Ni tan raros ni tan perdedores
Pequeña Miss Sunshine es una película norteamericana de reciente estreno que ANRed pudo ver. Contado a manera de una road movie, el film nos introduce, a partir de los sueños de una niña por ganar un concurso de belleza infantil, en la problemática de una familia disfuncional que intentará ingresar a las filas de los «ganadores». Afortunadamente no serán admitidos a ese «paraíso» y comprobarán que raros y perdederos somos todos.
En una road movie sus protagonistas salen a la ruta y emprenden un recorrido, planeado o inesperado, con un destino por delante o dejándose llevar sin un rumbo fijo. Pero lo seguro es que hay una urgencia por trasladarse y circular. El viaje opera como una parábola del movimiento, del cambio. Y ese cambio es doble, dado que el desplazamiento funciona tanto en el nivel externo, como lo que es más importante: en el plano interno de esas inquietas almas. Finalmente, ante tanto traslado, el espectador es obligado a sumarse a esta emigración de todos los sentidos. Y sí esto ocurre así, este esquema narrativo habrá tenido resultado y el público se moverá al ritmo de lo que ve en pantalla.
Desde hace tiempo el cine nos viene gratificando o torturando, según sea el caso, con este tipo de estructura que puede tornarse incierta tanto como ese viaje que inician sus personajes. En el caso de «Pequeña Miss Sunshine», reciente estreno norteamericano y opera prima de los debutantes Jonathan Dayton y Valerie Faris, el resultado no podría haber llegando a mejor destino. ¿Por qué?
Antes que nada porque nos exhibe de manera impiadosa la historia de una familia disfuncional de los Estados Unidos. La cámara abre su lente y nos confronta de forma directa ante el sueño de Olive (una más que lograda composición de Abigail Breslin), una niña de siete años que anhela ganar un concurso de belleza infantil: el de «Pequeña Miss Sunshine». Pero para que esto ocurra, sus padres, hermano, abuelo y tío deberán atravesar 1300 kilómetros desde Nueva México hasta California, a bordo de una destartalada camioneta.
Todos ellos conforman una galería de coloridos y complejos personajes que tratarán de cumplir el deseo de la menor. Una niña gordita y de anteojos que derrocha simpatía, ingenuidad y ternura, pero que lejos está de poder competir ante un título de semejante «envergadura».
Sus acompañantes, cada uno a su manera, también se encuentran por fuera del ideal a exponer. Comenzando por el padre (Greg Kinnear), un señor que en vano pretende dar cursos motivacionales sobre cómo alcanzar el éxito. Siguiendo por la madre (Toni Collette), una mujer siempre al punto del desborde que intenta, sin lograrlo, llevar adelante su hogar. Continuando por el hermano (Paul Vano), un adolescente introvertido, lector voraz de Nietzsche, que ha decidido desprenderse del lenguaje oral y hacer votos de silencio hasta ingresar como piloto en la fuerza armada. Por último, se encuentran el abuelo y el tío. El primero, un anciano (Alan Arkin) adicto a la heroína y a la pornografía que dice lo que piensa sin filtro alguno. Y el segundo, (Steve Carell) un gay intelectual especialista en la obra de Proust que ha intentado suicidarse ante el rechazo de un amor no correspondido.
Crítica feroz ante la antojadiza línea que disgrega al mundo de los «perdedores» del de los «ganadores»… Algo que en los pagos de Bush suele ser mucho más marcado y evidente que en cualquier otro lugar del planeta. Ya desde pequeños se los alecciona y educa para alistarse en las filas de los triunfadores; con metas claras y prácticas que no admiten la posibilidad de dudar o de manifestar algún tipo de debilidad. De lo contrario, el rechazo social será inmediato. No hay lugar para matices ni puntos intermedios en esta severa calificación que excluye todo lo que considera desigual, raro o por fuera de lo estipulado.
Ahora bien, ¿quiénes son los que califican o dictan las normas? Y aquí entramos en el segundo y consistente eje del film. Porque mediante ese micro espacio que conforma el certamen de belleza y talentos, conoceremos de forma explicita la identidad de los que imponen las reglas y de los que las obedecen. Unos y otros lucen patéticos. El ver a esas niñas disfrazadas obscenamente de mujeres, al extremo de la monstruosidad, compitiendo cruelmente por un título de supuesta hermosura, nos indica que algo no está funcionando del todo bien en el mundo de los «ganadores».
La escena final -incontable, por supuesto- nos depara un festín de variada y efectiva intensidad. Allí, irremediablemente quedarán expuestas las verdaderas caras del ridículo y del patetismo. Desgraciadamente, muchas veces, esos seres son los que terminan trazando los paradigmas ideológicos dominantes a seguir o manejando directamente por medio de la fuerza, el destino de toda una sociedad.
Ser catalogado de «perdedor» o de «raro» puede resultar todo un halago, si tenemos en cuenta la figura de la persona que lo afirma. Lo preocupante sería recibir el elogio y la aprobación de dichos sujetos. Las debilidades y rarezas conviven en todos nosotros y ese no es el problema. La dificultad radica en definir o redefinir ¿qué significa y qué representa ser considerado un real ganador?
Mariano Minasso
Ficha Técnica:
Nacionalidad: Estados Unidos
Año: 2006
Género: comedia
Duración: 101 minutos
Guión: Michael Arndt
Protagonistas: Greg Kinnear, Toli Collette, Paul Vano, Abigail Breslin y Alan Arkin
Dirección: Jonathan Dayton y Valerie Faris
Cines donde se exhibe: (Lorca, Arteplex, Belgrano Multiplex, Village Recoleta, Atlas Solar de la Abadía, Cinema Devoto, Village Pilar, Atlas San Isidro)