20/12/2014

Sobre la presentación de la obra; Recordar 30 años para vivir 65 minutos

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Este domingo 21 y martes 23 de diciembre se presenta Recordar 30 años para vivir 65 minutos en el Club Cultural Matienzo. Desde una propuesta unipersonal que une la danza y el teatro la obra une la ficción y la realidad en un hibrido que presenta a la vida como un teatro único y fugaz. Un mundo donde solo la memoria permite saldar las cuentas con el pasado y así integrarlo al presente y una posibilidad de futuro. Por Hernán Bayón para ANRed


La verdad es la manera de revelar algo sobre tu vida, tus pensamientos, dónde te sitúas. No se mantiene sola, la verdad. Está ahí combinada con el arte. Yo quiero hacer algo que tenga más de verdad y no tanto de arte. Lo que significa que tienes que ir por las ramas, porque la gente se siente más cómoda con el arte que con la verdad.
Robert Frank

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Debería haber escrito esta reseña hace más de tres semanas. Pero a veces el oficio o la voluntad no alcanzan para encontrar las palabras. Hace tres semanas que vi Recordar treinta años para vivir 65 minutos, que el impacto de su belleza y su sinceridad dejaron en mí un sentimiento de verdad inexplicable. Y si bien sé que no se puede forzar la mudez de eso que se resiste a explicarse, y que es una cuestión de tiempo encontrarle un sentido a una experiencia, ahora ya no tengo excusas; antes de que termine la obra dentro de dos funciones tengo que intentar dar forma a un vacío para poder volver a escribir los 65 minutos de una vida escénica, para poder volver a recordar 30 años de una vida, y entender que lo posible es una dirección de la voluntad, la meta del oro alcanzada en un movimiento que a partir del instante cero de lo imposible se vuelve creación, poesía, eso que en definitiva algunos llamamos vida. Según dicen, el tiempo trae distancia, objetividad. Perfecto. Es un lindo pensamiento. Pero yo no creo en la objetividad. Y si hay algo verdadero que puedo decir sobre Recordar es que no intenta dar respuestas ni generar el aplauso mecánico de un público al que se le cocina en una hora una obra perfecta y transparente, digerible al gusto y con los habituales condimentos de los lugares comunes de la actuación, la danza y la escenografía como tranquilizador entretenimiento. Desde un principio Recordar compromete. La idea central de la obra es aparentemente simple, durante 65 minutos a partir de fotos y videos y recuerdos Marina Otero construye una obra donde cuenta sus treinta años de vida. O mejor dicho una parte de esa vida que selecciona como un rompecabezas donde rememora lo vívido. Porque ¿es que se puede pensar que un relato biográfico totalmente sincero con lo que narra? ¿O también hay maquillajes y mentiras para no quedar tan expuesto, silencios y metáforas para cubrir las huellas del dolor? ¿Acaso recordar no es una forma de reconstruir el pasado en una selección que busca otorgarle un sentido a eso que se trae al presente? Si lo pensamos desde cierta perspectiva una vida no es otra cosa que una ficción. Marina Otero lo sabe, y como un lienzo va construyendo su autobiografía con los puntos cruzados de la verdad y la mentira, lo real y lo inventado, mitad literatura y mitad corazón que se incendia públicamente para revelar (como bien diría Werner Herzog) una verdad extática. Una verdad que a partir del hecho estético artístico transforma una experiencia trascendente en éxtasis que se hace carne y emoción en el espectador. Durante treinta años Marina Otero bailó, amó, sufrió, creó y trabajó como poseída de una urgencia de beberse la vida de un solo trago. Y claro está, también se enfrentó a sus demonios, a sus inseguridades, a sus miedos, a su historia familiar y a los hombres que lastimó y a los que la lastimaron. De cara y de frente a su soledad, esa extraña compañía que conoce el talle perfecto de sus necesidades y su desesperación. Poco importa si se genera una empatía con su personaje, si repugnan algunas sombras de su personalidad. Las experiencias que se cuentan son más fuertes que lo individual y en su desnudez y sinceridad se vuelven universales, reconocibles en las preguntas que cualquiera se podría hacer en la oscuridad de su habitación. