14/09/2003

La bandera Mapuche Tehuelche sigue flameando

Costa del Lepá: A diez años de la muerte de Julio Antieco


Por Hernán Scandizzo para ANRed

«¿Es importante que exista la bandera mapuche?», le pregunté a Celinda Lefiú, lonko de la comunidad Costa del Lepá, mientras caminábamos hacia el cementerio. Escuchó y me miró casi ofendida: «Â¡Cómo que no…! Y es por eso que estamos, si no está la bandera mapuche tampoco nosotros estamos. La bandera mapuche es muy importante porque ahí está la fuerza de nosotros, el newen…».

El 7 de setiembre amaneció despejado en Costa del Lepá, ese paraje del noroeste del Chubut, ese paraje estepario donde el viento siempre hace sentir su presencia. Cuando el sol asomó entre los cerros, el ngellipun estaba a punto de concluir. Había comenzado la conmemoración del décimo aniversario de la muerte de Julio Antieco, creador de la bandera mapuche tehuelche.

En las primeras horas de la mañana no eran muchos los presentes y uno de los hijos don Julio lo destacó al terminar la ceremonia. La influencia de las políticas punteriles salía a la superficie: ese domingo se realizaban las elecciones internas de la Unión Cívica Radical, el oficialismo provincial, y desde hacía varios días camionetas recorrían la zona distribuyendo carne y vino… y arreando voluntades que votaran por su candidato.

Pero a pesar de esas políticas y sus efectos, el aniversario se conmemoró y en el transcurso del día se juntaron unas 60 personas, tal vez más. «Este 7 de setiembre se reafirma más que el Pueblo Mapuche está resucitando y está saliendo de lo más profundo de la tierra, donde el winka lo tiró», dirá con convicción Lucas Antieco, hijo de don Julio.

Don Julio tuvo un pewma, un sueño. En ese pewma recibió la bandera mapuche tehuelche, que vio formarse entre las nubes. Él lo comunicó a las autoridades de las comunidades cercanas y en un trawun realizado en 1991 se aprobó que esa bandera representara al Pueblo Mapuche Tehuelche.

Construyendo el pasado, negando el futuro: un acto escolar
Cerca de las 10 comenzó el acto organizado por las autoridades de la escuela con internado número 99, establecimiento que lleva por nombre «Cacique Zenón Antieco y Manuel Antieco» -en memoria de quienes construyeron la primera escuela hogar del paraje-. Como en todo acto institucional no faltaron los representantes de la policía, la iglesia católica y los discursos aburridos y arcaicos. En una de las paredes del salón de actos letras de papel afiche y con los colores de la bandera Mapuche Tehuelche formaban la fase: «Quiso el cielo que yo fuera el primer hijo de esta tierra. Quiso dios que por mis venas sangre aborigen corriera…» y lo que perfilaba mal terminó peor… Al iniciar el acto una maestra remató la frase: «Quiso dios que todos argentinos fuéramos».

Entró la bandera de ceremonia, argentina, por supuesto, detrás la mapuche tehuelche y de fondo el himno argentino, que originalmente la maestra presentó diciendo: «‘Oíd mortales el grito sagrado. ¡Libertad, libertad, libertad!’ Nos ponemos de pie para cantar el Himno Nacional Argentino» (pronunció recalcando las mayúsculas iniciales). Niños y niñas mapuche, pu pichiwentru ka pu pichidomo, enfundados en guardapolvos blancos, uniformados, aprendiendo a ser argentinos. Con cada intervención, cada palabra, cada gesto, cada silencio la maestra reafirmaba: «Hay un solo pueblo y una sola nación… la argentina».

Hecha la apertura formal, maestros, alumnos, vecinos, monjas, milicos, personal de mantenimiento y público en general marchó desordenadamente hacia el patio. El cielo ya no estaba despejado. Ambas banderas fueron izadas en un único mástil, primero ‘El pabellón patrio’ después la mapuche tehuelche… Mientras, tres papay hacían tayl a la bandera ascendente, la segunda.

