25/10/2014

Ayotzinapa: ocultamiento y complicidades

ayotzinapa.jpgLos familiares y compañeros de los normalistas asesinados y desaparecidos en México viven días de intenso dolor e incertidumbre. Ha transcurrido un mes del secuestro y la desaparición de 43 estudiantes y aún no hay indicios confiables sobre su recuperación. Por César Navarro Gallegos.


La búsqueda e indagatorias realizadas por las instancias de los gobiernos federal y estatal se han caracterizado por la lentitud, confusión e ineficacia en sus resultados. El ocultamiento de los hechos ocurridos en la masacre de Iguala ha sido la constante gubernamental desde el momento en que se perpetró la agresión a los estudiantes de Ayotzinapa. Al mismo tiempo se ha constatado la complicidad previamente existente entre actores y ejecutores de los crímenes cometidos: autoridades estatales, municipales, cuerpos policiacos, bandas criminales y partidos políticos.

El coraje y la indignación de los padres de familia y estudiantes normalistas son compartidos por la mayoría del pueblo guerrerense: maestros, comunidades campesinas e indígenas, estudiantes, policías comunitarias y múltiples organizaciones sociales, ciudadanas y defensoras de derechos humanos. La población sureña ha levantado su voz y se ha movilizado para condenar esta injusticia y reclamar el retorno de los jóvenes a los que igualmente consideran sus hijos. Las protestas, manifestaciones y denuncias por todo el país muestran que el genocidio de Iguala constituye un doloroso agravio para el pueblo mexicano.

El Presidente de la República, su gabinete de seguridad, la Procuraduría General de la República y los cuerpos policiacos de la Federación repiten a diario que su tarea más importante es localizar a los estudiantes desaparecidos y han informado la detención de decenas de policías municipales que los secuestraron y entregaron a Guerreros Unidos, así como la aprehensión de integrantes de este grupo criminal, incluido su jefe principal. Es de suponer que, teniendo en su poder a toda esa gente, es factible que dispongan de mayor información sobre los jóvenes desaparecidos, pero han determinado mantenerla bajo reserva. ¿De ser así, cuáles son las razones? ¿Se gana tiempo para «acomodar» las investigaciones y poder exonerar culpables? La tardanza y el secreto inducen a dudas razonables, si nos atenemos a las experiencias sobre otros crímenes y masacres: guardería ABC, Aguas Blancas, Acteal y muchos más.

Por lo pronto, varios actos de complicidad se han evidenciado: el ex presidente municipal de Iguala y sus acompañantes no se escaparon, como inocentemente afirma el procurador de Guerrero: seguramente fueron protegidos y apoyados para evadirse. La complicidad del gobierno y el Congreso guerrerense con las actividades delictivas del edil prófugo se han develado ahora públicamente y demostrado que los cuerpos policiacos y los grupos criminales son una misma cosa. La vergonzosa defensa del Partido de la Revolución Democrática al gobernador de Guerrero recién defenestrado, no obstante su responsabilidad política y judicial y el rechazo de la población para que continuara en el cargo, simplemente ratifica lo que de sobra es conocido: la degradación y descomposición política de ese partido.

La agresión a los normalistas no fue una «situación casual», como ha empezado a «cantar» el encarcelado jefe de los sicarios, ni «daño colateral» en la guerra entre grupos criminales, como pretenden algunos. Constituye un crimen de lesa humanidad, un crimen de Estado y específicamente un crimen político. Los que dispararon, asesinaron y desaparecieron estudiantes fueron en última instancia los instrumentos para atacarlos. Su agresión debe ubicarse como resultante del encono y linchamiento político y mediático con los que se ha perseguido a los estudiantes socialistas de Ayotzinapa. Lo inédito en esta agresión es que ahora se utilizó de manera visible al crimen organizado para reprimir una movilización social-estudiantil. En la cruzada antinormalista se han entrelazado siempre el gobierno, autoridades educativas, partidos políticos, grupos de derecha y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. No los toleran por lo que son: indígenas, campesinos y pobres. Pero sobre todo por el perfil de su formación educativa y arraigado compromiso social como docentes. Tampoco les perdonan las concepciones políticas que desde sus orígenes asumieron y han mantenido los alumnos de las normales rurales. La organización en la que históricamente se han agrupado es la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, que es su espacio de organización y resistencia colectivo. Las luchas y agresiones que han enfrentado a lo largo de su historia los han educado en la pedagogía de la resistencia y la acción radical, de la que no reniegan ni han abdicado.

Por eso los diputados locales de Guerrero de todos los partidos están más preocupados por los vidrios rotos de su palacete que por la vida de los jóvenes desaparecidos y han propuesto «reconsiderar la existencia de las normales rurales», particularmente la extinción de Ayotzinapa, y vuelven a propalar los embustes a los que se han recurrido para justificar su desaparición: «nido de guerrilleros». Como muchos otros pretenden anegar el manantial de donde brotan las aguas que fluyen y alimentan el océano de la resistencia magisterial y la escuela pública.

