17/10/2014

¿Qué nos sucede cuando tenemos sexo?

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A partir de esta simple pregunta se concretó en los Estados Unidos, a fines de la oscura década del cincuenta, un proyecto experimental en torno a las sexualidades llevado a cabo en el campus de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington. Más de centenares de voluntarios/as, cuidadosamente seleccionados, mantuvieron relaciones en laboratorios conectados a electrodos para monitorearlos mejor. Por Mabel Bellucci, para La Izquierda Diario.


Se utilizaron cámaras, electrocardiógrafos y dildos bajo la mirada atenta del ginecólogo estrella especializado en fertilidad, William Masters, y su ayudanta, Virginia Johnson, una joven apremiada por romper los prejuicios de la época. De esta manera, se reunió un sinnúmero de datos que ofrecieron pistas imprescindibles para comprender los comportamientos fisiológicos del aparato sexual masculino y femenino como la masturbación también. Estudiantes de posgrado, enfermeras, esposas de profesores, colegas y demás yerbas intervinieron para lo que fue definido como «el mayor experimento de sexo en la historia de Estados Unidos». Así, pusieron a punto el dispositivo terapéutico más innovador: la conocida obra Incompatibilidad sexual humana (Human Sexual Inadequacy) un trabajo que ampliaba el anterior La Respuesta sexual humana (Human sexual response) editado en 1966.

Masters & Johnsons fundamentaba estimaciones concernientes a la magnitud de los cambios presentados en la esfera sexo- afectiva, en la conyugalidad, en el matrimonio y en la familia. Dentro de esta coyuntura turbulenta, se acuñó el término «revolución sexual” que invitaba al varón y a la mujer a experimentar los placeres por fuera de la coalición «matrimonio-amor-maternidad”, aunque no surgieron nuevas instituciones que compitiesen con las tradicionales o que se arrogasen un rol imprescindible para una transformación radical del sistema como un todo.

A decir verdad, ambos investigadores vieron que el sexo era un acto conjunto. Creían que la comunicación sexual representaba la clave de las riñas en las alcobas más que las dificultades propias de cualquier individuo. De todas formas, eligieron como modelo a investigar el vínculo heterosexual, blanco, de clase media y de adultos. Focalizar solo en un modo de relación amatoria predice los límites de lo posible de ser sondeado en ese entonces. Pese a ello, es importante hacer hincapié en que apostaron a separar la sexualidad de la reproducción biológica.

Eso sí, la ambicionada «emancipación de las costumbres” arremetió con una pujanza arrolladora en New York, Chicago, Los Ángeles, Washington, San Francisco, con una peculiaridad poco registrada: Estados Unidos, aparte de haber acuñado el dólar, ícono ilustrador del capital, además se tentó por husmear el velado mundo de las sexualidades, cuando todavía el filósofo Michel Foucault era casi un desconocido.

En la actualidad tal investigación surge de las cenizas del olvido como un Ave Fénix a través de la serie Masters of Sex, basada en la biografía de Thomas Maier The Life and Times of William Masters and Virginia Johnson, The couple who Taught America how to love ( La vida y los tiempos de William Masters y Virginia Johnson, la pareja que le enseñó a América cómo amar). Esta tira televisa adquirió una esplendorosa popularidad, y como un torrente de agua sin contención, traspasó fronteras y hoy se emite con un éxito creciente en la Argentina. Realmente, Masters of Sex focaliza su interés más en los vaivenes íntimos de la pareja protagónica que en el estricto estudio aclamado por contribuir a favor de la ola de innovaciones.

Si bien todo lo propuesto por Masters & Johnsons no resultó totalmente novedoso. Con propósitos más rupturistas, se recuerda los desvelos por parte de las vanguardias libertarias, de las primeras décadas del siglo XX, en impugnar a la familia monogámica y patriarcal, el doble patrón moral, la virginidad, el sometimiento machista y la fidelidad. Y a la hora de pensar sobre las vidas amatorias es esencial nombrar a la feminista anarquista Emma Goldman en su arrojo por propagar el ideario del amor libre. Otro que también abrió camino fue Alfred Kinsey y Wardell Pomero con sus dos monumentales tomos: Comportamiento sexual del hombre (Sexual Behavior in the Human Male), en 1948 y Comportamiento sexual de la mujer (Sexual Behavior in the Human Female) en 1953.

En cuanto al pensamiento de los filósofos Wilhelm Reich y Herbert Marcuse tuvieron sus efectos sobre este torbellino de reivindicaciones revulsivas quienes, con sus teorías aportaron a la emergencia de los movimientos antisistémicos más emblemáticos de la época.

Sin olvidar, por cierto, el recorrido de numerosas activistas y teóricas feministas (Shulamith Firestone, Kate Millet, Robin Morgan, Margaret Randall, Anne Koedt, Nancy Hollander, Germaine Greer, Christiane Rochefort) inquietas por romper tanto los patrones institucionales como los tabúes que inhibían a conquistar la ansiada liberación sexual. No obstante, al momento de evaluar sus fines y adquisiciones, la arraigada entidad del matrimonio llevó sus ventajas por más que comenzaron a proliferar las fiestas de sexo grupal, el nudismo, las exhibiciones de arte erótico y nuevos rumbos de exploración de los cuerpos.

Con todo ello y mucho más, se iniciaba así una disciplina en ascenso que, de modo particular, despertaría desvelo: la sexología.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com



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