13/06/2016

Un beso, cincuenta muertos

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Era noche de fiesta y fue de sangre. La masacre de Orlando es la suma de todos los odios contra los que oponemos nuestros cuerpos disidentes, sudacas, travas, maricas, tortas, cada vez que salimos a la calle tiznados de brillo y abrigados de besos. Nuestros besos disidentes, aquí y allá, dan espanto. Por Marta Dillon para Revista Anfibia.


Dolor y rabia. Todas las palabras que fluyen y las que no fluyen están atravesadas por el dolor y la rabia. Los nombres de las víctimas, sus rostros, sus barbas candado sobre la piel marrón, y los rostros que no vemos, los de los pocos nombres femeninos que quedaron ocultos detrás de la palabra «gay”, que siempre quedan ocultos detrás de esa palabra. ¿Habrá sido Kimberly una lesbiana? ¿Habrá sido Shane una trans? ¿Cuántas trans perdieron su nombre con su vida? ¿Amanda era Amanda o su nombre era en masculino hasta que una bala se llevó su pulso y dejó a la intemperie su cadáver y su documento? La masacre de Orlando es la suma de todos los odios contra los que oponemos nuestros cuerpos disidentes, sudacas, travas, maricas, tortas, cada vez que salimos a la calle tiznados de brillo y abrigados de besos. Era noche de salsa y de merengue, de bachata y reguetón, noche latina, una noche para que disfruten quienes saben que sus vidas valen menos aun en Orlando donde el español o el espanglish es lengua mayoritaria, esos cuerpos racializados saben que importan infinitamente menos que los blancos, mucho menos aun si no cumplen con la heterosexualidad obligatoria. Era noche de fiesta y fue de sangre. Y un hilo de rabia y dolor se tensa a lo largo del continente y con los nombres que empiezan a aparecer de las víctimas de Orlando recitamos también los nuestros, los que sabemos porque comunitariamente rescatamos del olvido: Pepa Gaitán, Diana Sacayán, Noelia Ruiz «“trava asesinada en Mendoza la misma noche en que masivamente dijimos ¡Ni una menos!. Y los que no sabemos pero nos debemos, los diez cadáveres apilados después de que un macho entrara a disparar en un boliche queer de Xapala, en México; otras dos travestis asesinadas en este país a los largo de mayo, cada adolescente que se suicida en silencio porque no tolera la máquina de violencia de la heterosexualidad obligatoria aun con matrimonio igualitario, aun con los gestos lavados mil veces del supuesto «gay friendly”.

No en nuestro nombre. Nuestros besos espantan y también por eso nuestros besos son tan dulces. Nuestros besos disidentes, nuestros aquí y allá, dan espanto. Los nombró el padre del asesino, dijo que el espanto latía en el dedo de su hijo cuando apretó el gatillo aunque esto se intente sepultar bajo el nombre del país de origen «“Afganistán- del padre en cuestión, detrás de una posible vinculación con el Estado Islámico, en busca de nombrar éste como un acto terrorista que pueda ser reprimido con más policías, invasiones armadas, militarización de la vida cotidiana, más odio racializado contra musulmanes. Vaya oportunidad que encontraron para decir ahora que no importa si eran putos, travestis, trans o tortas los cuerpos que faltan, ahora resulta que somos todos. Justo en el mes del orgullo lgbtiqp, justo a tiempo para militar las marchas, para meter miedo a quienes estaban preparando sus brillos para salir a la calle, cuidado que pueden dispararte. Nunca importamos pero ahora sí podríamos servir para cerrar fronteras, poner a salvo valores occidentales, bañar de sangre otros territorios. No en nuestro nombre, nuestras luchas, las de los cuerpos disidentes, están enlazadas con las luchas de todos y todas los oprimidos. No hay orgullo en el odio al islam. Y sí nos importa qué clase de vidas fueron amputadas: eran vidas disidentes, eran maricas, travas, trans y tortas; esas que dan espanto porque a pesar del dolor seguimos bailando, porque sabemos tanto de la pérdida que cada vez que nos besamos en plena calle y a la luz del día o de la discoteca estamos mellando un poco más el cielo de la normalidad que insiste en nombrarnos como diversidad, como excepción que confirma la regla de a cada hombre una mujer y a cada mujer su media naranja que si no quedará sola y a la deriva, media mujer sin destino.

