14/08/2016

Etchecolatz y la tercera desaparición de López

aaaaaaaaaech1.jpg

Llegó a la vida en un hogar laburante de General Villegas en los días del impacto del crack de la bolsa de Estados Unidos. Un tal Etchecolatz. Irrumpió a la vida (y a la muerte) en el mismo 1929 en la coqueta ciudad de Azul, la misma que cobijó en su nacimiento al judas de las Madres: Alfredo Astiz. Por Claudio Rafael para APe


El albañil con las ropas manchadas de pintura y de salpicaduras de cemento, con las manos callosas de tanta mezcla, tanta cuchara y espátula. Con las marcas de las torturas en el cuerpo y en el alma.

El policía Etchecolatz, orgulloso de su uniforme azul y deseoso de condecoraciones de tortura y tragedia.

Las vidas «“tan antagónicas- podrían no haberse cruzado nunca. Pero el país devorador de utopías y manos de trabajo, los juntó. Ese país batió en un cóctel feroz sus historias y los puso a la hora indicada en el lugar exacto.

El albañil padeció en su cuerpo la perversidad de ese cruce.

El tal López, hombre callado, de ternuras, «un servidor” como se llamó a sí mismo, armó ladrillo sobre ladrillo la casita propia en el barrio Los Hornos, de La Plata, cuando su sureña Villegas quedó atrás. El, que como decía la Teresa, andaba entre los andamios con todo ese cielo adentro como sangrando. El tal López, laburante de sol a sol, hincha de Boca, peronista. El que fue levantado el 27 de octubre del 76 y recorrió chupaderos, comisarías y cárcel. El que señaló con sus palabras amasadas en la memoria de años, garabateadas en cuadernos desprolijos que preservaban la evocación de los tiempos, al tal Etchecolatz.

Socio de Camps y hermano de la crueldad. «Asesino serial” que «no tenía compasión”, como lo definió López en su testimonio. Policía retirado, marionetero activo, que antes de la condena puntualizó que «se me tomó como participante de una guerra que ganamos con las armas y que políticamente vamos perdiendo. («¦) No es este tribunal el que me condena. Son ustedes los que se condenan”.

Dicen que Miguel Osvaldo Etchecolatz, libreta de enrolamiento 5.124.838, sin apodos, nacido el día internacional de los trabajadores de 1929 en Azul, la ciudad de Astiz y tantos otros, hijo de Manuel Etchecolatz y de Martina Santillán, casado, policía retirado, responsable de la muerte, como emblema y símbolo, podría regresar a su casa. Como no dejó volver a Jorge Julio López en su segunda desaparición casi 10 años atrás. Como no dejó regresar a Clara Anahí Mariani, que cumplirá 40 años en un par de días. Ni a tantos otros bebés que transformó en botín de guerra.

Etchecolatz, el que intervino como pieza crucial en los días en que la desaparición fue reina y señora. El que actuó, desde adentro de los sistemas de encierro vip, para que la ausencia siguiera siendo eterna. Y digitó desde de la cárcel. Dio órdenes y manipuló. Mantuvo su poder de dios de la impiedad dentro de la misma fuerza a la que perteneció y desde la que cimentó destinos.

Dicen que podría volver a su casa. Que podrá acostarse plácidamente en su propia cama donde recordar sus hazañas. Y regodearse una vez más, con la sonrisa del triunfo entre sus finos labios, con sus propias palabras: «son ustedes los que se condenan”.



0 comentarios

1000/1000
Los comentarios publicados y las posibles consecuencias derivadas son de exclusiva responsabilidad de sus autores. Está prohibido la publicación de comentarios discriminatorios, difamatorios, calumniosos, injuriosos o amenazantes. Está prohibida la publicación de datos personales o de contacto propios o de terceros, con o sin autorización. Está prohibida la utilización de los comentarios con fines de promoción comercial o la realización de cualquier acto lucrativo a través de los mismos. Sin perjuicio de lo indicado ANRed se reserva el derecho a publicar o remover los comentarios más allá de lo establecido por estas condiciones sin que se pueda considerar un aval de lo publicado o un acto de censura. Enviar un comentario implica la aceptación de estas condiciones.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Ir arriba