05/08/2015

Caso Paucará, otro caso de violencia policial

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Lunes 20 de julio. Personal policial de la comisaría décima habría llevado a cabo una investigación sin ningún tipo de orden y totalmente fuera de su jurisdicción. El objetivo: Ricardo Miguel Paucará, joven adulto de 30 años, trabajador gastronómico, vecino de la zona norte de la Ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. Por Hijos de Nadie


Eficazmente logran localizarlo en su lugar de trabajo, un restaurante céntrico ubicado en calle Mate de Luna. También conocen su régimen horario, y media hora antes de que el reloj marque la salida, el móvil está estacionado a pocos metros.
Sin saber lo que le espera, Ricardo sube al taxi que todos los días lo devuelve a él y a dos de sus hermanos a casa. Ni siquiera es de noche. Pocas cuadras después, el taxi es interceptado por el vehículo policial de donde a cara cubierta descienden cuatro policías. Piden identificaciones y sin explicar nada, aproximadamente a las 16:00 Hs., se lo llevan.
«Para qué pidieron identificación, si ya lo tenían identificado”, dice Julio, el mayor de los hermanos Paucará, a quien los policías negaron la información sobre el destino de Ricardo.

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Tardará algunos días en animarse a hacer la denuncia. A la semana, cuando lo visito en el hospital, aun está asustado. «no puedo tragar el agua”, explica mientras me indica el simple mecanismo para saciar su sed con un pequeño enjuague. Un vaso es para el agua, el otro es para escupir.
Yo lo conozco de antes, del colectivo 104. Un hombre de características físicas notables. Caja torácica de boxeador y buena postura. La imagen mental contrasta con la de ese joven curcuncho, casi temblando, con gazas y tubos saliendo de la nariz. Esos diez centímetros de intestino delgado que debieron extirparle después de los feroces golpes, ¿guardan relación con este otro Ricardo?
Me cuenta que primero lo llevaron a una oficina. Él nunca antes tuvo que lidiar con la policía. Ningún tipo de antecedente. Recuerda que durante toda la secuencia no supo qué hacer.
Cuenta que después de un rato, entra un oficial de notable superioridad jerárquica que le pregunta si su nombre es Richard, su alias de Facebook, y si sabe por qué está ahí. Ricardo se presenta y dice que no, no sabe. «Pensá, pensá” insiste el policía.
Con esfuerzo Ricardo entiende cuál es el motivo de la detención y porqué el «jefe” conoce su alias de Facebook.
Hizo un comentario en la red social sobre una situación de violencia denunciada en ese medio, por la novia del oficial Juan Clemente Brizuela, quien por supuesto, presta servicio en la comisaría décima.
Cuando Ricardo confiesa el pecado, el superior pregunta: «¿vos tenés problemas con la policía?” e inmediatamente da la señal para que ingresen cuatro (Ricardo cree que eran cuatro, nunca se atrevió contarlos), claro, encapuchados. Amenaza a su familia y le dice «Te voy a enseñar que con la policía no se jode”.
«Sacate los zapatos y las medias» le ordena. Después es esposado.
«Tirate boca arriba”.
Llueven los golpes en el plexo y en el abdomen, y mientras lo agarran de piernas y hombros, uno de los vigilante cae con las rodillas sobre su estomago.
Los cintarazos en los pies desnudos lo retuercen, pero los policías le dicen «Bancate el dolor, bancate la bronca”.
Sin un trago de agua, deshecho, lo meten en una celda. Ni colcha. No sabe la hora, pero sabe que es de noche cuando lo llevan a la revisión médica. El médico sin mirarlo firma el acta que dice que está intacto.
De vuelta en la jaula, tampoco hay tranquilidad. La guardia a cada rato lo levanta, lo interroga, lo amenaza. Más tarde aparece Brizuela, cuya violencia contra su mujer desencadenó todo, desligándose y sugiriendo que por él terminó la tortura.
La situación es más grave: para que se le diera la libertad se realizó el primer Hábeas Corpus desde la última dictadura militar.
El martirio de Ricardo Miguel Paucará duró poco menos de día y medio, pero las consecuencias físicas durarán cuando menos seis meses, y las psicológicas, probablemente sean eternas.

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Durante el procedimiento policial de rutina (casos similares se dan como la aceituna en Catamarca), Julio Paucará es expulsado de la comisaría décima bajo amenazas de detención. «Él lo está contando. En otros casos no sobreviven, o peor, no hacen la denuncia por el miedo que les queda.”

Amenazas

Julio esperaba en la sala de urgencia del hospital San Juan Bautista donde se encontraba internado su hermano, cuando entra un uniformado que se sienta a la par. Indignado por lo sucedido entrecruza una fuertes mirada con el vigilante. Para su sorpresa, el tipo de azul le habla: «Vos sos Paucará?”, «Sí, por qué?”. De inmediato se levanta y se va. Evidentemente, esto significa entre otras cosas un «tengo tu cara”. Vestigios o reflujos del terror que en teoría terminó en los 80.

fuente: Hijos de Nadie



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