22/11/2005

¿Orgullosos de qué?

Año tras año, llegado el mes de noviembre, comienza a generarse en mí una ansiedad particular por las actividades sobre el Orgullo GLTTTBI, que tienen lugar en Buenos Aires. Así, recorro cines, charlas, obras de teatro y recitales, entre otros. El broche de oro lo da la marcha del orgullo con su colorido, su espíritu festivo y la fuerza que genera la presencia de miles de personas poniendo el cuerpo por una misma causa. Muchas cosas se movilizan en estos días, un arraigado sentimiento de pertenencia aflora manifestándose en mi piel y sentimientos. Las ganas de cambiar la historia, de zanjar el camino, de construir el espacio común, de pensar en el otro, vuelven a dar vueltas en mi cabeza. Es como si recibiera la dosis de fuerza necesaria para seguir el resto del año en ese trabajo diario que es validar mi propia identidad, y con ello la de los demás. Por Christian Ramos


La ilusión de lograr de una vez por todas una comunidad parece revivir y por momentos cree encontrar alternativas para consolidarse. Sin embargo, ese sueño teñido de cierto hippismo latinoamericanista, parece disolverse apenas finalizan los acordes de «Soy lo que soy» dando final a la marcha del orgullo, momento en que el sueño compartido parece terminar para volver a la desolación de los boliches.

La identidad está de fiesta estos días y siento que no puedo menos que tratar de reinventarla, de alimentarla para que se forje única, sincera, erguida. La fuerza saldrá desde ese lugar y la posibilidad de generar una participación activa también.

En este recorrido tanto personal como colectivo por las actividades, suelo conversar esta cuestión con mucha gente (ajena o no a «lo gay») y generalmente surgen ciertos comentarios positivos acompañados por una pregunta que parece repetirse eternamente: «pero»¦¿orgullosos de qué están?». Ante esta demanda, más de una vez me quedé perplejo e hice grandes esfuerzos por traducir en palabras la suma de sentimientos que me generaba festejar mi identidad con mis semejantes año tras año. Titubeo tras titubeo, y sin dejar de sentir ganas de participar, comencé a tratar de dilucidar de qué se trataba esta cuestión del orgullo.

Algunas consideraciones sobre el orgullo. Aproximación histórica

La palabra orgullo, con su fuerza arrolladora, parecía ser aquello que a todos les hacía ruido y lo que yo no podía terminar de explicar. Como punto de partida en mis disertaciones personales, pensé que el sólo hecho de pertenecer a la «comunidad GLTTTBI» no era más que una característica entre el crisol de rasgos que definen mi persona. Sin embargo, en la cuestión gay parecía haber algo que diferenciaba ese rasgo de los demás y que hacía que me manifieste de esa manera con respecto a ello. Buscando esa razón, llegué a la certeza de que si no hubiera sido gay, hoy no sería la misma persona, los sueños serían otros, los miedos también y, lógicamente, mi posición en el mundo sería diferente. Esta cuestión de lo gay como constitutivo me quedó más clara aún, cuando surgió la idea de que si las personas fuésemos pinturas, entonces la sexualidad sería algo así como el color o el material del lienzo sobre el que estamos pintados. Los trazos son muchos y fundamentales, pero el telón de fondo, el que sostiene el esquema personal es el espacio en que se deposita la libido, el deseo y el principio comunicador con la alteridad.

En un marco en el que surgen tantas cuestiones intrínsecas es que aparece la palabra orgullo resignificando estas características y poniendo de manifiesto una primera cuestión: el nivel visceral, vivencial y sentido del término. Uno nunca puede estar orgulloso sino de lo que vive y late dentro de uno, así sea un trabajo logrado, una persona que ama, o la sexualidad propia, todo ello se detenta con orgullo en tanto pertenecen al campo de lo más internamente asumido como propio, y digo propio dejando de lado la noción de apropiación como pertenencia material, sino como verdadera incorporación.

Siguiendo esta línea, y como primer ejercicio, me predispuse a buscar cuáles eran los distintos rasgos semánticos de la palabra orgullo. La herramienta inmediata, lógicamente, fue el diccionario y encontré dos acepciones que me resultaron interesantes por su dicotomía: «Opinión demasiado buena que tiene uno de sí mismo. Arrogancia. Fatuidad. Ostentación. // Sentimiento elevado de la dignidad personal // Conciencia del propio valor que puede nacer de causas nobles.» La primera luz que surgió de esta búsqueda fue la posibilidad de develar, en algún sentido, el por qué de la resistencia de los demás al escuchar el término Orgullo aplicado a lo gay y su consecuente militancia. La idea de arrogancia como eje conductor del orgullo gay, sin embargo, no creo que sea un factor que permita circunscribir el concepto, dado que el mismo está forjado desde un espacio de resistencia que conlleva a revisar algunos aspectos de la historia.

El concepto de orgullo gay surge a partir la conocida revuelta de Stonewall ocurrida en el boliche Stonewall Inn en la ciudad de Nueva York el 28 de junio de 1969. La noche del 27 de junio el bar fue víctima de la tercer «razia» policial de la semana y los que en él se encontraban, no soportando la opresión reiterada, se defendieron de la policía con piedras, botellas y todo objeto que encontraran. Los hechos no concluyeron en ese momento, sino que la noche siguiente más de 2000 gays, lesbianas, travestis, transexuales, bisexuales y heterosexuales se congregaron a brindar su apoyo a quienes permanecían aún en el bar y a quienes habían sido liberados. La resistencia duró tres días y la voz del Gay Power surgió en las calles neoyorquinas dando lugar al florecimiento de 5 frentes de liberación gay en diferentes ciudades norteamericanas. Al año siguiente se realizó la primera marcha conmemorando los hechos y luego las mismas comenzaron a efectuarse regularmente, lo que dio lugar a una tradición que con el paso del tiempo cobró carácter internacional.

