04/08/2014

El feminismo engancha

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Tres feministas, Begoña San José de 63 años, Marta Monasterio de 34 y Sua Fenoll de 27años; tres generaciones diferentes conversan sobre feminismo, crisis, avances y retrocesos. Por Ana Requena Aguilar – Madrid


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«Viví la prohibición de los anticonceptivos, era terrible, te llamaban puta por pedir una receta en el ginecólogo». Begoña San José tiene 63 años y es feminista desde hace unas cuantas décadas. Estuvo presente en las primeras manifestaciones del 8 de marzo que se hicieron en España. Fue el año siguiente a que Franco muriera cuando varios cientos de mujeres se echaron por primera vez a la calle para conmemorar esa fecha que el resto de Europa llevaba ya años celebrándose. «Rescatamos la fecha que en el resto del mundo se utilizaba. Aquí habíamos hecho manifestaciones pero por cosas concretas, contra el delito de adulterio o contra la prohibición del aborto», recuerda

El aborto y los derechos sexuales y reproductivos fueron una de las primeras y más fuertes reivindicaciones del feminismo durante aquellas primeras manifestaciones del 8 de marzo.

«En lo laboral hubo cambios fortísimos, mis compañeras casadas que firmaban contratos tenían que llevarlos a casa para que el marido les diera su consentimiento. Fue emocionante cuando se reingresó en sus trabajos a las mujeres que habían despedido por excedencia forzosa por matrimonio», dice Begoña. Treinta años y enormes avances después, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo sigue siendo, sin embargo, uno de las consignas en las manifestaciones por la igualdad.

«Ellas dieron el salto más grande durante la Transición, con unas conquistas importantísimas para las mujeres, que venían de la represión», explica Marta Monasterio, de 34 años, involucrada en el feminismo desde varios frentes. «Luego hemos vivido años de lucha y reivindicaciones en un escenario más favorable, y se ha conseguido un estado de aparente igualdad. Eso está bien pero a la vez ha ocultado otros problemas que no se han solucionado, como la violencia de género. La crisis empeora esta sensación, porque es como si estuviera todo solucionado y no lo está. Por ejemplo, el 8 de marzo vamos a defender el aborto porque la amenaza vuelve a estar ahí», señala.
A su lado, Sua Fenoll, de 27 años, integrante de Feminismos Sol. Para ella, tras la ilusión y los avances de los primeros años de democracia, el sistema «fagocitó el discurso feminista»: «Es como si todo lo que se ha conseguido anulara la posibilidad de seguir quejándose y de visibilizar las desigualdades. Parece que te dicen ‘si ya somos iguales, ¿de qué te quejas?¿qué más quieres?’ Hay un gran cambio pero sigue habiendo una barrera invisible». Sua pone un ejemplo: en la última huelga general del 14N, varios grupos propusieron una huelga de cuidados que visibilizara el trabajo reproductivo hecho mayoritariamente por mujeres. «Enseguida llegaron los comentarios que decían que era algo que cada una debía arreglar en su casa. Entonces, tus problemas en el trabajo los arreglas tú a solas con tu patrón, ¿no?»

Las tres coinciden en que la crisis no es solo económica y está poniendo en peligro la igualdad.

«Esta crisis es la peor de todas y es la tercera que vivo. No he visto unos recortes en educación, sanidad o servicios sociales como ahora, no he tenido una sensación de peligro para la igualdad social y de género como la de ahora», asegura Begoña. «Nosotras hablamos del nuevo pacto patriarcal, de cómo se está haciendo para mantener la desigualdad dentro de estados que supuestamente promulgan leyes para la igualdad», señala Sua.

Para Marta, que participa en un grupo ecofeminista, la respuesta tiene que venir desde la alianza entre varios movimientos sociales. «El feminismo y el ecologismo no son planteamientos antagónicos, al contrario, son alternativas que tienen muchos puntos de unión. La crítica a un sistema de desarrollo patriarcal y capitalismo, depredador con el entorno pero también con las personas. Plantean utopías y escenarios parecidos», cuenta.

Sua habla de un «cambio de modelo»: «La igualdad implica que dentro de nuestras diferencias tengamos las mismas posibilidades, no que las mujeres se equiparen a un modelo masculino y que para acceder a ciertos derechos o al mercado laboral tengan que adoptar ese modelo masculino». Begoña, resume, que, al final, el feminismo busca que cada persona «pueda realizarse como quiera y no tenga que responder a ningún estereotipo. «Que no haya un estereotipo ni masculino ni femenino del trabajo, de la sexualidad o de cualquier otra cosa», dice.

Y Begoña advierte: el feminismo engancha: «Tiene esta cosa de que te cambia la vida privada, te da un giro a la vida personal a la vez que ves avances en lo colectivo». También Marta habla de un feminismo «vivencial»: «No hay ninguna mujer que no haya experimentado alguna vez miedo en la calle, algún tipo de acoso, el malestar en un colectivo mixto o el miedo a participar. De repente, empiezas a hablar con otras mujeres, tomas conciencia, das un cambio, y todo da un vuelco».

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