10/08/2013

«A la tortura nunca, pero nunca, debemos acostumbrarnos»

tapa-1364.jpg A 30 años de la finalización de la dictadura, y a 200 años de la eliminación legal de la tortura, el Estado es responsable inmediato de que ésta sea una práctica natural del sistema represivo institucional en el interior y en el exterior de los muros. Ante esta acusación ¿cuál es la respuesta? Se alude a que la Policía y su aparato represivo se autogobierna, se autodetermina, como si hubiese un gobierno paralelo y sus «lugares de trabajo” estén en la periferia política, evadiendo asumir cualquier tipo de responsabilidad y permitiendo que las cárceles sean tierra de nadie ante la no intervención. Por Revista Otro Viento

Doscientos años de qué sirvió, haber cruzado a nado la mar

«Me hicieron desnudar y me daban piñas en la nuca para que no me quedaran marcas. Me dieron patadas en las piernas con las botas, me torturaron. Me dejaron todo el día desnudo”

Estas palabras estremecedoras podrían ser parte de un testimonio de un esclavo o un extranjero en la Antigua Grecia allá por el siglo V a.C., cuando la importancia del honor de un ciudadano dividía las pruebas en «naturales», que se obtenían fácilmente de la palabra del ciudadano, y «forzadas», que se conseguían de los que no tenían ningún status de honor o de ciudadanía discernible(extranjeros, esclavos, los que tenían ocupaciones vergonzosas o aquellos cuya deshonra era reconocida públicamente). Podría ser también, el testimonio de una persona sometida a un proceso inquisitorial realizado en la Edad Media, allá por el siglo XII, siendo la confesión la reina madre de las pruebas. O incluso el testimonio de un hereje -off the record- luego de confesar su desviación. O, rozando nuestra memoria, las palabras de un patológicamente subversivo en la dictadura más sangrienta de nuestra historia, torturado por un autómata y cobarde represor.

No hay que remontarse tan atrás: es el testimonio de una persona privada de libertad, en el marco del Registro Nacional de Casos de Tortura presentado en julio de 2012 por la Procuración Penitenciaria Nacional, el Comité Provincial por la Memoria y el Grupo de Estudio sobre Sistema Penal y Derechos Humanos de la UBA. Es el grito de uno de los tantos excluidos, de un silenciado, de uno de los tantos olvidados por las políticas públicas antes, durante y después de su encierro.

Durante finales del siglo XVIII y parte del XIX, la tortura decae como método de probar los delitos, o como tormento, aunque subsistió con mayor o menor clandestinidad en los países occidentales más avanzados como método policíaco para obtener confesiones de los «delincuentes”. Con la expansión colonial de los países europeos se produce un cierto renacimiento de la tortura como instrumento para descubrir conjuras y como medio de aterrorizar a las poblaciones colonizadas, mucho más numerosas que los conquistadores. Llegó a alcanzar su mayor expansión con la aparición de gobiernos totalitarios anteriores a la Segunda Guerra Mundial, durante ésta y con las luchas populares contra el colonialismo de postguerra.

En las décadas posteriores, la tortura se desarrolló ampliamente donde se dieron las condiciones sociales adecuadas: el dominio y opresión de grandes masas de población por una minoría equipada con todos los adelantos bélicos y científicos. Esas minorías o bien fueron extranjeras (como los franceses en Argelia, o los ingleses en Kenia) o bien oligarquías internas (como el nazismo en Italia, el franquismo en España, etc.).

En nuestras tierras por su parte, finalizaba mayo en aquel lejano 1813 y la Asamblea -convocada por el Segundo Triunvirato e integrada por los distintos representantes de las Provincias Unidas del Río de La Plata- decidía establecer la prohibición del tormento y la destrucción de los instrumentos de tortura, hasta entonces legítimos en el proceso penal.

¿Qué ocurre por estos años? Según los resultados del Registro Nacional de Casos de Tortura (RNCT), en 2011 se registraron 791 casos de torturas y malos tratos en 21 cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) y seis del Servicio Penitenciario Federal (SPF). Si se consideran también las torturas psicológicas, el CPM presentó, durante 2011, 2.338 acciones judiciales urgentes que dieron cuenta de 7.018 actos u omisiones violatorias de los derechos humanos (por aislamiento extremo, golpizas, amenazas de muerte, etc.). Este fenómeno se oculta, a partir de la ausencia de información consolidada, respecto de las denuncias que tienen lugar en todos los centros de detención del país.