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No es fobia. Nuestras vidas siempre fueron relatadas mayoritariamente por el diagnóstico o la judicialización. Se habla de homofobia y de xenofobia, pero se trata de odio. Las fobias están descriptas en los manuales médicos o psiquiátricos, el odio es lo que campea en la calle, lo que se lee en el cuerpo de las y los masacrados. Qué importa si el asesino era de origen afgano o había coqueteado con el fanatismo religioso, era sobre todo era un hijo sano del patriarcado que ya había descargado su violencia contra la mujer con quien se había casado. No es un monstruo, es un hombre que supo escuchar lo que la sociedad susurra en su oído: que hay un modo correcto del estar en el mundo, que contra lo que te da miedo se puede disparar «“y comprar armas en el gran país del norte es tan fácil como llevarte un café del starbuck. Que el «estilo de vida” se defiende con sangre, que la paz se conserva con muerte. No hablemos más de fobias, no hay medicación ni tratamiento para esto. Lo que hay es un sistema heterosexual, patriarcal, capitalista que pretende modelar nuestros deseos «“y tantas veces lo consigue-, que otorga privilegios a los varones blancos, privilegios que no se resignan y que se suponen naturales, que nos obliga a organizar la vida cotidiana en la lógica de la acumulación de objetos, prestigio y supuesto amor filial para que sigamos reproduciendo fuerza de trabajo y buenas anteojeras que impidan mirar al costado, sentir empatía con el dolor, conjurar la tristeza con pastillas. Hablemos de odio. Lo que susurra este sistema en el oído de los ejecutores es odio, lo que pone en sus manos convirtiendo a las armas letales en un objeto más de consumo es herramientas de disciplinamiento que tal vez después se disparen contra ellos mismos pero con el acto de descontar unos cuerpos más que desde antes no contaban ya consumado. ¿Qué diferencia hay entre esto y el paraíso prometido por el Estado Islámico para quienes den su vida por la causa? Ninguna. El asesino de Pulse no hizo más que realidad los sueños clandestinos de tantos y tantas que odian todo aquello que podría poner en riesgo la seguridad de que hay un «estilo de vida” en el que estar a salvo de las revoluciones posibles del deseo.

Sobre las lágrimas, nuestros besos. Las imágenes del duelo llegan rápido desde el norte hasta este confín helado, las redes sociales las reproducen igual que reproducen las respuestas airadas de quienes no van a cuadrarse en la lógica punitivista que busca capitalizar nuestro dolor para seguir armándose y alimentando el odio. Despertar no fue fácil el domingo, la noche del sábado todavía me rodeaba con sus brazos, habíamos compartido el primer fes-teje de la Colectiva Lohana Berkins, en la boca tenía bordados los besos dados y los recibidos, en el cuerpo los abrazos. Travas, maricas, tortas, trans, bailamos y cada vez que tomamos aliento se escuchó el grito de «Justicia por Diana Sacayán” y la memoria en el «Â¡presente!” por Lohana Berkins. En los cuerpos de las dos el odio y la exclusión podían leerse cuando las despedimos, desgarrados nuestros corazones y nuestras comunidades. Y sin embargo de esas ausencias esa fiesta, del silencio de sus voces esta organización que cada vez que toma la calle deja huella. La noticia de la masacre de Pulse fue un baño de lágrimas sobre el rastro de las caricias de madrugada. Y enseguida hubo comunicaciones urgentes, enseguida los hilos que nos atan empezaron a tensarse entre quienes nos sentimos parte de esas comunidades disidentes de la heterosexualidad obligatoria que sigue preguntando a niños de cuatro años si ya tienen noviecita como si fuera un juego inocente. Estas comunidades en las que me inscribo sabemos del dolor, sabemos de velorios tempranos, sabemos del odio y sabemos sobre todo de la potencia del deseo. Ese que nos hace reír cómplices aun frente a los cadáveres amados porque sabemos que así honramos sus trayectorias vitales, besándonos sobre la muerte, bailando contra el miedo, abrazándonos muy fuerte, aquí y allá porque todo lo que tenemos es a nosotr*s, un tejido amplio y abierto que no marca género, que no termina de nombrarse como comunidad en singular porque todavía está tejiendo sus redes pero que sí sabe nombrar a quienes faltan y no vamos a permitir que ahora se diluya nuestro dolor en un duelo políticamente correcto. No. Estos muertos, estas muertas, las reconocemos como propias.

Y por ellas y por ellos volveremos a besamos, con furia y con deseo, porque viv*s nos queremos.

Imagen de portada: © Hernán Marina, Abrazo (naranja), 2012, Tubos de neón 9 mm, 92 x 97 cm, Edición 2/3. Gentileza Galería Henrique Faria Buenos Aires.

