18/11/2013

Minero por unas horas

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«Clima raro en Río Turbio. A las seis de la mañana ya está amaneciendo. Pero hoy además está nevando. En noviembre. En primavera. Un par de horas después comienza a salir el sol a pleno y la nieve empieza a derretirse, y ese manto blanco que cubría las calles, cerros y campos empieza a desaparecer». Por Luis Angió, del programa «Otras Voces, Otras Propuestas».


Unas horas después comienza nuevamente a nevar. Me voy al Centro Cultural donde se desarrolla el IV Congreso de los trabajadores mineros del carbón. Debates; reuniones en comisiones; se discute qué hacer con la gestión de la empresa minera estatal; como los trabajadores analizan los temas de seguridad y condiciones de trabajo. La gestión obrera-empresaria; y muchas de las problemáticas que desde hace años vienen aguantando.

En un momento se acerca un compañero y me pregunta: «¿vos vas a entrar a la mina?». Me quedo sorprendido por la pregunta. Le repregunto qué quiere decir eso. Me comenta que está haciendo un listado con los que quieren ir a visitar la mina a las 18, cuando entra el nuevo turno. Le digo que sí, y me pregunta qué número de calzado tengo y que talle de ropa porque nos la van a proveer para hacer la visita.

A partir de ese momento mi cabeza empezó a funcionar para atrás. Recordar cuando cuarenta años atrás, en otra mina, en Sierra Grande, en la provincia de Río Negro, tuve la oportunidad de adentrarme en los túneles y galerías de una mina que me era más familiar, porque allí con veinte años de edad, trabajaba en HIPASAM, la empresa estatal que en esos años explotaba la mina de hierro y yo era un recién recibido de la escuela industrial y estaba haciendo «la Patagonia”.

¿Sería igual, las galerías tendrían las mismas dimensiones, iríamos a cuatrocientos metros bajo tierra como aquella vez?. Era toda una sorpresa y una nueva aventura. ¡Cuarenta años después volver a sentir lo que es bajar a un lugar donde muy pocos pueden estar!.

Llega la hora de ir a donde nos espera Augusto, uno de los Jefes de Turno y el que será nuestro guía durante la recorrida. Somos cinco compañeros los que vamos a esa aventura. Los cuatro que me acompañan es la primera vez que van a bajar a una mina. En mi caso, después de tantos años, es como si también lo fuera.

Nos proveen de borceguíes, mameluco, casco y linterna con una batería que tiene autonomía para doce horas; un equipo portátil con oxígeno por si llega a ser necesario. Un transporte minibús nos viene a buscar y partimos hacia la mina. Llegamos a la boca N° 6 y allí comenzamos a ingresar por una de las galerías. No puedo medir cuanto recorrimos, pueden ser cientos de metros como de kilómetros. Después de casi quince minutos de trayecto bajamos y empiezo a conocer nuevos términos: galería secundaria; galería principal; chiflón. Caminamos unos minutos y nos internamos por una galería transversal a la que veníamos y nos encontramos con la galería que nos llevará hacia el frente donde se extrae el carbón. Más de novecientos metros, casi todo el trayecto cuesta abajo. Pienso para mis adentros que todo esto luego lo vamos a tener que subir. Remontar la cuesta, como canta el Nano, pero él lo dice cuando ya se está de vuelta de la fiesta.

Llegamos al frente y nos encontramos con quienes están allí extrayendo el carbón. En las entrañas mismas de la mina. Mis ojos y mis sensaciones no terminan de asimilar lo que se puede ver. Cuatro trabajadores preparados para que se ponga en funcionamiento el «panzer”, la máquina que extrae el carbón. Y un trabajador que está a cargo de controlar las medidas de seguridad. Si algún trabajador no cumple con ellas, deberá retirarse de la mina.

Son todos chicos jóvenes. No más de veinticinco años de edad. Algunos tienen seis meses de trabajar en la empresa. Y ya están debajo de la mina.

Augusto, nuestro guía, nos va detallando las distintas tareas que cumplen quienes allí están. Y nos explica cómo funciona el «panzer”, y nos comenta que función cumplen los «marchantes”. No es fácil poder detallar de que se trata. Son grandes tubos hidráulicos que a medida que el «panzer” avanza extrayendo el carbón, se va corriendo cada sesenta centímetros en forma transversal para volver a instalarlo y nuevamente comienza a extraer una nueva capa de carbón. Y así sucesivamente.

Sigo queriendo procesar tanta información en tan poco tiempo. En un momento nos dice avancemos por acá. Y nos internamos ciento ochenta metros en forma transversal respecto a la galería en donde estábamos entre «marchantes y, cañerías” y caminando en cuclillas, con nuestros cascos golpeando con caños, hierros y todo lo que se encontraba a nuestro alcance, o altura. Que en mi caso no necesariamente tiene que estar muy alto.

