04/06/2016

La partida de un hombre: falleció Muhammad Ali

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Tras ser internado de emergencia el pasado jueves 2 de junio, ayer falleció la leyenda del boxeo Muhammad Ali, con 74 años, en Phoenix, Arizona. Además de ser considerado el mejor boxeador de todos los tiempos, Ali fue un símbolo de las luchas sociales, tanto para los afrodescendientes como para quienes se sintieron inspirados por su negativa a ser parte de la guerra de Vietnam. A pesar del preconcepto que pueda generar en quienes no conocen su historia, Alí no era un «golpeador”, sino más bien un deportista cuya vida se basó más en «esquivar golpes” que en el concepto mediático del «pegador”. Por Ramiro Giganti, para ANRed.


Con el nombre de Cassius Marcellus Clay, este hombre nació el 17 de enero de 1942 en Louisville, Kentucky. El joven Cassius había conocido un gimnasio a sus 12 años, a partir de un episodio desafortunado luego de que un ladrón le arrebate su bicicleta. La leyenda cuenta que ante la fascinación por el gimnasio y el consejo de entrenar antes de ir a pelear en la calle, el joven empezó su carrera. Luego de su primera pelea y derrota, Cassius radicalizó sus entrenamientos, mostrando desde sus inicios su personalidad: la de un trabajador, un luchador dispuesto a prepararse y enfrentar adversidades, dispuesto a esquivar golpes.

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Tras ganar títulos en su adolescencia, puso su meta en las Juegos olímpicos de Roma en 1960, pero no fue una meta sencilla: después de perder la clasificación en la categoría pesado, probó suerte en semipesados donde pudo clasificar, al noquear a Allen Hudson, campeón panamericano de 1959. Con 18 años llegó a Roma y después de pasar varios obstáculos, incluído el campeón olímpico de Melbourne 1956, el soviético Gennadiy Shatkov, llegó a la pelea definitoria. En la final tuvo que enfrentar a un público hostil, ya que en la pelea anterior por otra categoría, otro estadounidense, Eddie Crook, había ganado su pelea por una decisión muy polémica de los jurados. Tras un inicio difícil, Cassius se impuso al polaco Zbigniew Pietrzykowski y ganó la medalla de oro olímpica. Poco tiempo después daría inicio su carrera profesional.

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Su carrera ascendente lo llevó a pelear en 1962 contra Sonny Banks en el Madison Square Garden, cayendo por primera vez en su carrera en el primer Round. Lejos de derrotarlo en su vida, esa fue una muestra más de su capacidad para responder ante las adversidades. Este hombre no se rindió y siguió entrenando y ganando sus siguientes enfrentamientos.

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Tras ganar numerosos combates, el 25 de febrero de 1964, tendría su oportunidad de pelear por el título mundial frente al multicampeón Sonny Liston, quien era considerado un boxeador temible, y favorito frente al joven Cassius. Incluso hubo periodistas que intentaron convencerlo para que no se presente a la pelea. Contra todos los pronósticos, Clay ganó en el sexto Round por abandono luego de haber dominado el combate.

Al día siguiente de lograr el título, el joven boxeador dio a conocer que cambiaría su nombre a Cassius X, y días después anunciaría que su nombre sería «Muhammad Alí”, inspirado en el líder islámico Eliaj Muhammad. En sus declaraciones explicó el cambio de nombre porque el apellido «clay” era un apellido de esclavo impuesto, que él no había elegido.

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Tras varias defensas de su título, Ali defendió el título el 22 de marzo de 1967 por última vez en los años 60′. Después de su negativa para sumarse a las fuerzas armadas de cara a la guerra de Vietnam, le quitaron sus licencias y los títulos que había ganado. Sus convicciones tuvieron un costo elevado.

La vuelta del campeón

En 1970, Muhammad Ali volvió al cuadrilátero. Lentamente fue recuperando las autorizaciones para boxear. Tras ideas y vueltas, y distintas obtenciones del título norteamericano, Alí volvería a ser campeón mundial el 30 de octubre de 1974, después de una memorable pelea contra George Foreman, frente a más de 60 mil personas, en Kinsasa Zaire (en ese entonces, hoy República de Congo). Retuvo el título en numerosas peleas durante cuatro años.

A diferencia de la idea que muchas veces se difunde sobre el boxeo, Alí no era un «pegador” sino deportista completo, obsesivo por el entrenamiento, y con mucha planificación sobre las estrategias en sus peleas. Su voluntad para enfrentar adversidades fue una de sus mayores virtudes. Actualmente, más allá de las características, el boxeo suele ser la posibilidad de jóvenes de origen humilde de tener una oportunidad, y la violencia y la manipulación de parte de quienes manejan el negocio, suele conspirar contra los sueños de muchos pibes que buscan salir adelante y no siempre logran esa vida soñada a pesar de lograr muchas veces el éxito deportivo.

