16/07/2016

Nana Korobi

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Los sábados de julio a las 21.30 se presenta en Espacio siglo XXI, Sánchez de Bustamante 158, la Obra de danza «Nana”, una obra que descubre los rincones de un cuerpo que busca resistir y no doblegarse a los límites de los mandatos y condicionamientos sociales y que en cada movimiento reafirma una voz que entre la carne y el hueso se vuelve única, personal. Por Andrés Manrique para Anred.


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No es del todo raro que una obra de teatro comience con cuerpos en el suelo, boca abajo, ni que el suelo esté cubierto de virutas en una obra de danza.

El escenario es parte del piso que es parte del espacio donde el público se esparce en generosos almohadones. Los últimos celulares se apagan mientras las luces se atenúan. Cuatro cuerpos casi sumergidos en una capa de veinte centímetros de aserrín pasan del suspiro al sollozo, del gemido al llanto. Después, quedan los espasmos y de ahí despiertan las risas hasta las carcajadas.

En los cuerpos hay mujeres desmembradas por la danza. Sus movimientos maquinales remiten al primer cortometraje de 1910 basado en el Frankenstein de Mary Shelley, a una danza en un cuerpo compuesto por restos de otros: brazos y piernas que parecen responder a voluntades diversas quem en su encuentro chocan, se fagocitan, se traban, se automatizan.

Si te postran diez veces, te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas… así comienza Avanti, el famoso poema de Alma Fuerte incluido durante muchos años como lectura obligatoria de escuelas primarias. Entonces, nos saltan preguntas a la cara.

¿Seremos también parte alienada de este sueño colectivo donde el encuentro con el amor es en verdad el golpe crónico contra el suelo?

¿Estaremos respirando bajo quince kilos de aserrín, colgados de verdades que se pudrieron hace demasiado?

¿Y qué quiso decir cuando levantó la mano recortada por sus tendones y se pasó fuerte las yemas de los dedos por la cara, como si en lugar de piel se acomodara un catálogo de gestos falsos para volver a animarse, para volver a mirarse?

¿Por qué empujar señalando, cómo ignorar la orden sin hacerse eco de la humillación, dejando de lado en un mismo gesto la sumisión cuando el índice empuja y juzga antes de preguntarse?

¡A vos! ¡Acá! Al suelo, cuerpo a tierra y en cuatro patas, ordena el índice.

Todo parece decir: trituraré tu suerte como esta galleta quebradiza de la fortuna. Sos mi ratón, un experimento. Verás cómo entierro tu deseo y la ansiedad te arrancará las uñas con tal de desenterrarlo, mi pequeño cobayo. Cuando creas que has llegado a encontrarte con tu suerte, que has leído el mensaje en la galleta, el destino volverá a escurrirse entre los dedos como arena, como aire, como nada. Y engordará el deseo. Cada día su hambre estará más insatisfecho, pero yo no seré responsable del resultado porque aún puedo jugar con tu vida. Naciste roedor, bailarín, actriz. Porque creés que elegiste, porque afirmás que te encontrás ahí por decisión. Si te invento bien, podrás incluso ser tan audaz como para asesinarme. Podrás creer que escapaste, que huiste de tu jaula, pero en vos he sellado también un destino que te cuenta. Seré tu captor, tu dueño, aunque emigres y te vayas lejos.

¿Por qué seguir contando las caídas si ya antes de levantarte golpeaste 100 veces la puerta que no abre, quinientas veces el timbre que no escucha? ¿Cómo seguir tragándose las mismas piedras si se han quedado lo más quietas, sin palabras ni atajos para las ideas que se desgranan como los restos de madera?

Señalar se vuelve la única manera de someter el escándalo a una parcialidad delimitada en el afuera. Señalar se ha vuelto la única manera de decir en algunos círculos, señalar cooptó todas las maneras de mirar, la única forma de ser entre imputados, procesados y piadosos. No hay caso, la mordaza no es igual a la reserva: una obtura y se sufre; la otra se elige, aunque también se sufra. ¿Cuántas caídas tolerará el cuerpo antes de apagarse?

La fortuna no viene adentro de una galleta, por más de que abramos una a la mañana, comamos otra a la tarde y desmenucemos la tercera por la noche, por más de que nos la prescriba nuestro médico de cabecera.

Nana korobi, siete veces cae para levantarse ocho. Nana: golpe, dolor. Emboscada hecha canción para despertarnos aún más en tiempos de insomnio.

Dirección: Daniela Cámpora

Intérpretes: Ines Pagnotta | Marina Andreotti | Rocío Bernardez | Sol Lemonni

Asistencia artística: (fotografía, gráfica, vestuario y escenografía): Lila Dagna Woszezenczuk

Idea: Todas Nana

Tutoría: Mauro Sebastián Cacciatore

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