De golpe la cinta se traba. Se para el «panzer”. No se puede seguir extrayendo más carbón. Augusto, además de ser nuestro guía, es el jefe de turno, está a cargo de los que están en el frente y debe resolver el problema. Ahí hay mineros; mecánicos; electricistas; técnicos de seguridad. De la nada aparecen decenas de trabajadores a ese lugar. Todos jóvenes. Algunos con palas para extraer el carbón que ha quedado al borde de la cinta transportadora; otros con un martillo neumático sacando las impurezas de las entrañas de la roca; otros cargando un inmenso aparejo para tratar de destrabar esa cinta que se mancó. Me (nos) llama la atención y nos admira la solidaridad que se da entre esos chicos, que se ponen al hombro la tarea de destrabar esa cinta que se empacó en seguir funcionando y que lo único que logra es que la cortadora no pueda seguir extrayendo carbón. Nos vamos después de varios minutos y los dejamos en esa tarea que quizás les lleve horas resolver. Claro que ese equipo es del año 1976 y ya no quiere más. Pero esa es otra historia.

Llegamos a la otra galería, paralela a la principal. Allí se encuentra la cinta transportadora y las vías por donde recorren las vagonetas que llevan los materiales y herramientas para las tareas diarias.

Este lugar me transporta a aquel 14 de junio de 2004, cuando decenas de trabajadores quedaron entrampados en una encerrona de humo y fuego y catorce de ellos no pudieron salir, dejando sus vidas, producto de la desidia y la inacción de empresarios y funcionarios corruptos. Me pregunto a mi mismo que hago allí, y que haría y como me comportaría si me sucediera algo similar. No tengo respuesta y prefiero seguir caminando. Para no pensar que estoy a trescientos de metros bajo tierra y a más de tres kilómetros de la salida hacia la «civilización”.

Comenzamos el recorrido de vuelta. Ya estamos un poco cansados por todo el recorrido que ya hicimos. Cuando vemos la galería de vuelta nos miramos entre nosotros. Con solo esa mirada nos alcanzaba para preguntarnos como haríamos para subirla. Ahora, a la inversa del Nano al final de su canción, «vamos subiendo la cuesta”.

Vemos una luz en el fondo del túnel, pero no la luz natural. Es el del lugar donde debemos llegar para subir al minibús que nos llevará nuevamente a la boca de mina.

Algunos llegamos con lo justo; el hollín que se expande por todas las galerías están impregnadas en nuestras narices. En mi caso la alergia ya hizo estragos. Llega el minibús y subimos para hacer el camino de retorno. Después de unos minutos divisamos una nueva luz al fondo del túnel. Esta si es la que nos llevará a la superficie y nos volverá a la realidad, a la «civilización”.

Después de tres horas y media de viaje a las entrañas de la tierra, todavía es de día en Río Turbio. Los cinco que bajamos a la mina nos miramos y sin necesidad de palabras, nos queda la sensación de que llegamos vivos.

En el camino de regreso, conversando entre nosotros nos preguntamos si las tareas que realizan estos trabajadores puede ser cuantificada por dinero. Llegamos a la conclusión que ellos pueden reclamar por un salario que les satisfaga cubrir sus necesidades básicas y las de sus familias. Pero que la tarea que desarrollan todos los días, durante seis horas desde que ingresan a las galerías hasta que salen de ella, no puede ser valorada por dinero. Ellos hacen lo que millones de personas no haríamos por más plata que nos paguen. Ellos son los que hacen la diferencia.

Después de cuarenta años volví a sentir la misma sensación que tuve en Sierra Grande. Ir hacia lo desconocido. No es lo mismo esta mina que la de Río Turbio. Principalmente porque después de cuarenta años, si bien sigo siendo el mismo que piensa, cree y lucha por la liberación de los trabajadores, las minas y sus trabajadores no son los mismos.

La juventud que trabaja en esta mina me permite tener confianza en la lucha que ellos han iniciado en este IV Congreso y en la que libran todos los días desafiando a la muerte, y recomenzando todos los días con la fuerza de seguir viviendo. Cuando llego al hotel leo un mensaje de texto de un amigo que me dice: «Feliz aniversario de la Revolución rusa” . Recién ahí me doy cuenta que el viaje a las entrañas de la mina lo hicimos un 7 de Noviembre. 96 años después de una Revolución proletaria que conmovió al mundo. Me voy a descansar recordando lo que Carlos Marx dijo hace más de cien años: «la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”.

Desde Río Turbio «“Santa Cruz / 07.11.13

Por Luis Angió – Programa «Â¡OTRAS VOCES»¦OTRAS PROPUESTAS!», en la Red Nacional de Medios Alternativos (RNMA)



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