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A un mes de Ayotzinapa

Por Miguel Concha

Los dolorosos e indignos hechos que se dieron en el tan golpeado sur del país, ahora en Iguala, Guerrero, a casi un mes de acontecidos, en los que se desaparecieron forzadamente a 43 jóvenes normalistas, se ejecutaron arbitrariamente a tres, y más de una veintena padecieron tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes, son con mucho una muestra del horror y la tragedia en la que nos encontramos. Tan sólo tratar de imaginar el terror al que fueron sometidas estas personas, uno se llena de indignación y profunda consternación por lo que sucede en México. Parecía en efecto superada una etapa de nuestra historia, pero no es así: los crímenes de Estado están todavía presentes entre nosotros, pues los casos de Ayotzinapa son un crimen de lesa humanidad.

El pasado miércoles, cuando miles y miles de personas marcharon en muchas ciudades de la República y del mundo, quedó claro que en la sociedad no entendemos este caso como aislado del resto del contexto nacional, ni mucho menos creemos que sea producto sólo de la violencia crecida del crimen organizado; por el contrario, ya sabemos que el Estado mexicano es el responsable de estos crímenes: desapareció a los estudiantes normalistas, los ejecutó, los torturó y los maltrató. Así es como deben pasar a la historia estos hechos estrujantes, que han conmovido masivamente a las personas y pueblos del mundo.

En este sentido, y por lo que hace a la desaparición forzada, puedo decir que, tal como establece la Convención Interamericana sobre el tema (artículo 2), se trata de «la privación de la libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes». Hoy conocemos las formas en que los agentes del Estado participaron directamente, junto a sus secuaces, en la desaparición de los 43 normalistas.

Con base en lo anterior, al Estado se le generan obligaciones que no puede evadir. Son su responsabilidad, y por ende debe destinar todos los recursos posibles, echar mano de manera inmediata de todos los medios a su alcance, para realizar la búsqueda y presentar con vida a quienes han sido objeto de tan graves violaciones a sus derechos humanos, o fundamentar su paradero. En primer lugar, estos hechos jamás debieron ocurrir, pues el Estado está obligado a prevenirlos mediante la realización de acciones legales e institucionales efectivas, así como a evitar que estas violaciones se cometieran por parte de autoridades relacionadas con particulares.

En todo momento debe proteger y respetar los derechos de las personas, y por tanto tiene que crear mecanismos correlacionados con las actividades que realicen sus servidores públicos, e impedir que cometan actos de desaparición forzada. Debe además contemplarlo en su marco normativo, teniendo en cuenta las probabilidades de que se den casos como estos en el ejercicio de sus funciones, y en todo momento esforzarse por erradicar estas prácticas entre instituciones coludidas con particulares.

En el caso de Ayotzinapa, muy a nuestro pesar, es evidente que a escasas horas de completarse un mes de los hechos, el Estado mexicano ha demostrado incumplimiento en su obligación de garantizar los derechos de las víctimas, pues el gobierno federal tardó hasta 10 días en asumir que se trataba de un caso que compete a los tres niveles de la administración y a los distintos poderes de la Unión.

Debo decir que es obligación explícita del Estado en su conjunto establecer un sistema integral de colaboración en todos sus niveles para la búsqueda inmediata y la localización de las personas desaparecidas, así como para la investigación de los hechos, la atención a las víctimas y la reparación integral del daño. En relación con esto, el Estado debe garantizar también que en un contexto de graves, manifiestas, masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos, la desaparición forzada constituye un crimen de lesa humanidad que no puede investigar de manera aislada, tal como la comunidad internacional se lo ha venido exigiendo.

Ayotzinapa es un crimen de Estado, lo repetiremos y denunciaremos hasta el cansancio. Hasta que todo el mundo se entere de que el Estado mexicano ha configurado un aparato que comete graves violaciones a los derechos humanos. En este caso, a jóvenes normalistas y a sus familias. Estas últimas tienen el principalísimo derecho a la verdad, y podría agregar que a la verdad verdadera. Es decir, a saber cómo sucedieron en realidad los hechos. Es inaceptable que el Estado administre la información y limite el acceso de los familiares a conocer sobre los procesos de investigación y búsqueda. Es un derecho de las familias ser informadas primariamente sobre los pormenores de lo que pasó y está pasando.

Asimismo, en cuanto hace a su obligación de reparar los daños, el Estado debe proceder de manera individualizada, es decir, por cada una de las personas afectadas y por cada uno de sus familiares. Y ésta no debe depender de la investigación, de la sanción a los posibles responsables, ni del éxito o no de la búsqueda de las personas desaparecidas.

La reparación debe además proveerse de manera integral, así como estar apegada a las necesidades y exigencias de las víctimas. No debe «calcularla», debe preguntar sobre los mecanismos que las víctimas establezcan en cuanto a forma y medios por los cuales consideren que podrían ver medianamente reparado el daño ocasionado. De entrada sabemos que nada puede ayudar más a las familias que la presentación con vida de los jóvenes desaparecidos forzadamente. Hoy las familias y toda la sociedad somos conscientes de que en México necesitamos organizarnos pacíficamente para erradicar este sistema de muerte. Ayotzinapa debe ser un punto de quiebre en el país.

Fuente: La Jornada


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