14/02/2006

El crimen y la ética capitalista europea

costa_gavras1.jpgCrítica al thriller político de
Costa-Gavras: La corporación.
Antes de asesinar a su enemigo, Bruno Davert tiene un lapsus de conciencia. Sabe muy bien que es una víctima del sistema tanto como él. Pero la enfermedad burguesa puede más y lo arrolla con el auto.


corporacion_cartel.jpgEl tipo no es un desocupado más, es un ingeniero experto en la industria del papel, un sector de la economía que en Europa maneja enormes sumas de dinero. No integra las filas de la superpoblación excedente porque tiene todas las condiciones para volver (conocer las nuevas tecnologías de las papeleras modernas). No cobra un plan trabajar, no hace changas ni corta rutas para pedir puestos de trabajo. No le interesa un empleo común, ni siquiera poner su propia empresa. Quiere un puesto gerencial. Y para eso tiene que eliminar a la competencia «literalmente», tal como lo aprendió de las leyes del mercado, asesinar a otros hombres en su misma situación desesperante.

La interpretación de José Garcia (francés) es impecable, en ningún momento pone cara de malo ni de psicótico. Es uno más. El suspenso está bien manejado, alimentado de realismo. Y el guión es un hilo coherente, con algunos pasajes obvios y otros poco creíbles, pero que no hacen débil el foco del conflicto. Es una película correcta en las formas, que no busca conmover sino convencer.

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Lo interesante del guión de Costa-Gavras es que el protagonista no parece un psicópata, en todo momento es consciente de sus actos, y a pesar de estar en contra del discurso individualista dominante, se agarra de él para cometer los crímenes más atroces sin sentir remordimiento alguno. El psicópata no se adapta a la sociedad. En este caso se adapta demasiado.

Queda claro que los hombres no son muñequitos del mercado, pero deben moverse con sus reglas si quieren progresar o mantener el status. El asesino en cuestión llega al fondo de esas reglas, como un extremista burgués, para luchar justamente contra el terrorismo económico que te quita lo que te pide. Es el burro que arrebata finalmente la zanahoria. Sólo que para hacerlo tiene que romper un par de reglas sociales, jurídicas, relogiosas… entre otras muchas.

La película bombardea al espectador con imágenes del «buen vivir», publicidades del consumo innecesario, familia unida, una bella esposa, una casa enorme, un buen auto… y el prestigio. Pero al mismo tiempo, la realidad: la mano de obra sobre-calificada, que termina como sobrante o sub-empleada. Las empresas parecen no querer tomar profesionales que estén más calificados de lo necesario. Por eso algunas víctimas del asesino habían terminado trabajando como empleados de comercio, perdiendo por completo su «dignidad liberal», como si fueran cartoneros del primer mundo. Son las contradicciones de los países desarrollados.

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El rol de la familia es fundamental en la película, sobre todo por la crisis en la que cae un desocupado cualquiera, ya sea calificado o no. En este sentido, la trama no es muy novedosa, recurre a la problemática de la falta de comunicación en la pareja. Pero la resolución sí nos sorprende. Lo único que saca a Bruno Davert de sus casillas es la posibilidad de que la mujer, Marlène (Karin Viard), lo engañe. Para eso recurren a un psicólogo de parejas que comprende el origen político de la crisis y le clava un puñal para provocar una reacción. Muy hábilmente reproduce irónicamente el discurso dominante «con la desocupación se abren nuevas oportunidades» para sacarlo del encierro en su conciencia. Es el momento más político de la película. Bruno Davert lo enfrenta con argumentos sólidos, se vuelve un militante, y para eso necesita aliarse a su mujer y sus hijos, luchando por dentro y por fuera de la legalidad.

El espectador se vuelve un cómplice. Todos somos cómplices de cada asesinato. Sus ojos son nuestros ojos. Él es una víctima del sistema. No lo juzgamos por sus crímenes a otras víctimas. No lo juzgaríamos aunque matara a su propio hijo. Su propósito final es detestable, individualista, burgués. Y llegamos a desear lo mismo.

Todo eso hace más audaz la película. Sería más fácil identificarse si asesinara al dueño de la empresa. Pero Costa-Gavras no quiere ser fácil.


El director

Z.jpgConstantin Costa-Gavras, director greco-francés, está acostumbrado al cine político: en 1969 filmó «Z» (sobre la dictadura española), en 1970 «La confesión» (sobre la represión estalinista en un país centroeuropeo), en 1973 «Estado de sitio» (sobre la presencia de la CIA en Latinoamérica), en 1975 «Séction speciale» (colaboracionismo francés durante la Segunda Guerra) y en 1982 «Missing-Desaparecido» (la búsqueda de un activista «desaparecido» durante el golpe pinochetista).

Después incursionó por el cine más norteamericano: En 1988
«Traicionados» (las bandas estadounidenses que heredaron las prácticas del Ku Klux Klan), en 1989 «Mucho más que un crimen» (la captura de un viejo criminal nazi) y en 1997 «El cuarto poder».

Cuando vino a la Argentina, en pleno conflicto social (fines de 2002), se acercó a Puente Pueyrredón tras la muerte de Darío y Maxi, para conocer de cerca la problemática de los movimientos sociales de Buenos Aires.

Martín Azcurra


corporacion.jpgFicha técnica:

La corporación (Francia, 2005)

(Estrenada el 26 de enero de 2006)

 Director: Costa Gavras

 Guión: Costa Gavras y Jean-Claude Grumberg, basado en la novela The Ax, de Donald E. Westlake

 Actores: José Garcia, Karin Viard, Geordy Monfils, Christa Theret, Ulrich Tukur, Olivier Gourmet



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