12/08/2014

Griselda, Gloria y Carlos: conciencia a ambos lados de la Gaona Vieja

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«Hace unas semanas, cuando en el Congreso de la Nación se llevó a cabo la Audiencia Pública contra el Gatillo Fácil, cada uno de ellos expresó con la sencillez propia del que duele y con la claridad también propia de los que luchan, que no ha sido ni la desgracia, ni la mala suerte, ni una tragedia inevitable lo que les arrebató a los pibes.» Por CORREPI, para ANRed.


«Ni hay casualidades ni el viento nos amontona”, suele repetir una compañera. Es que las historias de lucha no reconocen otra fuente que la perseverancia, la prepotencia del trabajo, la infatigable decisión de llegar a la verdad y sobremanera, la imperiosa necesidad de transformar una realidad que corroe y lastima, que posterga y aplasta.

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Y con esos ingredientes -entre otros- suele condimentarse la lucha antirrepresiva. Entonces, así como la trama de todos y cada uno de los fusilamientos por el gatillo fácil no responde a la casualidad sino a un protocolo no escrito, tampoco es por casualidad que los compañeros familiares van avanzando en el desarrollo de su conciencia, sino por la participación, activación y entrega que la lucha antirrepresiva entraña.

Y sus historias de vida también se entrecruzan y atraviesan.

La pertenencia a la clase trabajadora, de aquellas barriadas más pobres, es mucho más que una geografía o un escenario, es una definición. Las vidas se parecen, porque las necesidades son las mismas y el modo que el estado y la clase dominante adoptan para resolver las tensiones es también el mismo: la represión (que algunos prefieren llamar violencia institucional, eufemismo ingenioso para no manchar ciertas convenciones dogmáticas, como esa que pretende que en democracia no se tortura, no se desaparece, no se mata).

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De este lado de la Gaona Vieja, el inveterado silencio de la negra Griselda se acentuó. Su hijo de 17 años, Matías Lobos, fue fusilado por el subteniente bonaerense Roberto Julio Páncere en Gral. Rodríguez hace ya más de dos años.

Griselda no podía explicar ni mucho menos explicarse lo que había pasado. La mala suerte, la desgracia, todas cuestiones que inexorablemente conducen a la resignación, esa claudicación atroz, aquella que mata por segunda vez al hijo querido.

Como en fila hacia la picadora del muro de Pink Floyd, hasta con culpa por quedarse afuera de los estándares que la TV marca, Griselda se encaminaba tras las resoluciones del mismo estado que le arrebató a Matías: primero el archivo de la causa, después el sobreseimiento del asesino.

Del otro lado de las vías, Gloria y Carlos Abregú conocen lo que vivió Griselda. En marzo de 2013, un policía de la federal, Aníbal Alejandro Aguirrez Manzur, le disparó a mansalva a su hijo Carlitos, de 17 años, en el barrio Cascallares de Moreno. Carlitos le peleó a la muerte en el hospital de Moreno pero en junio de ese mismo año bajó los brazos (que en terapia intensiva estuvieron siempre esposados).

El asesino ni siquiera fue indagado y el manoseo tribunalicio («puterío» en términos correctos) los entretuvo un largo período.

Griselda, Gloria y Carlos lloraron (y lloran hoy cada vez que la emoción los gana) pero decidieron que las cosas no iban a quedar así nomás.

Y decidieron luchar.

Mucho han conseguido en lo judicial. Griselda ya tiene su causa elevada a juicio y al policía Páncere imputado por el homicidio agravado de Matías en el TOC 4 de Mercedes. Dio vuelta cada una de las tácticas defensivas de la fuerza policial y en breve la sentará en el banquillo.

Gloria y Carlos lograron que el federal Aguirrez Manzur hoy esté preso, con pedido de elevación a juicio por el mismo delito, el homicidio agravado de Carlitos.

Pero mucho, muchísimo más es lo que han conseguido en el aspecto trascendental de la lucha que encarnan.

Hace unas semanas, cuando en el Congreso de la Nación se llevó a cabo la Audiencia Pública contra el Gatillo Fácil, cada uno de ellos expresó con la sencillez propia del que duele y con la claridad también propia de los que luchan, que no ha sido ni la desgracia, ni la mala suerte, ni una tragedia inevitable lo que les arrebató a los pibes.

Que hay una razón, que se explica en su condición de pobres en una sociedad dónde hay ricos. Y porque hay un estado que protege, ampara y custodia «a ellos, a los otros”, en palabras de Griselda, tan elocuentes que sacudieron los cortinados suntuosos de la sala palaciega.

Los tres, caminando solos, aislados, tal vez hubieran ocupado el lugar de las víctimas. Nada más.

Pero la lucha organizada les abrió otro camino: no son víctimas, no admiten ese lugar en el orden social que el sistema les tiene previsto, son mucho más. Son exigentes de todos los derechos, de cada una de las oportunidades que les han negado, y aún inconscientemente, a su modo, con sus costumbres y contradicciones, van poco a poco descubriendo que para que aquello se concrete es necesario cambiar los resortes de una sociedad que alimenta a los que la ordenan con la sangre de sus hijos.

Griselda, Gloria y Carlos, aquella flaquita y desgarbada, éstos un poco más morruditos, hoy caminan más erguidos y explican todo lo que pueden a muchos otros familiares que van llegando a CORREPI.

A los que no se callan ni se conforman, que son difíciles de encarar y no conceden y por sobre todas las cosas, que inquieren y le devuelven a esta sociedad el problema central de sus existencias.

Igual que quienes hacen huelga, que toman fábricas, que piquetean las alienantes calles de un sistema degradado y envilecido.

Está claro: no es ésta la sociedad en la que queremos vivir, tampoco queremos adaptarnos. Sin víctimas y con acceso a todo para todos, hablamos de una sociedad distinta.

Como dice la compañera, no se llega a ella por casualidad. Más allá y más acá de la Gaona Vieja, están enseñando el camino.



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