La mató la lesbofobia
Dicen que una chica de 16 años se suicidó en Neuquén. No es la única, ni la primera, ni la última. Era lesbiana y su elección de vivir su identidad libremente la llevó a padecer los ataques lesbofóbicos de su entorno. Entonces se convirtió ella misma en la bala del arma llamada heteropatriarcado. Por El Zumbido
Conmoción, titulan los medios corporativos. Preocupación, agregan. Nosotrxs nos preguntamos una y otra vez desde que supimos del hecho si en verdad se mató o si la mataron, aunque fuera ella quien en la práctica se quitara la vida.
Recordamos a Pepa Gaitán, cuyo nombre no deja de resonar, porque ese crimen sí fue explícito: un tipo con una escopeta escupió su intolerancia y la fusiló.
Camila tenía 16 años. No sabemos hace cuanto había empezado a conocerse y a romper con los primeros miedos hacia lo normado. Pero sí sabemos que sus compañeras y compañeros de colegio la torturaban psicológicamente por su elección, que aparentemente hasta la familia (primera barrera) aceptaba.
También sabemos que la lesbofobia no es un problema de las y los adolescentes, que la mamaron, que la hicieron carne porque viene por todos los frentes a instalarse con su odio. Que nadie hizo nada por lo que venía sucediendo. Que el dolor de esa joven no explotó de un día a otro. Que hay un Estado que se refleja en diferentes instituciones que se lavaron las manos.
El heteropatriarcado mata todo el tiempo. Todo. Y no hace falta que sea un hombre el que le vuela la cabeza a una mujer para que sea femicidio. Esperamos ver las calles pobladas de «militantes del #niunamenos”. Pero sabemos que eso no pasará.