10/09/2013

La inseguridad como problemática global

tapa-1466.jpgAnte un escenario en el que los medios de comunicación hegemónicos, han instalado en sus agendas mediáticas, el discurso de la inseguridad, tan funcional a sus intereses, y fogoneado a diario y echo cuerpo por el ciudadano común (y es ahí donde radica su éxito), resulta que un tema, que parece de índole local, forma parte en realidad, de un entramado de poder a nivel mundial, afectando a millones de seres humanos a lo largo y ancho del planeta. Por Revista Otro Viento


En esta oportunidad, se intentará entonces realizar un análisis de cómo el discurso mediático, juega un rol protagónico en la formación de estereotipos sociales y su posterior criminalización, buscando develar además, la consecuencia práctica que tiene a nivel social, pensar de determinada manera.

Adentrándonos en el análisis, la politóloga Pilar Calveiro, explica en uno de sus libros que en la actualidad, las formas específicas que asume el uso de las fuerzas institucionales, tienen una equivalencia significativa con las formas de organización del poder político, las representaciones sociales y los valores vigentes que lo hacen aceptable. En este marco, la violencia estatal se desarrolla entonces a través de dos grandes figuras a eliminar, definidas como guerras: la «guerra antiterrorista” y la «guerra contra el crimen”.

Calveiro señala que, tanto una como la otra, habilitan el escenario bélico que requieren los dominios autoritarios, facilitando de esta manera, las formas más radicales de la violencia represiva. Por su parte, la guerra antiterrorista «permite mantener y expandir el nuevo orden global y, para hacerlo, replica formas de lo concentracionario” mientras que la denominada guerra contra el crimen, «recurre a una reorganización jurídica y penitenciaria que conduce al encierro creciente de personas, en especial jóvenes y pobres, en aras de la supuesta seguridad interior de los Estados”.

De ello resulta el punto esencial de éste análisis: ambas «guerras” tienen un punto de encuentro, se entrelazan. Se conforman y se imponen desde los poderes centrales, creando insumos de gran utilidad, para la reorganización global. Calveiro agrega que, la forma en que se despliegan y cómo operan sobre los cuerpos y las mentes, da indicios representativos para la comprensión de la actual reorganización hegemónica.

En cuanto a la «guerra antiterrorista”, los atentados del 11 de septiembre de 2001, posibilitaron y justificaron el pase de la construcción del «enemigo terrorista”, a la declaración de guerra contra el mismo. Y desde ahí, todos sabemos cómo siguió (o cómo sigue), la historia de invasiones y asesinatos en masa por parte de quienes se adjudican el derecho de velar por «la paz mundial”. Porque no se busca eliminar el terrorismo, sino alimentarlo para que las potencias se abastezcan de un enemigo y de un escenario de supuesta amenaza, para justificar así cualquier tipo de invasión y despliegue militarizado, creando además una red represiva antiterrorista a escala mundial.

Organismos de derechos humanos y algunos estudios periodísticos, vienen denunciando la existencia de «sitios negros”, centros clandestinos de detención donde son trasladados los denominados terroristas, ubicados en países como Singapur, Tailandia, Pakistán, Afganistán, entre otros. En estos sitios negros, los detenidos son interrogados y torturados por esta «megapolicía planetaria” y sus servicios de inteligencia que intervienen en numerosos países.

A su vez, «la guerra contra el crimen” está más vinculada al tráfico ilegal de drogas, armas, personas, y órganos, entre otros, que tienen fuerte y poderosas conexiones con la red de lo «legal”, debido a la alta rentabilidad que tienen, justamente por su rango de ilegal. En el caso del narcotráfico, los países productores son condenados, paradójicamente, por sus máximos consumidores. La lógica es sencilla en ese sentido: se declara una guerra contra el crimen, maquillando la cara del real criminal.

La justificación de que el crimen sea combatido, se encubre tras la hipócrita preocupación por la seguridad pública, alentada por algunos sectores políticos, con el infaltable apoyo de los medios masivos de comunicación. Y es aquí donde radica el poder de los medios, particularmente el de la televisión, impactando directamente a través de la imagen, en el plano de lo emocional. Los medios hegemónicos, crean la realidad de un mundo de diferencias, de un «ellos, pobres, violentos, delincuentes”, contra un «nosotros, trabajadores, decentes, ciudadanos hechos y derechos”.

Esos «ellos” que construye la televisión (estereotipados hasta el hartazgo), resultan ser entonces los aparentes culpables de la inseguridad, el «enemigo” a exterminar. Es ahí cuando aparece, ya no solo desde los medios, sino desde la sociedad, el discurso de la mano dura, la demanda de «más policías en las calles”, el endurecimiento de las penas, la criminalización de la pobreza, la exclusión, violencia y represión de los chivos expiatorios que el poder hegemónico creó para poder seguir sosteniendo este sistema que no para de «vomitar” hombres y mujeres.

Es necesario, comenzar a mirar entonces, lo que se reprime dentro de una sociedad, lo que se violenta, excluye y en muchos casos se naturaliza para poder encarar así una trasformación social, en la que, básicamente y en principio, todos los seres humanos sean reconocidos como tales. Estamos siendo parte de un poder hegemónico a nivel mundial, que está decidiendo sobre la suerte de millones de personas. Que se acepte y se naturalice, dentro de una gran esfera de la sociedad, fenómenos al nivel de violencia de la eliminación, resultan de sustento a la hegemonía. Por eso es necesario develarlos, ponerle nombre y apellido, y claro está, combatirlos.

TEXTO: Gullermina Aguirre

ILUSTRACIÓN: Giya Zabalza y Martín Zinclair

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