02/06/2012

Calmar el mundo

sergio_gaiteri_epigrafe.jpg Entrevistado en su casa de Valle Hermoso, Córdoba, el escritor Sergio Gaiteri da cuenta de su visión de la literatura, la estética del realismo, sus lecturas, y las bases que sustentan su escritura.


Valle Hermoso es un lugar para transitar despacio, emplazado en las sierras cordobesas, tiene como marco un paisaje de tierras agrestes, de hondos silencios y cielos que resplandecen en el verano. En su casa Sergio Gaiteri también parece mimetizarse con la tranquilidad del valle, tiene un hablar pausado y en cada respuesta se toma el tiempo necesario para la reflexión, para explicar con precisión ideas y recuerdos pulidos lentamente en su memoria. Melómano, fanático del jazz y de franco Battiato, la conversación no podía dejar de circular entre la música, entre los acordes de free jazz que daban paso a las preguntas y las definiciones de un credo literario que hace de la precisión una fina herramienta de trabajo, una búsqueda que intenta calibrar una emoción contenida. Sentado en una mesa con una botella de jugo,con Ornette Coleman sonando de fondo,Gaiteri recuerda los comienzos, va directo a lo importante, comienza a contar un poco el decorado detrás de la escritura.

¿Cuándo empezaste a escribir?

Siempre pensé que iba a escribir, escribía, borraba y tiraba, pero recién a los treinta años me di cuenta qué quería hacer. Así que hubo como diez años de búsqueda, de imitación. Pero no solamente de búsqueda formal, ya que tenía la sensación de que no se puede darle vitalidad a un texto si no has vivido algunas cosas. Hay cierta madurez que no es solo una cuestión formal, sino de experiencia.

¿Hubo un momento donde te sentiste ya escritor, más allá de las búsquedas y las influencias?

Cuando sentís que no estás llenando páginas. Cuando no sentís la tonta satisfacción de estar llenando páginas. Y al contrario las páginas se llenan sin presión, sin necesidad de obligarse. Yo sentí que podía escribir cuando me aparecían muchas historias para contar. Y yo me dije: «bueno, no dependo de una noche de insomnio para que se me ocurra algo sino de que aparezcan situaciones que yo sé como trabajar, como recortarlas.

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¿Cómo equilibrás la estructura del relato entre los personajes y la historia a narrar?

Los personajes tienen que funcionar para la historia. Si se me ocurre un personaje que piensa tal cosa, funciona para la historia. Me olvido de los personajes, una vez que termino el cuento para mi no existen más. Funcionan en esa situación, por más que tengan una historia, una trayectoria. No es la literatura de personajes sino de situación. Y toda esta organizado a partir de las situaciones, las expresiones, la forma de hablar.

Estudiaste cine ¿cómo marcó el cine tu literatura?

Antes de descubrirlo en la literatura descubrí en el cine de ciertos directores como Eric Romer esto de que vos te olvidabas donde esta la cámara. Así como Romer hizo que no parezca cine, después descubrí a Carver, a Richard Ford, y me parecía que tampoco estaba la cámara y que esos tipos habían logrado que lo que hacían no parezca literatura. Me di cuenta primero en el cine que en la literatura. Y después lo leí en Chejov, en esos escritores que hacen que no se vea la cámara, que no se vea el micrófono.

¿Qué lugar ocupa para vos la corrección de los textos?

Yo la llamo la etapa de la carpintería, del taller. Tengo unos cuadernos donde voy organizando los relatos a partir de mirar, observar y escuchar, y hago una especie de cuadros donde el relato está ya casi definido. Parto de la observación de la realidad, después viene un recorte para ver qué de eso me parece interesante y después la corrección que para mí es un trabajo de taller. Generalmente es más recorte, pulido, sacar cosas. Siempre lo que he aprendiendo en la escritura es: «¿esto no sirve del relato? Sácalo”. Yo mismo me digo: «pero mira que esta bueno este personaje”. «No sirve al relato”. «¿Pero mira esta frase que bien que esta?”.” No”. El relato tiene que ser un mecanismo que funcione. Y como yo entiendo que el escritor no tiene que demostrar su genialidad sino contar cosas y contarlas bien, para mi la genialidad está en contra bien sin que se note lo que uno ha trabajado. Alguno me dice sobre el cuento que más he trabajado: «pero esto lo escribe cualquiera”. Sí, les contesto, puede ser. Pero para mi llegar a eso que ha escrito cualquiera me lleva un trabajo arduo.