La introducción de esta reseña histórica permite poner de relieve dos cuestiones básicas. En primer lugar es fundamental ligar la noción de orgullo con una idea política indisociable. La respuesta de la juventud norteamericana en 1969 estuvo evidentemente cargada por la necesidad de un posicionamiento social y marca, por sobre todo, un quiebre contundente con respecto a la actitud de la comunidad GLTTTBI respecto del espacio social. El surgimiento posterior de agrupaciones militantes y focos de resistencia muestra los primeros trazos de organización frente a años y años de discriminación, silenciamiento, torturas, sufrimiento y muertes. La noción de orgullo, en este contexto, está impresa en un fondo de contrapartida, respuesta, reacción a la estigmatización social opresiva que operó por siglos, y sigue operando, sobre la comunidad GLTTTBI. El orgullo, pensado desde hoy, tal vez no sea entonces el orgullo de ser gay únicamente, como si fuera un rasgo en sí mismo destacable en cada persona, sino que, como continuación de sus orígenes, el orgullo gay es el orgullo de la superación, el orgullo de la resistencia, el orgullo de haber levantado la voz, de haber sembrado la primera semilla de lo que sería un cambio histórico a nivel mundial. Nadie puede negar las consecuencias de esa revuelta y la posibilidad de pensar el orgullo como posicionamiento respecto de la historia es una noción sumamente interesante. En este sentido, considero pertinente traer a colación las palabras de Osvaldo Bazán en su «Historia de la homosexualidad en la Argentina» en que enuncia que la historia de la homosexualidad no es más que la historia de una represión. La paulatina superación de dicha represión es entonces un clarísimo motivo de festejo.

La segunda cuestión básica surgida de revisar esta reseña histórica puede pensarse claramente si le adicionamos a esta idea del «orgullo de la resistencia», la noción del orgullo como contradiscurso de la estigmatización. En este sentido, la definición de orgullo como «Sentimiento elevado de la dignidad personal. // Conciencia del propio valor que puede nacer de causas nobles» cobra toda su fuerza en el marco de la interacción social. La discriminación diaria, las miradas torcidas, la abominación de la diferencia, la falta de derechos, el trato como enfermos, pecaminosos, etc. exige una respuesta desde la elevación de la dignidad personal, como reconfiguración del amor propio. Erigir la autoestima es entonces una buena forma de encarar la visibilidad y de poder trocar el posicionamiento frente al otro desde un lugar político social que funde estas cuestiones en otra dirección.

La palabra orgullo pensada entonces como respuesta política y, fundamentalmente, como espacio en que se erige la dignidad personal y colectiva es el primer significante en una cadena de significaciones surgidas alrededor de la militancia homosexual. Conviene, en este punto, pensar la idea de identidad colectiva como un estado de conciencia implícitamente compartido por individuos que reconocen y expresan su pertenencia a una determinada categoría de personas que se presenta como comunidad. La construcción de signos es la apropiación de ese espacio como propio y la consecuente señalización de la diferenciación con el otro, con los correspondientes riesgos de autodiscriminación y encierro. El concepto de orgullo gay, entonces, implica diversas cuestiones que van desde una marcha, una bandera, hasta toda una serie de rituales y actividades de las cuáles estamos participando y que conforman el modo de expresión de un grupo identificatorio. La apropiación del término en este folklore implica un posicionamiento claro que merece ser reflexionado por cada individuo que, luego, adicionará sus cuestiones personales y construirá su propia noción de comunidad.

Una mirada desde la actualidad

La traza de una reseña histórica acerca del concepto de orgullo y sus respectivas consecuencias político sociales a nivel mundial implican una reflexión acerca de estas cuestiones en el hoy. Creo fundamental señalar como punto de partida, la necesidad de seguir trabajando en este sentido mientras siga habiendo sufrimiento causado por discriminación o cercenamiento. Ante una sociedad aparentemente más «abierta», más «tolerante», pareciera que se desdibujan ciertos espacios de reivindicación de lo propio. La incorporación de lo gay a las estrategias de mercado operó como la clave de una incorporación ficticia al mundo global. La proliferación de los boliches gays, acompañada del surgimiento de empresas de turismo gay, gimnasios para gays, ropa para gays, etc. parecieron echar luz sobre un cierto registro de parte de la sociedad en general respecto de la comunidad homosexual en particular. Sin embargo, conviene hacer notar que la integración justamente parte de compartir los espacios y por lo tanto generar la socialización. Pensar la libertad como la posibilidad de tener cuatro boliches en lugar de dos, creo que es aceptar una delimitación del espacio que nada tiene que ver con la búsqueda de una dignidad personal. La posibilidad de que existan espacios específicos es interesante en tanto no funcione como factor limitante, como espacio único de circulación y ejercicio del deseo. La integración depende del diálogo con la sociedad toda como espacio de reformulación del yo colectivo frente al tú y al ellos.

La resemantización de los símbolos en este mundo Light, entonces, es un ejercicio de recuperación histórica que conlleva una mirada comprometida del presente, una posibilidad de operar sobre la historia y, sobre todo, el sentimiento de responsabilidad que implica el respeto por nuestros antepasados, que nos dejaron un mundo en el que ahora podemos conversar estas cuestiones y el respeto por las generaciones venideras, que deben encontrarse con un mundo en el cuál no sean válidas las constantes sanciones de la diferencia y en cambio sea moneda corriente la libertad para ejercer la propia personalidad.

Christian Ramos – Estudiante de Letras



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