Nuevamente todos adentro al salón. La gente se reacomodó en las sillas, la maestra, que hizo las veces de maestra de ceremonia, se parapetó detrás del micrófono. Una bandera mapuche tehuelche fue donada a la escuela, para reemplazar la deshilachada que flameaba en el mástil. Y el acto se acercaba a su fin. Era un acto escolar, no era más que eso, un acto escolar, formalidades y omisiones, y la fecha parecía perder su sentido de reafirmación. Antes del punto final tomó la palabra Eva Antieco: «No tengo mucho para decir, solamente el agradecerle a mi padre por lo que nos ha dejado y de ahora en más pedirle los newenes que necesitamos para seguir adelante en esta lucha, seguir llevando este símbolo con mucho orgullo y cada día seguir rescatando nuestra cultura de verdad y desde el compromiso. Quizá esta lucha sea una lucha muy pesada, si se quiere, si uno realmente la toma en serio – como hemos hecho en este caso -, pero aquel que la toma en serio y busca sus verdaderas raíces mapuche, por más difícil que sea, cada día va a pararse con orgullo».

La bandera de ceremonia abandonó el salón. La gente fue dejando las sillas y rumbeando hacia la puerta. A su paso se topaban con una cartelera alusiva al Día del Inmigrante.

Horrorizados y aburridos: esperando la carne

Una vez fuera de la escuela los familiares de Julio Antieco invitaron a los presentes a acercarse hasta el cementerio para dejar una ofrenda floral en la tumba del creador de la bandera. Comenzó la caminata. En tandas la gente cruzó la pendulante pasarela tendida sobre el río Lepá. El camino se bifurcaba y un precario cartel señalaba: «Chacra Evans», ese camino conducía al cementerio. (El año pasado esa porción del Wallmapuche había sido usurpada por el tal Evans con el apoyo del Instituto Autárquico de Colonización y Fomento Rural – IAC -. El acceso al cementerio había sido cerrado y todo su perímetro arado, pero por el empeño de la comunidad y de la Organización de Comunidades Mapuche Tehuelche «11 de Octubre» el alambre cedió. Aunque el IAC y Evans se empecinaron en negar el derecho mapuche y repitieron incansablemente que no se trató de una restitución sino que donaron esas tierras a la comunidad.)

La gente se reunió en torno a la tumba de Don Julio y sus hijos y nietos derramaron muday sobre la tierra que lo cubre. Habló Eva y después Juana: «Quería decirle a los chicos de la escuela 99 que están acá, que no tienen que sentir vergüenza de ser mapuche. Yo nací acá, me eduqué en esa misma escuela, me fui por cuestiones de trabajo y por la pobreza en que quedó sumida mi familia. Pero en el lugar que estoy cada día y con más fuerza seguímosle poniendo el hombro, seguimos luchando para recuperar nuestros derechos, para decir que no todo está perdido, que cada día el mapuche está resurgiendo con más fuerza y ese también debe ser el compromiso de los alumnos. (Y el compromiso) de los docentes contarle a los alumnos la verdadera historia de los mapuche, no la historia que está en los libros. ¡Eh! La historia real, la historia que no van a encontrar en los libros».

A Juana la siguió Lucas. «Acá había una Nación que se llama Mapuche y que estaba formada por dos millones y medio de familias y más o menos han matado un millón y medio. Esa es la historia que está escondida, que han escondido los winka y que hoy se está destapando. Hoy los winka no tienen más parches para tapar esas cosas. Nos habían tapado el Año Nuevo con la llegada del San Juan y ojalá en estos tiempos podamos festejar nuestra independencia, que fue un 6 de enero de 1641».

Después se les rindió homenaje a Zenón Antieco y a sus dos esposas. A esa altura los policías no disimulaban sus ganas de irse; las monjas a duras penas resistían la tentación de persignarse y poner fin a esas ceremonias sacrílegas; y los maestros se mantenían al margen, parecían más interesados en retornar a la escuela donde la carne de novillo se asaba. Las nubes taparon el sol, el aire se puso frío y el viento cortante. Una tenue nevisca cayó de a ratos.



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