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¿Y que lecturas te influenciaron, que escritores tenías como referentes?

Era totalmente autodidacta. En casa no había biblioteca, no había libros, entonces todo lo que yo fui leyendo fue al principio por azar y después por una búsqueda de ciertos textos en algún suplemento cultural. Nunca me atrajo la literatura latinoamericana, eso me parece que marca un poco. Siempre me pareció que había algo como que esquivaba la realidad latinoamericana. Entonces empecé a descubrir otros escritores, básicamente los yanquis, los ingleses, que me parecían que sí estaban hablando de sus cosas. Ahí me empecé a interesar por la literatura norteamericana. Pero todo con una imprudencia total; te imaginás, un chico criticando a García Márquez, o a Cortázar. Pero de todas formas vos de esos escritores podes sacar algo, más allá que temáticamente no te interesen. Por ejemplo el ritmo de Cortázar para mí es impresionante. Entonces puede ser que no me guste por ahí el fantástico de Cortazar, algunas cuestiones de sentido que tienen los textos de Cortázar, pero el ritmo de Cortázar es inigualable. Lo mismo pasaría con Borges. A mi Borges no me conmueve ni nada pero me parece que ese sonido que tiene, esa musicalidad…uno tiene que aprender de eso. Ahí pude descubrir que la literatura no es solamente contar, que es lo que más me interesa, sino que hay trabajar la forma, el sonido, las palabras. Sobre todo me parecía que había que evitar los clisés literarios.

¿Para vos el realismo es una forma de esquivar esos clisés?

Sí. Pero porque para mí en el realismo hay una confusión, una confusión de manual de literatura que es pensar que el realismo es una estética de mitad del siglo XIX. Y para mí es una forma de mirar. Y por ende una forma de contar que escapa a lo meramente literario. Es una posición axiológica, filosófica. Entonces no está atado a las tradiciones meramente literarias sino que tiene que ver con como uno mira, como siente, como percibe.

¿Y en esa forma de mirar te interesa contar lo que está entre líneas?

Si, pero tampoco me interesa hacer un culto a lo no dicho, porque yo no creo que haya cosas ocultas, un mundo oculto, sino que en realidad hay una experiencia del mundo. Y lo que hace el relato, por ejemplo cuando uno habla con un amigo y le cuenta algo, es que esa experiencia se pueda percibir. Siempre he pensado que lo que hace la literatura es calmar un poco el mundo. La vida es muy vertiginosa y lo que hace la literatura es en un momento, en una circunstancia, aquietar el fluir desesperado y desesperante de la realidad.

Eso me hace recodar que en muchos de tus personajes hay una distancia respecto a lo que les sucede, como también hay una distancia desde la narración, desde el lugar en el cual es contada una situación.

La idea es que la situación a los personajes no los desquicie. Siempre me interesó la posibilidad de la elección, de las alternativas. Es decir, no me gusta el relato romántico donde al personaje le queda una sola elección, como puede ser el relato sartreano donde se tiene que elegir entre esto o lo otro, sino la posibilidad de la multiplicidad de elección. Por ahí el personaje no elige la mejor opción, pero bueno, es propio de la existencia no siempre elegir la mejor opción. Esto para mí es como una premisa espiritual. Siempre la situación que yo establezco como narrativa le da al personaje la posibilidad de elegir. La idea es que nunca los personajes estén borrachos o drogados porque ahí es como que se pierde cierta racionalidad, y el personaje tiene que tener cierto grado de racionalidad.

¿No hay a veces un riesgo con tu idea de escritura de llegar a un margen donde la narración puede volverse demasiado plana?

Y sí, algo hay que contar porque un relato muy anodino llega como a una cosa filosófica. A ver, algo tengo que contar porque si ya no cuento nada de nada me lleva a esta cosa becketeana. Una vez una mujer en la feria del libro me dijo: «yo leí su novela y sentí que no había pasado nada, que podía pasarle al vecino del departamento de al lado.” A mi me dio cierta alegría eso. Era lo que buscaba. Porque la idea de que el escritor tiene que contar algo grandioso, trágico, o lo otro, la nada, esta cosa de la espera, donde no pasa nada, no me convence, no me cierra. Yo creo que hay que tener un poco de respeto por el lector. Atraparlo un poquito en la historia.

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Es común que a veces se asocie la escritura realista con lo autobiográfico ¿Encontrás alguna relación entre la escritura y lo autobiográfico?