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Muhammad Alí fue un ejemplo para todos: ejemplo para superar adversidades, ejemplo como deportista, ejemplo por sus convicciones como trabajador en cada entrenamiento. Pero por sobre todo, ejemplo de convicciones frente al mundo. Su lucha contra la opresión racial y sus convicciones para negarse a ser parte de las fuerzas armadas entran en contradicción con esa lógica oportunista y burocrática tan presente en la actualidad: la del «mercenario exitoso”. Campeones y millonarios hubo muchos, luchadores consecuentes como Ali muy pocos.

Si aman el deporte pero tienen contradicciones con el boxeo por su violencia, miren a Ali, miren sus videos, pero no miren como pega. Concentren su mirada en sus piernas, en sus movimientos de piernas, en esa danza más cercana al arte que a la destrucción. Miren sus movimientos, su baile, su vuelo. Miren como los golpes de sus adversarios fracasaban, miren como la violencia fracasaba. No solo la violencia de sus adversarios: también los pronósticos de la prensa cuando Alí «iba de punto” fracasaron. Su relación con la prensa también fue un combate aparte, una lucha de un hombre contra un imperio. Fuera del cuadrilátero se enfrentó con la palabra contra los estereotipos racistas de la época, noqueó el sentido común del status quo, y ni las instituciones de la nación más poderosa pudieron obligarlo a cumplir su «deber ciudadano” (si es que un negro en esos tiempo era «ciudadano”»¦ No, no lo era) de ir a la guerra.

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Después de perder el título frente a León Spinks en febrero de 1978, Muhammad Alí, contra todo pronóstico por su avanzada edad, tendría revancha en septiembre de ese mismo año y recuperaría, nuevamente, el título mundial.

La partida de un hombre»¦ No de un «macho”

Se puede hablar mucho sobre sus peleas, sus duelos frente a otros grandes boxeadores a quienes derrotó. Pero su ciclo no se termina sólo con una carrera profesional. Sus convicciones lo llevaron a pelear otros combates fuera del cuadrilátero. Ali se enfrentó a la segregación en tiempos en los que la población negra no tenía acceso a los mismos espacios que los blancos. Se enfrentó a un estado beligerante que no pudo mandarlo a la guerra, se enfrentó a un nombre impuesto por un sistema esclavista, a una prensa hostil. Y les ganó a todos. También peleó por su propia vida, y logro retener el título de la supervivencia durante décadas después de que le diagnostiquen la enfermedad de Parkinson.

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Hace 20 años fue la noticia al encender la llama olímpica en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, y seguramente será recordado en Rio de Janeiro como la leyenda que fue. Quizás su recuerdo en los medios solo se quede en sus títulos y su medalla olímpica en Roma, sobre todo considerando la actualidad gubernamental en Brasil, donde serán los próximos Juegos olímpicos. Pero aunque lo intenten no podrán ocultar el noble desprecio que Ali tenía por las fuerzas armadas, la cultura de la guerra, el racismo y la opresión. Esa que seguramente estará de un lado de la valla en los Juegos Olímpicos de Río. Vallas, que un deportista como Ali podía saltar, no sin adversidades.

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Este personaje no murió joven por conductas autodestructivas. Nunca «tiro la toalla”, como suelen decir en el boxeo, y en la jerga popular. No se rindió nunca. Su hija practica boxeo femenino, heredando la tradición de enfrentar estereotipos en un deporte considerado «machista” por muchos, y que durante un tiempo lo fue. Como lo es gran parte de la sociedad, sólo por ahora.

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Que quede claro: se acaba de ir un hombre, no un pegador. Un hombre, de esos que generaban otras lágrimas. Un hombre de llantos, no un «macho”. Un hombre de adversidades, de lucha, de entrenamientos. Un deportista de trabajo. Un artista del ring. Un hombre de palabras. Un pacifista, un objetor de conciencia. Un militante. Un tipo que no se fue chocando un auto de alta gama, o llevándose otras vidas, o golpeando y estrangulando a una mujer como otros boxeadores. Sino que partió con la misma dignidad con la que vivió. Se fue como un hombre, no como un «macho”.

Tal vez, y a pesar del ateísmo de muchos de nosotros, escritores de su altura como Julio Cortázar o Ernest Hemingway, ambos amantes del boxeo, lo estén esperando con los brazos abiertos en alguna eternidad divina. O simplemente podemos relatar su reencuentro con ellos en ese lugar de tan difícil acceso: el de la historia de los grandes inspiradores.



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