Foto de interior: Philippe Leroyer


Reproducimos también nota del mismo medio sobre el tema:

Masacre de Orlando: Lo peor de varios mundos

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El FBI investiga el caso como un acto de terrorismo. El periodismo y la opinión pública debaten si fue un «crimen de odio”. Mientras se buscan respuestas, la periodista Ana Prieto dice que fue terrorismo porque se envió un mensaje de violencia a la comunidad LGTB de todo el país, que sin ese rifle Omar Mateen no podría haber asesinado con tanta facilidad y rapidez y que, con o sin la ideología de ISIS, fue un homofóbico que siguió odiando hasta morir. Por Ana Prieto.

Foto portada: John Rothwell
Fotos: US Embassy New Zealand.

Con 50 muertos y 53 heridos, la masacre perpetrada por Omar Mateen en la disco gay Pulse de Orlando hace tambalear al de por sí tambaleante terreno de las definiciones: ¿Se trató de un acto terrorista? ¿De un crimen de odio? ¿Del típico tiroteo planeado por un perturbado? ¿Fue cometido por un «lobo solitario”? También ha desatado posiciones encontradas: los defensores de las armas culpan a los musulmanes. Los defensores del control de las armas culpan a la laxitud de las leyes. Los islamófobos culpan al islam. Los homófobos más recalcitrantes se alegran en silencio y Donald Trump se felicita a sí mismo por prometer mano dura para todo el mundo. En este crimen ha confluido lo peor de varios mundos: la facilidad con la que cualquiera puede comprar y portar legalmente armas en Estados Unidos, la homofobia y, si vamos a creerle a la reivindicación de ISIS, el extremismo de inspiración islamista.

Terror vs. Odio

El FBI está investigando el caso como un acto de terrorismo, mientras que en el periodismo y la opinión pública persiste el debate sobre la categoría en la que encaja la matanza cometida por Mateen: si en el espectro de la violencia terrorista o del así llamado «crimen de odio”. En Estados Unidos, la distinción entre uno y otro es importante. El «terrorismo doméstico” refiere a los actos cometidos dentro de la jurisdicción del país por ciudadanos o residentes permanentes y cuya intención es «intimidar o coaccionar a la población civil”, «influenciar la política de un gobierno por la intimidación o la coacción”, o «afectar la conducta de un gobierno a través la destrucción masiva, el asesinato o el secuestro”. En cuanto a los crímenes de odio, no son cargos sino agravantes de otros delitos, y se definen por estar «motivados en su totalidad o en parte por los prejuicios de un delincuente hacia una raza, religión, discapacidad, origen étnico u orientación sexual”.

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Desde luego, un crimen terrorista no excluye un crimen de odio (basta pensar en las prolongadas campañas asesinas del Ku Klux Klan), y vale la pena aclarar una confusión que se ha vuelto recurrente: «terrorismo” es una palabra sobreexplotada, históricamente utilizada a conveniencia del emisor de turno y, hoy en día, empleada en su flagrante generalidad solo para describir a los crímenes cometidos por quienes profesan el islam. La palabra se ha vuelto sinónimo de fanatismo religioso o de «lealtad a ISIS” cuando en realidad da cuenta de una manera determinada de organizar la violencia con fines políticos. Quien comete un acto de terrorismo, demanda un cambio en un statu quo determinado a través del derramamiento de sangre de personas elegidas al azar «“por lo común, civiles»“ que son utilizadas como «mensaje”.

El crimen en Pulse no es terrorista porque Mateen haya sido musulmán y ni siquiera porque haya llamado al 911 en medio de la carnicería para jurarle lealtad a ISIS. El crimen de Mateen es terrorista porque a través de la matanza de 50 miembros de la comunidad LGTB de Orlando envió un poderoso mensaje de violencia y tolerancia cero a la comunidad LGTB de todo el país en momentos en que celebra el Mes del Orgullo.