No. Nunca me interesó. Lo que si puedo decirte es que lo que yo voy viviendo se va transfiriendo. Los últimos quince cuentos que he escrito suceden en este espacio que es Valle Hermoso, con gente como yo que se ha venido a vivir acá y que somos de la ciudad y no nos adaptamos del todo a la forma de ser de los serranos. Pero hasta ahí llega lo autobiográfico. No hay ninguna situación particular propiamente mía que yo quiera contar. Quizás por una cuestión de timidez y de preservación de mi vida. Quizás también porque no creo que haya nada tan importante que yo tenga que contar. Cuando a mi me preguntan si soy escritor de Córdoba, yo digo sí, pero si viviera en Buenos Aires sería de Buenos Aires. Tiene que ver con lo que escucho y veo, que es el material con el que yo trabajo. Siempre digo que si uno esta atento hay un montón de cosas para contar. Es inagotable. Estoy en contra de esta idea del fin de la literatura, del fin del relato. Es como el fin de la melodía. No, se te pueden ocurrir melodías nuevas.

¿Y cómo fue pasar del cuento a la novela? ¿Cómo fue trabajar una novela, que es un género de mayor extensión y con otra forma?

Es distinto. Yo me siento más cómodo en el cuento, por esto de transmitir una sensación, en diez, quince páginas, y quedarse con una sensación. En la novela esa convivencia con los personajes hace que se vayan agregando datos, se van cargando los personajes. Hay demasiado para mí. De todas formas me parece interesante. No pensé que lo iba a lograr por el tema del recorte. Hacer doscientas páginas de la manera que yo trabajo y con la idea de que no sobre nada es un poco complicado.

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¿Qué te llevó a usar dos puntos de vista en tu novela?

Siempre me interesó en las relaciones conyugales, amorosas, el punto de vista del victimario. La tradición literaria indica que la víctima es la sufriente del abandono, entonces acá quería plantear las dos situaciones con esa chica en el medio vinculando dos mundos, el mundo de la clase social del dentista de clase media alta y el otro pibe que se va haciendo (que tiene algo de alter ego mío, un profesor que enseña en el secundario) que quiere escribir. Básicamente esa sería la idea: hacer que las relaciones no caigan en el sufriente sino que el otro también tiene, no digo una cuota de sufrimiento, pero si de culpabilidad. En la novelita «La moza” también pasa eso. En general pienso que es más fácil escribir desde el punto de vista de la víctima. Entonces la idea es ver que pasa con todas las relaciones y con el victimario amoroso.

Últimamente volvió a cobrar relevancia la idea del compromiso del intelectual. ¿Crees que el intelectual tiene alguna función social?

A veces te llaman para opinar sobre algo y yo entiendo que un sociólogo puede opinar mejor. No considero que un escritor sea necesariamente un intelectual. Probablemente yo lo sea más que algún otro porque me forme en la escuela de letras, porque soy docente, porque leo mucha filosofía, pero no creo que los artistas tengan que decir cosas. Yo creo que deben hablar por su obra. Obviamente que yo tengo mis puntos de vistas políticos y los expreso, pero no en mis textos. Sobre cierta adhesión al Kichnerismo que tengo no escribiría, jamás escribiría sobre eso. Para qué escribir sobre algo que lo tengo firme. Muchos de los primeros cuentos hablaban sobre la desocupación de los noventa. Pero no es que yo me haya propuesto hablar sobre eso sino que necesariamente mi entorno tenia esa situación laboral. Lo que no quiero es transmitir un concepto o bajar línea y eso. No.

¿Crees que hay alguna cuestión moral en la escritura?

Sí. A ver, que un tipo sin biblioteca como yo, escriba, no es habitual, entonces yo tengo que responder a esa trayectoria social. No puedo hacerme el vivo. Debo responder a mi clase. Yo soy un escritor de clase media baja, entonces tengo que ser estricto inclusive en lo moral, y exigirme y plantear cosas que incluso sean agresivas para mi clase. Desnudar mi clase, digamos, como hacía Balzac con su clase alta. Ya que provengo de un sector que normalmente no produce escritores tengo la obligación moral de responder a eso. Después viene la parte personal. Yo creo que mi obra se va formando a partir de esas negaciones. Muchas veces me dicen: «Â¡eh, pero al final es una especie de castigo, de esclavitud escribir, no podes ser libre! Pero para mi la libertad consiste en eso, en tener reglas. Quizás yo me apropie de este paradigma porque no soy muy genial y entonces tengo que estar atado a ciertas reglas.

¿Hay algo sobre lo que no puedas o quieras escribir?

