24/09/2015

Colombia: «La guerra pasa por el cuerpo de las mujeres”

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Como una forma de humillar a su oponente, como un trofeo de guerra, como un objeto de placer; así es usado el cuerpo de las mujeres en el marco del conflicto armado en el país. 8.795 mujeres, a abril de 2015, han sufrido violencia sexual por la guerrilla, los paramilitares, la bacrim o la Fuerza Pública. Por Vanguardia.com


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Mariposas blancas de papel rodean un recipiente vacío, más arriba de ellas muchas flores de colores y a alrededor 30 mujeres. Nadie habla aún. Todas están sentadas formando una gran U que rodea la mesa principal.

Se trata de una jornada de reparación a las mujeres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, que hace parte de los programas que la Unidad de Víctimas en el marco de la Ley 1448 de 2011 de Víctimas y Restitución de Tierras.

«A través de este encuentro, se pretende primero sacar a lo público eso que ellas han tenido guardado por tanto tiempo»¦ que conozcan toda la ruta integral a la que tienen derecho. No solo se enfoca en la indemnización económica, que son 30 salarios mínimos que ellas van a recibir por este hecho, sino que aparte hacemos un trabajo sicosocial»¦”, explica Marieta Alexandra Amado Camacho, profesional sicosocial de la territorial Santander de la Unidad de Víctimas.

Este es el primer día de dos, en los que, además de recibir ayuda psicológica y económica, podrán darse cuenta que lastimosamente no son las únicas que han sufrido la violencia sexual, otro de los atroces crímenes que han dejado más de 50 años de guerra. La mayoría son mujeres que no superan los 30 años, pero hay un par mayor que bordea los 60 años y unas cuantas alrededor de los 20. Algunas ya tienen lágrimas en sus ojos.

«Necesitamos gritar, sacar esto»¦ Las que hemos vivido esto no hemos vivido una vida normal”, dice en voz alta Liz, una de las líderes de estas mujeres y de las 8.795 colombianas abusadas sexualmente en medio de la guerra interna del país, según cifras de la Unidad de Víctimas hasta abril de 2015.

«La guerra pasa por el cuerpo de las mujeres. Tomar una mujer y violarla es un acto de posesión y de conflicto”, lee la funcionaria de la Unidad, mientras explica también los derechos que estas víctimas tienen, que si bien protegen y pone en evidencia este crimen de guerra que permanecía oculto anteriormente, sobre todo en su reparación, sigue siendo un reto para el Estado evitar que este tipo de actos sigan sucediendo.

En su más reciente visita al país, el pasado 4 de marzo, la Representante Especial del Secretario General de la ONU sobre la violencia sexual en los conflictos, Zainab Hawa Bangura, afirmó: «… El principal desafío es ahora convertir esta clara resolución en soluciones tangibles para las comunidades donde este crimen continúa ocurriendo, protección para las mujeres y niñas pobres y sin educación que son especialmente vulnerables»¦”.

Momento de la verdad

Tras una corta exposición y un refrigerio, comienza el taller sicosocial en donde por medio de diversos ejercicios las mujeres se comienzan a relajar un poco, caminan por el salón, respiran, se miran, se abrazan.

Después de este primer ejercicio, Marietta Amado, la profesional psicosocial de la Unidad, les pide que dibujen su cuerpo y las partes que cuentan una historia del mismo, así como las emociones que despiertan. Al tiempo, en otra hoja blanca tamaño carta escriben todo lo que quieren borrar de su historia. Quizás, muchas de ellas, tras haber sido abusadas por un guerrillero, un paramilitar o cualquier actor del conflicto armado, lo que menos desean es ser mujeres, pero de eso se trata el ejercicio, dice la funcionaria, de que no sientan vergüenza de ellas, de lo que vivieron»¦ que no se sientan culpables.

«Con este hecho es muy difícil recuperarse totalmente o volver al estado inicial en el que estaba la persona. Nunca con la estrategia que usamos pretendemos que ellas olviden o que se les borre esta situación, porque es imposible, pero sí que puedan incorporar eso a su vida, que puedan decir que eso fue una parte de su vida que ocasionó cicatrices, dolor, pero que ellas lo pueden aceptar y fortalecerse en ese hecho para seguir adelante»¦”, explica Amado.

El recipiente del centro se enciende y forma una pequeña hoguera. Una a una se les pide que pasen y quemen esa hoja, esperando que el fuego consuma el dolor y los recuerdos que sus cuerpos guardan.

Valientes

«Yo me sentí valiente cuando me ofrecí para que me violaran a mí y no a mis hijas y decidí tener el hijo de esa violación, que hoy tiene 19 años y lo amo”, cuenta sin lágrimas una de las mujeres.

