17/10/2012

«Oposicionistas» e izquierda: Avances y retrocesos

tapa-696-2.jpgEl paro del 10 de octubre llevado adelante por la CTA liderada por Pablo Micheli plantea un análisis que no sólo se basa en quienes acompañaron la marcha a Plaza de Mayo -entre otros, representantes de la CGT-Moyano, de la Federación Agraria y del FAP- sino también y sobre todo en el carácter «oposicionista» que condiciona alianzas y objetivos de dicha central. Asimismo, resurge el desafío para la izquierda: en un momento de crecimiento de la conciencia de clase de los trabajadores, es necesario un mayor grado de unidad entre las tendencias de los sectores combativos, que ha demostrado avances pero también retrocesos en diversos frentes. Por Agustín Santella para ANRed.


Con la participación oficial de la Federación Agraria en la marcha del 10 de octubre, la CTA-Micheli apunta a una coalición social política regresiva desde el punto de vista de clase. La misma CTA había saludado el Cacerolazo de tinte reaccionario poco tiempo atrás. Estamos viendo que el criterio oposicionista al gobierno condiciona excesivamente la elección de las alianzas y los objetivos. Es el síndrome del «efecto campo” que afectara en su momento a Pino Solanas y parte de la CTA. El 27 de mayo el conflicto entre Moyano y gobierno había abierto una vía de protesta que parece estar cerrada por el momento. El mismo Moyano luego de la marcha envió mensajes, muy al estilo político actual, en el sentido de una conformación política «por derecha” apuntando al gobernador Scioli. Esto a pesar que los rasgos de su política sindical apunten a medidas proteccionistas y de capacidad de presión política sindical basada en la lucha por los ingresos de los (o mejor de sus) asalariados.

La cuestión de la lucha de clases se ha planteado de una manera particular en torno de los efectos de la desaceleración económica. Nos referimos a los conflictos que han surgido de las quitas de ciertos subsidios que el estado nacional mantenía en ciertos rubros, como transporte (subte y camiones).

Si agregamos los conflictos que surgieron por el deterioro de los trenes (masacre social de Once) podemos decir que el transporte sintetiza un nudo de conflictos estructurales y políticos enorme. Estructuralmente se evidencian las limitaciones de la acumulación de capital local. La inversión en el país apenas ha crecido durante esta gestión, si tenemos en cuenta que el número está inflado al incluir al sector de la construcción (que se ha destinado a la construcción de viviendas suntuarias o no pero que no constituyen inversión productiva). Esto desnuda el discurso «nacional y popular”. La economía argentina registra un grado de apertura exterior igual desde los años 1990, y la acumulación de capital depende de la esfera internacional. Este tema se expresa agudamente en el tema de las mineras. La inversión en recursos naturales en el mundo es considerada una de las nuevas variables de la dependencia.

Cierto que el tipo de cambio devaluado ha incentivado la sustitución de importaciones y con ello el nivel de actividad y empleo, elementos que son fundamentales para entender la etapa actual de la post-convertibilidad. Sin embargo el estancamiento en el desarrollo de los sectores claves de medios de producción, incluyendo de manera amplia a la infraestructura del sector transportes, mantiene la dependencia de la acumulación local de capital, continuando así con la tendencia a la transnacionalización de las últimas décadas. Esto se ha agravado con la fuga del ahorro local, lo que ha impactado en la posesión de dólares junto con los vencimientos de deuda concentrados.

Estos procesos de largo plazo operan conjuntamente en la coyuntura cuando el gobierno recorta ciertos subsidios, lo que significa en rigor la derivación de ingresos entre sectores activando situaciones de conflicto abierto como la que impulsan los camioneros. A principios de año se veía cierta posibilidad de una confluencia de movilizaciones en una suerte de frente de unidad de lucha entre los movimientos contra las mineras, las luchas contra la represión y la ley antiterrorista, y el conflicto laboral motorizado por organizaciones sindicales como CTA, el sindicalismo de base, y luego la CGT Moyano.

Este rumbo sin embargo se encuentra empantanado por la orientación política que están tratando de imprimirle Micheli y Moyano, en una confluencia «oposicionista”.

Desde una perspectiva socialista los frentes de unidad en la acción (los llamados «frentes únicos”) sirven como momento práctico del crecimiento de la conciencia de clase de los trabajadores en un sentido político, esto es, hegemónico. Por este motivo vemos con preocupación estos virajes. En la determinación de estos virajes sigue pesando la debilidad de las izquierdas en el movimiento obrero y social. No obstante esta debilidad no se corregirá con mayor aislamiento de las organizaciones, como parece suceder con la izquierda partidaria, sino con mayores grados de unidad entre las tendencias de los sectores combativos.

Hay avances en algunos frentes pero retrocesos en otros. Entre los primeros podemos ver mayores grados de unidad entre tendencias combativas en la FUBA, Medicina o Consejo superior de la UBA contra los radicales o kirchneristas; o en el sindicato de la Alimentación contra los sindicalistas pro-patronales. Pero entre los ejemplos de aislamiento tenemos la división de las listas combativas en el gremio ferroviario, justo al mismo tiempo que sucede el juicio por el asesinato de Mariano Ferreyra. Seríamos injustos con las izquierdas sino tenemos en cuenta que esta división afecta a todos los sectores políticos de oposición, como se ha podido ver en el fraccionamiento de las centrales sindicales. Sin embargo, este viraje derechista de Micheli plantea mayores posibilidades a la izquierda si sabe aprovecharlos, ya que es de presumir que, como le sucediera a Pino Solanas, esta aventura «progre” agraria no cuenta con serias perspectivas.



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