Tener armas vs. no tenerlas

Los defensores de la circulación irrestricta de armas para uso civil en Estados Unidos no ven la relación entre la epidemia de tiroteos masivos (998 desde la traumática matanza en la escuela primaria de Sandy Hook, Connecticut, en diciembre de 2012) y las facilidades con las que cualquiera puede comprar un arma en ese país. Omar Mateen consiguió las suyas legalmente la semana pasada (se desempeñaba en la empresa de seguridad privada G4S): una pistola semiautomática de 9 mm, y un rifle de asalto tipo AR-15, convertido ya en una de las herramientas favoritas de los masacradores seriales por la cantidad de balas que disparan sin necesidad de hacer recargas. Fue una de las utilizadas por James Eagan Holmes para matar a 12 personas en un cine de Aurora, Colorado, en julio de 2012. Fue el arma utilizada por Adam Lanza, seis meses después, para matar a 20 niños de entre 6 y 7 años en Sandy Hook. También fue la elegida por los asesinos de San Bernardino, California, cuando mataron a 14 personas en diciembre de 2015. Entre 2000 y 2010 se vendieron 2 millones de AR-15 para uso civil en Estados Unidos, y hoy se cree que en al menos de 3,7 millones hogares hay una.

En su discurso al país después de la matanza, Barack Obama dijo: «Esta masacre («¦) es un recordatorio más de lo fácil que es para alguien tener un arma que le permita disparar en una escuela, un templo, un cine o un club nocturno. Y tenemos que decidir si ese es el tipo de país que queremos ser. Activamente no hacer nada es también una decisión”.

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Ayer, las redes sociales se llenaron de emotivas defensas al uso civil de armas de fuego: «Las armas no matan a la gente; la gente mata a la gente”; «Si el asesino no empleaba un AR-15 iba a emplear cualquier otra cualquier cosa”; «Si los asistentes a la disco hubiesen estado armados esto no habría pasado”. La Asociación Nacional del Rifle, que por cada matanza vocifera las bondades de la portación de armas y llama a «no politizarlas”, se mantuvo en silencio esta vez. Sin embargo, cuesta olvidar lo que dijo su vicepresidente ejecutivo Wayne LaPierre mientras los padres enterraban a sus hijos asesinados en Sandy Hook: «Lo único que detiene a un hombre malo con un arma, es un hombre bueno con un arma”.

Es cierto que si Mateen no hubiese tenido un AR-15 hubiese elegido algo más para matar. También es cierto que cualquier otra arma disponible en el mercado no le hubiera permitido asesinar con una facilidad y rapidez pasmosas a 50 personas y herir a otras 53.

Lobo solitario vs. recluta de ISIS

La ex esposa de Omar Mateen declaró que era un hombre golpeador, mentalmente inestable, poco religioso, y que su familia prácticamente la había rescatado de la casa que compartían, poniendo fin al breve matrimonio. El padre de Omar Mateen declaró que su hijo había quedado muy perturbado por ver a dos hombres besándose hacía algunas semanas. Un ex colega de Mateen en la empresa G4S dijo que era el hombre más intolerante que había conocido en su vida, que se había quejado de él por su disposición a la violencia, y que no le sorprendía lo que había hecho. El FBI, por su parte, ya lo había tenido en la mira, por su relación con un estadounidense que se inmoló en Siria, pero llegado a la conclusión de que no suponía peligro alguno.

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Buena parte de lo que se sabe hasta ahora sobre Mateen coincide con las marcas de los así llamados «lobos solitarios”, a saber: tienden a crear sus ideologías particulares, que resultan de una combinación de frustraciones personales con reivindicaciones políticas, sociales o religiosas; suelen sufrir algún tipo de desorden psicológico grave; padecen, en distintos grados, una sociopatía o una inhabilidad para relacionarse con sus pares: son desconfiados y solitarios en su vida cotidiana, como lo son cuando planean y perpetran sus ataques. Además, aunque no pertenezcan a ninguna organización o célula criminal, suelen simpatizar o identificarse con grupos extremistas que les proporcionan una «ideología de validación” y una plataforma en la que pueden transferir sus propias frustraciones a un objetivo superior, e incluso llevar adelante atentados «por la causa” sin que nadie se los haya pedido.

Este parece ser el caso. Según el FBI, Omar Mateen llamó al 911 durante la masacre y juró lealtad a ISIS. Y pocas horas después, a través de sus órganos de propaganda, ISIS se adjudicó el ataque, algo esperable en momentos en que ha mermado notablemente el flujo de reclutas a sus territorios, y en el que hace llamados a cometer atentados individuales en Occidente. Se ha comparado el ataque de Mateen a los atentados sincronizados en París, pero las diferencias entre uno y otros son numerosas y la primera y principal es que a diferencia de los asesinos de la capital francesa, Mateen nunca pisó Siria ni recibió entrenamiento allí.

Lo cierto es que, con o sin la ideología de ISIS, Omar Mateen fue un homofóbico que siguió odiando hasta morir.



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