Al bajísimo nivel de denuncia que tienen estas prácticas, hay que sumarle la actitud que durante mucho tiempo tuvieron jueces y fiscales-y tienen algunos aún-, siendo cómplices de los autores y sus jefes de este tipo de malas prácticas. Pese a que muchísimas veces se denunciaron torturas en cárceles y comisarías, el número de condenas por estos hechos es casi nulo. Una persona privada de la libertad denuncia, con el suficiente miedo de cualquier torturado, al agente penitenciario. Se separa al agente y se lo juzga durante varios años y se lo condena por algunos más. Se traslada al prisionizado a otra unidad carcelaria, dentro del mismo circuito. Los nuevos custodios de la seguridad penitenciaria ya saben que él efectuó la denuncia ¿El Estado le garantiza su integridad?

En nuestro país, la tortura no ha dejado de existir nunca, a pesar de los asambleístas del Año «™13, salvo para la letra muerta de los textos y declaraciones. La enorme mayoría de la población acepta de manera natural que en las cárceles no se respetan los derechos. Esa misma mayoría sabe que intramuros, la tortura es cotidiana y sistemática ¿Cuál es la actitud de estos sectores? ¿Qué hacen al respecto? Darle las espaldas al problema, creer que el mundo carcelario es absolutamente ajeno al desarrollo de su vida, considerar que allí viven los indeseables, los inadaptados de siempre, los desvinculados del eje de su vida como «ciudadano honesto” que paga sus impuestos, marcan su pobre proceder. Ignoran que allí conviven los hijos del neoliberalismo, del sistema excluyente capitalista, los últimos del eslabón de la sociedad piramidal y si, los malvivientes ¿Quién vive bien en una cárcel? ¿Qué riesgo corremos como sociedad ante la continuidad de estos comportamientos?

¿Por qué cada vez que depositamos nuestra cuota de representación en esa histórica caja marrón no reflexionamos sobre lo que ocurre en nuestras cárceles? Como señaló la filósofa Hannah Arendt sobre las rutinas de la solución final, una vez caído el Tercer Reich: o creemos que toda la violencia institucional es producto de unas rutinas burocráticas, o asumimos que no podemos banalizar «el mal” de esa manera y reaccionamos de una vez evitando quedarnos paralizados.

Estos comportamientos no deben mantenerse en un manto de impunidad pero el Estado no debe dejar de asumir sus responsabilidades políticas. A 30 años de la finalización de la dictadura, y a 200 años de la eliminación legal de la tortura, es responsable inmediato de que ésta sea una práctica natural del sistema represivo institucional en el interior y en el exterior de los muros. Ante esta acusación ¿cuál es la respuesta? Se alude a que la Policía y su aparato represivo se autogobierna, se autodetermina, como si hubiese un gobierno paralelo y sus «lugares de trabajo” estén en la periferia política, evadiendo asumir cualquier tipo de responsabilidad y permitiendo que las cárceles sean tierra de nadie ante la no intervención.

Submarino seco (poner una bolsa plástica en la cabeza del preso hasta que su propia respiración lo ahogue)o húmedo (maniatarlo e introducirlo de cabeza en un tanque con agua salada, orina u otro líquido con las piernas suspendidas hacia arriba hasta que empieza a ahogarse), picana eléctrica, «plaf-plaf” (golpes muy fuertes en ambos oídos con las palmas de la mano), duchas o manguerazos de agua helada para borrar los hematomas, «pata-pata” (golpes en las plantas de los pies con palos o mangueras), «chanchito” (obligar a una persona a permanecer en el piso esposada de pies y manos), «criqueo” (violencia ejercida al llevar el brazo del detenido por atrás de la espalda hasta la nuca y con fuerza). Estas son algunas de las torturas habituales en las cárceles que, según el procurador penitenciario federal Francisco Mugnolo, «se enseñan en las escuelas penitenciarias”.

El médico es cómplice alegando frente a estas prácticas que el preso se cayó de la cama o se autoflageló cuando tiene más de 10 puntos en la cabeza. Nosotros también lo somos, consintiéndola. Siendo ciegos, sordos y mudos, retrocediendo largamente en nuestra historia ¿De qué sirvieron doscientos años si no? A la violencia te acostumbras, al noticiero te acostumbras, a la careta te acostumbras, a la mentira también te acostumbras entona el quinteto musical Arbolito. A la tortura nunca, pero nunca, debemos acostumbrarnos.

http://otroviento.blogspot.com.ar/



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