20/05/2006

Liberación de los presos de Haedo: «La lucha continúa»

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Durante seis meses y tras el estallido en Haedo por la forma en que se viaja en los trenes, siete personas estuvieron detenidas ante el mutismo mediático, empresario y gubernamental. Seis de ellas recuperaron su libertad el pasado viernes 12. La Cámara de Apelaciones de San Martín consideró que el delito que se les endilga «es muy difícil de probar» y supone que, en caso de ser hallados culpables, la pena mínima sería de 3 años; lo cual permite la excarcelación. Hoy la lucha continúa para que Roberto Canteros también esté libre.

Por Adrián Figueroa Díaz.


De todos modos, para los familiares «la lucha no terminó». Roberto Canteros, uno de los siete detenidos desde aquel 1º de noviembre de 2005, sigue en el penal de Ezeiza acusado de un delito con una pena mayor, aumentada en 2004 tras las reformas Blumberg.

«Hace un toque vi a unos cascudos y dije ‘¡yo me voy!'», cuenta Julio Gutiérrez. «Ya pasó, chabón; ¡no ves, estamos aquí con mi viejita!», lo tranquiliza Cristian Wenk y abraza a su madre. Cruzarse con policías ya no es lo mismo para ellos. Son dos de los seis «presos de Haedo» liberados el viernes 12 de mayo, fruto de la intensa lucha de sus familiares y de organizaciones sociales y políticas.

El lunes 15 de mayo, Julio (20) y Cristian (19) volvieron después de 202 días a la estación del oeste donde explotó el hartazgo popular. Los saludaron unas cien personas, la mayoría miembros de agrupaciones sociales. Ellos, dos chicos tímidos, agradecieron. «Está bueno que haya venido tanta gente, porque… porque me lo merezco», soltó José con humildad. La última vez que anduvo por ahí fue cuando se dirigía a la confitería de Retiro donde hacía changas. Después, ya se sabe. «Los días encerrado fueron más o menos porque los cobanis te verdugueaban, nos daban comida con suero y en el pabellón corría mucha puñalada», describió a ANRed.

«Fue duro porque había gente violenta con códigos que yo no entendía», añadió Cristian. «No entendía por qué estaba ahí sufriendo. Después, en las visitas, mi vieja me contó el apoyo de las organizaciones y sentí más confianza en ellas que en la justicia«, comentó a este medio.

El barrio esperó a Cristian con vecinos las esquinas. Mirta Álvarez, su madre, recibió la noticia el viernes 12 a la tarde. Cuando fueron al penal de Ezeiza, su hijo la esperaba junto a José Gutiérrez. Se abrazaron y lloraron sin que ninguna cámara registrase la «vendible» imagen emotiva de televisión. «Golpeamos mil veces las puertas de los medios y nunca nos abrieron», dice Mirta con desilusión. «Nuestros hijos fueron censurados porque hablar de los presos de Haedo era hablar de los subsidios a TBA», la empresa concesionaria de la lúgubre ex línea Sarmiento largamente subsidiada por el Gobierno nacional.

Mirta fue una de las que se pusieron al frente de la lucha: «Es que era la única manera de sacar a mi hijo», sostuvo. «Tuvimos el apoyo de las organizaciones más pequeñas; de las grandes no; se deben haber comido el sapo de que nuestros hijos empezaron el incendio», supone. «El presidente Néstor Kirchner jamás nos recibió, y en la Secretaría de Derechos Humanos nos ofrecieron planes Jefes y Jefas», añadió. «Nunca fuimos militantes y el gobierno nos acusó de eso. Nunca fuimos ni somos de una organización política. Pero nos convertimos en militantes de decir ‘basta de criminalizar la pobreza, basta de criminalizar la protesta’«, sentenció Mirta a la vez que aclaró que la libertad conseguida «es sólo una batalla ganada».

«LO QUE EMPAÑA EL FESTEJO ES QUE CANTEROS SIGUE PRESO»

José Gutiérrez vio a Roberto Canteros «un par de veces» y ello le hizo recordar a su padre. «Me quería matar cuando lo veía -cuenta con la cabeza gacha- El chabón es un padre de familia, no tira nada que esté adentro. Aparte, se re-nota que nunca agarró un caño ni en pedo».

Canteros tiene 32 años, una esposa y cinco hijos (de 13, 11, 9, 7 años y una bebé de 11 meses). Aquella mañana salió desde El Triángulo, su barrio de Merlo, hacia la tapicería del Cruce de Lomas, donde trabaja. La Policía lo detuvo, dicen que «por portación de arma de guerra». Fuentes judiciales precisaron que, según el expediente, «ese arma fue dada de baja y por su numeración se desprende que perteneció a un policía fallecido». Los familiares que luchan por la liberación de Roberto hablan de que, aquel mediodía, a un policía se le cayó el arma que -suponen- luego le «plantaron» al detenido.

Roberto sigue siendo un preso político más porque la condena mínima del delito que se le atribuye aumentó tras las «reformas Blumberg». La pena mínima por portación de arma de guerra es tres años y seis meses -según la ley 25.886 del 5 de agosto de 2004-, y 3 años es el mínimo excarcelable.

María Roldán es la esposa de Roberto. A sus 33 años siente que la justicia nunca llega a su casa, donde la pobreza carcome las paredes, los muebles, la ropa, las panzas. Habla del marido y llora, llora. «Cómo puede ser tan injusto todo esto. Él se iba a trabajar, nunca tuvo ningún arma. Tal vez fue el destino», deduce. «En una visita -recuerda- él me dijo que llegó a Haedo, que se quedó mirando lo que pasaba y que si sabía que no iba a poder viajar hasta Temperley, se volvía para casa. Tal vez fue el destino, no sé.»

