21/04/2016

Sexo, abusos y rocanrol

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«Quiero garcharte dormida y que flashees que soy Dios, quiero alegrarte la vida y que me digas mi amor”, canta Miguel en el tema «Pelucas Prodan”. Mailén y Rocío cantan otra historia. Ambas fueron pareja de Miguel Del Pópolo, voz de la banda «La Ola que quería ser chau” y «Los Migues”. Por Mariel Martínez y Rocío Varela para Notas


Mailén grabó un video donde denuncia que el cantante abusó sexualmente de ella dos veces en una misma noche. Hacía un tiempo que estaban alejados. Un sábado se encontraron en un recital de la banda. Acordaron irse juntos a la casa de Miguel. Ahí fue donde ella dijo que no, palabra desoída por el músico. Mailén cuenta los detalles, la violencia, el abuso reiterado.

Movida por este testimonio, Rocío se animó a contar su historia. En casi tres años de relación con el líder de la banda vivió maltratos de todo tipo: insultos, desprecios, golpes y otra vez abuso sexual. Ahora puede contarlo. Tardó mucho tiempo, según sus propias palabras, en reconocer la violencia en estas situaciones. El abanico fue amplio: desde decirle que era una puta hasta despertarse porque él estaba teniendo sexo con ella. Él con ella. No juntos, no jugando, no queriendo.

Los dos relatos coinciden además en la compleja dualidad amor/odio, sexo/violencia, relación/posesión. «Vos sos mía”, le decía Miguel a Rocío cuando ella intentaba separarse, «nadie te va a querer como yo”.

Perversamente, en el «no” de la mujer pretende avanzar el hombre.

Y también perversamente otras voces lo justifican: en medio de un recital de Massacre el líder de la banda, Walas, arrojó desde el escenario: «La piba ésta del video dice que la violó dos veces ¿Qué hizo en el medio? ¿Se fumó un pucho esperando que volviera?”. Luego sumó comentarios aludiendo a que «La Ola está de fiesta”. Por supuesto, más tarde se disculpó: «Soy un bocón”.

El problema del bocón no es su boca sino lo que dice, que es lo que piensa. Que es lo que piensan muchos: algo habrá hecho. Lo habrá provocado. La culpa seguramente la tiene la mujer.

Explicaciones todas que individualizando a las víctimas contribuyen a tranquilizar las conciencias colectivas. Pero nosotras sabemos: los «migueles” no son más que productos sociales del patriarcado que los parió y los formó.

Los machos del rock

La polémica de estos días extrajo fragmentos de la memoria colectiva en donde diferentes «machos del rock” pusieron a jugar su hombría en la rueda perversa de la dominación y el abuso.

Corría el año 1987 y Norberto «Pappo” Napolitano presentaba su disco Plan diabólico. En una entrevista con la entonces joven Alicia Barrios el tema del abuso se colocó en la conversación. «Hace tres o cuatro años, en el subsuelo del Luna Park”, empieza la periodista, para continuar con el relato de una situación de acoso que ella misma había sufrido por parte de su entrevistado. Después de segundos de tensión, el rockero concluye «uno siempre tiene ganas de violar a gente linda como vos”. La asociación entre rock, virilidad y abuso, condensada en menos de un minuto de un programa que, hablando de estereotipos, se llamaba «noche de brujas”.

También en estos días volvió a circular una entrevista realizada en el año 1997 a Ciro Pertusi, el ex cantante del grupo Attaque 77. En ella, a raíz de la explicación de una canción de su autoría -Páginas Pegadas- el músico declaró que le gustaban las nenas, que hasta incluso solía seguirlas y decirles cosas.

En varios medios gráficos Pertusi salió a defenderse diciendo que la entrevista había sido transcripta a medias y que incluso ya había hecho las aclaraciones correspondientes en su momento. Lo cierto es que esta es la primera estrofa de la canción: Casta y pura, angelical me atrae su inocencia es algo inmoral /quisiera llevarte a pasear, comprarte juguetes y hablar /que es joven, que es chica, que es menor de edad /nada justifica dejar de mirar, yo nunca te voy a lastimar /juguemos al doctor, juguemos nada más.

A apenas días de la difusión de la denuncia de Mailén se creó un grupo de Facebook titulado «Víctimas de Cristian Aldana” -el cantante de El otro yo (EOY)-. En la página publicaron en menos de 20 horas un testimonio detrás del otro. Historias de adolescentes fanáticas de la banda que cuentan cómo Cristian las acosó de una u otra forma. Chicas de 13 o 15 años que embelesadas por la figura del ídolo terminan siendo violentadas sexualmente.

«Me ofrecen ir a una orgía con chicas a la casa de Cristian Aldana. Obviamente que era mi ídolo en ese momento, y no dudé un segundo en decir que lo quería conocer, pero al mismo tiempo, no sabía lo que hacía. No era consciente de lo que me estaba pasando y lo que iba a pasar. Llegamos a su casa y cuando nos veo ahí, éramos todas menores de edad. Él tenía 30 años y nosotras entre 14 y 16 años. Nos hizo hacerle sexo oral pasando una por una al cuarto de él”
, relata una chica desde el anonimato.

Más de un adolescente habrá gritado a viva voz la melodía de «No me importa morir”, hit del disco Abrecaminos (1999) de EOY: A mi lado nada nos separará/ nadie te hará daño/ A mi lado nadie te tocará/ nadie se acordará de ti/ Cuando no te acuerdes de nada serás mía/ Y estás bajo mi control /solo yo puedo tocarte / y puedo ahogarte en el vertigo del sadismo.
Otra muestra más de los mecanismos «viriles” de poder, sin mucho disfraz ni adjetivos para agregar.

«El hombre no es culpable en estos casos”

La conclusión parece sencilla, pero no por eso menos dolorosa: ni la música ni los artistas populares están exentos de ser procesos y productos de una sociedad que objetualiza, maltrata y mata a las mujeres, considerándolas perversamente las artífices de este destino.

Uno de los temas más coreados de «Cacho” Castaña, por ejemplo, reza que «si te agarro con otro te mato”.

Son innumerables las alusiones estereotipadas, denigrantes o violentas hacia las mujeres plasmadas en estribillos de cumbia, en letras de reggaeton, en boleros, en canciones de cancha.

Ni siquiera las letras infantiles se salvan de este estigma de género: bastará recordar a la marinerita o al arroz con leche, bastará volver a corear los juegos musicales de nuestra infancia. Letras de canciones que a través del oído ingresan en nosotros y nos van formando, moldeando a su manera, naturalizando conductas sociales.

Una milonga popularizada a mediados del siglo pasado por Edmundo Rivero, Amablemente, golpea quizás en una de las aristas más intrincadas de este problema: La encontró en el bulin y en otros brazos/ sin embargo canchero y sin cabrearse/ le dijo al gavilán «puede marcharse/ el hombre no es culpable en estos casos”. La milonga, por supuesto, termina en un femicidio literario.

El problema que siempre tiende a esconderse es que en todos los casos el hombre es culpable. Culpable de ser obediente hasta el extremo a las órdenes generales de un sistema que genera machos asesinos y mujeres asesinadas, que genera intolerancia a las identidades sexuales disidentes, que favorece una asociación entre hombría y violencia que es además de cruel, mentirosa.

Será tarea de toda la sociedad en su conjunto cambiarle la letra a nuestros deseos. Seremos las mujeres organizadas, coreando a los gritos nuestras condenas las que logremos modificar los acordes. Serán también los hombres nuevos, los que eligen cantar a dos voces, los aliados fundamentales en esta construcción.



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