11/06/2015

10 años sin Saer

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El día de hoy, pero de 2005, se iba físicamente de este mundo Juan José Saer, escritor santafecino que supo llevar en su escritura el litoral argentino. Por Irupé Escobar para ANRed.


Juan José Saer nació en Soradino, Santa Fe, en 1937 y murió el 11 de junio de 2005, en París. Escritor de novelas como El limonero real, Nadie Nada Nunca, El entenado, entre otras, ha situado la mayor parte de su obra en el paisaje santafecino.

Su labor comenzó a los diecisiete años, publicando poemas, cuentos y artículos teóricos en la página literaria del diario «El litoral” de la cuidad de Santa Fe, donde también trabajó como periodista.

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Juan José Saer se ubicó fuera del excentrismo (y el mercado) de Buenos Aires. En su última entrevista realizada en Santa Fe resalta: «De acá a París”, defendiendo así su lugar de artista ‘marginal’.

En 1968 viaja a Francia como becario, donde trabaja en un ambiente que describe como efervescente, en un principio, y en una involución muy tensa y mortífera en los años posteriores. Emerge desde otro contexto, cortando con la lengua y la tradición argentina, pero su materia a representar continúa siendo la zona del Litoral.

El contexto en donde transcurren sus novelas abordan, en ocasiones bajo una aparente neutralidad, períodos como la Conquista americana, la Revolución de Mayo, el gobierno peronista y la dictadura militar.

El proyecto unitario de su obra se basa en la búsqueda de un discurso que exprese la complejidad de la representación, la importancia del recuerdo, la percepción que nunca puede ser unívoca, la ilusión de realidad.

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Saer reflexiona sobre su escritura de la siguiente manera:

«Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para eso lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia de principio a fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narrración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría ni principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño que, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas posiciones de corrección, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías”.

Su novela póstuma, La grande, quedó inconclusa con su muerte.



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