18/06/2015

La mató la lesbofobia

Dicen que una chica de 16 años se suicidó en Neuquén. No es la única, ni la primera, ni la última. Era lesbiana y su elección de vivir su identidad libremente la llevó a padecer los ataques lesbofóbicos de su entorno. Entonces se convirtió ella misma en la bala del arma llamada heteropatriarcado. Por El Zumbido

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Conmoción, titulan los medios corporativos. Preocupación, agregan. Nosotrxs nos preguntamos una y otra vez desde que supimos del hecho si en verdad se mató o si la mataron, aunque fuera ella quien en la práctica se quitara la vida.

Recordamos a Pepa Gaitán, cuyo nombre no deja de resonar, porque ese crimen sí fue explícito: un tipo con una escopeta escupió su intolerancia y la fusiló.

Camila tenía 16 años. No sabemos hace cuanto había empezado a conocerse y a romper con los primeros miedos hacia lo normado. Pero sí sabemos que sus compañeras y compañeros de colegio la torturaban psicológicamente por su elección, que aparentemente hasta la familia (primera barrera) aceptaba.

También sabemos que la lesbofobia no es un problema de las y los adolescentes, que la mamaron, que la hicieron carne porque viene por todos los frentes a instalarse con su odio. Que nadie hizo nada por lo que venía sucediendo. Que el dolor de esa joven no explotó de un día a otro. Que hay un Estado que se refleja en diferentes instituciones que se lavaron las manos.

El heteropatriarcado mata todo el tiempo. Todo. Y no hace falta que sea un hombre el que le vuela la cabeza a una mujer para que sea femicidio. Esperamos ver las calles pobladas de «militantes del #niunamenos”. Pero sabemos que eso no pasará.



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