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué sentido doy a mi vida? ¿Para qué y para quien hago lo que hago? ¿Tiene algún sentido el hacer esta obra? ¿A alguien le importa? Como suele suceder las preguntas fundamentales de la vida encuentran su respuesta en la experiencia de la vida misma. En un ajuste de cuentas y un autoanálisis implacable sus palabras se vuelven un testimonio confesional de todo lo que se revisa para transformar. Si le gustan y se entrega sexualmente a todos los hombres es porque realmente no le importa ninguno. Pero insiste, y busca el amor y hasta se permite ser romántica y por momentos un poco estúpida. Puede bailar desnuda y ser un monstruo y después resurgir como purificada porque conoce las mareas del alma humana y la esperanza que se hace puerto en la tormenta. Entre imágenes proyectadas, videos y un vestuario que circula entre lo retro y el vestuario de Andrea (uno de sus personajes) su vida habla con intensidad desde su cuerpo. Sus piernas, sus brazos llevan marcas que iluminan una historia en cada giro de sus momentos de baile, hablan de la oscuridad, de los excesos cercanos a la muerte, y de la libertad y la alegría del folclore. Con el corre de la obra su propio cuerpo se transforma en un escenario, teatro único y fugaz del movimiento donde el sentido del recuerdo se expande en cada gesto conectado a los sentimientos. Con fotos, vestuario de otros años, actos de asfixia y liberación, cuerpo en la memoria, y una voz que abre la intimidad para tocar el abismo de su propia humanidad, Marina Otero construye un espacio biográfico que no deja a nadie indiferente: al ser testigos de esos recuerdos privados uno establece ese contacto profundo que implica toda escucha de una confesión. Solo que no hay que entusiasmarse con las interpretaciones sobre Marina Otero. Nunca conoceremos a la verdadera Marina. Inaccesible, seguirá siendo una invención, un discurso, una ficción que con lo real y lo imaginario se construye como un modelo para armar. Pienso en la cantidad de obras decadentes que vi en el último tiempo y siento que por fin encontré algo que está por encima de la media, que trasciende en su voluntad de ir hasta el final aún a riesgo de hundirse en sus propias limitaciones. Tanto la dirección de la obra, como la iluminación y los elementos técnicos audiovisuales cumplen a la perfección la idea de guiar y acompañar la narración. Un desafío a tener en cuenta ya que lo particular de «Recordar” es que a medida que pasan las funciones a la misma se le suman nuevos elementos biográficos de la obra y la vida de Marina en una búsqueda del ser que parece expandirse incansablemente y que hace cada función mutable y diferente. En fin, no tengo mucho más para decir. Y lo me queda es recomendar que se presencie esta obra con toda la furia contenida de que aquello secreto que cada uno esconde por vergüenza, cobardía o mala fe. La apuesta bien vale la pena. Más cerca de la verdad que del arte Recordar es un incendio que quema por proximidad. Por incomodidad publica al abrir los abismos de toda vida que se piensa a si misma siempre en proceso de reconstrucción.

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Recordar 30 años para vivir 65 minutos

Domingo 21 de Diciembre 16.30hs y Martes 23, 20.30hs.
En Club Cultural Matienzo

Autora: Marina Otero

Ambientador visual y montaje de video: Gastón Exequiel Sanchez

Diseño de luces: Matías Sendón

Collage y diseño: María Laura Valentini

Colaboración en selección de vestuario: Franco Kuma La Pietra

Colaboración coreográfica: Marina Quesada

Trailer y cámara en vivo: Lucio Bazzalo

Asistencia de dirección: Lucrecia Pierpaoli

Asistencia de producción: María Belén Arena

Performer: Marina Otero

Dirección: Juan Pablo Gomez

Agradecimientos: La Idea Fija, Mirella Hoijman, Nicolás Malusardi, Pablo Ramos II, Onírico Espacio De Arte En Palermo, Valeria Grossi, Martin Berra, Nahuel Ledesma, Maru Guerberg, Silvia Donofrio, Andrés Manrique, Lucia Magdalena Natello, Fernando Tur, La Gallina Degollada,Escuchame Entre El Ruido y Nahuel Cano.
Este trabajo cuenta con el apoyo del Teatro del Perro



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