Desde entonces, María llora. Sus vecinos y organizaciones sociales le ayudan con pañales, comida y remedios para sus hijos. «Los familiares del resto de los chicos me dijeron ‘quedate tranquila, sola no vas a estar'», cuenta secándose los ojos. El lunes estuvo en el acto por los seis liberados y apenas pudo hablar. Desde la multitud le gritaron «tenga fe que va a salir».

LOS QUE NO FUERON

Julio Gutiérrez, otro de los liberados, no fue al acto de Haedo porque tenía que trabajar. «Lo detuvieron por ser cartonero; cuando lo agarraron sólo miraba lo que pasaba», explicó a ANRed su hermana, María Gutiérrez. «No sé por qué lo tuvieron tanto tiempo. Cuando todos estaban en la comisaría, los primeros que salieron fueron los de origen político, de alguna organización. Los demás, los infelices, se comieron seis meses», reprochó.

Al igual que Julio Gutiérrez, al acto tampoco asistieron Rodrigo Valdez, Eduardo Navarro ni Matías Barreto. Algunos de sus familiares hablaron con esta agencia y explicaron que la ausencia se debió al «miedo de que les pase algo» y al «débil» estado emocional. Todos fueron liberados la noche del viernes 12 de mayo tras estar 199 días privados de su libertad por participar de una protesta popular. Pero siguen procesados.

INJUSTICIA, EL PAN DE CADA DÍA

Rodrigo Valdez no está bien. Tiene ataques de pánico, se despierta sobresaltado y pide salir a la calle acompañado. Nunca antes había estado preso. «Tampoco militó en política; esa política hipócrita. Pero una vez junto plata en el barrio para comprarle zapatillas a unos chiquitos que tenían hambre y frío», recuerda emocionada su madre, Irma Ramírez.

Aquel 1º de noviembre, Rodrigo viajaba con el cuadernito en que anota cosas de su vida hacia la fábrica textil donde sus jefes le guardaron el puesto de trabajo por ser «tan buen tipo». Pero lo llevaron preso cuando empujaba a un chico en sillas de ruedas, durante la quemazón de vagones. Cuando Irma lo volvió a ver «estaba todo inflado a palazo y descompuesto. ‘Mamá, no hice nada; dicen que soy coautor de incendio y ni siquiera tenía las manos manchadas’, me dijo. Le pregunté al comisario por qué mi hijo estaba preso y me contestó que ‘porque estuvo en el lugar donde no debía estar’. Yo me pregunto -añade Irma- ¿Por qué siempre se castiga al hijo del obrero? Para nosotros, la injusticia es el pan de cada día.» Luego del calvario, el viernes a la noche, Rodrigo volvió a Libertad, su barrio que lo esperó con vecinos en la calle.

«SE RESOLVIÓ LA EXCARCELACIÓN DEBIDO A LA COMPLICACIÓN DE LA PRUEBA»

Los integrantes de la Secretaría Penal 3 de la Cámara Federal de Apelaciones de San Martín admitieron el pedido de excarcelación de la defensa porque adujeron que «es complejo» probar el agravante de que el incendio -en el contexto en que ocurrió- puso en riesgo la vida de los pasajeros; cuando los vagones ardieron, el tren estaba vacío.

«La excarcelación se resolvió debido a la complicación de la prueba y que al delito (por el que se acusa a los siete) le corresponde una pena mínima de 3 años», explicó a ANRed la titular de la Secretaría, Claudia Blanez. El juez de Morón que lleva la causa, Germán Castelli, había descartado la posibilidad de una eventual pena en suspenso. «Nosotros decimos que el punto no es que esa posibilidad sea descartable o no, sino que hay que evaluar que no es imposible que se dicte una pena en suspenso o de cumplimiento no efectivo.» Por eso la excarcelación.

La excepción fue Canteros, acusado igual que todos (incendio, asociación ilícita, corte de vías férreas y lesiones), además de posesión de arma de guerra. Igualmente, para todos se cambió la calificación de agravante de incendio seguido de muerte por ser una acusación compleja de determinar, debido a que requiere una prueba muy específica. «Lo que nosotros sostuvimos -añadió Blanez- es que en un hecho de esa naturaleza hubo distintas conductas, todas imbuidas en un mismo ambiente y ámbito. Esos contextos determinan que en el accionar de las personas puedan confluir distintas conductas delictivas y no una específica», tal como lo sostiene el juez.

No obstante, el sobreseimiento no fue admitido porque «está claro que hubo ilícitos y eso avala que el proceso continúe», adujo la camarista. En su visión, «el tribunal fue demostrando que las personas acusadas tuvieron alguna intervención; habrá que ver cuál en el juicio oral».

LUCHADORES

Durante el acto de recibimiento en la plazoleta de la estación de Haedo, Cristian habló agachándose hacia el micrófono y con las manos en los bolsillos. Agradeció «de todo corazón» a la gente porque «si no era por ustedes yo no salía». La experiencia que rescató de todo lo ocurrido «es que existe un pueblo y personas que escuchan y apoyan al que necesita». Luego agradeció Mirta. Y María, la esposa de Roberto Canteros, pidió que la acompañen en su lucha.

Al finalizar el acto, casi todos se abrazaron entre sí. De a poco, la plazoleta se vació y el andén se pobló. Al llegar el Sarmiento que va a Once, un hombre en silla de ruedas subió y mientras empezó a pedir monedas entre los pasajeros pregonó: «A las grandes batallas las ganan los luchadores. Y la vida es una batalla». Así parece ser.



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