Hay muchísimas cosas sobre las que me impongo no escribir. Lo que busco es intentar representar algo de la realidad contemporánea. Y lo que sucede es que habría algunos temas que ya están en otros lados, en los medios de comunicación o en los diarios y los libros de historia. Tengo como un catálogo de cosas sobre las que no debo escribir. Por ejemplo que no haya elementos trágicos. Bueno, alguna vez lo he dicho y se ha entendido mal. Yo no escribiría sobre la dictadura. Porque eso me parece inenarrable. Y me parece que es mejor racionalizarlo en un libro de historia. Creo que los escritores que pueden escribir son los que han tenido un grado de involucramiento con eso. Mirá si te ganas un concurso escribiendo sobre la dictadura. Mirá si ganas el premio Clarín escribiendo sobre la dictadura. Entonces esto para mi es como una especie de principio. Yo tengo que escribir sobre aquello en donde yo mismo me pongo en duda. Yo y mis personajes con problemas de afecto, de poligamia, incertidumbre en la crianza de los chicos o problemas relacionados con los amigos. Ahí es donde yo me pongo en cuestión. Esa es la base de lo que yo escribo. Que yo me vea cuestionado.

¿Un libro más es un paso o un paso menos hacia a ese libro perfecto que muchos escritores intentan escribir?

No creo en esos pasos. Porque ese libro no existe. Y ahí te tomaría un ejemplo del jazz. No creo que el último disco de Coltrane sea mejor que Blue Train. Me parece que Coltrane tiene distintas etapas y fue haciendo distintas cosas, de algo más estándar al free jazz. Tiene que ver con la experiencia. No sé si uno va a escribir mejor. Estoy en contra del libro perfecto. Es mas me parece que el mejor libro va a ser aquel que tiene la imperfección. Para seguir con los ejemplos de la música, pienso que un error en un acorde está bien dejarlo.

¿Qué cuentos tuyos te gustan?

Hay cuatro o cinco. Me gusta el cuento «Certificado de convivencia”. Los cuentos de «Los días del padre”, ahí hay un cuento que se llama «Altas cumbres”. Del libro «Trabajo social” uno que se llama «Vialidad”. Me gustan los cuentos donde logré que nada sea trascendental; que sea difícil, pero que nada sea trascendental. En «Trabajo social” hay personajes con trastornos psiquiátricos, y son muy fuertes, yo me siento más conforme con los otros relatos. Me gustan esos cuentos donde queda una sensación intensa pero al mismo tiempo queda algo parecido al recuerdo de una canción. Una tristeza que no dañe. Cuando logro eso me siento bien. No es fácil. Porque en lo general tiene que ser una situación muy prístina. Hay muchas historias que yo descarto por grandiosas o porque transmiten una sensación demasiado arrolladora. Una vez que uno tiene la historia lo mejor es decir lo justo.

Desde tu experiencia ¿qué es lo fundamental que debe hacer todo aquel que quiera empezar a escribir.?

Leer. Que lean con desesperación, y en algún momento empezar a leer pensado que se puede hacer con esas lecturas. Un error que ya no se comete pero que cometieron generaciones anteriores es leer pensado que se puede hacer algo con Borges. Con Borges no se puede hacer nada. Hay que leerlo, disfrutarlo. Lo importante es no empezar a leer pensado que se puede tomar de lo que se ha leído. Yo no creo en esto de que uno escribe de la nada. Después sí, con el tiempo, uno encuentra su propia voz. Algo que sin dudas es difícil pero en lo que no hay que desesperarse. En este tema de encontrar una voz personal yo no sé si es tanto un tema de estilo, sino que creo que va mancomunado con lo que uno quiere contar. Quizás lo fundamental para escribir es que hay que creérselo. Creérselo. Hay que invertir tiempo y se pierden muchas cosas.

Nacido en Córdoba en 1970, Sergio Gaiteri es profesor de Letras Modernas, maratonista y estudio algunos años cine. Entre sus obra se destacan sus libros de cuentos » Los días del padre y otros relatos» (2005,Ediciones del Boulevard), «Certificado de convivencia y otros relatos» (2008,Ediciones Recovecos; Premio Fondo Nacional de las Artes 2007), «Trabajo social» (2011,Dirección de Letras y Bibliotecas) y las novelas «Nivel Medio»(2010,Editorial Raíz de Dos; Primer Finalista Premio Clarín Alfaguara 2008) y «La Moza» (2010,Editorial Universitaria Villa María).



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