Poco a poco van abriendo su corazón y contando, unas con lágrimas, voz quebrantada y en ocasiones muy baja, su historia, su lucha»¦ todas fueron sometidas a todo tipo de aberraciones sexuales, muchas fueron torturadas, otras quedaron embarazadas, unas más perdieron su familia producto de la vergüenza que esto les generó y todas se sintieron humilladas, abandonadas y señaladas.

«Yo soy indígena y cuando mi comunidad se enteró me rechazó. No pude volver”, cuenta otra mujer muy alta, morena, de unos 50 años de edad, con el cabello un poco despeinado. Y es que, como si ser violada no fuera suficiente, algunas comunidades indígenas del país repudian a las mujeres víctimas de este flagelo.
Elizabeth es de Saravena, Arauca y llegó como desplazada de la violencia a Bucaramanga. Antes de comenzar su relato lo primero que apunta es que ni sus padres ni nadie cercano conocen el dolor que ha cargado por tantos años.

El Eln, el grupo con mayor incidencia en Saravena, la violó unos meses antes de cumplir sus 15 años.

«Era una niña. A mí me quitaron mi inocencia, no me había desarrollado ni nada. Mi mamá jamás me había dicho ni siquiera qué era menstruar mucho menos estar con un hombre»¦”.

Ese día, cuando fue a traer agua de una quebrada cercana a su finca, su camino fue interrumpido por un guerrillero del Eln.
«Hizo lo que hizo conmigo. Mi vida cambió de ser niña a no tener paz. Yo lloraba día y noche y me tocaba irme al monte para que no me vieran llorar. Me daba miedo contar, porque me podían matar a mí y mi familia»¦”

Hoy a sus 45 años reconoce que ese día jamás se le ha olvidado, relatarlo le cuesta. Su voz es suave y tímida. Logró salir de esa cueva en la que ese hombre la metió hace 30 años cuando denunció ante la Unidad de Víctimas.

Actualmente Elizabeth trabaja en una fábrica de comida en la ciudad y trata, aunque le cuesta, seguir adelante. Los gritos o conflictos la afectan, no le gusta estar sola. Tiene miedo todo el tiempo.

Le ganó a la muerte

En el año 2000, después de que su esposo fue asesinado y desaparecido y su hija de 19 años acribillada, Liz fue víctima de tortura y abuso sexual por miembros del Ejército que tenían una base en el lugar en donde vivía y eran cómplices, según ella, de los paramilitares que dominaban esa zona de Santander, al mando del frente Ramón Danilo de las AUC.

«Yo estoy segura, como siempre lo he dicho, que esos tres hombres que me violaron eran militares»¦ y pues yo ya estaba dándome cuenta de las cosas que ellos estaban haciendo. Pero no nos dieron chance de irnos cuando comenzaron a matar a mi familia”.

Por medio de un engaño, un hombre que le debía un dinero la citó a la zona de donde meses atrás había huido. Tras llegar el lugar estaba sola, lejos de la carretera. Poco a poco su cuerpo comenzó a helarse. Sabía que algo malo estaba por suceder.

«Cuando salieron los tres hombres me preguntaron, ¿usted es la señora fulana? A mí la mente se me puso en blanco, no sabía que contestarles. Empezaron a torturarme: me cortaron la cara, las orejas, los brazos (dice mientras muestra las marcas en su piel), me cortaron los dos dedos de la mano derecha»¦ me dieron puñaladas en el estómago, pecho, espalda»¦”, la voz se corta. Le pido que si quiere pare un momento su relato, pero ella no quiere, desea desahogarse, es una manera de sacar el dolor e impotencia.

Además de la tortura, Liz fue obligada a realizar todo tipo de vejámenes sexuales a cambio de perdonarle la vida, aunque era solo una excusa para abusar de ella, pues el fin jamás fue dejarla viva.

Pero Liz es una mujer extremadamente fuerte, pues tras horas de estar inconsciente, tirada en un barranca y desangrándose, logró levantarse y a rastras llegar hasta la vía. Este fue su último recuerdo.

«Cuando yo desperté estaba en el hospital Universitario de Santander. Me di cuenta que tenía mangueras por todos lados. Esta es la fecha y nunca supe quién me llevó, pero me salvó la vida»¦ ya el hecho está confesado y yo de corazón (comienza de nuevo a llorar mientras balbucea) sí les perdono»¦ les pido que nunca más vuelvan a cometer esos actos aberrantes que marcan la vida y destrucción de todo un hogar. Ni la plata ni nada que a uno le den puede reparar el daño hecho”, concluye Liz.



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