una persona que mata. Esperamos que las reflexiones a partir del testimonio de los soldados nos permita acercarnos a una pregunta que nos inquieta por el momento que vive México: ¿La experiencia de los soldados mostraría que cualquiera, inserto en este sistema militar y policial, puede ejercer violencia?



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